Wednesday, September 15, 2010

LLEGA UNA NUEVA VIDA



PALLATANGA- LA CASA DE MI TIO ANTONIO EN PALLATANGA, TAL COMO ESTA HOY

La familia entera ayuda a mi madre mientras mi padre se ocupa de desensillar a las mulas y desempacar el equipaje. “Lilita”, llama mi madre en alta voz a mi hermana de 14 años, tan pronto se ha bajado de la mula, “mi amor, apúrate mijita, ve volando a traer a doña Rosita Lozano, dile que es urgente, urgentísimo, que venga corriendo porque voy a dar a luz inmediatamente”. Lilita no se hace esperar y corre a cumplir con su mandado y, ciertamente en menos de media hora, y cuando mi madre empezó a sentir los más fuertes dolores del parto, llega la comadrona, doña Rosita, que ha sido la partera que ha atendido a mi madre en seis de los ocho partos anteriores. Ella es una experta, casi todos los niños nacidos en este pueblo en los últimos veinte años han sido atendidos por ella. “Urgente, calienten agua que el parto empieza en quince minutos”, dice doña Rosita, y en efecto, a las diez y media de la mañana se oye un fuerte grito de mi madre, e inmediatamente el llorar intenso del recién nacido que a todo pulmón también expresa su júbilo en la única forma que sabe hacerlo, llorando a todo pulmón…
“Es un varón, es un varón”, dice doña Rosita” alzando al recién nacido tomado de los pies y a quien le da dos fuertes nalgadas, como para darle la “bienvenida” a este mundo; “lo sabía, lo sabía”, dice mi madre, aún muy adolorida, e inmediatamente agrega, “tráiganmelo que quiero abrazarlo, quiero besarlo, quiero decirle que lo quiero a montones” y continúa, “hay que bautizarlo inmediatamente, llamen al cura, hay que bautizarlo, mi niño se llamará Rafael, como mi abuelo, por varón, por valiente, y por buen viajero”.
El recién nacido tenía su carita hinchada, con moretones, con señales de golpes en todo su cuerpo como resultado del maltrato recibido en el viaje, pero sobretodo por los golpes recibidos cuando mi madre se cayó de la mula esa misma mañana. Sin embargo, el recién nacido lloraba a todo pulmón, él también estaba feliz de haber llegado y lo expresaba en el único lenguaje que él sabía y todo el mundo le entendía.
Era el martes 30 de junio de 1942 y el recién nacido era yo…
La salud del niño, muy al contrario de lo que podría haberse esperado, es muy buena, se alimenta exclusivamente del seno de su madre por los primeros seis meses, luego empieza a comer alimentos suaves, después de todo, su madre es una experimentada madre de seis hijos vivos. Nadie esperaba que este niño, de repente, sufriera un serio accidente que puso a toda la familia en emergencia. Muy cerca de que yo cumpliera ocho meses y mientras mi madre planchaba la ropa de la familia, usando la plancha de hierro sólido calentada al fuego de carbón como se usaba en esa época, ocurre un incidente que conmueve a toda la familia.
Yo había comenzado a “gatear” y daba vueltas sin cesar por todo el pequeño espacio de nuestra vivienda. Un día, mi madre había colocado la plancha arrimada en la pared de adobe mientras doblaba la ropa ya planchada. De repente, y sin que mi madre se diera cuenta, he llegado gateando hasta la plancha y esta me ha caído sobre mi mano derecha, produciéndome graves quemaduras en toda la mano derecha. Mis gritos y el llanto de dolor eran conmensurables con el daño que había recibido en toda la mano que ahora parecía una sola llaga, la angustia y la desesperación de mi madre y mis hermanos era enorme, corrían de un lado al otro sin saber qué hacer, hasta que mi madre reacciona y por fin me curan con sábila y clara de huevo, cubriéndome la mano con un paño. No cesaban los llantos y debieron pasar varias horas hasta que el cansancio me permitiera dormir.
Mi padre estaba ausente en uno de sus viajes de trabajo, y por tanto no sabía lo que había ocurrido. Cuando llegó de su viaje, mis hermanas y mi madre se turnaban para sacarme de la casa e impedir que mi padre me viera, porque estaba dentro de lo probable que, debido a su temperamento, buscara culpables y terminara causando un grave incidente familiar encima de la tragedia ya ocurrida. La quemadura poco a poco fue curándose, pero en m i mano quedaron serias cicatrices que dejaron tres de los cinco dedos de mi mano derecha parcialmente unidos. Al principio de mi vida de estudiante en la escuelita primaria esto me causaba cierto grado de dificultad para escribir, pero poco a poco pude superarlo, y para cuando llegué a segundo grado de primaria, ya me había acostumbrado a lidiar con el problema. Pasados los once años de edad y cuando me aprestaba a ingresar al colegio secundario Aguirre Abad de Guayaquil, fui sometido a una operación en el Asilo Mann de Guayaquil, donde los doctores Eduardo Alcivar Elizalde y Jorge Mite reconstruyeron mi mano casi completamente y la dejaron totalmente hábil en la práctica y casi normal en la parte cosmética.


PALLATANGA-UNA CASA CONSTRUIDA EN 1942
Y QUE AUN HOY ESTA EN PIE

En el segundo gobierno de Velasco Ibarra, en 1944, mi padre llega a ser, por primera vez, el Teniente Político del pueblo, una suerte de comisario que aparte de tener obligaciones policiales, también tenía a su cargo el Registro Civil (registro legal de nacimientos, matrimonios, divorcios y muertes), que antiguamente lo mantenía la Iglesia Católica, pero que desde 1908, con las reformas legales introducidas por la revolución liberal encabezada por Eloy Alfaro, pasó a ser responsabilidad del gobierno central. Con un sueldo de 120 sucres mensuales, que si bien no llenaba todas las necesidades del hogar, ayudaba a llevar la pesada carga de mantener una familia de siete personas, carga que principalmente mi madre la llevaba sobre sus hombros con el producto del trabajo en su panadería. La Tenencia Política, era el puesto administrativo más codiciado por algunas personas en el pueblo, y, como era de esperarse, muchos la buscaban con tenacidad hasta obtenerla, sin importar que esa búsqueda significara necesariamente también, el pedido tácito de que se despida a quien ostentaba esa dignidad. Usualmente era a través de la amistad con el gobernador de la provincia que se conseguía el premio, y, por tanto, había cambio de teniente Político cada vez que había un nuevo gobernador. Mi padre consiguió su posición debido a su altísima lealtad al Velasquismo, cosa que nunca dejó de ser cierto hasta su muerte, casi cincuenta años después, en 1991
Los párrafos anteriores son producto de mi recuerdo de los diálogos que desde muy joven tuve con mi madre. Ella y yo teníamos un amplio y permanente canal de comunicación. Recuerdo que de vez en cuando me recostaba sobre su pecho y ella acariciaba con sus manos mi cabellera de pelo necio y me contaba sobre su juventud, su escuela, su mentor espiritual el padre Arrieta, sobre mis hermanas, mis hermanos, me contaba historias y cuentos de los hermanos que mucho mas tarde me enteré que eran de los hermanos Grimm y otros, de los viejos libros de lectura españoles que ella usó en su escuela primaria. Muchas veces sus ojos se llenaban de lágrimas mientras hablaba. La emoción que ella sentía era incontenible, también yo me contagiaba de ella…y lloraba. Llorábamos juntos en una comunión espiritual grandiosa que extraño, porque nunca más me he comunicado con nadie de esa forma. Ella, sin embargo, jamás me contó sobre la parte más amarga, de su historia personal, de la violencia doméstica de la ella había sido víctima antes de que los varones de la familia naciéramos


UN EQUIPO DE FUTBOL DE PALLATANGA CON SUS MADRINAS-1944

He sentido siempre que desde antes de mi nacimiento, entre mi madre y yo existió una conexión muy profunda y especial, no digo que yo haya sido el “preferido” de ella, porque no creo que lo fuera, después de todo, ella no hubiera nunca aceptado que amaba a un hijo más que a otro, y, sin embargo, cuarenta y un años después de su muerte, pienso que la conexión que teníamos era mucho más grande que la que mis hermanos y hermanas podrían haber sentido. Aún hoy la siento, casi que la veo, vigilando el bienestar de sus hijos, pidiendo a Dios por nosotros, dándonos aliento para superar dificultades y avanzar siempre hacia adelante en nuestros caminos de la vida. Recuerdo especialmente nuestro diálogo en una ocasión, cuando yo debo haber tenido unos siete años, ella me encontró meditabundo, sentado en el piso de la esquina de la casa, muy cerca de la gran cruz de madera que estaba frente a nuestra casa y que alumbrábamos en honor a la Virgen María, para el primero de mayo, con linternas de kerosene que nos prestaban las familias del pueblo. Yo tenía mi mirada puesta en el horizonte, hacia el suroeste, como queriendo llegar con mi mirada más allá de las montañas, hacia donde yo intuía que estaba Guayaquil, la gran ciudad y hacia donde yo pensaba que se extendía el mundo.
En mi próxima entrega: MI NIÑEZ