Thursday, September 20, 2012

FANNY APARECE EN MI VIDA

El 15 de abril de 1968, la familia estaba entusiasmada porque ese día se celebraba el cumpleaños número quince de mi sobrina Chachita (hija de mi hermana Lilita y de mi cuñado Lolo), y sus padres le habían preparado una fiesta a la que asistiría toda la familia y una multitud de amigos. Yo había llegado tres días antes de Nueva York, y claro, inmediatamente me contagié del entusiasmo y me preparé para LA GRAN FIESTA.

La mamá de la quinceañera había preparado una hermosa torta decorada con arte y con mucho amor, el padre estaba nervioso y se paseaba de un lado al otro como tratando de encontrar el mejor sitio para ubicarse, los invitados llegaban poco a poco hasta que a las diez de la noche, el lugar de la fiesta, la terraza de la casa ubicada en la esquina de la calle Abdón Calderón y Pichincha (entonces frente a la vieja Clínica Alcivar y hoy en medio de la inmensa "Bahía"), estaba repleto de hermanos, tíos, tías, primas, primos, y cuanto pariente había sido invitado, además de muchos amigos y amigas de la quinceañera, de sus padres y hermanos.

La quinceañera apareció en el salón caminando acompañada de su caballero de honor, luciendo un hermoso vestido rosado, con flores en su pelo, que realzaban su natural belleza. Era la hora de que todos escucháramos el discurso de la presentación en sociedad a cargo del doctor Gilberto Saltos, un amigo de la familia, gran educador y excelente orador. Este hizo una apología de la belleza y de las demás virtudes que adornaban a la quinceañera, que no eran otra cosa que el reflejo de la belleza y virtudes de su madre y de la formación que sus padres le habían dado desde siempre. Al final de la presentación, el padre de la quinceañera dijo unas pocas palabras de agradecimiento, entrecortadas por la emoción, e invitó a los presentes a beber una copa de champan para dar inicio a la fiesta al son de la linda música que el DJ tenía lista para la ocasión. El baile se inició entonces, como es costumbre, con la quinceañera y su padre bailando a los acordes del bello vals de Johann Strauss, Los Cuentos de los Bosques de Viena.

Mientras el presentador Dr. Saltos hablaba, yo, que me había ubicado en una esquina del salón, empecé a mirar alrededor, tratando de reconocer a los presentes, y saludé con muchos de ellos, de pronto, alcancé a ver casi en la esquina opuesta, una chica muy bonita, muy joven, de pelo negro, piel trigueña, que tenía puesto un vestido verde claro y que escuchaba con atención el discurso. Decidí que yo trataría de hacer “contacto” con ella. Yo no estaba seguro de reconocer a esta chica, así que una vez terminado el discurso, me acerqué a la persona con quien estaba ella, a quien si conocía muy bien (era mi cuñada), y le pedí que me presentara a su acompañante. Mi cuñada Clara entonces me dijo, casi con tono de reproche, “Rafico, no la reconoces?, es mi sobrina Nenita, hija de mi hermana Fanny”. Sólo entonces, con mas vergüenza que sorpresa, me dirigí a la chica y mirándole directamente a sus ojos le dije, mientras le daba un beso en la mejilla “Nenita!, qué sorpresa!, no te reconocí porque no te he visto desde hace algunos años, desde que en verdad eras una nenita, pero ahora eres una bella señorita”, no sabes cuanto me alegra volver a verte, estas muy linda!”. Sorprendida por la familiaridad con que la traté, Fanny (o Nenita), me dijo “es que yo tampoco me acuerdo muy bien de usted”. “Nenita”, le dije, con aplomo, “no debes tratarme de usted, porque yo soy sólo un poquito mayor que ti”. “gracias”, me dijo ella, con una actitud tímida y como sintiéndose incómoda con todo el diálogo. “te invito a bailar la primera música bailable que toque el DJ”, le dije inmediatamente y ella, creo que mas por no pasar por mal educada que porque realmente sentía deseo de bailar conmigo, me dijo “bueno, gracias”.

El DJ empezó la fiesta con “La Pollera Colorá”, esa hermosa y casi inmortal cumbia, que estaba entonces al tope de su popularidad, y yo, tan pronto comenzó, extendí la mano a Fanny para que saliéramos a bailar; ella, tímidamente tomó mi mano y salimos a bailar. Lejos estaba ella por entonces de ser la experta bailarina que hoy es, pero igual, bailamos, y mientras lo hacíamos quise entablar un diálogo, pero, el alto sonido de la música, por un lado, y la timidez de Fanny, por otro, no me hacían las cosas fáciles. Alcancé a decirle casi a su oído (mientras ella discretamente alejaba su cabeza de la mía); que me encantaba haber podido volverla a ver; que estaba muy linda y que me gustaría seguir bailando con ella esa noche.

Su actitud era de absoluta timidez (la misma que hace mucho tiempo desapareció), casi no hablaba, y cuando lo hacía, eran sólo monosílabos los que yo alcanzaba a oír. Bailamos algunas veces, yo siempre insistiendo en conversar, pero ella como con miedo del lobo feroz, discretamente evitando que mientras bailábamos me acercara más de la cuenta, conteniendome con su mano izquierda. La fiesta continuaba mientras yo me había concentrado en conseguir una cita con Fanny para “ir al cine”, porque ese era, en ese entonces, el único lugar donde en esos tiempos se podía conseguir un poco de privacidad y tiempo para dialogar con la chica que a uno le gustara y que estaba “en proceso” de ser conquistada.

Alcancé a conseguir que Fanny esa noche me diera su teléfono, siendo ése mi primer gran logro en el proceso de conquistarla, y, como tratando de armar una estrategia, no la llamé inmediatamente; sin embargo mi deseo de hablar con ella iba en aumento a medida que los días pasaban, así que la llamé unos cuatro días después. “hola Nenita, soy Rafael, cómo estás?”. “He estado pensando mucho en ti”, le dije; Fanny se limitó nuevamente a hablar con frases cortas, dándome la impresión de que se sentía incómoda para contestarme. Intenté entonces establecer un diálogo que me permitiera abrir el camino que me pudiera conducir a hablar de lo que yo realmente quería hablar, así que le hablé de la familia, le dije que yo recién había regresado de Nueva York, que estaba volviendo para continuar mis estudios de economía en la Universidad, etc., y entonces le pregunté sobre sus planes. Fue sólo entonces que se abrió la puerta a un diálogo. Me dijo que hace pocos meses se había graduado de Bachiller en Ciencias de la Educación en el Colegio Normal Rita Lecumberry y que gracias a sus excelentes calificaciones que le habían ganado la Medalla de la Filantrópica y el honor de ser la Abanderada de su Colegio, había conseguido un trabajo como profesora de primer grado en el prestigioso Colegio La Asunción, y que iba a estudiar en la Universidad, en la Facultad de Ciencias de la Educación, en la especialidad de Psicología.

Bingo! Ya podíamos conversar! y eso ya era un avance importante. La estrategia empezaba a dar resultados. Por un momento pensé en abordar el tema de que saliéramos juntos, pero, entonces pensé que ese día ya había avanzado bastante en mi propósito de “crear confianza” por lo que preferí diferir esto, y más bien le dije que me permitiera seguirla llamando, a lo cual, ella consintió. Me empezaba a gustar este jueguito, me hacía sentir como el gato en persecución del ratoncito.

Había que estructurar una estrategia que permitiera al gato alcanzar la presa sin asustarla, así que hablé con su tía Luisa, de quien yo era un buen amigo, y le dije que estaba interesado en su linda sobrina, y que le pedía su “colaboración” para enamorarla. La respuesta fue positiva, así que desde ese día yo podía contar con una “aliada estratégica”. Luisa me ayudó desde entonces a conseguir mi propósito, y, sólo dos semanas después logró que la madre de Fanny aceptara permitirle salir al cine conmigo, acompañada de su tía. Las invité a un show de Altemar Dutra en el Teatro Olmedo. Altemar Dutra, un cantante brasileño de música romántica, estaba por entonces de moda en toda Latinoamérica y sus canciones hacían suspirar a muchas jovencitas en la edad de enamorarse.

Una vez en el cine, Luisa, discretamente se sentó a unos tres asientos de nosotros, y entonces pude, al amparo de la obscuridad, por primera vez tomar la mano de Fanny, y fue sólo después de varios intentos que conseguí que ella sostuviera mi mano. Intenté robarle un beso en la boca pero fue en vano, no lo conseguí y sólo tuve que contentarme conque me permitiera darle un par de inocentes besitos en la mejilla.

No obstante que el avance en la primera salida fue muy modesto, me sentí feliz de haberlo alcanzado, y, por supuesto, sabía que el camino para futuras salidas juntos estaba abierto, pese a que por algún tiempo tuvimos que ser acompañados de su tía Luisa que actuaba como la chaperona de La Nenita.