Thursday, July 8, 2010

MIS RAICES

Preámbulo
En estas memorias, los hechos y situaciones relatados que yo mismo no viví, no son, no pueden ser, un recuento exacto y minucioso de los mismos, sino una forma literaria de llenar espacios vacíos, respaldada por relatos de familia que me han permitido tender puentes, allí donde faltan mis vivencias personales

Rafael Romero Montiel, Guayaquil, Julio 8 de 2010


Rafael Romero Montiel, Guayaquil, Julio 8 de 2010

Rafael Izurieta Restrepo, mi tatarabuelo, nació alrededor de 1820, en algún lugar de Antioquia, Colombia. De estirpe paisa, campesino de cepa, amante de la tierra, de la farra, del buen trago y de la belleza de las mujeres. El es un aventurero, valiente y decidido, mide un metro ochenta y cinco, es blanco, pecoso, pelo castaño claro, ojos azules como el mar, de nariz y orejas muy grandes. “piernilargo” le dicen sus amigos y allegados. Cuando tenía alrededor de 22 años de edad, monta su caballo y halando una mula que carga su escaso equipaje, sale de su casa paterna y se junta a un grupo de arrieros que se encaminan hacia el sur.

Eran los días de la revolución criolla contra los colonizadores españoles y las únicas rutas existentes eran los caminos abiertos por las tropas en su vaivén revolucionario o por los chapetones españoles defendiendo la existencia del imperio. Rafael se va rumbo a lo desconocido, en busca de su destino, en busca de aventuras, como buen “paisa”, en busca de tierras para cultivar y de una mujer con quien formar un hogar y compartir su vida.

Después de cabalgar por más de un mes, siguiendo la ruta de Los Libertadores, en jornadas de diez horas diarias, atravesando valles, ríos, montañas, páramos y quebradas; abriendo caminos y guiándose sólo por el horizonte y su intuición, llega a la pequeña ciudad de Ambato en lo que hasta hace poco tiempo había sido la Real Audiencia de Quito, gobernada por los conquistadores y a más de mil doscientos kilómetros de distancia de su casa paterna, de su tierra natal y de su tronco familiar. Solo quiere descansar, esta no es realmente la tierra que busca, no se parece en nada a su natal Antioquia que es montañosa pero verde, de tierras fértiles y húmedas, pero su cuerpo, su caballo y su mula no dan más, necesitan descanso, él está agotado y necesita descansar, pide “posada” en una casa cerca del camino. Sus habitantes, generosos, lo reciben bien, le invitan a descansar, a compartir su techo, le dan posada y alimento y le invitan a quedarse el tiempo que él quiera. Ellos necesitan ayuda en sus labores agrícolas.

Es la familia Espinoza, ambateños, cultivadores de cebolla, de papas, de alverjas, de frejoles, de manzanas, duraznos, peras, membrillos y otras frutas. Son tres, los dos “viejos” y su única hija Luz María, una mujer blanca, de 20 años, de pelo negro brillante, de ojos verdes, de andar pausado y cadencioso, usa trenzas en su peinado diario y es quien ayuda a sus padres en sus quehaceres campesinos y el cuidado de su amplio y florido jardín lleno de rosas, begonias, petunias, hortensias, y violetas. Alrededor de su casa esta su huerto de manzanas, duraznos, limones y capulíes, todos están en flor, pronto empezarán a aparecer los brotes de pequeñas frutas que en tres meses estarán maduras, deliciosas.

Rafael encuentra en la casa de los Espinoza el reposo que necesitaba y la tradicional acogida de la gente de estas tierras, que siempre ha recibido al “forastero” con una genuina sonrisa a flor de labios, con afecto, con sinceridad, con generosidad, con bondad. Lo invitan a quedarse unos días hasta que sus fuerzas y las de sus cabalgaduras se recuperen del todo, y además, a la hora de la comida lo invitan a hablar de sus planes, de su pasado y de lo que podría ser su futuro. Voluntarioso, y, como dicen en su tierra, “comedido”, Rafael empieza pronto a ayudar a sus anfitriones a cuidar sus cultivos, a deshierbar la sementera de papas, a limpiar los surcos de la cebolla, del ajo y del ají.

Luz María, joven y bella, casi inmediatamente después de haber llegado el “huésped”, sin darse cuenta ha empezado a vestirse mejor, a soltar su pelo largo y a dejar que se descuelgue sobre su espalda, ha comenzado a ponerse un perfume de rosas sobre sus hombros y alrededor de su cuello; sin darse cuenta se ha puesto más bonita y sus padres lo notan pero no lo dicen. Quien lo ha notado más y ha “anotado” en su cabeza es Rafael, él ha empezado a buscar a Luz María por todos lados, casi a seguirla con la vista por donde ella fuera, mientras ella, mujer al fin, ha empezado discretamente a “dejarse ver” a irregulares intervalos y a simular que no había notado la presencia de Rafael. Los días pasan para Rafael cada vez más rápidos, sabe que debe irse pronto pero su corazón, que se “ha enganchado” ya en esta tierra, le dice que no debe irse. Tímido como casi todo hombre a esa edad, no sabe qué hacer, sus planes previos y su cerebro le dicen que es tiempo de seguir su camino, pero su corazón le invita a quedarse. El debe hacer algo, y pronto, o decidirse a partir para no regresar.

Luz María sale por las mañanas al arroyo más cercano con sus dos baldes de madera a recoger el agua para el uso diario, pero esta vez Rafael que ya ha notado la rutina y ha tomado una decisión, la sigue, y al llegar al arroyo se acerca a ella, con un ramo de grandes rosas rojas en la mano, tomadas del rosal que ella mismo cuida diariamente. “Luz María”, le dice, “con estas rosas, cuya belleza palidece ante la suya, quiero decirle que estoy locamente enamorado de usted, y que he decidido pedirle que se case conmigo, que sea mi compañera para toda la vida”, y agrega,”desde el mismo momento que la vi, mi corazón se prendó de usted, y ahora ya no puedo irme si usted no está conmigo, la quiero a morir”, “por favor, déjeme quererla”.

Luz María retrocede brevemente, palidece y se pone muy nerviosa, esta es la primera vez que un hombre le ha hablado así, le encanta el acento paisa de este apuesto hombre a quien sólo ha conocido menos de dos semanas y a quien sin embargo empezó a mirar y admirar casi desde el primer día. “No sé qué decirle Rafael”, avanza a murmurar, mientras sus ojos le traicionan y empiezan a mirar directamente a los ojos de su interlocutor, e inmediatamente la delatan, sus miradas se encuentran, se conectan, los dos lo saben, esto no es otra cosa que una mutua y genuina atracción. El no resiste la tentación y extiende su mano para tomar la de ella, que tiembla pero se extiende generosa para tomar la de él. Ya no hay mas palabras, el arroyo de agua limpia y el florido y perfumado campo son testigos de un abrazo, tembloroso al principio, pero largo y cálido después, coronado por un beso de dos jóvenes que han descubierto que se atraen, que se aman y que acaban de hablar con sus ojos, con sus brazos y sus labios lo que no lo han podido decir con palabras.

Rafael se quedó en Ambato, se casó con Luz María y tuvieron dos hijas y cinco hijos, el último de los cuales, Rafael María Izurieta Espinoza, nacido en 1839, es mi bisabuelo y de él voy a decir lo que he podido averiguar de varias fuentes.

Rafael María Izurieta nació en Mocha, muy cerca de Ambato, llegó a lo que hoy es Pallatanga a mediados de la década de 1860, a la edad de 21. Joven, apuesto, fuerte, valiente y ansioso de aventuras, igual que lo que hizo su padre muchos años atrás. Montó su caballo y salió de Mocha, donde vivía, y emprendió el camino que su padre nunca terminó de recorrer, camino de descenso desde la sierra fría, hacia las tierras casi vírgenes y de fertilidad sin límites, en las estribaciones de la cordillera occidental en la provincia del Chimborazo. El se quedó en esa tierra de montañas de pendientes suaves, de bosques frondosos, de rápidos arroyos, de aguas que brotan de las rocas o simplemente desde el suelo, aguas cristalinas que descienden apresuradas y casi cantando desde las montañas, que siguen en rápido descenso por los cerros, que suavizan su marcha al pasar por ondulantes colinas y hermosos valles, y que se juntan de a poco en pequeñas quebradas, como en fértil matrimonio, hasta formar correntosos ríos ansiosos de regar los campos y embellecer el paisaje con vegetación exuberante, antes de depositar sus aguas en los correntosos ríos que se apaciguan en el llano tropical y que llegan mansos a su destino final, el inmenso mar Pacífico

Emi próxima entrega: LA TIERRA PROMETIDA