Saturday, February 19, 2011

OTROS RECUERDOS DE MI INFANCIA

Unos pocos meses después de la llegada de los primeros jeeps a Pallatanga, y como era de esperarse, se comenzó a usar comercialmente el sistema de transporte motorizado. A los pequeños jeeps, que sólo podían transportar apretadamente cinco pasajeros y ninguna carga, se les colocaba detrás un carretón de dos ruedas, que halado por el jeep (le llamaban el tráiler), permitía transportar hasta veinte quintales de carga y a veces unos tres pasajeros más, sentados encima de la carga. Por lo menos tres jeeps hacían este transporte con una frecuencia de tres viajes semanales, de modo que ahora había comunicación y transporte diarios hacia Riobamba. Las mulas, que eran el medio de transporte tradicional, comenzaron a perder su importancia y empezaron a perder su valor de cambio. Buena parte de los arrieros que por decenas de años había sido los encargados del comercio y del transporte en Pallatanga, empezaron a perder su valor como agentes del transporte y del comercio. Después de todo, este era una parte del precio que había que pagar por el progreso.
El transporte motorizado de carga y pasajeros era un enorme avance en el comercio y las comunicaciones. A Pallatanga empezaron a llegar los periódicos de Guayaquil y Quito con un atraso de sólo un día, era increíble, ya las noticias del país y del mundo no pasaban sin que los pallatangueños las conocieran y las comentaran. Recuerdo a mi padre y a mi tío Antonio, compartiendo el periódico, leyéndolo y comentando las noticias, los dos eran el tipo de persona que se ha auto educado a través de los periódicos y de la discusión de las noticias del mundo y del país. Ellos discutían y opinaban sobre cualquier acontecimiento importante de esa época. Ya éramos parte del mundo moderno, habíamos entrado a la civilización del siglo XX, con sólo cincuenta y un años de atraso…
El comercio, ahora motorizado, trajo como consecuencia lógica la lenta pero segura eliminación de dos tipos de personajes que eran íconos de nuestro pueblo, ambos resistieron heroicamente la embestida del cambio, eran los Licaneños y los Arrieros. Los primeros se adaptaron más rápidamente al cambio y dejaron de usar sus burros para utilizar el transporte motorizado de los jeeps. Ellos siguieron llegando a Pallatanga, ahora a bordo de los Jeeps, los sábados en la tarde, con su carga de cebollas blancas y coloradas, coles, lechugas, culantro, tomates, zanahorias y demás “verduras” y frutas de la sierra, y siguieron llevando de regreso la producción de Pallatanga hacia su mercado en Licán y Riobamba. Algunos de ellos se quedaron luego a vivir en Pallatanga, otros fueron desapareciendo de nuestras calles y mercados como la niebla desaparece al entrar el sol en las mañanas, sin hacer ningun ruido...
Los Arrieros resistieron más el embate del cambio, ellos siguieron por algunos años más viajando a Bucay con sus mulas, llevando y trayendo mercancías que iban hacia la costa o venían de ella. Esto también se acabó muchos años después, cuando se concluyó la carretera que unía a Pallatanga con Bucay y Guayaquil, a finales de la década de los sesenta.
Fue por esa época, cuando yo tenía unos diez años de edad que mi padre volvió a ser Teniente Político de Pallatanga y en esta ocasión fui testigo presencial de un evento que ha quedado grabado en mi memoria, y que muestra la parte más noble de mi padre.
Un día él me pidió acompañarle a su oficina, se acercó un campesino de apellido Rivera a presentar una demanda en contra de un chofer de jeep de apellido Estrella. El caso es que Rivera acusaba a Estrella, en juicio verbal, frente a mi padre, de haber matado intencionalmente una de sus gallinas al pasar con exceso de velocidad y sin detenerse, por el frente de su casa ubicada en el caserío de Jiménez, muy cerca de Pallatanga.
Rivera sostenía además, que Estrella debía indemnizarle por la pérdida de su gallina, que tenía un valor estimado de veinte sucres, pero, y esto es lo más interesante, por el “lucro cesante” (en realidad no recuerdo el término que Rivera usó, pero era el equivalente a lo que hoy en dia se conoce en materia de seguros, como lucro cesante, esto es, la pérdida del ingreso corriente como consecuencia de un siniestro que afecte un activo productivo), porque la gallina, que ponía un huevo diario, había dejado de hacerlo, porque estaba muerta, y que eso le representaba la pérdida de un ingreso adicional de por lo menos dos veces el valor de la gallina viva. En total, el reclamo de Rivera era por aproximadamente sesenta sucres.
Estrella, el chofer acusado de “asesinar a la gallina”, admitió haber matado a la gallina, pero basó su defensa en el argumento de que él era un pobre chofer, con cuatro hijos menores y su mujer que debía mantener con el insignificante sueldo que recibía del dueño del jeep que él manejaba y que ascendía a la “astronómica” suma de cien sucres mensuales. Estrella también argumentaba que al ocurrir el hecho materia del juicio, no iba a exceso de velocidad y que había sido el polvo del camino el que no le había permitido “ver bien a la gallina” que evidentemente se cruzó en el camino de su jeep y terminó aplastada.
Argumentos iban y venían de las partes, ya la audiencia había demorado más de una hora, había otras gentes esperando a mi padre para que atendiera sus casos, y lo que pretendía mi padre era que las partes llegaran a un acuerdo extra legal, sin que él tuviera que tomar una decisión que terminara por disgustar a las dos partes. No tuvo suerte.
Finalmente, y ante la imposibilidad de una solución negociada, mi padre pidió a las partes que se pararan a escuchar su “sentencia”. En tono solemne empezó: “ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo entre las partes, y ante la necesidad de cerrar este caso, no tengo otra alternativa que darles una solución, que podría no ser la más justa, pero es la que desde mi punto de vista puede, en primer lugar, compensar en algo la pérdida del acusador, y dejar un precedente para nuestra justicia y para nuestro pueblo”, y continuó, mientras metía su mano derecha en su bolsillo y sacaba un billete de veinte sucres, que probablemente era todo lo que tenía en ese momento, “voy a compensar al acusador, de mis fondos personales, por el daño recibido por la muerte de su gallina, “aquí tiene veinte sucres, que es todo lo que tengo”, “y paraa usted, señor chofer , van tres advertencias que deberá tomar muy en cuenta”, y siguió, “primera, usted debe reducir la velocidad de su carro cuando llegue a cincuenta metros de cualquier casa que esté frente a la carretera; segunda, usted debe pitar al acercarse a una casa para que sus habitantes sepan que hay un carro en el camino y cuiden a su aves y otros animales, y, tercera, no habrá más perdón y olvido de parte de esta autoridad para el que cometa estas faltas”, “confío en que no habrá una próxima vez, pero si la hay, señor Estrella, usted tendrá que indemnizar al perjudicado, o irá a parar a la cárcel”, y agregó “muchas gracias”, y respetuosamente pidió a demandante y demandado su retiro de la sala.
Ninguno de los dos podía creer lo que había oído, ambos se acercaron a mi padre, lo abrazaron y le agradecieron por su tiempo y su sentencia, y luego, los dos se abrazaron, en un abrazo genuino de amistad y de paz.
Nunca había tenido la oportunidad de ver a mi padre a esa altura, nunca olvidaré esta escena. Ella dejó en mí una huella indeleble de la personalidad, de la integridad y el sentido de la justicia y de la equidad que tenía mi padre…