Friday, July 30, 2010

LOS ABUELOS Y SUS FAMILIAS


VISTA DEL VALLE DE PALLATANGA Y AL FONDO UNA PARTE DE LO QUE FUE LA HACIENDA DEL BISABUELO RAFAEL MARIA
Mis bisabuelos por el lado materno, Rafael María y Mercedes Victoria tuvieron cuatro hijos: Miguel Ángel, Alberto, Rafael María y Luz María. Todos se quedaron en Pallatanga y formaron sus propias familias, excepto Rafael María hijo, que murió muy joven, afectado por la malaria, que por muchos años más siguió siendo junto con la gastroenteritis, el mayor azote de la población de la naciente Pallatanga.
Luz María, la más joven de los hijos de Rafael María y Mercedes Victoria medía más de un metro setenta, era de pelo castaño, de pestañas muy largas y rizadas, boca de labios finos y dientes muy blancos y ojos azules como los de su padre. Ella conoció, a los dieciséis años de edad, a un joven también, blanco, de pelo castaño y ojos verdes, Francisco Montiel Cadena, hijo de Joaquín Montiel León, español, nacido en Castilla la Vieja, y de Rosario Cadena Altamirano, riobambeña. Del matrimonio de Joaquín y Rosario nacieron cuatro hermanos, Sofía, Mercedes (Mechita), Adelaida (Lalita) y Francisco. Un quinto hijo de este matrimonio murió, víctima de la malaria, a muy temprana edad.
Poco tiempo después de su matrimonio con Rosario, Joaquín recibió de su suegro la responsabilidad de manejar los negocios y la considerable fortuna de la familia. Por algún tiempo las cosas marcharon bien, pero cuando ya habían nacido sus cuatro hijos, Joaquín se enamoró locamente de una bella mujer peruana que pasaba por Riobamba, y abandona a su familia y los negocios para irse con ella a vivir en Lima, Perú.
Muchos años después, Joaquín regresó al Ecuador, en quiebra, y arrepentido de su loca aventura, a buscar a su abandonada esposa y le suplica el perdón y olvido, pero ésta nunca se los otorga. Enfermo y sin recursos, Joaquín regresa a Lima, para nunca más volver. Es muy probable que en Lima o en algún otro lugar del Perú haya descendientes de Joaquín Montiel, nuestro bisabuelo el infiel marido de nuestra bisabuela Rosario.



FLORES DE PALLATANGA

Al haber sido abandonada por su esposo, Rosario y sus cuatro hijos quedan bajo el cuidado del hermano mayor de los Cadena, Nicolás, quien posee una gran hacienda (Sillagoto) muy cerca de Pallatanga y allá se lleva a su hermana y sus cuatro hijos que habían nacido en Riobamba. La hacienda de Nicolás tiene más de mil hectáreas, tiene extensiones de terrenos llanos y muy fértiles, tiene riego suficiente en toda la llanura, allí Nicolás cultiva caña y cría ganado vacuno. Produce aguardiente y panelas que vende a buenos precios en Bucay y Milagro, los prósperos pueblos que son la antesala para llegar a Guayaquil en el ferrocarril, construido y administrado por los ingleses e inaugurado en 1912. La abandonada familia y su protector gozan de una holgada situación económica.
Los años pasan, los Montiel Cadena llegan a adultos, Sofía se casó en Pallatanga con Moisés Muñoz y este matrimonio no dura mucho tiempo debido a los maltratos que Sofía recibía de su marido. Ella se fue a Guayaquil, se divorció de Moisés Muñoz y se casó con Antonio Gómez, de cuya unión nace una única hija, Emma, quien vivió hasta los 94 años y falleció en Guayaquil en el año 2008. Emma tuvo tres hijas, Elsa, Elena y Diana.
Mercedes (Mechita), Montiel Cadena se trasladó a Guayaquil y se casó con Luis Sono, de cuya unión nacieron Luis, Sara, Blanca y María Eugenia Sono Montiel. No tengo ninguna información de los tres primeros, pero María Eugenia, la menor de los cuatro era contemporánea de mi hermana Letty con quien hizo amistad, al punto que María Eugenia influenció mucho para que mi hermana Letty se casara con Amado Lombeida en el año 1943.
María Eugenia (Maruja), una mujer muy guapa, alta, de pelo negro lacio, de ojos negros, de nariz romana, frente amplia y tez trigueña, de temperamento fuerte y acostumbrada a la vida holgada que la fortuna de su padre se lo permitía, al morir este y su familia quedar sin recursos, busca en el matrimonio con el cuencano Luis Alberto Ríos Torres la forma de recuperar el estilo de vida al que estaba acostumbrada. Ríos, un hombre mucho mayor que Maruja, se dedicaba a negocios financieros y tenía mucho dinero, pero amaba a este más que a su propia madre, sus negocios incluían prestar dinero al chulco, lo que de por sí requiere alma negra y corazón de piedra, nunca le dio a Maruja la vida que ella esperaba, y por el contrario, le creó un infierno en la tierra, por sus celos, y por su avaricia la hizo víctima de su brutalidad doméstica. Ellos fueron los padres de Mechita y Luis Alberto y Ríos Sono.
Mechita Ríos, es, con mucho, la prima más querida que conozco de este lado de la familia. Muy guapa e inteligente, por su propio esfuerzo, y venciendo las dificultades que tuvo en su infancia por un padre intolerante y tirano, ella se educó, se hizo una empresaria. A los quince años, y como la forma más rápida de salir del infierno de su casa, se casó con un hombre mucho mayor que ella a quien nunca amó, pero a quien nunca le fue infiel. Se divorció siendo aún muy joven, se volvió a casar y se volvió a divorciar, porque no encontraba el amor que ella buscaba. Finalmente, a la edad de cincuenta años, aún muy guapa y altamente activa en los negocios, se casó con Antonio Elizalde, un abogado de prestigio, con quien vive felizmente casada. Fue por iniciativa de ella que nos conocimos y, es gracias a ella que mantenemos una relación de amistad y de cariño que va más allá del parentesco y que me ha permitido conocer a otros miembros de la familia por el lado de los Montiel.
Adelaida Montiel Cadena, la más joven de los hijos de Joaquín Montiel y Rosario Cadena, sale de la tutela de su tío Nicolás y también se muda a Guayaquil, allí se casa con Luis Lara, con quien tienen cuatro hijos, Joffre, Luis, Ida y Ottón. Este último murió siendo muy joven. Joffre el hijo mayor de este matrimonio, estudió medicina, se especializó en cardiología en la prestigiosa Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de México y se convirtió en uno de los más prominentes y respetados médicos cardiólogos de Guayaquil. Desde mediados de la década de 1960, Joffre fue el médico cardiólogo de mi madre, a él siempre le guardamos los Romero Montiel una enorme gratitud por el trato cariñoso que siempre dio a nuestra madre. Joffre murió en la década de 1980
Ida Lara Montiel, tuvo dos hijos y tres hijas. Ottón, el mayor, nacido en 1942, igual que yo, hizo sus estudios primarios mayormente en casa, los secundarios en el Colegio Lasallano San José de Guayaquil y sus estudios superiores en la Universidad de Guayaquil. Sus estudios de posgrado los hizo en el Instituto Tecnológico de Monterrey, México y luego en la Universidad de Northern Illinois, donde obtiene su título de Máster en Ingeniería y, finalmente en la muy prestigiosa Universidad de Berkeley, en California, donde obtuvo su doctorado en ciencias con especialización en Ingeniería Sísmica. Dotado de las mejores credenciales académicas y de gran inteligencia, Ottón fundó y es presidente ejecutivo de una empresa dedicada a los estudios de ingeniería sísmica, fiscalizaciones de la ingeniería en obras públicas y privadas y particularmente de cálculos estructurales de construcciones civiles. En los últimos tres años la empresa de Otton ha visto altamente incrementado el nivel de trabajos de fiscalización de obras públicas, mientras él personalmente se ha dedicado a la investigación científica en el área sísmica aportando con sus trabajos a prestigiosas instituciones superiores de investigación científica, especialmente de Canadá y los Estados Unidos.
Ottón tiene un hermano, Luis, quien es un prominente médico cardiólogo con su práctica privada en el Hospital Alcivar de Guayaquil. Ellos tienen tres hermanas a quienes conozco muy poco, y sólo las veo ocasionalmente en reuniones familiares en la casa de de Meche u Ottón.
En mi próxima entrega: EL TRONCO FAMILIAR

Sunday, July 25, 2010

MAS RECUERDOS DE MI PUEBLO



GUAYAQUIL FUNDADA POR FRANCISCO DE ORELLANA HACE 475 AÑOS, AQUI EN EL CERRO SANTA ANA

En un dia como hoy, hace 475 años fue fundada Guayaquil (la ciudad de mis amores, la ciudad que me dio todo sin quitarme nada), al pie del cerro Santa Ana. La fundó el capitan español, Francisco de Orellana, el mismo que descubrió el Rio de las Amazonas.
Viva Guayaquil, Viva su espíritu indómito, viva su espíritu rebelde, ese espíritu que nunca se inclinó ni se inclinará ante quienes la han querido o la quieren humillar.


EDIFICIO RESTAURADO DE LA ESCUELA FISCAL DE NIÑOS LA CONDAMINE EN PALLATANGA


La Condamine era una escuela exclusivamente para niños varones. Había otra escuela similar, sólo para niñas. Los maestros de ambas escuelas generalmente eran personas del mismo pueblo, que habían obtenido de la Dirección Provincial de Educación una certificación como profesores. Unos pocos profesores eran personas que venían de otras partes, generalmente de Riobamba o Quito y que habían tenido la preparación académica y la valentía para venir y “encerrarse” en Pallatanga. Buena parte de estos últimos terminaban amando a nuestro pueblo y quedándose en Pallatanga o casándose con mujeres pallatangueñas y así sumándose a nuestra comunidad. Las dos escuelas competían en calidad de enseñanza, la prueba de ello es que los chicos que salíamos de estas escuelas, no teníamos ningún problema en seguir nuestros estudios secundarios en las ciudades grandes y en colegios de alto rendimiento en Guayaquil, Riobamba o Quito.
Por la época en que yo era un niño, los habitantes de Pallatanga nos conocíamos tanto entre nosotros que todos parecíamos pertenecer a una misma familia, y en cierto modo así era, porque siempre había algún nivel de parentesco entrecruzado. Si no éramos primos, éramos sobrinos, y si no éramos ni lo uno ni lo otro, éramos ahijados o “hermanos de pila” con los hijos de nuestros padrinos, que eran los compadres de nuestros padres, era una cadena casi infinita de relaciones familiares y/o de compadrazgos.
Así era Pallatanga hasta principios de los años cincuenta. Una sola gran familia, viviendo poco menos que en un aislado paraíso. Claro que había disgustos, desacuerdos, chismes, envidias, rivalidades, cuentos, enredos y hasta una que otra pelea que provocaba temporales alejamientos entre familias, pero los disgustos eran en general triviales y no impedían que en lo más importante, reinara la armonía y la solidaridad. Con el tiempo las familias se fueron entrelazando aún más, los matrimonios entre jóvenes de las nuevas generaciones terminaban por consolidar las uniones familiares. Los Borja con los Izurieta, los Romero con los Granizo, los Cadena con los Muñoz, los Montiel con los Romero, los Rivera con los Cepeda, los Muñoz con los Romero, y así, en una cadena de matrimonios, con hijos, nietos y bisnietos que extendían las relaciones inter familiares casi hasta el infinito. Migraciones posteriores cambiaron todo esto y hoy, Pallatanga es un cantón con más de cinco mil habitantes. Con razón decía un viejo amigo que emigró de Pallatanga en los cincuenta, “extraño mi Pallatanga colonial”
Nuestra dieta era simple pero muy nutritiva y consistía básicamente de cereales (alverja, frejol, lenteja, trigo y cebada), tubérculos (yuca, papas, camotes, zanahorias), hortalizas (tomate, pepino) y frutas (naranja, naranjilla, limón, mandarina, aguacate), todos ellos cultivados en nuestra zona, y complementados por los productos vegetales y frutas que traían Los Licaneños (lechuga, cebollas, col, coliflor, verduras, remolacha). La grasa de cerdo era un ingrediente indispensable de nuestra dieta (no se conoció la grasa o el aceite vegetal hasta bien entrados los cincuenta).


LOS CHIGUILES, DELICIOSO PLATO TIPICO DE PALLATANGA

En el desayuno era infaltable el café con leche, acompañado de pan, o de humitas, tamales, chigüiles, tortillas de harina de maíz, o simplemente de yuca cocinada con refrito de pan viejo cebolla y maní, o con queso. También se hacían las tortillas de papa china (o malanga) con el mismo refrito; en el almuerzo era muy común el sancocho de yuca con plátano “limeño” (un plátano local de sabor exquisito tanto en verde como en maduro) y carne de chancho; o el muy común locro de papas con queso y fideo; o un sazonado de alverja con papas, queso y plátano; o, por supuesto, un caldo de gallina, siempre con yuca. Era casi una herejía hablar en Pallatanga de un caldo de gallina con papas. Comíamos carne de res muy raramente. El pueblo era muy pequeño para justificar el sacrificio de una vaca o del un toro. Sólo cuando por accidente se moría uno de estos animales se vendía su carne.
La yuca, un tubérculo muy rico en hidratos de carbono y bajo en grasas y proteínas, era uno de nuestros alimentos más comunes y apreciados. En las familias de más bajos ingresos el arroz era considerado una comida de lujo y sólo era parte de la dieta en ocasiones muy especiales. Una comida con arroz (“arroz seco”) era motivo de orgullo para algunos niños que en la escuela solían alardear frente a los demás diciendo: “ayer fue el santo de mi papá y comimos arroz seco”. Por supuesto, nunca, o casi nunca faltaba la leche como componente básico de nuestra alimentación, casi todas las familias teníamos una o dos vacas que nos proveían de este alimento tan importante, el queso, por lo tanto, también era parte de nuestra dieta. Los huevos, la gallina, el pavo y el cuy no eran parte de nuestra dieta diaria, pero si los comíamos con cierta frecuencia. También comíamos venado, guanta y guatusa; animales silvestres que eran cazados en los alrededores del pueblo, especialmente en las plantaciones de yuca y alverja.
El cerdo se criaba alrededor de la casa, en cada casa había por lo menos tres cerditos en diferentes etapas de crecimiento o engorde. El día que se mataba un chancho eran una fiesta en la casa, comenzaba a las cinco de la mañana con los chillidos del animal al ser sacrificado con un largo y filudo cuchillo que lo clavaban en el corazón, y terminaba en la noche después de comer la fritada, la salchicha o las infaltables yucas con chicharrón u otros platos con carne de chancho. Una vez sacrificado el chancho, éste era “chamuscado” para permitir que el “cuero” del chancho se cociera para comerlo en el desayuno, con yuca y café. El cerdo colgado de una viga de la casa era entonces sometido al proceso de despresarse. Los filetes de grasa eran puestos en una paila y cocidos para que la grasa líquida pudiera ser embasada en latones de cinco galones para ser embarcada a Bucay y/o Milagro, o para ser consumida localmente. De este proceso salía el chicharrón, que no era otra cosa que los pequeños pedazos de carne adherida a la grasa, que al freírse en la paila con algo de sal, ajo y cebolla de rama, se separaban de la grasa líquida, constituyéndose en un bocado delicioso que se comía con pan, con yuca, bolón de verde o con papa china.


LA PAPA CHINA SIEMPRE ESTUVO EN NUESTRA DIETA. TIENE UN ALTO CONTENIDO PROTEICO

La carne del cerdo se separaba en secciones, las costillas se cortaban en pedazos pequeños que luego se freían en grandes pailas y se convertían en fritada, mientras que el resto de la carne se convertía en cortes especiales, tales como piernas, brazos, lomos, caderas, etc. Los intestinos del chancho se lavaban prolijamente para convertidos en salchichas y chorizos que resultaban de mezclar la sangre de cerdo con arroz, col, sal y ajo, antes de cocinarse por un par de horas, Con esto se hacía el infaltable caldo de salchicha que era devorado por toda la familia tan pronto estaba listo en la agitada cocina. Al final del día no era infrecuente que los chicos se enfermaran del estómago por el exceso de comida, pero sin duda, todos habíamos tenido un verdadero festín. Después de este día, y luego de que se había compartido casi todo con los vecinos, parientes y amigos, quedaba aún mucha comida por consumir y esta se seguía comiendo por varios días antes de que se empezaran a borrar las memorias “del último chancho que se mató en la casa”
En la Navidad y el año nuevo, nunca faltaba el pavo en nuestra mesa. Nosotros criábamos pavos junto con las gallinas y los patos, todos estos eran parte del entorno natural de nuestra vivienda, y eran, por lo tanto, una parte de nuestra alimentación. Muy cerca de nuestra casa, en la parte trasera de la misma había un árbol que servía como gallinero (y su tronco y sus ramas lucían, por supuesto como palo’ e gallinero), porque en él dormían todas las aves domésticas.
Dar de comer a las aves era parte de nuestra rutina diaria, ellas comían principalmente maíz, pero también los desperdicios de nuestra comida diaria. Estos últimos eran primordialmente para la alimentación de los chanchos, que a su vez tenían un corral que llamábamos la chanchera, ubicado a pocos metros detrás de la casa. Dentro del perímetro de la casa teníamos árboles de aguacate, de naranjas, de limón, de café, y, por supuesto plantas de plátano. El nivel de autosuficiencia en nuestra alimentación era alto, y esto, por supuesto reducía el costo de alimentar a una familia de hasta diez personas como era la nuestra.
En mi próxima entrega: LOS ABUELOS Y SUS FAMILIAS