Thursday, June 14, 2012

CONOCIENDO AL MUNDO A TRAVES DE NUEVA YORK


Fotos de Nueva York
Esta foto de Nueva York es cortesía de TripAdvisor

Pese a que en mi mente estuvo presente por algún tiempo el prejuicio mas que latino, ecuatoriano, de que lavar platos no era una tarea de la que pudiera sentirme orgulloso, y sobre la cual podría yo hablar abiertamente con mi familia, lavé platos por casi dos meses en la International House of Pancakes ganando un salario de menos de $50 a la semana. Mientras tanto ya había emprendido, casi con obsesión, la ardua tarea de aprender inglés por mi cuenta, usando mis libros de ingles de la universidad y siempre con un diccionario de bolsillo a la mano.

Emprendí la tarea de desenterrar el inglés que tenia escondido en alguna parte de mi cerebro, que lo había aprendido en el colegio así como en la universidad, y que nunca lo había usado, porque nunca necesité hacerlo. Para fines de febrero de 1967, esto es, sólo un mes después de mi llegada a Nueva York, ya me sentía menos incomodo en Nueva York, porque empezaba a entender un poquito lo que la gente hablaba y empezaba, con dificultad, a querer formar oraciones cortas tomadas de mis libros, para hacerme entender de la gente que me rodeaba, especialmente en mi trabajo.

Fue en este punto que el primero de marzo decidí visitar The New School for Social Research, ubicada en la calle 14 del Bajo Manhattan, para solicitar información acerca de los cursos de Inglés como Segunda Lengua que ellos ofrecían y que comenzarían en la segunda quincena de ese mes. Ofrecían clases de cuatro horas de inglés en la mañana, en la tarde y en la noche con un costo por cada tres meses de $265. Me matriculé inmediatamente para las clases nocturnas, y asistí a un examen de admisión que se tomaría esa misma semana, después del cual, la Universidad me ubicaría en el nivel que me correspondiera, de acuerdo con los resultados obtenidos en el examen.

Me ubicaron en el tercer nivel de un total de seis y empezamos las clases a mediados de marzo. Nuestro profesor era un hombre especializado en enseñanza de leguas en la Universidad de Columbia. Durante la primera semana empecé a sentir que mis clases eran relativamente fáciles. El lunes de la tercera semana, en medio de una de mis clases una funcionaria de la Universidad me solicitó salir de ella e ir a la administración porque necesitaban hablar conmigo. Me asusté porque creía que me hablarían sobre mi situación de inmigración, sin embargo, después de unos pocos minutos de espera, sentado fuera de la oficina de la funcionaria, muy gentilmente ella me invitó a pasar y fue directo al grano. En perfecto español, pero con acento de gringa, me pidió disculpas porque según la evaluación de nuestro profesor, mis conocimientos de ingles no correspondían al nivel en que me habían ubicado. En mi mente rápidamente empecé a pensar que me bajarían de nivel y me sentí un poco triste, pero ese no era el caso, la señora me explicó que mi profesor creía que yo debería estar en el QUINTO nivel.

La sangre me volvió al cuerpo, me tranquilicé y siguiendo las instrucciones que me dieron, esperé la hora de descanso y me pasé a la clase del quinto nivel, donde mi nueva profesora (una dama que hablaba inglés con un acento especial, entonces desconocido para mi y que luego me enteré que era de Inglaterra), ya me esperaba. Pronto me di cuenta que las clases aquí iban a ser infinitamente mas difíciles que las que había venido tomando. Las clases incluían muchos deberes (homework), eran muy interactivas, e incluían conversación, comprensión, lectura y discusión de la lectura, aparte de dos horas de laboratorio de comprensión los días sábados. Éramos diez estudiantes de diferentes países, incluyendo Japón, Alemania, Dinamarca, Francia, Hungría, Polonia, Italia, Argentina e Israel. Solo éramos dos estudiantes latinos que hablábamos español. No se permitía hablar en clase en ningún otro idioma que no fuera inglés. Algunos de los compañeros estudiantes, incluyendo el argentino, eran miembros de las delegaciones de sus países a las Naciones Unidas y tenían, por tanto, rangos diplomáticos.

Mis clases de inglés pronto empezaron a darme dividendos. Para los primeros días de abril, ya empecé a tener una mejor comunicación con la gente con quien interactuaba, tanto en el trabajo como en la universidad. Una excelente prueba de mi evidente mejor inglés vino de forma inesperada y hasta jocosa un día que llegaba a mi trabajo a las siete de la mañana. Como de costumbre, al encontrarme con mi compañero de trabajo, Joe, un joven afroamericano de unos veinte años, le saludé con un sencillo “Hi Joe”, él me contestó con su acostumbrado “Hi Rafael”, pero agregó la pregunta “what’s new?” (Qué hay de nuevo?), a lo que le di una respuesta para esa especifica pregunta, que había yo aprendido de mis libros y en mi clase el día anterior: le dije “nothing in particular, Joe” (nada en particular). No fue mas, Joe se echó a reír a carcajadas repitiendo varias veces “nothing in particular, ja, ja, ja, ja”, nothing in particular, ja, ja, ja., se agarraba el estómago y hasta lagrimeaba de la risa.

El caso es que, como lo entendí después, mi respuesta era en un inglés muy formal, mas bien de mas alto nivel, y, claro, Joe, un joven negro de clase trabajadora y humilde, no estaba acostumbrado a este tipo de respuesta, que era adecuada dentro de un dialogo de gente con mayor nivel cultural. Nunca olvidaré ese día y ese especial momento. “Donde aprendiste eso Rafael?”, me preguntó luego mi amigo Joe, mientras continuaba riéndose de mi y de mi respuesta tan formal. Le expliqué que estaba asistiendo a la universidad para aprender inglés y que estaba usando una expresión que había aprendido el día anterior de mi profesora inglesa. La expresión de Joe cambió de repente de la risa a la admiración, me dio un abrazo y se disculpó, él estaba avergonzado de lo que había hecho. “no tienes porqué preocuparte Joe”, le dije, “somos amigos y nos podemos hacer bromas, no es así?” Ese fue el primer día en que me di cuenta de lo rápido que estaba asimilando el nuevo idioma y de cómo eso me estaba elevando en la escala social. Eso, eso mismo era lo que yo perseguía!.

Desde entonces, y por el mes siguiente, Joe se convirtió en mi gran amigo y cada día me preguntaba que es lo que había aprendido el día anterior, se sorprendía de lo rápido que yo iba en mi aprendizaje del idioma y me felicitaba por ello. Cuando un mes después cambié de trabajo y me despedí de Joe, este me miró con una cara triste, me dio un abrazo, me deseó buena suerte y me dijo en inglés; “So long Rafael, you´ll do good, I´m sure you will¨ (hasta siempre Rafael te va a ir bien, estoy seguro de eso”). Joe no era un profeta, pero siempre lo he recordado como lo más cercano a uno de ellos.

Las ocho meseras del restaurant hicieron fila para despedirse de mi, cada una mas cariñosa que la otra, todas eran señoras de mas de cincuenta años, todas eran madres, y algunas eran abuelas, con todas me llevé muy bien y de ellas aprendí algo del arte de servir bien en una mesa, arte que luego de algunos meses habría de servirme mucho para mejorar mis ingresos y mi relación con la gente. Esta gente era típicamente neoyorquina, trabajaba muy fuerte, vivían muy lejos de su lugar de trabajo, gran parte de sus vidas debajo del suelo viajando en el tren subterráneo (“metro”) de mañana y tarde y estaban orgullosas de lo que hacían en su trabajo y de lo que podían hacer con sus ingresos. Sus hijos iban a la universidad o ya eran profesionales, eran parte importante de lo que se llama “el sueño americano”. Y yo empezaba a ser parte de este duro pero fascinante mundo. Yo también, a mi manera, perseguía mi sueño americano!

Para el mes de abril de 1967, mi amigo Alberto Terreros (mi ángel de la guarda) había conseguido un trabajo nuevo como bus boy (ayudante de meseras) en el famoso club nocturno Playboy de Nueva York e inmediatamente me consiguió uno igual en el mismo club, con el mismo horario y la misma remuneración. Eso me permitió dar el salto desde la International House of Pancakes (IHOP) y de lavador de platos, al mismísimo club donde las meseras eran chicas muy lindas de entre 23 y 28 años, de esculturales cuerpos y caras de muñeca, vestidas de conejitas, reclutadas personalmente por el señor Hugh Hefner el ya famoso dueño de la Revista Playboy y de los clubes del mismo nombre, con su exquisito gusto por las mujeres bonitas y la gran vida, y dueño de un imperio de la diversión.
UNA BUNNIE (CONEJITA) DEL PLAY BOY CLUB
El Playboy Club de Nueva York estaba situado casi en la esquina de la calle 59 y Park Ave., frente al inmenso edificio de la General Motors y diagonal al famoso Hotel Plaza, a solo unas pocas cuadras del gran Museo Metropolitano de la ciudad. La esquina sur oriental del Parque Central de Nueva York estaba solo a unos cincuenta pasos. Mi trabajo era ayudar a las conejitas a arreglar y limpiar mesas principalmente para servir cocteles a los socios del club y sus invitados. Mi salario subió de cuarenta y cuatro dólares semanales a $75 más la propina que el club entregaba cada quince días, con lo cual empecé a ganar un promedio de $160 dólares semanales, casi cuatro veces lo que ganaba lavando platos en IHOP, era un platal para mi, y empecé a ahorrar. Amaba mi trabajo porque empecé a interactuar con otro tipo de gente; podía usar más frecuentemente mi inglés; trabajaba con las bellas conejitas y como bono especial, al menos dos noches por semana podía ver (entre servicio y servicio), los fantásticos shows que en el “Playroom” se presentaban para deleite de los clientes del Playboy Club.

Tuve que cambiar mis clases de inglés al horario diurno y ahora ellas comenzaban a las nueve de la mañana y terminaban a la una de la tarde. Como resultado, llegaba a mi trabajo a las dos y media de la tarde, comía con los empleados y tenía tiempo para hacer deberes y descansar. Me esperaba una jornada de ocho horas de trabajo. Me gustaba mi trabajo, mi horario, mi sueldo, me fascinaban las conejitas a las que veía tan de cerca que hasta podía tocarlas (pero nunca lo hice), era casi un sueño!
A mediados de mayo, cuando las clases de la universidad llegaron al fin del trimestre, otra vez mi amigo Alberto Terreros me consiguió un nuevo trabajo, a tiempo parcial en el “Clouds’ Club” (Club de las Nubes) en la calle 42 de Manhattan, en el piso ochenta del segundo edificio mas alto de Nueva York, el Chrysler Building.

Imágenes de Nueva York
Esta foto de Nueva York es cortesía de TripAdvisor
EL CHRISLER BUILDING EN NUEVA YORK, EL "CLUB DE LAS NUVES ESTABA EN EL PISO 82

Mi trabajo allí era otra vez como bus boy (ayudante de mesero) exclusivamente para la hora del lunch, de 11AM a 2PM. El salario era el mínimo, pero las propinas que nos daban las meseras (15% de las suyas) eran atractivas y se agregaban a la suma que recibía del Playboy Club. En este trabajo de “altura” solo duré dos semanas, porque otra vez, mi “ángel de la guarda”, Alberto Terreros consiguió para él, y también para mí un trabajo de bus boy a tiempo parcial (11 Am a 3PM) en el restaurant de las Naciones Unidas, en el mismísimo edificio de la ONU, en la orilla del Rio East, en la intersección con la calle 42 en el lado Este de La Gran Manzana.


Sólo unos pocos días después de que yo comencé a trabajar en el restaurant principal de la ONU, a comienzos del mes de junio, una coalición de países árabes que incluía a Egipto, Jordania y Siria, con el apoyo logístico, político y económico de casi todo el mundo árabe, sorpresivamente invadió Israel y estalló la guerra en el Medio Oriente.
Los dos primeros días de la guerra los invasores hicieron avances importantes en su intento por aniquilar a Israel, sin embargo, cuando las fuerzas de defensa israelitas, al mando del general Moshe Dayan (el del ojo derecho tapado), lograron reagruparse y contra atacar, los invasores fueron rápidamente repelidos y en los siguientes tres días, rompiendo totalmente la resistencia de los ejércitos árabes, penetraron profundamente en los territorios de los países invasores, tomando total control de la Península del Sinaí al sur, de Las Colinas del Golán al norte y de Judea, Samaria y la Franja de Gaza al este y sureste.

MOSHE DAYAN, DERROTO A LOS INVASORES ARABES EN LA GUERRA DE LOS SEIS DIAS

Esto se convirtió entonces en la victoria más espectacular de la historia, de un ejército de defensa, sobre varios ejércitos invasores que numéricamente le superaban en una proporción de casi cinco a uno.

La Unión Soviética (que apadrinaba a los países invasores), y que en los dos primeros días de la guerra se había negado a apoyar una Resolución pidiendo el cese al fuego, al ver que sus ahijados árabes estaban a punto de ser aniquilados, pidió con urgencia la reunión del Consejo de Seguridad para que se obligue a las fuerzas israelíes a replegarse a sus posiciones de antes del conflicto. El cese de la guerra era vital para los soviéticos, porque su continuación hubiera significado la aniquilación total de los invasores y el desprestigio total de la Unión Soviética y de sus armas utilizadas por los ejércitos árabes.

Las Naciones Unidas se convirtieron entonces en el centro de atención de todo el mundo, y los cancilleres no solo de los países beligerantes, sino de muchos otros países miembros de la ONU llegaron a Nueva York y se reunieron en el salón del Consejo de Seguridad, para discutir una formula urgente de arreglo al conflicto. En esos mismos momentos yo estaba, como si fuera un sueño, trabajando en el edificio de las Naciones Unidas, en el restaurant de las Naciones Unidas, en el mismísimo lugar donde los personajes más importantes del mundo se reunían para discutir y resolver asuntos de transcendental importancia histórica para toda la humanidad.

Esto era increíble. Yo, este muchachito nacido en Pallatanga, de una familia humilde, que había estado en Nueva York lavando platos en un restaurante, que estaba recién aprendiendo el idioma inglés, estaba ahora en medio de los diplomáticos mas importantes del mundo, claro, mientras ellos discutían sobre la guerra y sobre la paz, yo les servía el pan y el agua en las mesas del comedor de la ONU. Conocí entonces personalmente a algunos de esos personajes, y hable con ellos, mientras les servía el agua o el pan en sus mesas. Me sentía en la cumbre del mundo!

En el sexto día de la guerra, y cuando el ejército Israelí estaba a punto de penetrar en las capitales de los países invasores y literalmente aniquilar a sus ejércitos, el Consejo de Seguridad, a través de su Resolución 242, adoptada por unanimidad, ordenó el cese al fuego, la retirada de los ejércitos a sus posiciones antes de la guerra y a todos los países a trabajar para el establecimiento de una paz duradera entre los vecinos árabes y el estado de Israel.

Israel se vio obligado a retroceder, pero no lo hizo a la posición pre-conflicto. Se quedó en la Península del Sinaí, en la Franja de Gaza, en las Colinas del Golán y en la orilla Oeste del Río Jordán. Estos territorios se convirtieron entonces en los amortiguadores de posibles invasiones futuras, pero al mismo tiempo en el posible detonante de un polvorín que en cualquier momento pudiera destruir al mundo.

Sólo Egipto y Jordania recuperaron muchos años después, mediante tratados de paz separados firmados con Israel, los territorios perdidos en “la guerra de los seis días”. Las Colinas del Golán, que pertenecían a Siria, aún son retenidas por Israel, como una zona de amortiguación y de protección contra futuros ataques por sorpresa al estado judío.

El no cumplimiento pleno de esta resolución y de otras posteriores similares, por parte de los países en conflicto, ha significado que éste no sólo se mantenga, que se intensifique y se agrave, sino que haya llegado a un punto en que el mundo de ha acostumbrado a vivir con él, pensando que no tiene solución posible, pero también consciente de su gravedad y de su peligrosidad para la paz mundial.


En mi próximo capítulo: DE NUEVO A LA UNIVERSIDAD

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