Saturday, November 13, 2010

LA VICTROLA, LA MUSICA Y LAS PELEAS DE GALLOS

LA VICTROLA CAUSO GRAN
SENSACION
EN PALLATANGA EN 1950

Fue por esa época que mi padre nos sorprendió a todos en la familia cuando un día, de regreso de uno de sus viajes a Guayaquil, trajo a nuestra casa una Victrola. La victrola era un fonógrafo diseñado por RCA Víctor, los fabricantes pioneros de la música en el mundo. El fonógrafo consistía de una caja de resonancia, dentro de la cual había un pequeño motor que hacía rotar un tablero sobre el cual se colocaba un disco de acetato de 78 revoluciones por minuto. El motor era accionado por un mecanismo que funcionaba con una manivela o “cuerda” que hacía rotar al tablero, mientras una aguja metálica “leía” la grabación en el disco y que debía ser cambiada continuamente para que la “lectura” fuera nítida. La aguja estaba sostenida en una cabeza que era puesta sobre el disco grabado y que se llamaba diafragma. Este aparato musical que fuera una sensación en los Estados Unidos a principios de la década de 1910, llegó a Ecuador en los primeros años de la década de 1940 y, a Pallatanga, por primera vez, de las manos de mi padre, en los primeros años de la década de 1950.




LA MUSICA DE LOS PACHOS LLEGO A PALLATANGA
EN LOS DISCOS DE LA VICTROLA DE MI PADRE

En Pallatanga se conoció la noticia de la llegada de nuestra victrola en cuestión de minutos. Docenas de personas del pueblo vinieron a nuestra casa y se ubicaron fuera de ella, mientras mi padre, con la ayuda del “mecánico del pueblo”, Acevedo Torres, trataba de poner a funcionar este novedoso aparato musical. Tomó alrededor de una hora hasta que Acevedo logró hacer que la victrola funcione, y era como si se tratara de algo mágico, desde esta pequeña caja mecánica, salían las voces de los cantantes. La mayoría de los discos que mi padre había traído junto con la victrola eran grabaciones de “Los Panchos”, el trío mexicano que estaba de moda en el mundo latinoamericano, con sus boleros que hacían suspirar a los jóvenes enamorados. Esto dio lugar a que en Pallatanga se forme un trío, que lo llamaron “Los Trovadores del Valle”, y del cual eran miembros el propio Acevedo, que hacía de segunda voz, Galo Borja, un joven y apuesto muchacho del pueblo, y Sergio Cardoso, un hombre de unos veinticinco años, sastre de profesión, y que tocaba muy bien la guitarra. Este trío tuvo éxito en Pallatanga y después de algún tiempo hizo giras por poblaciones vecinas, donde fueron acogidos con entusiasmo y hasta llego a grabar un disco en los estudios de Feraud Guzmán en Guayaquil. Lo cierto es que la Victrola fue, por muchos años, el instrumento infaltable en las fiestas de los pallatangueños, hasta que años más tarde llegaron los radios, luego los tocadiscos y otros aparatos que reemplazaron a la novedosa victrola de mi padre.




EL GALLO DE PELEA ES UN AVE

IMPRESIONANTEMENTE HERMOSA


Fue más o menos por esta época que yo me empecé a involucrar indirectamente en el espectáculo de las peleas de gallos, una costumbre traída por los españoles a América, y que nuestros antepasados antioqueños y serranos la habían adoptado “de todo corazón”, al punto que prácticamente no había un hombre adulto en el pueblo, que no fuera un “gallero”, esto es, un criador de gallos y un fanático de las peleas de gallos. Nosotros, los “pequeños”, éramos a menudo encargados del cuidado de los gallos, un meticuloso cuidado que incluía asegurarse de que la ración alimenticia diaria fuera exactamente igual todos los días, en la mañana y en la tarde. Debíamos también asegurarnos de que después de cada ración alimenticia, el gallo tomara exactamente veintiún bocados de agua, pero, además, debíamos sacar a los gallos de su jaula, hacerlos correr para que estuvieran en condiciones de “aguantar” una pelea completa y derrotar al adversario de turno. Nunca me gustaron las peleas de gallos, no porque tuviera escrúpulos relacionados con lo violento de las peleas o la sangre que allí se derramaba (era muy temprano para eso), sino porque el cuidado de los gallos me quitaba, a menudo, mi tiempo de juego después de las horas de la escuela, y, si bien pocas veces recibía de mi padre una felicitación por mi trabajo, frecuentemente me traía algún reproche por un trabajo posiblemente incompleto o mal hecho.



LA PELEA DE GALLOS ES SANGRIENTA, SIN CUARTEL

En Pallatanga, las “peleas de gallos”, acaparaban la atención de casi todos los hombres adultos, y de algunos chicos cuyas madres no les prohibían específicamente este espectáculo ( a nosotros, nuestra madre nos había prohibido específicamente este espectáculo. La “gallera” (o el coliseo de gallos, como se llama ahora), estaba ubicada detrás de la casa de don Luis García, junto a la Iglesia, y era el equivalente al “coliseo Romano”, donde muy pocas veces al perdedor se le perdonaba la vida.
Cada domingo, después de la misa del mediodía, todos (o casi todos) los hombres adultos, salían de la iglesia y entraban a la “gallera”, una especie de pequeño coliseo donde en el centro estaba una pista circular de un radio de tres metros, donde se desarrollaban las peleas de los gallos, y alrededor de ella unos graderíos donde el público se sentaba a ver el “espectáculo” y desde donde, a gritos se hacían las apuestas.


LOS GALLOS SON AVES
MUY AGRESIVAS Y VALIENTES


Como si fuera un espectáculo de futbol en un gran estadio, los “fanáticos” declaraban su preferencia por uno de los dos gallos e inmediatamente apostaban con los espectadores vecinos que preferían al “otro” gallo. En sus gritos, los fanáticos identificaban a “sus” gallos favoritos por el color de sus plumas, así habían, el gallo giro, el colorado, el cenizo, el blanco, el pinto o el negro. De pronto sonaba una campana, como se hace en el box al comenzar un match, y la pelea comenzaba. El instinto “peleador” de estas nobles aves hace que inmediatamente se ataquen con sus mortíferas armas llamadas “espuelas”, que son apéndices óseos muy agudos que tienen una pulgada arriba de sus patas, apuntando hacia atrás , y que sus dueños se encargan de afilar para que causen el máximo daño posible al contendor, en algunos casos causándole la muerte.
El árbitro (como en las modernas peleas de box) presenta a los gallos que van a pelear, que están en los brazos de su respectivo dueño, e indica que en pocos momentos comenzará la pelea. La campana suena y la pelea comienza. La gallera está llena a reventar, hay mucho humo de cigarrillos y olor a aguardiente, porque para calmar sus nervios casi todos los espectadores fuman y beben aguardiente. Se cruzan las apuestas o se incrementan, algunos gritan ofreciendo ventaja de dos a uno, de tres a uno, y hasta de diez a uno a favor de su gallo preferido. De pronto el espectáculo se vuelve sangriento, un gallo le causa una herida al otro, la sangre salpica a las tribunas y la ropa de los espectadores se mancha con ella, esto eleva aún más la emoción y la adrenalina de los fanáticos que siguen gritando; daaaale griiiiiro, daaaaaale, acaba con el colorado, ya lo tienes listo, vaaaaamossss, usa tus espueeelassss, voy diez a cinco, otro espectador contesta aceptando la apuesta y grita de seguido, vaaamossss colorado, daaaale que tu sabessss pelear, tu eres bueno, dale duuuurooo. Esto dura por unos tres minutos, los gallos empiezan a mostrar algo de cansancio pero sigue la pelea, de repente suena la campana y el árbitro la para, los dos dueños toman en sus brazos sus respectivos gallos y escupen agua con alcohol en sus cabezas sangrantes, se meten la cabeza del gallo a la boca y tratan de calmar el ardor que debe causarle al animal el alcohol sobre las frescas heridas. De la boca de los dueños de los gallos sale sangre, ellos se limpian con la manga de su camisa o con una pequeña toalla que llevan en el brazo y siguen aplicando el “tratamiento” a su animal hasta que suena la campana para el siguiente round. Un minuto de descanso y nuevamente suena la campana, los dos gallos vuelven a la pelea y siguen atacándose sin pedir ni dar cuartel, pelean dos o tres rounds más, y el agotamiento de los gallos es evidente. Para que la pelea termine y haya un ganador, uno de los gallos debe caer muerto, o “clavar el pico” en el suelo en señal de rendición.


EN LA PELEA DE GALLOS EL PERDEDOR, SI SOBREVIVE, TERMINARA COMO "SECO DE GALLINA"

El griterío se oye a más de cien metros de distancia, y Dios, que está en la iglesia junto a la gallera, debe oírlo como en sonido estereofónico. La pelea termina y los eufóricos ganadores empiezan a cobrar sus apuestas mientras los cabizbajos perdedores pagan y esperan la próxima pelea para resarcirse de sus pérdidas. Ese era el espectáculo más esperado por todos los hombres de Pallatanga y el “coliseo” lucia todos domingos tal como debe haber lucido su lejano pariente en los comienzos de la civilización occidental, en la Roma de los Cesares. El gallo perdedor normalmente no sobrevivia, y si lo hacia, muy pronto terminaba en la olla en calidad de "seco de gallina"