Monday, January 31, 2011

GUIDO, EL RECITADOR

Uno de los actos preliminares de este evento cultural era una recitación a cargo de mi hermano Guido, a quien su profesora le había venido preparando desde hacía más de un mes. La recitación era una oda a “Mi Madre” cuyo autor era un poeta argentino. A más de la preparación de su profesora con los repasos continuos que ella le exigía, mi madre continuaba en casa la preparación de Guido para este gran evento. El asunto se había convertido en poco menos que en un "acontecimiento trascendental" para mi mis padres y para nosotros, sus hermanos. Por las tardes mi madre se encargaba de poner a su hijo más pequeño a repasar la recitación, una y otra vez, hasta que un día antes del día D, mi mamá quedó satisfecha y dejó cenar tranquilo a Guido sin repasar su recitación. Todos en la casa jurábamos que Guido iba a hacer un papel brillante en este, su debut como declamador y “estrella” de los escenarios.
Llegó finalmente el día tan esperado, a las siete de la noche, el escenario estaba preparado, las luces de las lámparas Petromax alumbraban totalmente el lugar, el público asistente, que estaba ubicado frente al escenario y ocupando una gran parte de la plaza del pueblo, estaba cómodamente sentado en las sillas individuales que cada persona había traído desde su casa, y sólo aguardaba el comienzo del gran espectáculo. Era una noche fresca, con un espectacular claro de luna que anunciaba un éxito total para el espectáculo que se había preparado.
Llegó el momento y se abrió el telón. Como de costumbre, el primer punto en el programa de la noche fue el Himno Nacional, coreado por todo el público, lo cual se hizo con la solemnidad con que en la escuela siempre nos enseñaron a cantarlo. El segundo punto del programa fueron las palabras del director de la escuela “La Condamine” don Luis Cadena, ofreciendo el acto al gran público pallatangueño y a las delegaciones culturales y deportivas que nos visitaban. Sonoros aplausos del público que estaba ya ansioso de que comenzaran “la acción”.
En el tercer punto del programa, la persona a cargo de este, anunció la presentación del niño de seis años, Guido Antonio Romero Montiel, alumno del primer grado de la escuela “la Condamine”, recitando el poema “A Mi Madre”. El público emocionado le otorgó un sonoro aplauso de bienvenida al “joven recitador”, quien hizo la venia de saludo al público y comenzó diciendo con su voz medio ronca ; “a mi madre”, luego con una pausa de varios segundos, mirando siempre de frente hacia el público que esperaba ansioso escuchar la recitación, Guido, calmado, sin prisa, pero tosiendo brevemente como para aclarar su garganta, repitió; “a mi madre”, a continuación , el recitador hizo una nueva pausa de varios segundos y, con una leve expresión de frustración volvió a repetir; “a mi madre” mientras ya el público empezaba a hacer oír murmullos que eran una mezcla de ansiedad y de frustración y de ganas de ayudar al pequeño declamador.
Guido seguía en el centro del escenario y, por cuarta vez repitió, ya con muestras de sentirse frustrado y con sus mejillas enrojecidas, una vez más “a mi madre”, finalmente alzó las manos hacia arriba, como dándose por vencido o pidiendo ayuda divina para recordar el texto de su poema, pero la ayuda nunca le llegó. Entonces, sin inmutarse repitió la venia, inclinándose casi hasta llegar con su cabeza a las rodillas, y salió del escenario despidiéndose del público con un beso volado, agitando sus dos manos como si estuviera a punto de iniciar un largo viaje después de un gran éxito escénico. El público se desató en una carcajada incontenible que duró varios minutos y retrasó todo el resto del programa y agitaba las manos devolviendo con entusiasmo la despedida de Guido y aplaudiendo sin cesar al frustrado recitador.
En el pueblo no se habló de otra cosa por varios meses, y aún después de muchos años este jocoso evento siguió siendo un tema de comentarios en conversaciones familiares. Mi hermano Guido, quien ya se había hecho famoso en el pueblo cuando, con las vestiduras de Jesús se sacó la corona y empezó a perseguir a los muchachos que lo azotaban más allá de lo debido, se hizo un personaje aún más famoso después del día de su presentación en escena. A Guido todo el mundo saludaba con gracia y con cariño, nunca con reproche. En el pueblo nadie recuerda, y yo no soy la excepción, cuales fueron los actos siguientes de esta noche de eventos culturales en Pallatanga, pero la presentación de Guido, sesenta años después, aún se recuerda y se comenta en nuestro pueblo con una mezcla de cariño y nostalgia.
Al concluir el espectáculo, mi madre, quien se hallaba algo abochornada por este hecho, le preguntó a mi hermano pequeño, porqué se había olvidado algo que tan bien lo sabía y había ensayado tantas veces, y Guido, sin una gota de temor le respondió; ”mamita, acuérdese que yo nunca repasé la recitación delante de tanta gente”.
Hoy se llama a lo que le pasó a Guido “miedo escénico”, y les pasa todos los días hasta a políticos y artistas de todo el mundo. Mi hermano Guido nunca dejó de ser el chico desenvuelto, el que daba su opinión en las conversaciones de los mayores ( y el único al que mis padres se lo permitían), el que hacía un comentario de dos o tres palabras y que hacía reír a todo el mundo. Aunque en la vida le tocó enfrentarse a problemas y situaciones de alto riesgo, él siempre lo hizo con la serenidad con que enfrentó a una masa de público ansiosa de escucharle recitar. El Nunca dejó de tener una alma de niño!
Mi hermano Guido, igual que el resto de los chicos varones de nuestra familia, salió del pueblo cuando tenía entre diez y doce años, cuando mi madre creía que había llegado el momento de “desmamantarnos” y debíamos de comenzar el camino que nos conduciría al “éxito”, fuera del pueblo que ella tanto amaba, pero del cual debíamos salir si queríamos llegar a superar las limitaciones impuestas por el aislamiento de nuestro pueblo. Mi hermano era el último de diez hijos que procrearon nuestros padres y de los que sobrevivimos siete, él era lo que en nuestro pueblo llamaban “el apairote”, o el último de muchos hijos, el consentido, el mimado, el que lo consigue todo de su madre, el que “le saca las canas verdes” a los viejos y al que rara vez estos castigan, el que nació cuando ya los viejos estaban cansados de corregir a los otros hijos y sólo querían ahora disfrutar del más pequeño, que en el fondo era casi un nieto para ellos. Era un niño al que todos lo tratamos con amor, con mucho amor, casi con excesivo amor.