Monday, May 26, 2014

MI VISITA A CALIFORNIA





MI VISITA A CALIFORNIA/ABRIL 2014

PRIMERA PARTE-VISTANDO A MI HIJA ANGIE


PROLOGO
Después de haber dejado de escribir por mas de un año (producto de una combinación de factores que no vale la pena analizar), vuelvo a mi blog para contarles a mis lectores lo que considero uno de los mas bonitos viajes que he hecho en los dos últimos dos años, pero además quiero decirles que volveré a estar con ustedes escribiendo sobre "la montaña rusa" de mi vida.

Bienvenidos de regreso a mi Blog


EL CENTRO DE LA CIUDAD DE LOS ANGELES, CALIFORNIA

Son las nueve y media de la mañana del jueves diecisiete de abril y el piloto del avión D-377 de Delta Airlines, con 250 pasajeros a bordo viniendo de Orlando, anuncia que en quince minutos estaremos aterrizando en el aeropuerto internacional de Los Angeles. Vengo a visitar a mi hija, mi querida, mi mimada y bella Angie.

El viaje se me hizo corto y agradable. Salí de Orlando a las siete de la mañana y después de cinco horas de vuelo he llegado a la bella California cuando eran las nueve y cuarenta y cinco. Hay tres horas de diferencia entre Florida y California. Mientras los californianos recién están llegando a su trabajo, en Florida todos están ya en la hora de su lunch, allá, en Orlando donde yo vivo, son ya las doce del día.

Es un día soleado, casi sin viento, sólo hay unas pequeñas nubes muy blancas navegando lentamente hacia el Este, empujadas por los suaves vientos del Océano Pacífico. En el horizonte ya se divisa la enorme ciudad de Los Angeles; los campos verdes que la rodean y sus autopistas atestadas de tráfico. Poco después el piloto anuncia que ya estamos aterrizando. Lentamente el avión se encamina al hangar y en pocos minutos hemos desembarcado. Al salir del avión, vi al capitán de la nave parado en la puerta de su cabina y lo felicité por habernos dado un lindo vuelo. Su respuesta es parca y muy cortés; “muchas gracias y bienvenido a Los Angeles”

En el medio kilómetro de camino dentro del terminal para retirar mi equipaje, veo el ir y venir de mucha gente que llega desde cientos de orígenes o se va a cientos de destinos, en miles de vuelos, todos marchando apresuradamente al ritmo que les impone su vida en este hermoso país. Esa es una de las cosas que hace tan dinámico y rico a los Estados Unidos de América, es ese imparable movimiento de su gente haciendo su trabajo o buscando sus oportunidades.
California está muy dentro de mi corazón, allí, en Los Angeles, vive mi princesita, mi niña mimada, la dueña de mi corazón, la que con su voz que me suena a música le da luz y alegría a mi vida, la que con un beso me derrite, la que cuando me dice –te quiero mucho papito-, me hace sentir como el Rey del mundo, la que cuando silba una canción me suena al oído como una sinfonía y me transporta a mi infancia y juventud, cuando yo iba por la vida silbado una y otra vez mis canciones favoritas. Silbar, para mi era tan natural y parte de mi vida, casi como lo es para los pájaros del campo, cerca de los cuales nací y me crié.

Aquí, en la ciudad de Los Angeles vive Angie, el angelito de mi cielo. A ella voy a visitar, con ella voy a pasar unos pocos días, disfrutando de su presencia, de su voz, de su cariño, de su amor, de sus mimos. Quiero llegar pronto para verla, para abrazarla, para besarla para sentirla cerca y para decirle que la quiero más que nunca.
A la hora que yo llego a la ciudad, mi Angie está trabajando y nos veremos a las cuatro de la tarde. Tomo un taxi desde el aeropuerto para llegar a su apartamento que está en West Hollywood, muy cerca de la capital mundial del arte cinematográfico, la siempre imitada pero nunca igualada Hollywood, ambas ciudades son parte de la gran ciudad de Los Angeles.


ANGIE Y FAMILIA EL DIA DE SU GRADUACION
UNIVERSIDAD DE COLORADO-BOULDER MAYO-2002

Al llegar al apartamento de Angie, encuentro que ella me ha dejado preparada una deliciosa sopa de pollo que la caliento y me la tomo inmediatamente porque he llegado con mucha hambre. Mientras espero a Angie, llamo a mis primos Pancho y Mechita Izurieta Barragán, y a su mamá, nuestra querida y recordada Lucha Barragán, quienes han vivido en California por más de cuarenta y cinco años, pero siguen amando y añorando al Ecuador como si hubieran salido de allí hace muy poco tiempo.
Pancho y Mechita pertenecen a una segunda generación de primos por el lado de mi mamá (ella era Montiel-Izurieta), y a ellos ya les había anunciado que vendría a visitarles en su tierra adoptiva. Con ellos hemos mantenido siempre una amistad y un cariño profundos que han trascendido las generaciones, el tiempo y la distancia. Nos queremos con ese cariño que nace en la sangre que corre por nuestras venas y se consolida con la química que nace de nuestro mutuo respeto y admiración. Pancho y Mechita son nietos del tío de mi madre, don Miguel Angel Izurieta, a quien mi madre quería mucho.

Visitaré a ellos por dos días en Palm Springs (una ciudad en medio del desierto, convertida por su gente después de la segunda guerra mundial, en un hermoso oasis lleno de flores, palmeras y de verde y manicurado césped en sus muchas canchas de golf; y que en el invierno desde entonces ha sido refugio de famosos personajes del cine, la TV de la radio y de los ejecutivos de grandes empresas. Allí disfrutaré de la hospitalidad de mis primos y su mamá, de su cariño y de su siempre agradable compañía, que espero poder devolver algún día.


LOS PRIMOS MECHITA Y PANCHO EN SU ADOLESCENCIA EN ECUADOR

El tiempo se me está haciendo largo, debo esperar algunas horas más hasta encontrarme con Angie, mi Princesita, entonces me tomé una siesta para recuperar el sueño que no tuve durante el largo vuelo. Así maté el tiempo hasta que de pronto, cuando eran las cuatro de la tarde, se abrió la puerta y voila!- era Angie, esa personita tan especial y querida y que tanto extraño, si, es ella mismo, está frente a mí, y con su brazos abiertos se acerca y me abraza y me besa, fuerte, fuerte, fuerte, como solo ella sabe hacerlo con su papito. Soy el hombre más feliz del mundo, estoy con mi hija, a quien he venido a ver desde muy lejos, es como un sueño hecho realidad. No encuentro palabras para decirle lo mucho que la quiero, pero mis ojos hablan mejor que mi boca y sus ojos me responden que también ella me quiere por igual.
Hablamos de su mamá, de sus hermanos, de mis nietos que son sus sobrinos y que acaparan la atención de toda la familia, los dos sabemos que ellos vendrán a Ecuador en el mes de junio y entonces ella me dice que también quiere venir a verlos. Hablamos de Jay, el chico con el que ha estado saliendo desde hace un año y medio y del que está seriamente enamorada. En fin, hablamos de todo, poniéndonos al día de muchas cosas, hay momentos de silencio que los tomamos solo para empezar con más fuerza a hablar y hablar, casi sin fin. Con ella es refrescante hacerlo, ella siempre fue una persona más madura que su edad bilógica, y ahora que es una persona completamente adulta, ha profundizado tanto su seguridad que va mucho más allá de lo que uno puede esperar. Angie nunca deja de sorprenderme, ella siempre termina por darme consejos, como si ella fuera mi madre y yo su hijo.

Han llegado las seis de la tarde; sin darnos cuenta han pasado dos horas, el tiempo ha comenzado a volar, así nos trata el travieso tiempo; nunca juega limpio, siempre se acorta cuando estás pasando lindo y se alarga cuando no lo estas. No hay forma de hacerle que marche a nuestro gusto y sabor!
Unos minutos más tarde llega Jay y nos presentamos, él es un joven de 34 años, de mediana estatura, blanco, de ojos azules y pelo castaño claro, peinado a la moderna, él es buen mozo, como dirían en mi pueblo; de sonrisa amplia, de hablar pausado y sereno, es una de esas personas que tan pronto conoces te caen bien; y cómo no me va a caer bien si Angie, mi Angie, la inteligente y madura Angie se ha fijado en el?, no es acaso ese el mejor y más seguro indicador de que estoy frente a una persona que vale la pena conocer, apreciar y aceptar?. Jay viene de una familia de raices irlandesas, rusas y alemanas y ha vivido en Los Angeles por algunos años. En Holliwood ha actuado en papeles secundarios en algunas películas, pero hoy está preparándose para volver a la Universidad y poder luego integrarse al mundo de los negocios.

Los tres hablamos un poco de los planes de Jay para seguir sus estudios y obtener su grado académico de cuarto nivel. Ha sido ya aceptado en la Universidad de Rochester, en el estado de Nueva York y ha sido también invitado a una entrevista en la Universidad de Notre Dame, una de las mejores universidades de los Estados Unidos de América. Él ha estado últimamente preparándose para esa entrevista y en tres días debe viajar para tenerla. Este chico está tomando muy seriamente su futura preparación académica.

Angie sugirió que vayamos a cenar a un restaurant de comida mexicana, ubicado no muy lejos de la casa. Durante la cena seguimos conversando y haciendo planes para el día siguiente. Jay no estará con nosotros durante el día, porque continuará su preparación para la entrevista en Notre Dame, pero nos acompañará a la cena que tendremos frente al mar, en Malibu, donde pasaremos con Angie la mayor parte del día.

Malibu es una larga y ancha playa de arena color marrón claro,de agua muy limpia, muy frecuentada por surfistas, pero suficientemente fría para que Angie y yo, como ecuatorianos acostumbrados a las cálidas aguas de nuestras costas decidiéramos no bañarnos. Esta playa, se extiende por algunos kilómetros al pie de las colinas a la orilla del mar, donde como en competencia por el premio a la más linda, están grandes y hermosas mansiones de propiedad de celebridades del cine, de los deportes y la televisión. La Autopista No. 1, llamada Autopista de la Costa del Pacifico corre al pie de estas colinas y atraviesa todo el enorme estado de California de sur a norte.


SURFISTAS EN LA PLAYA DE MALIBU, CALIFORNIA

Llegamos a nuestro destino a las once de la mañana y en la playa había un sol esplendoroso, no había vientos y en el agua (a pesar de estar muy fría), había gente bañándose y jugando con las olas, mientras muy cerca los surfistas hacían gala de sus habilidades para deslizarse al ritmo de las grandes e incesantes olas. Grandes y blancas gaviotas sobrevolaban la playa a poca altura, a la caza de los pequeños peces que son su alimento cotidiano. Colocamos toallas sobre la arena y Angie y yo nos dispusimos a disfrutar del sol y de la playa leyendo y tomando una siesta.
Cuando habíamos descansado como una hora y media, Angie me hizo notar que hay una ballena desplazándose a unos ciento veinte metros de la playa donde estábamos nosotros. Me pongo los lentes y miro hacia allá, y es cierto, no es una sino que son tres ballenas de color marrón, dos de ellas muy grandes (como de diez metros de largo) y una más pequeña que parece una cría. Las ballenas se quedaron allí, frente a nosotros, jugando en el agua, casi en el mismo sitio, entre diez y doce minutos, como si estuvieran dándonos un show para el cual nos habían elegido como su público. Las ballenas nadaban unos veinte metros con todo su enorme cuerpo sobre el agua, y luego agitando la cola se sumergían para en pocos segundos volver a la superficie, lenta y majestuosamente de forma vertical, sacando al aire casi la mitad de su cuerpo y dejándonos ver el chorro de agua vaporizada que echan al aire como si saliera de una fuente artificial, solo para inmediatamente volver a sumergirse y repetir el ciclo una y otra vez.


UNA BALLENA MOSTRANDO TODA SU BELLEZA (Foto de CNN)

Jamás habíamos visto semejante espectáculo tan cerca. Poco tiempo después, como sintiendo que habían cumplido con nosotros y buscando otro público para su próximo show, lentamente se alejaron nadando paralelas a la playa. Todos los felices miembros del público en esa parte de la playa (éramos muchos) las despedíamos agitando nuestras manos, como cuando un ser querido se aleja y se pierde en el túnel de abordaje del avión que lo lleva para un viaje sin retorno. Nos quedamos deslumbrados, con el bello recuerdo de esas enormes criaturas marinas que decidieron actuar para nosotros en un show privado que nunca olvidaremos. Gracias Señor Nuestro por enviar estas ballenas a darnos su incomparable show!
Después del show de las ballenas, Angie decidió ir a caminar por la playa mientras que yo volví a tomarme otra siesta disfrutando del incomparable clima de Malibu, que incluía, como si lo hubiéramos pedido a la carta; un brillante sol, 25 grados centígrados de temperatura, casi cero vientos, arena tibia y silencio casi absoluto con gaviotas sobrevolando silenciosamente y oteando el horizonte para detectar los pequeños peces que son su alimento. Se le podrá pedir algo mejor a la vida?, lo dudo, o para conseguirlo habría que viajar muy lejos y pagar muy caro.
Jay ha hecho una reservación para cenar, en un restaurant a la orilla del mar, a las seis y cuarenta y cinco de la tarde. Vamos a disfrutar del gran espectáculo de la puesta del sol en el horizonte del Océano Pacifico. Para hacer tiempo, Angie y yo volvemos al carro y empezamos a circular por la carretera hacia el lado sur, teniendo a la derecha la playa y a la izquierda las verdes y onduladas colinas donde hay una mezcla de mansiones de estilo clásico de herencia española-mexicana, con paredes blancas y techos con tejas rojas u otras de estilo más moderno, pero todas rodeadas de verdes y frondosos álamos y de hermosas flores, donde la buganvilla brilla con luz propia porque es la más abundante y colorida.

A la distancia vemos los edificios modernos y la cúpula de la capilla de la Universidad de Peperdin, una de las más prestigiosas de California y del Oeste de los Estados Unidos.
Volvemos a circular por la Autopista del Pacifico en dirección norte-sur para hacer tiempo y nos detenemos en un muelle de larga espiga, pintado casi todo de blanco muy bien cuidado, desde el cual podemos tener una vista muy amplia hacia el norte, hacia las playas donde un poco más temprano habíamos estado tomando sol y donde los surfistas siguen practicando su deporte. Al final del muelle hay muchas personas pescando con anzuelos y carnada artificial. Una de esas personas evidentemente es un experto pescador y mientras le miramos unos quince minutos, ha logrado pescar unos veinticinco peces pequeños (de los que son alimento de las gaviotas), de unos quince centímetros de largo y que parecen sardinas, que los guarda en un balde rojo, mientras los otros pescadores sólo se conformaban con intentar su pesca, mirando con una mezcla de envidia y admiración al experto pescador.


UN EXPERTO PESCADOR EN UN MUELLE DE MALIBU, CALIFORNIA

Regresamos a tierra y seguimos circulando por la Autopista del Océano Pacifico, tan lentamente como nos lo permite el intenso tráfico, hasta que llegamos al restaurant donde tendremos la cena con Jay, quien ha pasado todo el día estudiando y preparándose para su entrevista en Notre Dame en solo tres días más.
El restaurante es muy grande, con una capacidad de aproximadamente unas ciento veinte personas cómodamente sentadas, y está completamente lleno, pero la reservación hecha por Jay ha funcionado a la perfección. A las 7:50 PM estamos ya sentados, con mirada hacia el poniente, tal como lo había solicitado Jay. Pronto nos atiende nuestro camarero.
Angie y Jay van a comer Halibut, un pez de aguas frías cuya textura es muy parecida a la corvina de nuestros mares del sur, y yo solo voy a comer una porción de sashimi de atún rojo (al estilo japonés). Jay y Angie ordenan un Margarita cada uno y yo les digo que no puedo beber nada con alcohol, pero luego me animo y ordeno también un margarita que lo encuentro delicioso. La cena resulta muy amena pues hemos tenido tiempo de hablar de muchas cosas, más el tema central son los planes de Jay. El tiempo transcurre lenta pero inexorablemente y a las diez de la noche nos dirigimos a la casa. Jay se despide de nosotros y de mí en particular porque ya no nos veremos cuando el regrese de su cita en Notre Dame. Para entonces yo habré partido de regreso a Orlando.

ANGIE, JAY Y YO EN LOS ANGELES, CALIFORNIA, ABRIL DE 2014

Angie y yo hacemos ahora planes para el día siguiente, haremos turismo alrededor de la bella ciudad de Los Angeles y en esos planes Angie incluye al observatorio astronómico Grifith, un icono de la ciudad, situado en la cima de la parte sur del cerro de Holliwood, frente a la colina donde está el enorme letrero que ha identificado a Hollywood desde los años treinta del siglo pasado. También iremos a la Placita de Olvera, el lugar donde los colonizadores españoles fundaron la ciudad de los Angeles en el siglo XVIII. El plan incluye otras actividades, que cumpliremos después visitar la Plaza Olvera.

Al día siguiente desayunamos con bolones de verde (los verdes se los he llevado yo desde Orlando), que yo he preparado para Angie, a quien le gustan mucho porque le recuerdan los sabores de su amado Ecuador.
A las diez de la mañana salimos a nuestro paseo, Angie usa el sistema de posicionamiento geográfico (GPS) de su teléfono para manejar y en unos veinticinco minutos llegamos al pie de la colina donde está el observatorio. Empezamos el ascenso por una carretera de dos carriles, llena de curvas que me recuerda la carretera para llegar a mi pueblo, Pallatanga. La ruta sube, atravesando verdes y floridos bosques con pequeñas quebradas por las que baja agua cristalina que se detiene a trechos para formar pequeñas lagunas que le agregan belleza al paisaje.
Parqueamos nuestro vehículo y solo caminamos unos cincuenta metros para llegar a la cima donde está el Observatorio y allí, para aprovechar la espectacular vista de Monte Holliwood, Angie y yo nos tomamos fotos frente al monumento a los más famosos astrónomos de la humanidad, entre ellos Ptolomeo, Copérnico, Galileo Galilei, Kepler, Isaac Newton, y Edwin Hubble.

Entramos al Observatorio y compramos tickets para el próximo show que comenzaba en media hora en un teatro circular con tumbado ovalado que semeja una noche de cielo despejado, llena de estrellas mostrando la bella inmensidad y complejidad del universo, con sus innumerables constelaciones. En el show una persona narra, en vivo, la formación del Universo y el lento pero continuo avance de la ciencia a través de cientos de años para investigarlo y explicarlo y cómo, muchos hombres desde la antigüedad, desafiando los estereotipos culturales y religiosos de la época, y hasta poniendo en riesgo su vida por ello, fueron haciendo de la astronomía una ciencia que ha logrado llevar al hombre a las inmensidades del espacio, y ha permitido descubrir más y más lejanas constelaciones.

EL OBSERVATORIO ASTRONOMICO DE LOS ANGELES

Al salir del show uno comprende que nuestra tierra no es más que un minúsculo punto en la inmensidad del universo y que debemos agradecer a Dios porque en él vivimos, mientras que ni la más avanzada ciencia ha podido probar que haya otro lugar en la inmensidad del universo donde haya vida equivalente o parecida a la nuestra.
Salimos de este show un poco menos ignorantes de las complejidades del universo, pero también más humildes por estar más conscientes de nuestra pequeñez, a la vez que más agradecidos con Dios por hacernos una parte viva y pensante de este inmenso y bello universo.

Nuestro próximo destino es la Placita de Olvera, el lugar donde en 1780, cuarenta y cuatro personas fundaron (siguiendo órdenes del gobernador español Felipe de Neve) la ciudad de Nuestra Señora de Los Angeles de Porciúncula, en el centro de lo que es hoy la enorme y bella ciudad de Los Angeles.
Nadie, y menos sus cuarenta y cuatro fundadores, tenían la más remota idea de que el pueblito que fundaron entonces, se convertiría con el tiempo en una de las dos metrópolis más grandes e importantes de lo que en el futuro serían Los Estados Unidos de América. La placita tiene en su centro la iglesia de típica arquitectura barroca española, y es muy semejante a las iglesias de esa misma época que existen en Cuenca y Quito en el Ecuador. Muy cerca de la iglesia hay espacios abiertos que se han convertido en parques, con una rotonda al centro donde en el momento que llegamos, una orquesta de mariachis echaba al aire las notas de una canción ranchera, mientras que, después de un rato, en una esquina, había un grupo de tres artistas, cantando también canciones del folklore mexicano.

Dentro de la plaza había una gran cantidad de gente que vestida a la mexicana y hablando como mexicanos, traía consigo sus mascotas (perros, gatos gallinas, iguanas y hasta una pequeña vaquita), para ser bendecidas por el obispo durante una procesión que incluía jinetes sobre hermosos caballos, vestidos a la vieja usanza de los charros mexicanos.
Alrededor de la plaza y en calles típicamente estrechas, los edificios son de estilo clásico español-mexicano, ocupados por restaurantes y tiendas donde se vende casi exclusivamente artesanías mexicanas, y entre vereda y vereda, pequeñas carpas al estilo de la “bahía” en Guayaquil, donde igualmente se ofrecen más artesanías mexicanas. Todo esto le da a la placita el aspecto, el color el idioma y el sabor de México, confirmando que la población de Los Angeles tiene un alto porcentaje de gente de ese origen, que no solo conserva la cultura, el idioma, el acento, las costumbres, el vestido y el folklore de su país natal, sino que le da ha dado a esta hermosa ciudad un toque especial de la cultura hispano americana que la hace casi única en el mundo.

LA PLAZA OLVERA, EN LOS ANGELES

Angie y yo disfrutamos mucho de la Placita de Olvera, de su gente, de su música, de sus espectáculos y de sus colores, y de alguna manera sentimos que a través de nuestra sangre y nuestro idioma estamos ligados a este lugar y a su historia. Concluida nuestra visita a la Placita, decidimos ir a comer comida mexicana. Fuimos a comer en el restaurant El Coyote.
Este día muy agitado durante el cual Angie y yo mantuvimos un dialogo ininterrumpido y siempre agradable, enfocado en la familia, en nuestra optima relación de padre e hija, y en nuestros planes para el futuro. Sus reflexiones maduras e inteligentes y acertadas, siempre las he acogido en todo su valor y así seguirá siendo en el futuro. Ella es y seguirá siendo mi consultora, mi consejera, mi amiga y mi confidente.

Finalmente regresamos a casa a las seis de la tarde. Angie estaba agotada por haber manejado desde muy temprano, por tanto decidió tomar una siesta. Esta no concluyó hasta las diez de la noche, demasiado tarde para salir a comer. Así terminó este día que nos mantuvo cerca, muy cerca, mientras disfrutábamos de nuestra mutua compañía y nunca salimos a cenar. Había que prepararse para el viaje del día siguiente a visitar a mis primos Izurieta y su mamá.