Saturday, January 26, 2013

LA VIDA CONTINUA


Como uno de los auditores de Arthur Andersen, viajaba constantemente a Quito y Cuenca, tanto que poco a poco me fue gustando este constante movimiento, porque aun era soltero, y en los viajes, después de la jornada de trabajo siempre había tiempo para divertirse un poco por las noches. En uno de esos viajes a la vieja, bella y (en ese tiempo) conservadora Cuenca, en el año 1972, yo era el senior a cargo de la auditoria de la compañía más grande de esa ciudad, y una de las más grandes del país, Ecuadorian Rubber Co., fabricante de las llantas General y único fabricante de llantas nacionales, compañía en la cual yo tenía ya dos años de experiencia. En este trabajo eran mis asistentes dos jóvenes y brillantes profesionales; Julio Chang y Cesar Lucin, con quienes mantengo una gran amistad aun después de más de cuarenta años.
A las siete de la noche del primer dia de trabajo, decidimos que era hora de concluir nuestra labor del dia y tomamos un taxi para ir a nuestro hotel. En el camino pedimos al chofer que nos llevara a un restaurant tipo parrillada argentina, que estaba ubicado frente al aeropuerto de la ciudad y allí cenamos. A eso de las ocho de la noche tomamos otro taxi para que nos llevara al Hotel El Dorado ubicado en el centro de la ciudad, pero en el camino se nos ocurrió que podíamos intentar pasar un par de horas en un lugar nocturno para divertirnos un poco, al fin o al cabo los tres éramos solteros y nos gustaba mucho la parranda. Con eso en mente, le pedimos al chofer del taxi que “nos llevara a un buen lugar de vida nocturna”; la respuesta muy sincera, y además muy cierta fue inmediata y dicha con el más puro acento cuencano; “seeeñores, looo sieeento peeero aaaquí eeen Cuenca la vida nooocturna es deee día”. Nos echamos a reír a carcajadas de lo que acabábamos de escuchar, pero era cierto. Cuenca en esa época todavía era una ciudad de costumbres muy conservadoras y la gente en su gran mayoría cenaba a las seis de la tarde y se iba a la cama a las ocho o nueve de la noche, después de rezar el Rosario…La vida nocturna, tal como la conocíamos nosotros, gente de la metropolitana Guayaquil, simplemente no existía en Cuenca, o simplemente ocurría durante el día…
Las cosas han cambiado mucho desde entonces en nuestro país, pero particularmente en Cuenca. Esta es hoy una ciudad moderna, con amplias avenidas y autopistas periféricas que descongestionan sus calles tradicionales, tiene hoteles de primera clase y excelentes restaurantes y, por supuesto tiene una vida nocturna muy intensa que ya no es “de dia”. Hoy Cuenca, que ha sabido preservar en su casco colonial la clásica arquitectura de herencia española, se ha convertido en una ciudad de gran turismo, su nombre aparece en periódicos y revistas de todo el mundo, ponderando las bellezas de su paisaje, su campiña embellecida por sus tres ríos. Hoy, Cuenca es una de las ciudades más atractivas para personas de países del primer mundo que desean jubilarse y vivir en un lugar de verde permanente, rodeada de hermosas montañas, con flores multicolores todo el año y de agradable clima, siempre primaveral, con comodidades modernas pero a la vez con la tranquilidad de un ambiente fresco y sereno. A Cuenca le va muy bien hoy y le irá mejor mañana…
A mediados de mayo de 1972, sólo dos años y medio después de haber ingresado a La Firma, ya recibía el trato de un Gerente, y por eso me enviaron a ciudad de México a una reunión de Socios y Gerentes de la División de Impuestos de Arthur Andersen en toda América Latina, donde se discutiría las estrategias de planeamiento para minimizar la carga impositiva a nuestros clientes, con el máximo apego a las diferentes legislaciones de cada país. Al concluir esta reunión, tomé mis primeras vacaciones y decidí partir desde México a Canadá a visitar a mi hermano Guido que para entonces vivía en Toronto, Canadá.
Maté dos pájaros de un tiro, porque también visité a mi sobrino Leonardo, quien para entonces vivía con su novia en el departamento de Guido en Toronto, sin un trabajo fijo y sin meta cierta en su vida. Como hermano mayor que me sentía (para Leonardo), le convencí que tenía que dejar atrás su vida de semi hippie, fijarse una meta y un camino a seguir para alcanzarla. Le aconsejé que volviera a Estados Unidos, que buscara un trabajo fijo y que pusiera su vida en orden para entonces casarse, si ambos, para entonces, pensaban que querían pertenecer el uno al otro por el resto de sus vidas. El tiempo me dio la razón, Leonardo volvió a Estados Unidos, consiguió un buen trabajo en una fábrica de zapatos y años después lo trasladaron a Republica Dominicana, él y su esposa volvieron al Ecuador, se casaron y ahora son padres de cuatro hijos y abuelos de media docena de nietos, y es probable que de vez en cuando se acuerden de echarme la culpa de su feliz matrimonio…
Mi hermano Guido siempre fue mi debilidad, siempre lo sentí mas como si hubiera sido un hijo que tuve prematuramente, que como a un hermano menor, tanto es así que a mi hijo varón, Rafaelito, muchas veces inadvertidamente lo he llamado Guido. Pero él era un hombre muy independiente, hizo su vida como a él le pareció mejor, nunca siguió un consejo y menos hubiera aceptado un tutor. El recorrió el mundo de un lado al otro, se casó cuatro veces, tuvo algunos hijos que se parecen a él casi como una gota de agua a otra y murió a los sesenta y dos años víctima de una mala práctica médica que se atrevió a punzar su cerebro (para extraer una muestra y practicar una biopsia) en un lugar que nunca debió haber sido tocado. A Guido lo vi muy bien en ese viaje que hice a Toronto, vivía en un apartamento muy cómodo en un edificio moderno de la ciudad, era el chef en un Steak House muy bien ubicado. Me dijo que se había separado de su primera mujer y se sentía poco a poco liberado del cargo de conciencia inicial por vivir solo. A él nunca le faltó una pareja para amenizar su vida. En resumen, me fui de Toronto muy contento de ver bien asentado a mi hermano.

Cumplida exitosamente la primera parte de mi periplo, que era ver a mi hermano y cerciorarme de que estuviera bien, seguí mi viaje cuyo destino final era Europa, la vieja Europa sobre la cual tanto había leído y aprendido, y de la cual tanto quería ver en vivo y en directo. Desde muy niño soñaba con viajar y conocer Europa, el continente que yo amaba tanto porque nos legó nuestra cultura, buena parte de nuestra sangre y de nuestros genes. Ver y conocer Paris, Madrid y Roma era casi una obsesión que crecía a medida que llegaba a la edad adulta.

De Toronto viaje a Ottawa y allí abordé un Jumbo 747 de KLM, con destino a Ámsterdam. Eran los tiempos en que el 747 empezaba a verse como la maravilla de la aviación moderna que fue durante las siguientes tres décadas. En ese vuelo trasatlántico disfruté del trato especial que KLM dispensaba a sus pasajeros internacionales. Cena con salmón y caviar, champan y vino al gusto; y como bajativo, me ofrecieron y probé por primera vez un licor que desde entonces es mi licor dulce preferido después de una cena formal, un Drambuie.

Nos despertaron cuando eran las nueve de la mañana (hora de Ámsterdam), y nos sirvieron un suculento desayuno. Aterrizamos en el aeropuerto de Schiphol a las once. Todo me parecía un sueño del que no deseaba despertar, el tan esperado viaje a Europa empezaba a concretarse, ya estaba en suelo europeo, ya mis sueños de la niñez no eran solo eso, la realidad estaba empezando a darse, y esta era, definitivamente, mucho mejor que aquellos. Las palabras que mi madre me dijo cuando solo era un niño tenían mucho más sentido ahora: ella me dijo alguna vez, “si persistes y si luchas por ellos, tus sueños siempre se harán una realidad”.
Desembarcamos y tomé un taxi hasta el pequeño hotel que había escogido siguiendo las instrucciones de mi librito “Europa por 20 Dólares Diarios”, que compré en ciudad de México antes de abordar el avión que me conduciría a Toronto.

El hotel era pequeño pero cómodo, la habitación era de unos nueve metros cuadrados pero tenía baño propio, cosa que después descubrí que no era usual en los hoteles pequeños de toda Europa. Todo era cómodo pero lo más cómodo era el precio (ocho dólares por noche). El hotel estaba ubicado a poca distancia de la estación de ferrocarriles y del centro de la ciudad. Era el mes de mayo, y Holanda estaba en su mejor época, los tulipanes con sus múltiples colores podían verse en las cuatro direcciones tan pronto se salía de la ciudad. Holanda en el mes de mayo parece un gigantesco jardín de tulipanes.

Yo estaba tomando unas vacaciones de cuarenta días, las primeras desde que tuve el honor y la suerte de convertirme en un hombre de Arthur Andersen & Co, la tercera firma de auditores independientes más grande del mundo, y sin duda la más prestigiosa. Mi milagroso librito Europa por Veinte Dólares Diarios contenía toda la información que necesitaba para mis vacaciones, incluyendo países, ciudades, hoteles, restaurantes, trenes, shows, museos, monumentos y otros puntos de interés, así como consejos para cambiar el dinero en las diferentes monedas a medida que uno iba saliendo de un país y entrando en otro. Con esa guía, no fue difícil encontrar lo que deseaba y el gasto diario no era muy diferente de los veinte dólares que mi guía me había presupuestado.

Cuando inicié mi viaje llevaba conmigo dos mil dólares en cheques viajeros, lo cual me permitía cierta flexibilidad en mis gastos, pero al final de los cuarenta días, traje de regreso al Ecuador más de $400, a pesar de que disfruté de los mejores shows de Europa y no me abstuve de comer y de beber bien.
En Amsterdam compré un Eurorailpass, que era un boleto para subir y bajar en los trenes de Europa en cualquier país, dia, hora y distancia, sin límites, por un mes completo. Mis primeros paseos fueron dentro de Holanda, por dos días y pude disfrutar de la belleza de ese país en la mejor época de año. Los holandeses me sorprendieron por su cortesía y su perfecta forma de hablar inglés.

Mi siguiente destino era Alemania y les contaré sobre eso en mi próximo capitulo