Wednesday, October 5, 2011

REINTRODUCCION

Fue el 17 de abril de 2011 que publiqué el capítulo anterior sobre mis memorias personales, fue en esa fecha que me excusé con ustedes porque me iba a ausentar por algun tiempo. Bueno, no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, aqui estoy de nuevo, escribiendo sobre mi vida, sobre mi origen, sobre mi largo camino para llegar a donde estoy. De ahora en adelante seguiré haciéndoles que me acompañen en mi viaje de 69 años por los caminos de la vida.

DE VUELTA EN EL SEMINARIO

Durante ese seco y polvoriento verano de 1955, también tuve la oportunidad de compartir tiempo con mi padre. El era una mezcla de agricultor, de comerciante, de arriero, de empleado de gobierno (teniente político), de hombre permanentemente interesado en la política y en el acontecer mundial, leía ávidamente los periódicos y comentaba las noticias con su hermano Antonio, otro hombre interesado en esos temas.

Mi padre ayudaba en el trabajo de la panadería, especialmente los sábados cuando había que amasar y ahornar el pan, su ayuda era importante para mi madre y se la daba cuando él no estaba de viaje u ocupado en sus otras labores.

El verano era la época de las cosechas, mi padre, en sus tareas de agricultor sembraba maíz, trigo, cebada alverja y lenteja en Azazan, la pequeña finca que mis padres compraron al tío Juan Celio (y que había pertenecido a sus abuelos), en gran parte con los ahorros de mi madre, y con la entrega de la máquina de coser Singer que ella usaba para hacernos nuestra ropa, como parte de pago (por el equivalente de quinientos sucres). En esta finca, mi padre a veces sembraba a través de peones y otras “a medias” con partidarios que ponían el trabajo mientras mi padre ponía el terreno y la semilla. Yo le ayudé en algunas de las tareas agrícolas, unas veces a “lorear” en las chacras de maíz, esto es, a cuidar que los pájaros, especialmente los loros, en manadas, no se comieran los choclos y arruinaran la cosecha. Otras veces le ayudaba transportando la comida para los peones y para él mismo. Fue en ese verano que intentamos seriamente, mi padre y yo, que el aprendiera a andar en bicicleta, pero nos tuvimos que dar por vencidos después de que el sufriera algunas caídas que lo dejaron golpeado y algunas veces magullado. El ya tenía 55 años de edad y pareciera que había pasado la etapa de su vida en que podía intentar estas “nuevas habilidades”. Me imagino que debe haber sido frustrante para él, un excelente jinete, el no poder montar en una bicicleta, un aparatito de dos ruedas que sólo se movía cuando uno mismo pedaleaba.

Hacia fines de Septiembre, cuando se acercaba el dia de volver al Seminario, sentí un poco de pena de dejar mi casa, a mi madre, a mi hermano pequeño y a mi padre, pero me alentaba el deseo de volver a disfrutar de todo lo que ofrecía mi colegio. Este iba a ser el primer año completo de estudio en el internado de Riobamba, iba a volver a disfrutar de todas las cosas que me gustaban de este lugar, incluyendo el deporte, los paseos semanales, la comida, las lecturas, y, porqué no decirlo, el estudio metódico, disciplinado y bien supervisado por nuestros maestros. Para entonces las cosechas habían terminado, los campos estaban llenos de polvo y del rastrojo que queda después de la cosecha.

En los primeros días de octubre volví a mi colegio, volví “con ganas”, así que el año escolar comenzó con pie derecho. Ahora tenía que estudiar todas las materias de igual a igual con todos los demás estudiantes de mi curso, ya no tenía yo la ventaja en algunas materias y mis compañeros en otras. Ahora todos debíamos “sudarla” por igual, y así lo hacíamos. Mis materias preferidas siguieron siendo los idiomas (4), pero tambien las matemáticas, historia y geografía. En idiomas era evidente que yo tenía una facilidad especial para aprenderlos, eso fue claro desde el año anterior, sin embargo el griego siempre fue muy dicicil para mi, y de él no recuerdo ahora casi absolutamente nada.

Lo mejor de todo era que ahora se había duplicado el número de estudiantes pues para el nuevo año lectivo se habían matriculado veinte y dos chicos en el primer curso, por lo tanto, había una cantera más grande de donde sacar más deportistas, y en particular, mas futbolistas. Ahora podíamos tener cuatro equipos casi completos y el nivel de competencia obviamente iba a mejorar, y de hecho mejoró. Para el mes de diciembre ya teníamos cuatro equipos bien estructurados y empezamos a buscar competencias con otros colegios religiosos de la ciudad. Nunca ganamos ninguna competencia intercolegial (éramos muy nuevos para eso), pero empezamos a sentirnos más maduros, más parte de la comunidad estudiantil de Riobamba. Sacamos un equipo único de 22 jugadores, una especie de selección del colegio, combinando estudiantes de primero y segundo curso, y llegamos a tener un equipo excelente, un equipo que podía jugarle de igual a igual a cualquier equipo de nuestra edad en la ciudad. Yo seguía siendo un mediocampista en el equipo titular, y sentía mucho orgullo por ello.

Nunca olvidare el dia en que, jugando contra nuestras reservas, disparando de primera, hice un tiro desde unos quince metros, directo a la esquina izquierda del arco del equipo contrario, un disparo que iba a ser el mejor gol de mi vida, un gol que hubiera quedado pegado en mi memoria para siempre, pero, de repente, como salido de la nada, un defensor despejó limpiamente esa bola cuyo destino era el fondo de las mallas. El jugador que hizo ese milagroso despeje era Ricardo Estrada (“el loco Estrada”), un chico del primer año, alto y espigado, con contextura de buen deportista y con predisposición para practicar buen futbol. Por un instante odié a Ricardo, pero solo el tiempo que duro el partido. Al finalizar este, me acerqué a el y, sonriendo le dije “arruinaste mi gol”, y, el, sonriendo de buena gana me contestó algo así como “perdóname Rafael, fue de pura suerte, no sé como lo hice”. Le di un abrazo y le dije, “fue una gran jugada, Ricardo, te felicito” y él me devolvió el abrazo. Eso selló una amistad que duro todo el año.

Para fines de diciembre de 1955, tuvimos dos semanas de vacaciones que nos permitieron a todos los estudiantes regresar a nuestras casas y pasar la Navidad y el Año Nuevo junto a nuestras familias. Regresamos a clases los primeros días del mes de enero de 1956. Nuestros estudios siguieron la rutina de una disciplina que casi nunca se quebraba, pero que nos mantenía siempre alertas a la posibilidad de cosas nuevas. Una de esas cosas inesperadas ocurrió hacia finales del mes de febrero del año 1956. A las diez de la mañana, súbitamente entró el rector en nuestra clase y nos anuncio que el obispo Leonidas Proaño iba a visitarnos para el almuerzo y que compartiría el mismo con nosotros. Fue una visita agradable, porque antes de sentarnos a almorzar y estando todos de pie frente a nuestra mesa y asiento en el comedor, el padre superior, dijo unas pocas palabras para agradecer al obispo por su visita y para darle la bienvenida a “su” casa, la casa que él había planeado con tanto cuidado y con tanta esperanza y a la que venía para ver concretada en una realidad tangible en la que se estaban preparando los sacerdotes del futuro. El obispo se limito a decir que esta era la segunda vez que visitaba su Seminario (la primera había sido la fecha en que este se inauguró) y que le complacía ver a mas de cuarenta estudiantes preparándose “para ser pastores de almas y promotores de una vida más justa para los pobres de la diócesis”. Bendijo los alimentos que nos íbamos a servir, nos encomendó a todos nosotros a la patrona del Colegio, La Virgen Dolorosa y nos invitó a sentarnos y comenzar nuestra comida.

Terminado el almuerzo, el padre superior nos pidió alinearnos a la salida del comedor, para que el obispo nos diera su bendición. Así lo hicimos y esta fue para mí la segunda vez en menos de un año que el Obispo de Riobamba, Monseñor Leonidas Proaño, ese ícono de la justicia para los pobres y desamparados, me daba su bendición personalmente. Luego de la visita del obispo y mientras él y el padre superior se retiraban al Rectorado, nosotros los estudiantes volvimos a nuestros salones de clase, a continuar nuestra rutina diaria de estudio.

Por el mes de marzo de ese año, las elecciones presidenciales del Ecuador se aproximaban. Se llevarían a cabo en el mes de junio. Los candidatos eran: por el partido Liberal el Dr. Raul Clemente Huerta; por el partido Conservador el Dr. Camilo Ponce Enríquez; por el partido Concentración de Fuerzas Populares (“CFP”) el populista Dr. Carlos Guevara Moreno, ex alcalde de Guayaquil y por una alianza de liberales y conservadores disidentes el Dr. Jose Ricardo Chiriboga Villagomez, ex alcalde de Quito. Todos los candidatos tenían un curriculum muy bueno como abogados o como servidores públicos, pero, elecciones al fin, las fuerzas políticas del país se polarizaron alrededor de los distintos candidatos, y como era de esperarse, también entre los estudiantes se empezaron a expresar opiniones sobre los candidatos y expresar simpatías por uno u otro de ellos.

La mayoría de mis compañeros estaban a favor de la candidatura del Dr. Camilo Ponce Enríquez, un destacado abogado, ex ministro de gobierno del Dr. Jose María Velasco Ibarra y a quien apoyaban, no solo el partido conservador, sino en bajo perfil, el propio gobierno, y las fuerzas de derecha en todo el país; a favor del Dr. Huerta estaban un número considerable de estudiantes cuyos padres o el resto de sus familias tenían tendencias liberales; a favor del Dr. Carlos Guevara Moreno, un controvertido ex alcalde de Guayaquil, fundador del parido CFP y con un historial político que incluía su participación en el lado Republicano en la guerra civil española, estaba un solitario estudiante (yo), que por haber estado el año anterior en Guayaquil, donde el CFP era un partido mayoritario, me inclinaba por esa candidatura. Chiriboga no tenía ningún partidario entre los estudiantes. Extrovertido como siempre he sido, yo expresaba en medio de todos los estudiantes, y sin ningún temor, mi simpatía por Guevara Moreno. Las elecciones finalmente se llevaron a cabo en Junio y el ganador, por un muy estrecho margen (que los liberales atribuyeron a una mano negra del gobierno), fue el Dr. Camilo Ponce, quien hizo uno de los gobiernos más democráticos que se hayan visto en el Ecuador en muchos años, no obstante que tuvo que enfrentar serios desafíos a su mandato, que venían de fuerzas opositoras que deseaban desestabilizar su gobierno.

Nunca recibí de los profesores o del rectorado ninguna llamada de atención por mi posición frente a los candidatos, la misma que a esa edad, no era otra cosa que una resultante de mi paso por Guayaquil, donde Guevara Moreno era muy popular, y no implicaba ninguna madura expresión de mi futura posición política.

El año escolar había avanzado casi a su fin sin que yo lo sintiera. Los estudios eran muy intensos, pero la disciplina y los métodos con que el Seminario los conducía eran tales que no podía creer que el fin de año se avecinaba y con ello venía un nuevo periodo de tres meses de vacaciones. Durante ese año, la disciplina en el estudio, la metodología en la enseñanza y la combinación de estudio y deporte lograron sacar de mí el mejor de los resultados. Fui excelente en el estudio y fui destacado en los deportes, especialmente en el futbol. Las vacaciones me llenaban de alegría, pero al mismo tiempo sabía que extrañaría el colegio.