Monday, September 10, 2012

EN LA PISTA Y LISTO PARA DESPEGAR

Pepe García me hizo sentir como en mi casa; me explicó que LA FIRMA estaba abriendo esta nueva oficina en Guayaquil, en anticipación al comienzo de una etapa de oportunidades de negocios en el Ecuador. El país, según me explicaba, estaba a punto de comenzar una era de crecimiento y desarrollo económico, porque, por primera vez en su historia, pronto iba a convertirse en un país exportador de petróleo. Esto, me explicaba Pepe, “hará al país muy atractivo para la inversión extranjera, creará oportunidades de empleo para la gente, especialmente para la gente joven, y traerá prosperidad y bienestar a la población del país en general”. Los hechos posteriores probaron que la percepción de Pepe era absolutamente correcta. La década de los 70 fue una de crecimiento y desarrollo económico sin paralelo en la historia del país.

Los recursos económicos que vinieron con el petróleo, permitieron a los gobiernos de esa época construir carreteras, escuelas, hospitales, y vivienda popular, pero, desafortunadamente, el mal manejo de los fondos públicos en manos de políticos y tecnócratas corruptos e improvisados, hizo que el crecimiento y el desarrollo económicos se quedaran en la superficie, y que la gran masa de la población pobre del país apenas sintiera un “leve goteo”, que era sólo el sobrante de la lluvia de recursos que llegaban al Ecuador. La burocracia y los recursos que demandaba su mantenimiento, crecieron de manera desproporcionada, llegando en pocos años a crecer tanto, que el país volvió a tener déficits fiscales importantes a mediados de la década de los 70, a pesar de que los recursos petroleros seguían llegando a raudales. Allí comenzó una etapa de “endeudamiento agresivo” que no sólo que frenó el desarrollo del país, sino que lo paralizó en las tres siguientes décadas, que se han conocido históricamente como las “décadas perdidas”

Pepe me presentó a otros dos nuevos miembros del staff, graduados en el Instituto Tecnológico de Monterrey (Raúl Molina y Franklin Mazón) en México, a quienes yo ya había conocido brevemente en su paso por la Escuela de Administración de la Facultad de Economía de la Universidad de Guayaquil, y que iban a comenzar a trabajar para AA&Co., el mismo día que yo, el 19 de enero de 1969.

También me presentó Pepe al más antiguo miembro del staff de La Firma, el economista Manuel Alvarado (+), recientemente graduado en la Escuela de Administración de Negocios de la Universidad Getulio Vargas de Sao Paulo, Brasil. Los otros dos miembros del staff de la firma eran: Antonio Sánchez, quien luego se convertiría en (y aun lo es) uno de mis mejores amigos de toda la vida, y Santiago Guime, quienes aún seguían (igual que yo) sus estudios en la Facultad de Economía.

Pepe me dio un tour de la oficina y entonces pude ver que ella tenía una sala grande donde en lugar de escritorios, para el staff habían seis mesas rectangulares de dos metros por uno veinte cada una y que permitían que cuatro personas trabajaran cómoda y simultáneamente en ellas. Evidentemente la oficina tenía bastante espacio para expansión puesto que a la fecha de mi reclutamiento, sólo íbamos a ser seis personas en el staff de auditoría. También tenía una oficina pequeña de unos diez metros cuadrados, en la que se ubicaría al primer senior de auditoría, que estaba por llegar desde Chicago (Jerry Windham), y que sería muy pronto mi primer y más importante tutor.

Entre todo el personal de staff de LA FIRMA, el único soltero era yo. Los demás estaban casados y tenían hijos. Como consecuencia de eso, mis prioridades personales eran sustancialmente diferentes a las de ms colegas. Mientras yo había comenzado a trabajar con la idea de hacer una carrera de largo plazo en Arthur Andersen, dado el prestigio de LA FIRMA, a los demás les preocupaba mucho el sueldo que tenían y estaban a la caza de una oportunidad de trabajo mejor remunerada que les permitiera mantener a sus familias. Eventualmente eso hizo que algunos se fueran a trabajar para la industria y otros se quedaran a la espera de una oportunidad de hacer lo mismo.

El diecinueve de enero, mi primer día de trabajo Pepe nos invitó a un almuerzo, durante el cual tuvimos una amena conversación, en la cual nuestro nuevo jefe nos hizo un poco de historia de LA FIRMA, su fundador, un contador público sueco que había inmigrado a los Estados Unidos durante los años de la Gran Depresión y a quien le tocó superar muchas dificultades económicas antes de ver a su firma surgir como una de las mas importantes del mundo.

También nos habló de las expectativas de la compañía en Ecuador; de los programas de entrenamiento para los nuevos miembros, que incluían seminarios de varias semanas de duración en Cali y Bogotá, en Colombia, y en Ciudad de México. Estos programas estaban diseñados cuidadosamente para poner a los nuevos miembros del staff, a la par en conocimientos teóricos de contabilidad y auditoría, con los miembros más antiguos del grupo de auditores. Estos últimos se encargarían luego, ya en el terreno, en los trabajos con los clientes, de hacer que los nuevos pusieran en práctica, con adecuada supervisión, los conocimientos adquiridos y o reforzados en los seminarios de entrenamiento. Todo estaba previsto para garantizar que el trabajo de LA FIRMA para sus clientes, se hiciera con estándares de calidad comparables a los que se hacían en cualquier otro país donde ella prestaba sus servicios.

Mi entusiasmo por LA FIRMA y mi trabajo en ella iba in crescendo, no sólo que me iban a preparar con entrenamientos especiales antes de empezar a trabajar en un área en la que no me sentía muy bien preparado (contabilidad y auditoría), sino que, además, en el proceso, iba a tener la oportunidad de conocer nuevos lugares, y me pagarían muy bien para ello. Los entrenamientos de grupo en Colombia y México estarían a cargo de personal de nuestras oficinas en esos países y de otras oficinas de LA FIRMA en Miami y Sudamérica.

El entrenamiento in situ, estaría a cargo de experimentados gerentes y seniors que vendrían de oficinas de LA FIRMA en Cali, Bogotá, Lima y Buenos Aires, aparte del senior-residente que estaba pronto a llegar de la oficina de Chicago (Jerry Windham), con quien desarrollé una especialísima relación personal y de trabajo.

Era el mes de enero y los entrenamientos en el exterior no comenzaban sino hasta fines del mes de mayo. Hacia comienzos del mes de febrero asignaron a Jerry Windham, quien no hablaba ni una palabra de español, la supervisión del trabajo de auditoría de la compañía Ecuadorian Rubber, que era la fábrica de llantas GENERAL, localizada en Cuenca. Viajamos a Cuenca, volando en la línea aérea cuencana Saeta y nos hospedamos en el Hotel Cuenca, donde su propietario, un ciudadano suizo afincado en Cuenca por muchos años, nos recibió con la tradicional cortesía de la gente de su país y nos deleitó con sus especialidades culinarias de la cocina francesa.

A las diez y media de la mañana llegamos a las oficinas de nuestro cliente. Una fábrica enorme, con más de trescientos obreros y empleados, produciendo llantas General para todo el Ecuador. Nos asignaron una pequeña oficina cerca del área administrativa y junto a la oficina del contralor de la compañía, un hombre de unos cincuenta años, cuencano, que hablaba un perfecto inglés, bajo cuyo mando trabajaban unas treinta personas. Jerry, mi supervisor hizo la presentación y después de un momento nos asignaron una persona a quien podíamos solicitar cualquier documento o archivo que necesitáramos para hacer nuestro trabajo. Jerry me asignó la tarea de sumar unos larguísimos listados de inventario de llantas y empecé a trabajar en ello usando una sumadora mecánica con un teclado de diez dígitos y una manivela que debía ser halada hacia atrás cada vez que se necesitaba añadir una cifra a la suma.

Debo haber estado haciendo esta suma por alrededor de veinte minutos, cuando mi supervisor se acercó a mi y con cara de gran sorpresa me preguntó en inglés: “qué estas haciendo Rafael?”, sin inmutarme, le contesté, “estoy sumando estos listados, Jerry!”, y él, con una sonrisa medio irónica y medio burlona me dijo, “no, no, no, Rafa, lo que estas haciendo no es una suma de un auditor”, tu estás usando un solo dedo par sumar, y agregó “eso lo hace un carpintero, o un vendedor de helados”, “mira”, me dijo, “vamos a hacer una cosa: Te voy a entregar una guía telefónica y con ella vas a aprender a sumar como lo debe hacer un auditor”, y a continuación me enseñó a usar los cinco dedos, tomando como guía para hacerlo, el pequeño punto saliente que el número cinco tenía en el centro de la tecla, y que no lo tenían las demás. “Debes sentirlo”, me dijo, “tu dedo medio de la mano derecha debe siempre tocar este pequeño punto y pulsar esa tecla y las teclas de los números dos y ocho que están alineadas verticalmente, mientras que tu dedo índice manejará las teclas laterales a la izquierda del centro que tienen los números uno cuatro y siete, en tanto que el dedo de tu anillo debe pulsar las teclas laterales del lado derecho que tienen los números tres seis y nueve. Tu dedo pulgar debe oprimir la tecla grande que se encuentra debajo de las otras nueve teclas y que tiene el dígito cero”. “Ah, y nunca mires al tablero de la sumadora!” me dijo antes de retirarse a su escritorio “Rafael, tienes toda esta semana (era un día lunes) para aprender a usar esta máquina como lo deben hacer los auditores profesionales”, me dijo Jerry y me dejó en mi puesto, abocado a la casi imposible tarea de enseñarles a mis dedos de la mano derecha que cada uno tenía una función específica. Nunca me habría imaginado que en el campo de la auditoría, hasta los dedos debían obedecer las leyes de la división del trabajo.

Al principio mis dedos no respondían a la orden cerebral, eran lentos, tontos, mas que eso, eran torpes, pero a medida que seguía intentándolo, poco a poco fui aflojándolos hasta que a mediados de la semana empecé a sentir que respondían y mi velocidad en la suma era cada vez mayor.

Cada día, a la hora de la cena en el hotel, Jerry me preguntaba como iba mi avance en la tarea de enseñarles a mis dedos su tarea específica, “voy avanzando, lenta pero consistentemente” le contestaba, mientras en mis adentros temía que el tiempo para lograr llegar a mi meta me iba a resultar corto. Finalmente, el viernes al medio día Jerry vino a verme de cerca lo que hacía y sonrió, con una sonrisa de satisfacción. “Buen trabajo Rafi”, me dijo y bromeando agregó que él sabía cual era el total de la suma de todos los números del libraco de la guía telefónica de Guayaquil, que era lo que me había dado a sumar, y que mi resultado coincidía con el suyo. Dos palmadas en mi espalda y un apretón de manos fueron el premio que recibí por haber cumplido satisfactoriamente mi primer “seminario” de auditoría que lo realicé en la ciudad de Cuenca.

Como yo era el único miembro del staff de auditoría que hablaba inglés, siempre me asignaban a los trabajos cuyo supervisor era Jerry Windham y cuyo gerente de auditoría era Pepe García, todos los papeles de trabajo de estas auditorías eran en Inglés y de ese modo yo tenía la gran oportunidad de trabajar con un senior de mayor experiencia y que por tanto podía, en el trabajo, transmitirme sus conocimientos a través del “entrenamiento en el campo”. Los otros miembros del staff eran supervisados por seniors de origen colombiano o peruano que no tenían la misma experiencia que Jerry. Para finales del mes de abril de aquel año, yo había ya participado en al menos cinco auditorías, y había tenido la oportunidad de ver el producto final de nuestro trabajo; el Informe de Auditores”, así como el subproducto de ese mismo trabajo llamado “Blue Back” que no era otra cosa que un Resumen de las Recomendaciones de los Auditores para el Mejoramiento de los Controles Internos, Políticas y Procedimientos de la Administración. Para entonces, yo estaba cada vez mas entusiasmado con mi trabajo, mis supervisores estaban muy satisfechos con mi desempeño, y todo avanzaba sobre ruedas.

En mi próximo capitulo: FANNY APARECE EN MI VIDA