Saturday, October 22, 2011

MI VIDA CAMBIA DE RUTA

Las risas y el júbilo de los chicos que estaban a punto de salir de vacaciones después de un año de clases podían oírse a la distancia a través de los pasillos del enorme edificio, viniendo principalmente desde el comedor, en esta noche previa al día de partir hacia nuestras casas para las vacaciones de verano.

El edificio del colegio estaba situado al tope de una pequeña colina, en la salida sur de la ciudad de Riobamba, a muy poca distancia de la prisión donde 15 años antes, mi padre había sido injustamente encarcelado antes de ser declarado inocente y puesto en libertad incondicional.

La oficina del padre González era de unos treinta metros cuadrados, con amplias ventanas mirando hacia la ciudad por un lado y hacia el patio del colegio por el otro, pero esta vez, no se podían ver las luces de la ciudad porque las gruesas cortinas estaban cerradas. La oficina estaba sobriamente decorada con un gran cuadro de la Virgen Dolorosa, patrona del colegio, colocado en la pared de atrás del escritorio del padre González, y un cuadro del mismo tamaño con la foto de Monseñor Proaño en la pared del lado derecho del escritorio principal. Una foto (del mismo tamaño) del papa Pio XII, el jefe espiritual de los quinientos millones fieles de la Iglesia Católica colgaba de la pared a la izquierda del escritorio del padre González.

González siempre me pareció una persona impresionante y un excelente profesor. Siempre tuve una química especial con él, además, él era admirado y respetado (y en cierta forma hasta temido) por sus colegas profesores. Sus métodos de enseñanza eran muy académicos y efectivos y transmitía sus conocimientos con sabiduría y métodos didácticos, pero todos teníamos la impresión de que su temperamento fuerte podía explotar en cualquier momento, pudiendo con eso paralizar todo el colegio.

González siempre vestía su larga sotana negra de “un millón de botones” siempre con una camisa blanca de mangas largas perfectamente planchada debajo de la sotana y un collar de plata que sostenía un dorado crucifijo de una cuarta de largo colgando de su cuello, que a menudo lo sobaba con los dedos de su mano izquierda mientras entraba despacio pero firme a sus clases de idiomas y de Religión. González siempre calzaba zapatos que parecían estar recién betunados. Esta era una de las características más distintivas para un hombre que en general parecía ceñirse a las reglas más estrictas de conducta social, religiosa, académica y del buen vestir

Por favor, entra y siéntate Rafael”, dijo el padre González cuando yo tímidamente toqué la puerta de su oficina. Tan pronto entré, el se levantó y cerró la oficina para evitar interrupciones. “Siéntate aquí, frente a mi”, continuó el padre González, y me hizo sentar en una silla tan alta que mis piernas quedaron colgando a veinte centímetros del piso. Medio intimidado, me agarré a los brazos de la silla casi como cuando uno va a comenzar una corrida en una montaña rusa en la oscuridad.

“Necesito hablar contigo ahora”, dijo, y añadió, “ no puedo continuar demorando más esta conversación, porque tu te vas mañana” y continuó diciendo, “no quería tener esta conversación contigo antes de hoy para no afectar tu desempeño en los exámenes finales” y continuó hablando así: “te ruego que no tengas en cuenta mi posición en el colegio, porque quiero tener una conversación franca y amistosa contigo como si fuéramos iguales, de hombre a hombre”, mientras en lo que parecía una gran contradicción, él se sentaba en su gran silla de rector y yo estaba sentado frente a él en lo que parecía la silla de los acusados. Me empezaron a dar escalofríos mientras todo sonaba muy raro para mí, como que algo muy serio iba a ser dicho;

González debe haber notado que me estaba poniendo más nervioso mientras él hacía su discurso introductorio, así que el empezó a tratar de calmarme poniéndose de pié y caminando alrededor de su escritorio poniendo sus manos sobre mis hombros mientras pasaba detrás mío; luego me entregó uno de los deliciosos chocolates suizos que él guardaba en su escritorio, uno de esos que él sacaba de vez en cuando para su deleite y que nunca compartía con nadie.

De pronto, después de que él tomó un profundo respiro, él comenzó preguntándome si yo había disfrutado del colegio, si estaba contento de que el año lectivo se acababa y de que me había ganado el más alto premio académico del año “el que te lo mereciste, sin lugar a dudas”. Contesté todas sus preguntas de una vez diciéndole que “si, padre, estoy muy contento” y añadí; mis padres van a estar muy orgullosos conmigo, tal como yo lo estoy con ellos”, agregando; “en estos tres meses de vacaciones, yo trataré de hacer muchas cosas, primero, iré a Guayaquil por una semana, luego iré a Pallatanga, donde ayudaré a mi madre en su panadería, me encanta hacerlo”; y continué; “ayudaré a mi padre en sus cosechas del maíz, montaré a caballo con mi hermano, mis primos y mis amigos, y, por supuesto, visitaré y jugaré con mis amigos de la escuela y mis parientes, usted sabe padre” dije mientras trataba de sonar sereno en un ambiente en el que algo olía mal, lo podía sentir, mientras estaba a punto de oírlo también

“Desde luego”, dijo el padre González y agregó; “Rafael, tu sabes lo mucho que apreciamos tu desempeño académico, no hay ninguna duda de que tu eres nuestro mejor estudiante, pero”, y paró por un momento para seguir; “la razón por la que quiero hablar contigo esta noche es que, a pesar de que tu has sobrepasado en mucho las expectativas académicas del colegio, siento mucho el tener que comunicarte que hemos decidido pedirte que NO regreses a nuestro colegio el próximo año”. González no me miraba a los ojos, obviamente él se sentía muy incómodo haciendo lo que estaba haciendo y diciendo lo que estaba diciendo, podía ver en sus ojos que él hubiera preferido no hacerlo. Se detuvo por cerca de un minuto y agregó; “tu sabes, Rafael, este es un Seminario, una escuela para formar futuros sacerdotes, ministros disciplinados de la Iglesia que serán los encargados de conducir las almas y los corazones de la gente bajo normas estrictas de piedad y obediencia”, y continuó diciendo “yo se que tu serás bueno en cualquier cosa que decidas hacer en la vida, no tengo ninguna duda al respecto, pero lo que es más”, agregó; “se que serás un hombre exitoso, y que formarás una familia feliz” y luego siguió; “pero por seguro sabemos que no vas a ser un buen sacerdote, un humilde pastor de almas, así que, por favor. Diles a tus padres que la beca que te hemos dado por los dos últimos años no será renovada y que por tanto ellos deben buscarte otro colegio para el próximo año”

Súbitamente sentí que escalofríos y una fiebre alta invadían todo mi cuerpo, sentí que un millón de diminutas hormigas caminaban sobre mi cabeza y se deslizaban hacia todo mi cuerpo. Sentí como que el edificio del colegio se derrumbaba sobre mi cuerpo y que no podía moverme. No sabía qué decir ni que hacer, y sin embargo pude articular dos palabras que salieron mas de mi estómago que de mi cerebro; “por qué?”.

El sacerdote obviamente se sentía muy incómodo mientras cumplía su deber y contestaba mi pregunta en una ceremoniosa y calmada manera: “estamos seguros, Rafael que tu no vas a comprenderme ahora, tampoco lo hizo la mayoría de nuestro grupo de profesores, pero estamos seguros de que eventualmente tu lo comprenderás, y cuando lo hagas, estamos seguros que estarás de acuerdo, y tal vez hasta nos agradezcas por lo que estamos haciendo ahora”.

González se detuvo por un momento y luego continuó, “Rafael, tu eres demasiado libre pensador, con alguna frecuencia tu tiendes a hacer comentarios y hacer preguntas que se salen de los límites de lo que es aceptable en una escuela religiosa como la nuestra”. Tenemos temor de que tu libre manera de pensar pudiera regarse hacia los otros estudiantes y destruir el concepto de obediencia ciega que estamos tratando de enseñar a nuestros estudiantes aquí.”, y agregó “mas que nada, Rafael, Yo creo (esta es la primera vez que hablaba en primera persona) que tu no tienes las condiciones de piedad requeridas para ser un sacerdote”. “En resumen”, agregó, "ni el obispo ni yo creemos que tienes la vocación sacerdotal requerida para continuar en este colegio, y, tu sabes que aquí educamos chicos para convertirse en sacerdotes que luego saldrán a predicar la palabra de Dios a la gente, el evangelio de humildad, de obediencia ciega a los mandatos de Dios y de su Iglesia

Una vez que dijo lo que tenía que decir, González pareció sentirse aliviado, pero se veía muy triste y no quería prolongar lo que probablemente fue un momento muy penoso para el. Se levantó de su silla, se acercó a mi y muy tiernamente me dijo algo así; “que Dios Todopoderoso y nuestra patrona, Su Madre María, te bendigan siempre y bendigan cualquier cosa que tu hagas en la vida”, y casi susurrando a mi oído agregó; “Buena suerte Rafael, te voy a extrañar mucho y todos los profesores te van a extrañar, lo mismo que tus compañeros”, y sus palabras finales fueron; “te deseo lo mejor en la vida Rafael, adiós y que Dios Nuestro Señor te bendiga siempre”.