Thursday, October 21, 2010

AMORES DE NIÑO



TERRY, LA MASCOTA DE MI HIJA ANGIE CUANDO TENIAS 12 AÑOS

Por la época en que yo tenía unos cuatro años,mis hermanas y mi madre me contadaban que yo era lo que ellas llamaban, “un tremendo andariego”. No paraba en la casa, salía de ella sin decirle nada a nadie, enfilaba calle abajo y me iba a visitar a cuantas amistades teníamos (que era toda la gente del pueblo), me quedaba dormido en la casa de uno y de otro, pero mi lugar preferido era la casa de Rosita Dillon. Rosita era entonces una chica de dieciséis años, la más linda chica que jamás ha nacido en Pallatanga, recuerdo su pelo negro brillante, su tez blanca su nariz perfecta, sus radiantes ojos azules y pestañas de modelo, sus dientes blancos como la nieve, su voz dulce y su sonrisa amplia y cariñosa, yo amaba a Rosita y solía quedarme en su casa a hacer la siesta, de la cual ella me despertaba siempre con un beso. Casi todos los días, Rosita me acompañaba de regreso a mi casa, donde mi madre me esperaba, segura de saber donde había estado y con quien volvería. Pocos años después, por primera vez conocí lo que eran los celos y el rencor porque los sentí contra aquel desconocido hombre que viniendo desde Quito, la enamoró, se casó con Rosita y se la llevó de Pallatanga para nunca más volver…
Antes de cumplir los seis años entré a la escuela primaria, mi maestra era una linda chica de dieciocho años, de quien también me enamoré, su nombre era Leticia, era de piel blanca, tirando a trigueña, de ojos negros, de mirada y sonrisa triste, pero me cautivó desde el primer momento. Recuerdo que en su clase solía quedarme ensimismado mirándola y sin poner mucha atención al tema, porque toda mi atención se concentraba en mirarla y admirarla. Creo que ella se daba cuenta de mi estado de semi sueño porque se acercaba a mí, y con su mano suave acariciaba mi cabeza y en voz baja, casi susurrando me decía con un acento claramente colombiano “ponga atención a la clase mijo”. Ella era una de las hijas de don Chepe Mejía, un colombiano, un paisa de Manizales que recientemente había venido a vivir en Pallatanga, la tierra de su esposa. Yo adoraba la clase de Leticia y no por lo mucho que aprendía, sino porque me daba tiempo de verla y admirarla. Yo adoraba las ocasiones en que ella venía a casa a comer con nosotros. Ella me llevaba aparte y me invitaba a repetir el alfabeto y a escribir en la pizarra de carbón las primeras oraciones que aprendí en la escuela: “Mi mamá me ama”; “yo amo a mi mamá”; “mi mamá muele en su molino”; y, claro, un día se lo pedí y ella me enseñó a escribir: “yo amo a mi maestra”!. Todos esos amores eran ciertos!
Fue un amor que tampoco duró mucho, porque Leticia también se casó con el tonto más tonto que he conocido, el tonto que me la quitó y se la llevó a Riobamba. Muchos años después, cuando yo tenía trece años y estaba interno en el Seminario Menor La Dolorosa, la volví a ver, ya tenía tres hijos, y su belleza ya no era la que yo recordaba. Me invitó a almorzar en su modesta casa, y, mientras comía, medio furtivamente la miraba y no logré encontrar en ella la belleza que tanto me cautivó cuando yo tenía seis años. Allí aprendí, así de temprano, que el amor a una mujer no es eterno y que para que sea duradero, necesita el contacto personal continuo con la persona amada. Dejé de aborrecer a su marido y cuando me invitaban a su casa, iba siempre, más por las deliciosas manzanas al horno que ella preparaba y me brindaba, que por el deseo de refrescar en mi mente ese antiguo amor que en un tiempo me tenía cautivo.

APRENDIENDO A BOXEAR

A LOS SIETE AÑOS TOME MIS PRIMERAS (Y UNICAS)
LECCIONES DE BOX

A los siete años tuve mi primera experiencia con el box. Mi padre había regalado a la escuela dos pares de guantes de boxeo que sirvieron para organizar una escuelita de box. Al final de la tarde, después de las clases, nos reunían a los interesados en aprender a boxear en los patios de la escuela, allí, el encargado de las prácticas nos escogía el contendor. Recuerdo que el primero que enfrenté era Mario García, un chico unos dos años mayor que yo, flaquito y conocido por peleón, que como yo, tenía una mano con cicatrices de una quemadura.

Nos pusieron los guantes y nos empujaron al “cuadrilátero”. Instintivamente alcé mis brazos para protegerme, y, al hacerlo, y atravesando mi precaria defensa, me llegó un guantazo, no fue muy fuerte, pero me hizo retroceder, casi me caigo. De pronto sentí ganas de golpear furiosamente y entré a hacerlo, lo hice con tanta eficacia, que al minuto, Mario, mi contrincante, estaba en el suelo y derramando sangre por la nariz. Nos separaron inmediatamente. Mario empezó a llorar, creo que mas por la impresión de ver la sangre que por el dolor que le produjo el golpe. Allí terminó la pelea, pero eso me dio la fama de “buen trompón”, que me duró todo el tiempo que estuve en la escuela primaria y hasta mucho tiempo después de que abandoné Pallatanga para ir a estudiar en Guayaquil. Lo que si aprendí en esa pelea fue que si quieres derrotar a tu adversario, tienes que pegar primero, y duro, para no darle la oportunidad de responder, Fue allí mismo que se me pegó la frase “el que pega primero, pega dos veces”, que nunca se me olvidó.
GUARDIAN


GUARDIAN, NUESTRA MASCOTA
CUANDO YO TENIA CINCO AÑOS. NOBLE ,
LEAL Y VALIENTE, ERA NUESTRO MEJOR AMIGO

En nuestra casa teníamos un perro de un color café claro, jaspeado con pequeñas pintas negras, muy similar al color de los tigres, su nombre, bien ganado, era “guardián”. Era un perrito de tamaño mediano, no tenía ningún pedigree, y su más destacada virtud era su fidelidad a la tarea de cuidar la casa. Era muy valiente y se enfrentaba a cualquier perro que lo desafiaba. Don Luis García, era el dueño de la gallera del pueblo, y tenía su casa frente a la plaza del pueblo, junto a la iglesia, él había traído en uno de sus viajes a la costa, un perro blanco, de raza grande al que le había puesto por nombre “káiser”, y al que lo entrenaba continuamente para la tarea de pelear y derrotar a todo perro que se le asomara por delante.
KAISER, EL RIVAL DE GUARDIAN POR UNA SOLA VEZ,
ERA EL ORGULLO DE SU DUEÑO

Don Luis Garcia hacía gala de las habilidades de su perro para someter a sus rivales. García no era el santo de nuestra devoción, y el sentimiento era mutuo desde el día que yo había derrotado a su hijo en mi primer match de box. El quería de alguna manera desquitarse de los Romero por la derrota y la “humillación” de su hijo. Un día, acompañados de “guardián”, mi padre y yo íbamos a visitar al tío Antonio, quien vivía a unos cien metros de distancia de la casa de García en dirección al sur del pueblo, y teníamos que pasar por ella. García vio llegada la oportunidad que había venido buscando para que “káiser” vengara la derrota de su hijo, humillando a “guardián” delante de sus dueños y, sin perder tiempo llamó a su perro para que demoliera a guardián.
Los perros se trenzaron en una lucha sin cuartel, cayeron y se revolcaron en el suelo buscando aferrarse con su hocico a la parte más vulnerable del rival. La sorpresa de García no tuvo límites cuando, nuestro pequeño pero hábil y valiente guardián, agarró a káiser por su pescuezo, lo revolcó a su gusto y en dos minutos lo sacó en carrera, aullando como un cachorro y buscando refugio dentro de su casa. García, que no soportaba su humillación, persiguió a su perro hasta la casa y le cayó a latigazos gritándole “peeeerro maricóooon, te has dejado derrotar por un perrito runa de la mitad de tu tamaño”, y siguió mascullando palabras irrepetibles.
Guardián continuó su paseo con nosotros hasta la casa de tío Antonio, como si no hubiera pasado nada, y, al regreso, miraba hacia dentro de la casa de García como esperando a ver si káiser osaba salir. Por un buen tiempo después de aquel día don Luis García no volvió a salir a nuestra vista y hasta muchos años después de esta pelea de perros, este hombre mostraba su renuencia a perdonar a nuestra familia la afrenta que recibió de parte de guardián.
En mi próxima entrega:
GUARDIAN-LA SUERTE ESTA HECHADA