Monday, December 13, 2010

EL GRAN TERREMOTO Y EL GRAN INCENDIO



AMBATO, EN EL CENTRO DEL ECUADOR Y
EPICENTRO DEL GRAN TEREMOTO DE 1949

Eran los tiempos de mi niñez, cuando no habían relojes con alarma despertadora, no se necesitaban, porque los gallos despertaban a la gente invariable y exactamente a las cinco y media de la mañana, cuando el sol aún no salía pero empezaba a desperezarse en el oriente, esa era la hora en que casi todo el mundo empezaba sus tareas, incluyendo los niños escolares, a quienes nos despertaban nuestros padres para que nos preparáramos para la escuela y repasáramos las lecciones.

Al amanecer del cinco de agosto de 1949, los gallos no cantaron. “Cosa más rara” nos dijo mi mamá en el desayuno, “algo va a pasar”, “las gallinas y guardián (nuestro fiel y valiente perro) no quieren comer y los gallos no cantaron esta mañana”, agregando “guardián corre de lado a lado y se da vueltas como que siente que viene alguien que no le gusta, o que alguien se va a morir”. Era una mañana inusualmente fría, con vientos fuertes del suroeste como todas las mañanas de agosto, y unas nubes espesas en el oriente que no dejaban ver el sol naciente. Ciertamente no era un día normal. Las campanas de la iglesia repicaron como a funeral, alguien había muerto o estaba agonizando, sólo en esas ocasiones se oía ese lúgubre repique dong… dong…dong,…dong… Todos nos sentíamos como adormecidos, deprimidos, con ganas de no hacer nada, pero había que ir a la escuela, era un día en que nos habían advertido que se celebraría el cuarto aniversario de la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima y del comienzo del fin de la segunda guerra mundial, un flagelo que dejó mas de cincuenta millones de personas muertas y muchos millones mas de heridos, lisiados y discapacitados. Ciertamente había una buena razón para celebrar el fin de ese ´largo, doloroso y trágico suceso.

Fuimos a la escuela y ese extraño sentir de adormecimiento era una cosa colectiva. Yo estaba en tercer grado de escuela primaria, mi profesora era mi hermana Lilita, una mujer admirablemente dotada para “enseñar”. También ella tenía el presentimiento de que este era un día “raro”, un día que además, en pleno verano seco y polvoriento, amenazaba con llover. Muchos niños habíamos traído nuestras cometas, porque en agosto las hacíamos volar en los recreos, y después de la primera jornada de clases que terminaba a las doce del día.


BOMBA ATOMICA ARROJADA SOBRE
HIROSHIMA EL CINCO DE AGOSTO DE 1945

Todo lo anterior era enormemente extraño, además, en pleno mes de agosto y al medio día, súbitamente dejó de soplar el viento, no podíamos elevar nuestras cometas, estas no despegaban del suelo. Era un realmente un día extraño, todos coincidían en lo mismo. En la escuela nos dijeron que no habría clases en la tarde porque todo indicaba que iba a llover muy fuerte. Una cosa extrañamente inusual en pleno verano, época en que en Pallatanga nunca llovía. La celebración del aniversario de la bomba en Hiroshima se canceló sin explicación alguna.

Salimos de la escuela y fuimos a la casa a comer, frustrados por no poder volar nuestras cometas, almorzamos a eso de las doce y media del día y mi madre nos hizo rezar, no solo para agradecer a Dios por los alimentos que nos íbamos a servir, como era su costumbre, sino también implorando la protección Divina que necesitábamos, pero, además, pidiendo “Su Misericordia por lo que pudiera suceder”. Después del almuerzo mi madre me pidió ayudarle con la cosecha de las pepitas maduras de café de las matas que estaban detrás de nuestra casa. Estaba haciendo mi tarea, cuando a eso de las dos de la tarde empecé a sentir que la tierra se movía, escuché un ruido extraño que venía del vientre de la tierra, de los árboles que también se movían, la tierra parecía entrar en convulsiones, yo quería correr hacia la casa y no podía, el suelo temblaba. Era un fuerte temblor, el más fuerte que yo jamás haya sentido. Nuestro perro, guardián, nuestro compañero inseparable, aullaba de una manera muy extraña y buscaba refugio junto a mí. El intenso movimiento de la tierra duró por más de dos minutos. Escuché los gritos de la poca gente que había alrededor, y escuché a mi madre que a gritos nos llamaba para que nos uniésemos a ella y el resto de la familia (excepto mi padre que estaba ausente), en la calle frente a nuestra casa. Cuando llegué, ella estaba con Lilita y tres de mis hermanos, arrodillada e implorando a Dios por nuestras vidas. Todo el mundo estaba en la calle, arrodillándose e implorando la protección Divina, nadie se atrevía a volver a sus casas, muchos decidieron pasar la noche a la intemperie. Al final no llovió, las negras y amenazantes nubes siguieron su camino hacia la Sierra, y al caer la tarde hubo un crepúsculo brillante con un sol de intenso color anaranjado viniendo desde atrás de la cordillera occidental, y, en la noche, la luna llena brillaba en el oriente en un espléndido despliegue de belleza estelar. Parecía que Dios, después del "castigo" nos mostraba Su Misericordia. Fue un día muy raro, de enormes contrastes, de contradictorias señales. Ese fue el día del catastrófico terremoto de Ambato.


EFECTOS DEVASTADORES DE UN TERREMOTO

En Pallatanga no hubo grandes daños, no hubieron víctimas humanas, sólo unas pocas casas averiadas, pero, cuando en la noche, a través del telégrafo se supo la noticia de que en Ambato había ocurrido un terremoto de grandes proporciones, que el número de muertos pasaba de diez mil y había más de cien mil personas sin hogar debido a la destrucción de sus viviendas. Casi toda la provincia del Tungurahua y buena parte de la provincia del Chimborazo habían sufrido la tragedia más grande de los últimos cien años. Desde entonces, nunca se ha repetido en el Ecuador una catástrofe de esas proporciones, la ciudad de Ambato, la cuarta más grande del país, quedó destruida, la ciudad de Pelileo que tenía alrededor de cuatro mil habitantes, casi literalmente desapareció, sepultando en sus escombros a cerca de la mitad de su población.

La ciudad de Ambato quedó semidestruida, en ella murieron también mas de tres mil personas, los sobrevivientes durmieron varias noches en las calles, porque perdieron sus casas o por el temor a que el terremoto se repietiera, pero la pujanza de sus habitantes ha llevado a esta ciudad a ser una de las mas bellas y prósperas del Ecuador. La fiesta de las flores y las frutas ("FFF"), que se celebra todos los años en Ambato durante los dias de carnaval, lleva a esa ciudad a muchos miles de ecuatorianos y cientos de extranjeros.



AMBATO RECONSTRUIDA Y PROGRESISTA,
CON LA VISTA PUESTA EN EL SIGLO XXI

Como lo dice un reportaje periodístico de esa época, "en Pelileo, los sobrevivientes debieron enterrar a sus muertos debajo de las calles, debajo del parque central, debajo de los escombros de sus viviendas, y Pelileo se convirtió en el camposanto de cientos de familias que lo perdieron todo. Los sobrevivientes refundaron su ciudad a 3 kilómetros de distancia de su sitio original".

En Guano, Penipe y Riobamba también hubo víctimas mortales y casas destruidas. Pasaron más de diez años antes de que estas ciudades se reconstruyan y vuelvan a la normalidad. Tal vez sea por esa experiencia que yo aprendí a no entrar en pánico cuando ocurren fuertes temblores y cuando estos ocurren, suelo ser quien, con serenidad, ayuda a nuestra familia o a quien esté cerca de mí, a encontrar el mejor lugar para protegerse.

Por la misma época ocurrió en nuestro pueblo una tragedia que los pallatangueños nunca olvidarán. A las nueve de la noche de un día cuya fecha no recuerdo, hora en que todo el mundo dormía, se escucharon gritos desesperados de gente que pedía auxilio. Un incendio de proporciones enormes había comenzado en la iglesia y empezaba a amenazar el adyacente convento y las casas que estaban a ambos lados. Bomberos, era una palabra desconocida en el léxico de los pallatangueños. Con una cadena de gente usando baldes de lata con agua traída de unos cien metros de distancia, se intentaba sofocar el siniestro, con poco o ningún éxito.

El flagelo duró más de dos horas y consumió enteramente la iglesia, el convento adyacente y la casa del boticario y enfermero del pueblo, don Mesías Tufiño. Al día siguiente comenzó la remoción de escombros. Prácticamente, de la iglesia y del convento no había quedado nada en pie, la única imagen que se salvó de este horrendo siniestro fue la de San Vicente Ferrer. Desde entonces, nadie ha podido explicar el cómo, ni el porqué se salvó la imagen de San Vicente, lo cierto es que hoy, más de sesenta años después de la tragedia, esa imagen ocupa un lugar de privilegio en la reconstruida iglesia de nuestro pueblo, aún se puede notar en la vestidura y en la cara del santo, la coloración ligeramente “ahumada” que le quedó después del gran incendio. Los archivos eclesiásticos de Pallatanga se perdieron y fue solo gracias a la regla canónica de enviar copias de todos los documentos eclesiásticos a la diócesis, que se recuperó casi en su integridad la información que ellos contenían.


LA VIEJA IGLESIA DE PALLATANGA Y EL
CONVENTO (IZQ), ANTES DEL GRAN INCENDIO

Esa fue la segunda ocasión en que conocí el concepto de “pánico” en la cara de la gente. La reconstrucción de la iglesia tomó muchos años, y las imágenes de los santos que reemplazaron a las desaparecidas en el incendio, empezaron a llegar de a poco y nunca se las consideró iguales o mejores a las que desaparecieron el día del flagelo.


LA NUEVA IGLESIA DE PALLATANGA, SIMBOLO
DEL TRABAJO Y LA FE DE SU PUEBLO

Guardando las debidas proporciones, igual que Ambato, Pallatanga reconstruyó su iglesia con el trabajo intenso de su pueblo, mientras su Fe en Dios se mantiene incólume.

En mi próxima entrega: EL SIGLO XX LLEGA A PALLATANGA