Monday, July 19, 2010

PUEBLO DE MIS RECUERDOS




PALLATANGA- LA DAMA DEL MAIZ, MONUMENTO SITUADO A LA ENTRADA DEL PUEBLO CUANDO SE LLEGA DESDE RIOBAMBA


En el piso superior de la casa, hacia el lado del frente, había siempre un pequeño balcón donde se colocaban maceteros con flores, al estilo de los países del centro europeo en el verano, con la excepción de que aquí, en Pallatanga, los maceteros tienen flores los 365 días del año. Desde estos balcones, la familia y sus invitados miraban los eventos que en los días de fiesta se desarrollaban en la plaza, estos eventos incluían torneos de cintas a caballo, corridas de toros, desfiles escolares, procesiones religiosas, torneos de futbol y de vóley, carreras de caballos, así como los festejos propios de las “vísperas” (la noche previa a las fiestas religiosas), especialmente de las “fiestas patronales” a fines de septiembre , o las fiestas de “San Vicente Ferrer” cada cinco de abril y los “pases del Niño” en la Navidad. El resto del piso alto de las casas lo ocupaban dos o tres dormitorios, uno de los cuales era el de los padres de la familia, y los otros, con dos camas en cada cuarto, eran destinados al resto de la familia que generalmente era numerosa. Las camas siempre eran usadas por dos personas.

Allí, en la plaza, y adosados a la escuela se construían los escenarios ocasionales para las presentaciones de teatro, que eran parte esencial de las fiestas del pueblo. A Pallatanga llegaban grupos teatrales y deportivos de pueblos vecinos como Chillanes, Cajabamba y Bucay. Había un gran intercambio cultural y deportivo entre esos pueblos.

La elección de La Reina del pueblo era un evento particularmente especial. Esta elección era muy democrática, eran los habitantes del pueblo los que votaban por las candidatas que eran escogidas por un grupo de personas encabezadas por el director de la escuela. En Pallatanga había mujeres muy bonitas y las elecciones eran muy reñidas. Una vez elegida la Reina, las demás candidatas se convertían en damas de “la corte” y desaparecían las rivalidades propias de una elección democrática. En el año 1953 fue elegida Reina de Pallatanga mi hermana Florcita. Ella era de tez muy blanca, medía un metro cincuenta y cinco, tenía unos grandes ojos verde aceituna, pelo castaño, nariz romana y pestañas muy grandes, pero sobre todo, era muy inteligente y sólo recientemente se había graduado como la mejor normalista en el Colegio Rita Lecumberry de Guayaquil. Fue una reina muy especial a quien el presidente Velasco Ibarra, cuando visitó Pallatanga, alabó por su inteligencia y gran oratoria.

Junto a la casa principal siempre había una construcción pequeña, separada, aproximadamente de tres por cinco metros, donde estaba la cocina de leña, con fogón de ladrillo, las ollas se sostenían en parrillas de hierro que cruzaban el fogón a una altura de unos veinte centímetros, para permitir la colocación de los leños debajo de las parrillas. En la cocina siempre estaban los cuyes, que eran una parte importante de la dieta de los pallatangueños, los cuyes se alimentaban exclusivamente con hierba fresca que se traía de los alrededores del pueblo.
Casi todas las casas tenían su techo hecho con “cadi”, que eran las hojas de las palmeras que abundaban en los bosques subtropicales de la zona. A medida que la economía de las familias iba mejorando, cambiaban el techo de cadi por el de zinc, que era más liviano, durable, higiénico y de mejor apariencia. El techo de zinc era un indicativo de que la familia tenía un mejor nivel económico. Algunas familias tenían, junto a la edificación de su cocina, una pequeña edificación adicional, era para el horno de adobe, donde se ahornaba el pan, el chancho, o en ocasiones especiales el pavo, el venado o la guatusa. En nuestra casa, el horno era muy importante porque allí, mi madre horneaba no sólo el pan nuestro de cada día, sino el pan que ella hacía para ganarse el sustento de la familia.

Alrededor de la plaza central del pueblo se construyeron las principales calles y, por supuesto, las edificaciones más importantes como la iglesia, el convento (residencia del cura), la escuela, y muy cerca la Tenencia Política y la Cárcel (que estaba debajo de las oficinas del Teniente Político). Junto al convento estaba la casa del único boticario del pueblo, el señor Tufiño, un hombre bajito, blanco, de cejas muy negras y espesas, de hablar pausado y algo amanerado. El en realidad era como el médico del pueblo, el único que sabía poner inyecciones y a quien los niños solíamos temer cuando llegaba, porque sus visitas generalmente significaban un doloroso y desagradable “pinchazo” en las nalgas


LA CASA DEL ZAMBO PAREDEZ,SIMBOLO DE LA VIVIENDA DE MI PUEBLO

La calle principal, que pasaba por la iglesia y que mucho después fue nombrada “calle Diez de Agosto”, tenía un total de treinta casas cuyo frente miraba hacia el este, y comenzaba en nuestra casa, al norte, y terminaba en la casa del “Zambo Paredes” al sur. El zambo era un personaje muy importante en el pueblo, era el carpintero que había construido muchas de las casas de Pallatanga, y quien se convirtió en el fundador y director de una escuela de carpintería cuyos discípulos construyeron todas las casas del pueblo. Aún hoy, después de dos tercios de siglo, hay muchas casas construidas por el zambo o sus discípulos, que están allí, como testigos de una era ya pasada, pero que permanece intacta en nuestros recuerdos

Alrededor de la plaza, en el lado oriental del pueblo, había unas doce casas, entre ellas la de Isidoro Martínez, la del “gato Ricaurte” y la de don Rodolfo Torres, estas dos últimas estaban pintadas con alegorías ecuestres, recordando a Los Libertadores, Simón Bolívar y Sucre, con el escudo del Ecuador en medio. En ambas casas había tiendas que vendían desde abarrotes hasta materiales de construcción.Eran el equivalente pallatangueño de los ¨malls" de hoy en las grandes ciudades


SIMBOLO DE PALLATANGA, LA CASA PINTADA CON IMAGENES DEL MARISCAL SUCRE Y EL LIBERTADOR SIMON BOLIVAR

Perpendicular a la anterior, en dirección oeste-este, en direcció al río, comenzaba una callecita de no mas de cinco casas, incluyendo una muy bajita, con paredes de adobe y techo de cadi, donde vivían doña Mariana Morales y sus tres hijas, que hacían llapingachos de papa y zanahoria blanca con queso criollo. Los llapingachos eran fritos en manteca de chancho con achiote en un latón grande puesto sobre el fogón de leña, hasta que quedaran dorados y semi crocantes. Doña Mariana y sus tres hijas servían estos llapingachos cubiertos con una salsa de maní sobre una cama de lechuga con algo de agua-sal y acompañados del infaltable “hornado”. Era el bocado más delicioso que los pallatangueños comíamos los sábados y domingos. No había lugar para sentarse, excepto una pequeña banca de madera, por eso, la mayoría de los clientes comíamos parados delante del fogón de doña Mariana. Las dos hijas más jóvenes de doña Mariana; Judith y María Luisa continuaron la tradición que su madre comenzó mucho antes de que yo naciera y la continuaron por muchos años después de que yo me fui del pueblo en 1954. Ellas fueron, y de alguna manera siguen siendo, iconos de la vida del Pallatanga de mediados del siglo pasado y actores vivos de la capacidad de trabajo de la mujer ecuatoriana en su búsqueda de supervivencia , sin importar cuán hostil o cuán benigno pueda ser su entorno.

En Pallatanga había dos escuelas primarias (una para niños y otra para niñas) y no había un colegio secundario. Allí, frente a la plaza, en el lado sur y con frente al norte, estaba nuestra escuela, “La Condamine”. Frente a la escuela estaba la Plaza, que servía muchos propósitos. Era, en primer lugar, una cancha de futbol, también allí se ubicaba las canchas de vóley y de básquet que usábamos los chicos de la escuela y donde recibíamos nuestras clases de Educación Física.

En la plaza también se ubicaba el mercado dominical, principalmente atendido por “los Licaneños”, comerciantes mestizos, casi indios, originarios de Licán, un pequeño pueblito serrano al otro lado de la cordillera, junto a Riobamba. Ellos hacían una travesía semanal de 150 kilómetros a través de los páramos de la serranía, en un viaje que les tomaba cuatro días (dos de ida y dos de regreso), arreando a sus burros, iban y venían desde y hasta su pueblo, trayendo a Pallatanga la lechuga, la cebolla, las papas, la zanahoria, el tomate, la col, la coliflor, las frutas serranas y otros productos que no se producían en Pallatanga, y llevando de regreso las naranjas, los limones, las mandarinas, la yuca, la alverja, la lenteja, el frejol, las panelas y otros productos de nuestra zona. El domingo era el día de “la feria”, el día que la plaza se llenaba de gente comprando y vendiendo, era el día en que nuestro pueblo vibraba de actividad económica, alrededor de los puestos tendidos de los Licaneños

ES SABADO EN LA PLAZA DE PALLATANGA Y LOS LICANEÑOS Y SUS BURROS HAN LLEGADO

Los licaneños y su recua de alrededor de veinte burros siempre me parecieron personajes de realismo mágico, eran el pulmón económico de Pallatanga, eran viajeros incansables que parecían dar vueltas casi interminablemente, en un mágico círculo de actividad comercial altamente importante para nuestro pueblo, manteniendo siempre su perfil bajo, humilde pero valiente, casi heroico, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, década tras década. Llegaban los sábados, casi exactamente a las tres de la tarde, acampaban en la plaza, descargaban a sus burros y empezaban a arreglar sus tiendas en la plaza, preparándose para la feria del domingo. El lunes a las nueve de la mañana, desde la ventana de mi escuela los veía partir de regreso a su pueblo, uno tras otro, arreando a sus burros, nuevamente cargados, esta vez con productos de Pallatanga para ser vendidos en Riobamba. Cuando en los primeros años de los cincuenta ocurrió casi lo imposible y llegaron a Pallatanga los primeros carros, los licaneños se negaron a desaparecer como comerciantes, se mutaron, se hicieron comerciantes motorizados y siguieron trayendo a nuestro pueblo lo que allí no se producía y siguieron moviendo la economía de nuestro pueblo, con la misma eficiencia y los mismos resultados conque los Fenicios movían la economía del Mediterráneo, miles de años antes de nuestra era. A los licaneños siempre los admiré y hasta los envidié porque eran viajeros incansables. Cuando yo era un niño de siete años, por mi mente alguna vez pasó el deseo de acompañar a estos viajeros, para ver con ellos qué había mas allá de las montañas, más allá de mi horizonte. Los licaneños fueron, son, y serán una parte importante de la historia de nuestro pueblo, y son para mí como héroes anónimos que vivirán siempre en mis recuerdos.

En mi próxima entrega: MAS RECUERDOS DE MI PUEBLO