Wednesday, December 22, 2010

EL SIGLO XX LLEGA A PALLATANGA


PALLATANGUEÑOS CONSTRUYENDO CON SUS MANOS
EL CAMINO PILOTO EN 1950

Fue a mediados de 1950, cuando yo estaba en cuarto grado de la escuela, que con un retraso de cincuenta años, el siglo XX llegó a Pallatanga. Lo hizo a bordo de vehículos motorizados, que eran artefactos del mundo moderno que en nuestro pueblo se desconocían. Por muchos años toda la gente del pueblo incluyendo los niños escolares, entre ellos yo, habíamos trabajado en las mingas ayudando en la construcción del camino piloto que uniría a Pallatanga con Riobamba. Era una obra de ingeniería de caminos que desafiaba a la geografía agreste de la sierra, a la mismísima cordillera central, que requería subir montañas de más de cuatro mil metros de altura, sólo para volverlas a bajar, atravesar cañones profundos hasta llegar a los ríos que se alimentaban de las grandes montañas, y volver a subir, sólo para volver a bajar hacia el lujuriosamente fértil valle de Pallatanga. Era un camino que con ligeras variaciones debido a lo empinado de ciertos trechos, seguía el mismo trazado del viejo camino de herradura que ancestralmente unía los dos puntos, en efecto, era casi el mismo camino que mis padres siguieron diez años atrás, cuando viajaron a lomo de mulas para hacer posible mi nacimiento en Pallatanga.

Por fin, en el verano de ese año, se anunció que pronto llegarían LOS CARROS a Pallatanga. Esta vez iba en serio. Tanta había sido la espera y la desesperación de la gente por este evento, que recuerdo que una viejecita de ochenta años que alguna vez había viajado fuera de Pallatanga y había visto un carro, a manera de predicción pesimista,alguien la oyó decir que “antes vería volar un burro que rodar carros en Pallatanga”.

Nunca vi volar un burro, pero si fui testigo de la llegada del siglo veinte a Pallatanga, a bordo de una fila de vehículos jeep, verdaderos gatos motorizados que por poco trepaban los árboles. Ellos eran verdaderas reliquias de la Segunda Guerra Mundial, fue un verdadero evento histórico en la vida de mi pueblo, tal vez el evento más importante del siglo XX para Pallataga y los pallatangueños. Era el momento culminante de un sueño de mucho tiempo, UNIR A PALLATANGA CON LA CIVILIZACION Y EL PROGRESO, ERA UNIR A PALLATANGA CON EL MUNDO MODERNO.


LOS PRIMEROS JEEPS, ABRIENDO CAMINO
PARA LLEGAR A PALLLATANGA

El día de la llegada de los carros ocurrió en medio de la expectativa de todo el mundo; ancianos, adultos, jóvenes y niños, mujeres y hombres estábamos alerta todo el día, los últimos trabajos para permitir el paso de los carros se estaban dando en un escarpado lugar llamado Panza, a unos diez kilómetros del pueblo, allá, arriba en la cordillera. Se acercaba la noche y el paso aún seguía cerrado, muchos hombres, con pico y pala seguían trabajando en el estrecho pero peligroso sitio para permitir el paso de los carros. Finalmente, a las seis y media de la tarde, y cuando ya la noche empezaba a llegar, el bendito paso se abrió, esto hizo que la llegada de los carros a Pallatanga fuera en la noche, como para causar el mayor efecto visual a los que allá, mil metros más abajo y a diez kilómetros de distancia, en el valle, con ansiedad esperábamos la llegada de los carros.

Con casi toda la gente del pueblo mirando hacia el norte, hacia la montaña por donde serpenteaba el pequeño camino piloto construido a brazo limpio de la gente. A las siete de la noche, y ante una emoción incontenible de todos los habitantes del pueblo, se divisaron las primeras luces de los carros que bajaban lentamente por el sinuoso camino hacia el pueblo. Aún estaban a unos cinco kilómetros montaña arriba, pero sus luces alumbraban la noche como si fuesen inmensos rayos de sol en medio de la obscuridad. La gente se abrazaba, gritaba de la emoción, algunos lloraban, otros reían y todos estábamos felices, las luces cambiaban de dirección a medida que los carros tomaban las curvas del camino, pero se venían acercando. La emoción crecía, se veían tantas luces y tan fuertes y claras como jamás se habían visto en este pueblo, las campanas de la iglesia se echaron a volar, nunca habían sonado tanto tiempo ni con tanta insistencia, era la gloria…

Pallatanga estaba a punto de entrar al siglo veinte, era increíble para todos, estábamos viviendo un momento histórico. Un fuerte olor a canelazo (bebida caliente que contiene aguardiente, agua de canela, azúcar y limón y que la toman mucho en la sierra, “para el frío”) se percibía por todos lados, las mujeres repartían esta bebida entre todos los adultos, mientras a los menores nos daban agua de canela caliente. Las luces continuaron zigzagueando mientras los carros descendían lentamente la montaña hasta desaparecer por unos minutos cuando los carros tomaban las curvas en los cerros ya vecinos.

Cuando los carros llegaron a la parte llana del camino, las luces desaparecieron por un momento dejando a lo lejos sólo un resplandor, añadiendo suspenso a este histórico momento De pronto volvieron a verse los destellos luminosos a una distancia cada vez más cercana, hasta que, finalmente, a las siete y cuarenta minutos de la noche llegaron a Pallatanga, uno tras otro un total de veinticinco jeeps y ocho motocicletas. Los jeeps eran de aquellos vehículos livianos que las tropas americanas habían usado en sus combates en la segunda guerra mundial, vehículos para todo terreno, con doble transmisión, los únicos que podían circular, aunque muy despacio, en el camino virgen que los palltangueños habían construido con sus callosas manos durante muchos años de esfuerzo comunitario.

La llegada de los carros desató un festejo que duró una semana. Se hicieron fiestas, banquetes y comelonas que por poco acaban con la población de gallinas, pavos, cerdos y cuyes del pueblo. Se consumió aguardiente hasta intoxicar a medio pueblo y sus visitantes. Nunca antes había habido en Pallatanga una celebración semejante. Había olor a gasolina y aceite lubricante por todo lado, eran olores nuevos para los pallatangueños, olores del progreso, eran los olores del siglo veinte que llegaba por primera vez a este pueblo a bordo de una columna de jeeps.

Los niños, incluido yo, no encontramos una diversión más excitante que correr a lo largo y ancho del pueblo atrás de los jeeps para subirnos en la parrilla trasera que le servía al jeep de parachoques. Así tomábamos un paseo gratis. Los choferes de los jeeps, al principio tolerantes, luego empezaron a perder la paciencia con los chicos, pero ya era tarde, los muchachos ganamos la pelea. Nos tuvieron que tolerar por bastante tiempo después de la inauguración de la carretera.


CHICAS DE PALLATANGA ENTUSIASMADAS
CON LOS JEEPS Y SUS PILOTOS

Los héroes de la jornada eran, obviamente los choferes de los vehículos recién llegados, la gente los veía con curiosidad, con respeto y admiración. Eran considerados y admirados como muchos años más tarde lo fueron Yuri Gagarin o Neil Armstrong y los otros astronautas que llegaron a la luna. Las chicas del pueblo se morían de ganas por “conocer personalmente y luego salir a pasear con los choferes”, y algunas de ellas quedaron con recuerdos de esos choferes para el resto de sus vidas, recuerdos que se materializaron nueve meses después de la llegada de los jeeps… Los perros del pueblo fueron los únicos que declararon la guerra a los jeeps. Perseguían a estos por largos trechos hasta quedar exhaustos, pero solo para tomar aliento y perseguir con la misma furia al próximo jeep que pasaba por sus predios.



NIÑOS DE PALLATANGA AGRADECIENDO A
VELASCO IBARRA POR LA NUEVA CARRETERA

Fue en la administracion del Presidente Velasco Ibarra en los años sesenta que finalmente se construyó la nueva carretera Riobamba-Cajabamba-Pallatanga-Bucay, que es la que hoy une el centro de la república con la Provincia del Guayas y que hizo de Pallatanga no solo un punto en el mapa de la nación, sino un lugar de comercio, de creación de riqueza, de turismo y de descanso para familias de todas partes de la nación.


VELASCO IBARRA EN PALLATANGA,
INAUGURANDO LA NUEVA CARRETERA

Unos tres días después de la llegada de los “jeeps” a Pallatanga, la era del cine también llegó a nuestro pueblo. En una improvisada sala al aire libre, detrás de nuestra escuela, con una pequeña pantalla hecha con sábanas desplegadas sobre una pared, y utilizando para la proyección la energía del motor de un jeep, se estrenó en Pallatanga la película en blanco y negro “Bayoneta Calada” basada en una historia que se desarrollaba en la Guerra de Corea. No recuerdo en detalle el argumento de la película, pero si recuerdo que trataba sobre la estratagema de un batallón de tropas americanas que quería escapar de una zona copada por soldados chinos y norcoreanos. Lo que sí recuerdo muy claro, es que a los pallatangueños les era tan nuevo el asunto del cine, que en las escenas nocturnas de la película, de todos los lados de la audiencia apuntaban a la pantalla con sus linternas de mano encendidas, intentando dar más luz a las escenas, hasta que alguien decidió parar la película y explicar al auditorio que no debían encender las linternas durante la exhibición, que la luz de las linternas sólo arruinaba la escena en la pantalla. Un poco avergonzados por la reprimenda, los autores de las luces especiales nunca más volvieron a prender sus linternas.

Fueron días de mi infancia que jamás olvidaré y me dejaron una lección muy grande: Nada es imposible cuando un pueblo se empeña en alcanzar el progreso. Nada es imposible cuando hay la decisión de alcanzar las metas que se persiguen.

En mi próximo capítulo: MI HERMANA LILITA, MI PROFESORA