Friday, April 1, 2011

MI NUEVO COLEGIO

En pocos momentos más, mi padre y yo nos separamos. Lo vi partir por el largo callejón que conducía a la salida principal del colegio, yo me quede parado, con ganas de correr a abrazarle y decirle que lo extrañaría. Me quede allí , viéndolo caminar hacia la puerta, de vez en cuando él regresaba la mirada y con su mano derecha extendida se despedía de mi. Lo vi salir caminando por la puerta principal que un empleado del seminario se la abrió, lo vi doblar hacia la derecha, para dirigirse hacia el lugar donde tomaría un bus que le regresaría al Hotel Guayaquil, desde donde al dia siguiente viajaría en un camión hasta El Tablón, desde donde debía volver a cabalgar para viajar hasta Pallatanga.
Solo puedo tratar de adivinar los pensamientos de mi padre en el viaje de regreso: probablemente el estaba muy feliz porque su hijo quedaba en un buen colegio, pero es aun más probable que su felicidad fuera mayor porque en ese colegio su hijo se iba a preparar para ser un sacerdote. Probablemente en su mente ya sentía la sensación de de ver a su hijo subido a un púlpito y dando un sermón sobre la vida de Cristo, sobre las virtudes y la misericordia de la Virgen María, sobre la bondad de san José, y, claro, debe haber querido llegar pronto a casa para compartir con mi madre lo que había visto y oído en los tres últimos días. Me prometió que me escribiría cada semana y me pidió que le contestara siempre, y así lo hicimos. Mi madre, por su cuenta, debe haber estado muy ansiosa de hablar con mi padre sobre todo lo que había visto y oído, debe haber rezado muchos Rosarios por el bienestar de su hijo y pidiendo la bendición de Dios y de la Virgen para mí y para todos sus demás hijos.
Mientras tanto, yo empezaba una nueva vida. A las tres de la tarde del mismo dia de mi llegada al colegio, el Padre González me presento a mis compañeros. Lo hizo mientras estos estaban en su clase de latín dictada por el Padre Hibrobo. González golpeó la puerta del salón de clases y entró conmigo después de ser autorizado a entrar. Conmigo junto a él, se dirigió a los estudiantes para decirles que tenían un nuevo compañero, que yo venía de un colegio de Guayaquil y que me unía a ellos para el último trimestre del año escolar, que mi intención era unirme a este grupo de estudiantes para continuar en el seminario por los próximos cinco años y que pedía que me recibieran con un aplauso y con mucho cariño. Los estudiantes aplaudieron y casi todos sonreían. Supe desde ese momento que tendría amigos, que no iba a estar solo y que me gustaría el colegio.
A las cuatro de la tarde se terminaban las clases y los estudiantes salieron a las canchas, unos jugaban futbol, otros basquetbol, otros volibol, me incline por acercarme a los que jugaban futbol, y ellos me invitaron a unirme. Así lo hice aunque no tenía los zapatos adecuados. Me gusto el poder patear la pelota con los nuevos compañeros. A las cinco y cuarenta y cinco de la tarde terminamos el boleo y seguí a los compañeros hacia el piso superior donde todos se lavaban y se preparaban para la cena que se servía a las seis y media. Todo funcionaba casi con un cronómetro, los estudiantes sabían exactamente cuáles eran sus horarios y nadie discutía si esto era muy temprano, o aquello era muy tarde. Para mí esto era nuevo, pero era muy simpático. En nuestra casa, en Pallatanga también había disciplina, pero esta era menos cronométrica, era un poco más flexible. Para las comidas, por ejemplo, era la voz de mi mama la que nos hacía saber cuando había que sentarse en la mesa, su lema era “a comer y a misa una sola vez se avisa”. Sentí que en el Seminario iba a tener que aprender a tener mucha autodisciplina, y mi razonamiento inmediato fue, si estos chicos lo hacen, porqué no yo?
Sentí que me iba a gustar todo esto. Antes de empezar la comida el padre superior dijo una corta oración pidiendo la bendición de Dios para los alimentos que nos íbamos a servir y para la gente que los había preparado, los estudiantes la siguieron con atención y al final todos dijeron “amen” y empezaron a comer sin ansiedad, con disciplina, con respeto. Fue una comida excelente.
Disfruté mucho de la lectura que acompañó a la comida. Supe entonces que era una costumbre invariable de que durante las comidas, excepto el desayuno, tenía que haber una lectura amena, una lectura a cargo de uno de los estudiantes, que se rotaban en orden alfabético. Se leían los cuentos de los hermanos Grimm, que a los estudiantes les mantenía atentos y disciplinados. El comedor era un salón muy grande donde se había colocado mesas suficientes para todos los estudiantes, y donde a la cabecera estaba una mesa grande donde comían el rector y los demás miembros del personal académico. Las mesas estaban cubiertas de un mantel blanco y con un arreglo previo que daba la sensación de orden, de disciplina y de aseo, casi que de distinción. La comida consistía de cuatro platos; una entrada, una sopa, un plato principal y un postre que podía ser una fruta, pero además, siempre se servía pan y había mantequilla en un platito al centro de la mesa. Los estudiantes se encargaban, así mismo, por turno, de servir a sus compañeros y levantar los platos después de las comidas. A las cocineras nunca se las veía en el comedor durante las comidas.
Después de la cena hubo unos quince minutos de descanso que los estudiantes aprovechamos para reunirnos en el patio que separaba el comedor de los salones de clase, luego de lo cual, según era la costumbre creada por la disciplina, los estudiantes podían ir al salón de clases a repasar los libros o las notas tomadas durante las clases. No había deberes, pues todos los trabajos se hacían durante las clases. A las nueve de la noche todo el mundo debía estar en el dormitorio y empezando a dormir, pues nos despertaban a las cinco y media de la mañana para ir a las duchas y estar listos para asistir a la misa a las seis y media. En Riobamba hay que ser muy disciplinado para tomar una ducha todos los días, y nosotros lo hacíamos, no tanto porque nos gustara hacerlo, cuanto porque era parte importante del ritual de la mañana, pero además, era muy saludable. A las siete y media tomábamos el desayuno y a las ocho en punto comenzaba la primera clase.
Los horarios estrictos me causaron cierto grado de incomodidad al principio, pero pronto me acostumbré a ellos.
Mi primer dia de clases fue muy especial, las materias normales del primer año de secundaria no eran un problema para mí, porque eran una simple repetición de lo que ya había visto y aprendido en mi primer año en el Colegio Aguirre Abad, pero las materias que me tomaron totalmente de nuevo fueron las de idiomas. En el Colegio se enseñaban cuatro idiomas aparte del castellano; latín, griego, francés e inglés. El inglés no era un problema porque ya lo había tomado antes, pero de francés y de los idiomas antiguos yo no tenía ni la más mínima idea, así que me tocó empezar de cero, cuando los demás estudiantes ya habían tomado seis meses de clases, por tanto yo tenía un enorme desventaja. Tuve que dedicar las horas de estudio de la noche, después de la cena, para tratar de nivelarme con el resto de la clase. El profesor de francés y griego era el padre González, mientras que el profesor de latín era el padre Hidrobo. Con el latín tuve algo de problema al principio, pero luego empecé a asimilar muy bien la relación que con el castellano tenía el idioma de los romanos, y pude, después de las primeras seis semanas, llegar a equipararme al nivel de aprendizaje del resto de la clase. Con el idioma francés no tuve ningún problema y luego de cinco semanas empecé a tomarle el gusto a este idioma que tiene muchas raíces y muchas palabras parecidas al castellano, con el adicional de que al haber asimilado rápidamente la pronunciación del padre González, pronto el me tomo como ejemplo de como debían pronunciarse ciertas palabras de ese idioma, y en particular aquellas que tenían la letra R que en el francés es muy gutural. Fue menos difícil de lo que yo había creído al principio. El griego era otra cosa, por más que puse todo mi empeño en tomarle el hilo, no pude llegar, al final de ese año escolar al nivel de los demás estudiantes.
En mi próximo capítulo: ME GUSTA EL SEMINARIO