Friday, October 29, 2010

GUARDIAN-LA SUERTE ESTA HECHADA

Poco tiempo después, se desató en Pallatanga una epidemia de rabia canina, no había, ni creo que hay hasta hoy, remedio para este mal una vez que el animal ha sido afectado. Los adultos sabian que al perro afectado había que matarlo para evitar el riesgo de que el animal atacara a las personas de dentro o fuera de la casa. Los síntomas del animal eran inconfundibles, primero se volvía huraño, luego empezaba a botar espuma por su hocico y finalmente se volvía agresivo. Esta era la etapa de mayor peligro, porque el animal deja de reconocer a sus amos y puede agredir a cualquier persona o animal que se le acerque. Nuestros peores temores se materializaron cuando a pesar de haberlo encerrado para evitar que se contagiara con la peste, nuestro guardián empezó a mostrar los primeros síntomas de la rabia. Se volvió taciturno y dejó de comer, a los tres días empezó a botar espuma por la boca. La preocupación de la familia se tornó en angustia cuando mi padre y mi madre acordaron que, muy a su pesar, había que sacrificar a guardián para evitar un mas grave accidente en la familia. Llorábamos en coro los hermanos varones cuando mi padre pidió a Alfonso Ocaña, el marido de Angelita, hermana de mi padre y el unico herrero del pueblo, que usando su escopeta de caza, matara a guardián. Nosotros presenciamos su “fusilamiento”. Ajeno a lo que ya estaba decidido sobre su destino, Guardián nos miraba taciturno y seguramente extrañado de que nosotros, sus amigos de toda la vida, no nos acercáramos a acariciarlo y a jugar con él como lo habíamos hecho siempre.
Guardián estaba amarrado a un árbol de naranja, en la huerta de “mama Marga”, a unos cien metros de nuestra casa. Después de unos momentos de duda generada por su pesar y nuestros lloros, Alfonso alzó su arma, apuntó su escopeta y disparó un solo tiro, a la cabeza de guardián. Sólo dio un salto en el aire y cayó al suelo, inmóvil, con los ojos abiertos, cómo queriendo pedir ayuda y esperando una explicación. Sólo le faltaba hablar y preguntarnos: por que me hacen esto? Murió en un instante, pero mi recuerdo de su valentía, de su nobleza y de su sentido del deber, no ha pasado después de sesenta años. Era noble, era manso, era cariñoso, era valiente, era nuestro GUARDIAN. Nunca mas quise a una mascota tanto como quise a Guardian, mi amigo valiente y fiel, el que lo daba todo sin pedir nada a cambio.
Por mucho tiempo después de la violenta muerte de Guardián, yo sentia un alto grado de resentimiento con Alfonso Ocaña, el hombre que al dispararle causó su muerte.

Los días más felices de mi niñez los pasé entre los ocho y los diez años, edad en que de alguna manera alcancé cierto nivel de libertad para jugar fuera de la casa e interrelaciónarme con los niños de mi edad. Recuerdo que en las fiestas religiosas importantes, los “priostes” (las personas que pagaban los gastos de las fiestas), solían contratar bandas de músicos de pueblos vecinos, especialmente de San Juan Pamba, un diminuto pueblo muy cerca de Chillanes, al otro lado de la cordillera, ya en la provincia de Bolívar.
Los músicos eran gente muy humilde, mestizos algunos, otros indios de las montanas, ellos tocaban sus instrumentos musicales simplemente al oído, sin notas ni partituras, pero que lograban transformar la taciturna, casi aburrida vida cotidiana de Pallatanga, en una feria de alegría por doquier, de música, de canto, de baile y de contagioso placer que a los chicos deleitaba y a muchos adultos literalmente embriagaba. Aparte de uno que otro pasodoble, ellos tocaban casi estrictamente música nacional, especialmente cachullapis, sanjuanitos, danzantes, pasillos y uno que otro bolero. Su repertorio debe haber constado de unas cincuenta o sesenta canciones que en tres días de fiesta y con un par de repeticiones por canción, eran suficientes para que nadie notara las limitaciones de su “musicoteca”
El día que llegaban los músicos se transformaba súbitamente el espíritu de la gente, chicos y grandes sonreíamos, los chicos armábamos la “recepción” a la banda de músicos. Salíamos de la escuela más temprano que de costumbre y emprendíamos el paseo de “bienvenida”, tomábamos el camino hacia el norte y avanzábamos a pié, entre dos y tres kilómetros hasta encontrar a los músicos, íbamos sonrientes, felices y empezábamos entonces nuestro camino de regreso con los músicos que venían también caminando entre veinte y treinta kilómetros desde su pueblo natal. Ellos eran campesinos que en invierno trabajaban en la tierra y en verano veían en la música y el trago una forma de aliviar sus penas y sus necesidades. Tan pronto se producía el encuentro de los niños y los músicos, estos empezaban a tocar su alegre repertorio, y nosotros saltábamos alrededor de ellos. La banda estaba compuesta de entre ocho y diez músicos, había dos trompetas, un saxo, una tuba, dos clarinetes, un tambor pequeño y un bombo muy grande y con eso llenaban el ambiente de música y de fiesta. Las fiestas duraban entre tres y cinco días.
El pueblo se llenaba de alegría, la noche de las “vísperas” convocaba a más de trescientas personas en la plaza del pueblo, y al compás de la música de la banda, del ruido de los “voladores” y petardos, del susto de los “buscapiés” y de las “vacas locas” y la claridad desplegada por las “chamizas” (fuego encendido en el centro de la plaza con los montones de rastrojos secos traídos por los chicos de la escuela desde los campos vecinos), los adultos daban rienda suelta a su alegría consumiendo “canelazos” brindados por y con los priostes, mientras los chicos correteábamos alrededor de la plaza desplegando también nuestra alegría. Era la felicidad completa.
Como epílogo de la “gran fiesta”, el día de la despedida, los músicos, agotados por su trabajo y afectados por el “chuchaque” de tres o cuatro días de fiesta y trago, regresaban, otra vez taciturnos y a pié por la misma ruta por la que habían venido. Los chicos ya no podíamos acompañarlos pues debíamos asistir a la escuela. Sin embargo, por varias semanas después de su partida, nos reuníamos en grupos de cinco o seis y con bejucos sacados de los atados de leña, simulando instrumentos musicales, desfilábamos por el frente de nuestra casa fingiendo ser músicos, dando rienda suelta a nuestro sueño de aprender a ser músicos. Mi hermano menor, Guido, quien tenía una voz ligeramente ronca, era parte de este grupo de improvisados pero alegres "musicos", nos seguía imitando el sonido del bajo y diciendo, pom, porom pom pom, pom porom pom pom. Eso le valió el mote de “porondepongo”, que los chicos de la escuela le pusieron y que el aceptada no de muy buen grado.
En noviembre 24 de 2009, unos sesenta años después de nuestros fallidos intentos de hacernos musicos, recibí la noticia de que mi hermano había fallecido, después de más de dieciocho meses de estar en un lecho de pre-muerte, víctima de un derrame cerebral que lo dejó semi paralizado y sin el uso de sus facultades mentales. Paz en su tumba!. Yo le había venido pidiendo a Dios que se lo lleve, para que descanse en paz, el no estaba viviendo como un ser humano, él estaba literalmente viviendo la vida de un vegetal, sin esperanza alguna de recuperación. Que Dios le perdone sus faltas y se lo lleve a la vida eterna, junto a mis padres y hermanos que nos han precedido en el camino. Querido “porondepongo”, te recuerdo y te recordaré siempre con cariño. Eras un hombre noble, nunca usaste a nadie para beneficiarte, a pretexto de brindarle tu amistad, eras, a pesar de tus errores, un caballero, un padre y un esposo carinoso y tierno, eras mi hermano más querido! Que Dios tenga tu alma junto a la de mis padres y mis demas hermanos que nos han precedido en el viaje final.
MI hermano Guido tuvo una vida turbulenta, siempre estuvo en busca del amor, de su verdadero amor, que no se si finalmente lo encontró. Era romántico por naturaleza, se casó cuatro veces y debe haber amado a muchas mujeres en sus sesenta y tres años. Tuvo por lo menos seis hijos. Vivió en Estados Unidos, en Canadá, en Colombia, en Brasil, y finalmente en España. Viajó por muchos países y disfrutó de la vida. Como padre fue un hombre ejemplar, como hijo y como hermano siempre cariñoso y leal. Era un hombre que respiraba bondad por todos los poros de su piel, de eso mucha gente se aprovechó hasta el cansancio, lo traicionaron, le robaron, lo engañaron, pero él siempre los perdonó…Paz en su tumba!

En mi próxima entrega: EL DESPERTAR DEL SEXO