Wednesday, February 8, 2012

A TRABAJAR A LA EDAD DE 14

Mientras tanto, mi mamá y Letty, sentadas en la mesa, conmigo de por medio, se miraban entre si y me miraban de reojo, sin saber que decir o que hacer. De repente yo me levanté y caminé directo hacia mi padre con mis brazos abiertos y mirándolo a los ojos; el me recibió en sus brazos, nos abrazamos fuertemente y mientras lo hacíamos, el me besaba en mi cabeza y en mis orejas mientras sollozando me decía: “mijito, yo te quiero mucho”. Entonces, yo también comencé a llorar a lágrima viva mientras apretaba a mi padre en un abrazo profundo, en un abrazo que no necesitaba palabras para expresar mis sentimientos. Ya más tranquilos todos, mi padre se sentó en su puesto y me sentó en sus piernas, en la misma forma en que solía hacerlo cuando quería compartir conmigo su plato cuando yo tenía cinco años.
Lloramos por algunos minutos, y con sus ojos aun enrojecidos por el llanto pero con voz calmada y aun musitando me dijo: “hijito, no sé lo que vamos a hacer contigo, no sé lo que va a pasar, pero quiero que sepas que te quiero y te queremos todos por lo que eres, y no por lo que pudieras haber sido”, y continuó hablando; “tenemos que ver, tenemos que hablar con el resto de la familia y encontrar alguna solución que sea buena para ti”. Inmediatamente después, como despertando de una pesadilla y buscando un puente para acomodarse a la cruda realidad, mi padre continuó hablando, y esta vez muy tranquilo me dijo: “ bueno mijo, ahora muéstreme esos diplomas y la libreta de calificaciones del colegio, vamos mijo!, vaya buscarlos que yo quiero verlos, necesito verlos!”
Una decisión acerca de mi futuro debía tomarse muy pronto, porque mis padres debían regresar a Pallatanga y a su vida normal en nuestro pueblo. Para todos nosotros estaba bien claro que mis padres no tenían los recursos para matricularme en un colegio comparable al que yo ya no podía volver, pero, no sólo eso, sino que en Guayaquil no había un colegio comparable, ni siquiera en el resto del país, por lo tanto, era claro que yo no podría volver a un colegio como el Seminario. No obstante, también era claro para casi todos que yo debía continuar mis estudios secundarios, el no hacerlo, simplemente no era una alternativa aceptable para nadie en la familia. Mi madre nos había metido en la cabeza desde que éramos muy pequeños, la idea de que la única forma de subir la escalera de la vida era a través del estudio y que el hacerlo no era una opción, sino una obligación sin alternativa.
La idea que alguna vez mi padre había sugerido (mas por su deseo de tenerme cerca a que por privarnos de la educación), de que volviera a vivir en Pallatanga ayudándole a él en sus variadas actividades, nunca fue aceptable para mi madre, y en este campo, era la opinión de ella la que siempre prevalecía, gracias a su convicción profunda, a su sutil pero firme forma de encaminar sus ideas, y a que, a la postre, era ella la que se encargaba de pagar los costos. Mi padre en cambio solía pensar que volver al pueblo y convertirme en agricultor o comerciante, no era más que seguir una tradición de generaciones y no había nada de malo en ello; después de todo, el decía, “yo soy agricultor, mis padres fueron agricultores, mis abuelos y mas antepasados lo fueron, entonces, porque no?”, y una vez añadió “yo estaré siempre junto a él, no solo como padre, sino como tutor, estoy seguro que Rafico puede hacerse un buen agricultor, o un buen comerciante”.
Mi mamá en cambio estaba radicalmente opuesta a la idea de que yo retornara a vivir en Pallatanga y me hiciera un agricultor, para ella, regresar a Pallatanga era como regresar a la “edad media después de haber vivido en la edad moderna. En los siguientes dos días se discutió el asunto en un concilio familiar más amplio en el que participaron mis padres y mis tres hermanas mayores como consejeras, al cabo de los cuales era claro, y se llego al consenso de que la única alternativa posible era que yo encontrara un trabajo que me permitiera auto sustentarme y estudiar en un colegio nocturno al mismo tiempo, y que había que buscar ese trabajo inmediatamente.
No iba a ser fácil, simplemente porque encontrar un trabajo nunca ha sido fácil en nuestro país, pero era aun más difícil encontrarle un trabajo a un adolescente, casi un niño de 14 años, un trabajo en el que me pudiera desempeñar bien y me permitiera ganar suficiente para poder auto mantenerme y a la vez me permitiera ser un estudiante a tiempo completo en un colegio nocturno.
Dos días después y gracias a mi hermana Lilita y su esposo Lolo, pudimos ver una luz al final del túnel. Ellos estaban casados desde hacían seis años y tenían ya cuatro hijos. Lolo era el dueño de una panadería en el centro de Guayaquil, casi en la esquina de la avenida Colon y la calle Chimborazo, a solo unas dos cuadras de la vieja casona de la Universidad de Guayaquil. Mi hermana Lilita se ofreció voluntariamente a hablar con su esposo para ver si él me podía emplear a tiempo complete en su panadería.
Casi inmediatamente Lilita nos hizo saber que por coincidencia, Lolo estaba buscando una persona que a partir de las cuatro y media de la mañana hiciera diariamente el trabajo de barrido y limpieza de la panadería, limpieza de sus vitrinas y perchas, y el arreglo del pan recién salido del horno, en las vitrinas, para su venta a partir de las 5:30 de la mañana que era la hora de llegada de los clientes más madrugadores que venían a comprar el pan y la leche para su desayuno.
El trabajo incluía la limpieza de las refrigeradoras donde se almacenaba la leche que se vendía junto con el pan de la mañana. El trabajo estaba hecho casi como un anillo al dedo para mí, porque este me permitiría estudiar en la noche y trabajar en el dia. El horario era de 4:30 AM a 12:30PM, mi sueldo seria ciento cincuenta sucres mensuales, e incluía alojamiento y comida en la casa de mi hermana, a sólo dos cuadras de la Panadería “La Delicia”.
Bingo!, ya tenía trabajo y podía comenzar inmediatamente. Este trabajo me calzaba como un guante. Mi dia comenzaría muy temprano, pero también terminaría temprano, me permitiría hacer una siesta para completar mis seis horas de sueño y luego hacer mis tareas escolares, estudiar, y luego asistir al colegio nocturno cuyas clases se iniciaban a las siete de la noche y terminaban a las once. Ahora había que buscar un colegio que me aceptara cuando casi se acababa el primer trimestre escolar y así no perdería un año con el cambio de la Sierra a la Costa. Lo encontramos, sería el Colegio particular Eloy Alfaro, Sección Nocturna, donde mi hermana Letty era profesora de primaria en la sección diurna. La pensión mensual era de $50, que yo la podía pagar con mi sueldazo.
No me sentí como haber conseguido el mejor trabajo del mundo o como haber alcanzado el cielo con la mano pero me sentí muy contento de poder seguir mis estudios y ser autosuficiente. Alli termino terminó abruptamente mi niñez y comenzó mi vida de adulto con todas sus responsabilidades; comenzaba muy temprano, cosa que al común de los mortales no le ocurría sino bien pasados los veinte años y terminados los estudios secundarios.
El colegio escogido era bueno, mis compañeros en el tercer año eran jóvenes adultos de más de dieciocho años que también habían comenzado temprano sus vidas de trabajo. Lo mejor de este colegio era el profesor de matemáticas, el emblemático don Nicolás Escandón, famoso en todo Guayaquil por su capacidad para enseñar las matemáticas, y, también por su temperamento fuerte. Escandón, que había sido en su juventud un “Hermano Cristiano de La Salle”, era un hombre de muy baja estatura, que trabajaba un promedio de doce horas diarias como profesor en varios colegios de la ciudad y se daba el lujo de corregir diariamente y en el más grande detalle, los deberes de más de trescientos estudiantes de la ciudad. Nunca nadie llegó a descifrar su secreto de resistencia al trabajo y de capacidad para el detalle. En Escandón encontré el profesor que necesitaba para desarrollar mi innata capacidad para las matemáticas y las ciencias exactas.
Mi trabajo, era muy fuerte, especialmente debido a que tenía que levantarme muy temprano. Los niños de la edad que yo tenia entonces, normalmente duermen desde las nueve de la noche hasta las seis de la mañana, esto es, entre ocho y nueve horas. Yo podía dormir apenas cuatro horas, y, mientras las madres despiertan a sus hijos con abrazos y con besos, yo debía levantarme a las cuatro de la mañana a la voz de mi cuñado Lolo que golpeando la puerta de mi cuarto fuertemente decía: “Rafico, YA!, era una sola llamada y yo debía estar listo en quince minutos para salir con él a la panadería, todos los días, de lunes a sábado (domingo descansaba). Algunas veces llegué a odiar esa voz…Rafico YA!, que me sonaba como “despierta ocioso que ya es hora de trabajar!”, o algo parecido. No ha pasado esa frase al archivo de mis frases favoritas, pero ella me recuerda del viejo refrán que dice “al que madruga Dios le ayuda”, que en esos días, yo prefería pensar más bien en el otro refrán que dice “no por mucho madrugar amanece más temprano!
No me tomó mucho tiempo aprender mi trabajo. Al final de la cuarta semana ya estaba haciendo eficientemente todo lo que se me había enseñado a hacer, y todo aquello que se me pedía hacer aunque no fuera parte de mi trabajo. En realidad las tareas asignadas las hacía en la mitad del tiempo asignado. Fue por esta época que el hombre encargado del triciclo de reparto de pan a las tiendas se enfermó y dejó de asistir a su trabajo.
Lolo, mi cuñado, entonces pensó que yo, a pesar de mis cortas piernas y mi edad, podría sustituir temporalmente al “mono Rivera” el repartidor del pan. Lolo me pidió que lo intentara, y lo hice, pero creo que no tenía alternativa. Hubo que bajar el asiento de la bicicleta hasta donde no daba más, y tuve que extremar mis fuerzas para manejar el triciclo, pero lo hice!, y por varias semanas, hasta que el “mono Rivera” regresara a su trabajo, yo fui el repartidor de pan de “la Delicia”. De repente me encontré a mi mismo en las calles de Guayaquil, manejando un triciclo hecho para ser manejado por un adulto, cargando una enorme canasta llena de fundas de pan y entregándolas de tienda en tienda a lo largo de las calles Chimborazo (a la ida) y Chile (al regreso, comenzando a las cinco de la mañana y terminando a las seis y media. Mi destino de viajero empezaba a tomar forma!
The old U of G building at Chile St. in 1930. This was the point of start of my route to deliver bread in my tricycle when I was 14

Así es como yo comencé mi Carrera como un chico conocedor de los detalles y lo trucos de las calles de Guayaquil. Mi trabajo requería muchas cosas, pero entre las más importantes, requería saber tratar y manejarse con adultos que tenían varias veces mi edad, algunos de los cuales no eran muy educados ni conocían la palabra cortesía, pero todos, sin distinción eran gente honesta, gente trabajadora, gente sacrificada, la mayoría de ellos eran serranos que habían venido a Guayaquil desde muy jóvenes, que amaban a su tierra pero querían mucho a Guayaquil, porque allí ellos se formaron, porque allí hicieron sus familias, porque allí estaban sus hijos educándose y formándose como hombres de bien, sin prejuicios y de vergüenza de sus orígenes humildes, tal como yo...
Yo tenía que manejarme con números para hacer las cuentas y cobrarles lo justo; yo tenía que ser paciente, debía ser puntual (el pan que llegaba tarde no lo aceptaban): tomé mis primeras lecciones de diplomacia cuando tenía que reírme de un mal chiste o tenía que aguantarme una palabra o una expresión grosera dirigida hacia mi cuando insistía en cobrar lo que me debían. Fue aquí donde empecé a aprender el lenguaje de la calle, la lengua de la gente común, de los barrios de Guayaquil. Esta fue para mí, la universidad de la vida, en su más genuina expresión.
Para la mayoría de la gente con quien yo trataba, su condición de dueño de una pequeña tiendita en la gran ciudad de Guayaquil era como la realización de un sueño, era el punto de partida para dejar atrás las pobrezas y las limitaciones del pasado, era el pasaporte para que sus hijos pudieran educarse en la gran ciudad, era el puente estrecho y peligroso que les permitiría a sus hijos pasar a una nueva vida, llena de desafíos pero también de esperanzas, era el precio para obtener la visa para que sus hijos entraran a la universidad.
En Guayaquil hay miles de exitosos profesionales médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, economistas y otros profesionales cuyos padres fueron parte de ese grupo humano con quien yo trataba allá, en la segunda mitad de la década de los cincuenta. La mayoría de estas gentes eran serranos por nacimiento, de origen humilde, generalmente agricultores que venían de todas las provincias de la Sierra, dejando atrás a sus padres y al resto de sus familias, estaban orgullosos de su origen serrano, y sin embargo eran guayaquileños de corazón genuinamente guayaquileños que amaban la ciudad que los acogió, porque era su destino escogido. Guayaquil era su nueva casa y entonces era lo que hoy y siempre ha sido, una ciudad luchadora, rebelde, industriosa, orgullosa de su pasado y forjadora diaria de su gran futuro.

Yo era uno más de ellos, excepto que nunca aspiré a ser dueño de una tienda. Por alguna razón que debe estar enraizada en los genes de mi madre, siempre aspiré a ser parte de un mundo más ancho, de un mundo sin límites visibles, donde solo el cielo era el limite, y yo sabía que para llegar a eso había un solo camino, un camino que no estaba sembrado de flores, un camino que sería difícil, que comenzaba con trabajo muy fuerte y que exigía cada vez más sacrificios. Allí estaba la semilla, era solo cuestión de tiempo y sacrificio para que germinara, y ya había comenzado a germinar, solo faltaba darle tiempo, sangre, sudor y lagrimas...

En mi proximo capitulo:

1 comment:

  1. Maravillosos relatos, me identifico mucho con usted, valoro su forma de contarlos. Lo encontré por coincidencia en la internet, buscando cosas de mi amado pueblo Pallatanga, tierra generosa y hospitalaria, que alguna vez me nombro su alcalde, cargo que lo desempeñe con gratitud, amor, esmero y honradez, me alegra saber que es hermano de "Pancho", primer alcalde de Pallatanga. quisiera conocerle a usted y saber que esta vivo y poder charlar con alguien de sus quilates, aprender escuchándolo aun que ya tengo 49 años pero sus relatos son lecciones de vida que hay que emular a cualquier edad. Un Abrazo sincero Lenin Broz.

    ReplyDelete