Friday, May 4, 2012

ATRAPADO POR LA POLITICA

Hacia el mediodía de aquel dia de abril, de acuerdo con las noticias de la radio y de la prensa, habían alrededor de doscientas mil personas llenando las calles de Guayaquil, desde el aeropuerto Simón Bolívar hasta la Plaza San Francisco en el centro mismo de la ciudad. Se aseguraba entonces que esta era la mayor masa humana jamás reunida para una manifestación política en la historia del Ecuador. A eso de la una de la tarde, en un dia soleado y con temperaturas por arriba de los treinta y dos grados, Velasco Ibarra llegó a la Plaza San Francisco, sitio donde en medio de los vítores de la multitud el candidato se ubicó en un balcón desde el cual, con su oratoria, encendería el entusiasmo de las masas que lo habían ido a recibir a su regreso de su autoexilio en Buenos Aires. Históricamente, el pueblo del Ecuador, tal como sucede en otros países del tercer mundo, y aun en los más desarrollados, siempre ha sido fácilmente cautivado por la oratoria de los caudillos que ocasionalmente aparecen en sus escenas políticas. Los redentores, los salvadores, los que prometen remedio sin costo para todos los males sociales, los demagogos, siempre han encontrado respuesta política favorable de un pueblo que está permanentemente esperando la llegada del líder que le encuentre la solución a sus problemas de pobreza, de falta de educación, de hambre, de justicia y de salud. Así, Velasco Ibarra, el prototipo del demagogo con gran oratoria, estaba en este dia frente a un pueblo con hambre y sed de justicia social, frente a un pueblo al que ya en dos ocasiones le había fallado en sus promesas, pero un pueblo que estaba dispuesto a darle otra oportunidad con su voto en las próximas elecciones. Este pueblo aun no había aprendido su lección y seguía creyendo en este hombre! Viejo guerrero de la política, curtido en las lides electorales y conocedor de la idiosincrasia de nuestro pueblo, Velasco Ibarra traía en su maleta de sorpresas, una que no le iba a fallar, una que no le podía fallar, una a la que nadie, ni sus más acérrimos enemigos podían oponerse, so pena de ser proclamados como TRAIDORES A LA PATRIA. Así que este viejo zorro de la política ni bien comenzó su discurso, sacó de su maleta de sorpresas, la “bomba” que encendió el entusiasmo de las masas; dijo que a partir de ese dia, “el pueblo ecuatoriano declaraba nulo, de nulidad absoluta, el írrito Protocolo de Rio de Janeiro, porque era una afrenta a la soberanía nacional y un insulto al pueblo y a la nación ecuatorianos” , y que él, “como abanderado de las reivindicaciones populares y de los derechos de la nación, estaría de aquí en adelante a la vanguardia en el camino de la recuperación de la Amazonía para la nación. La multitud había llegado al éxtasis tan solo cinco minutos después de iniciado el discurso del candidato. En pocas palabras Velasco Ibarra estaba ofreciéndole al país, la recuperación de más de doscientos mil kilómetros cuadrados de territorio. No había forma de que candidato alguno pudiera rebatir o negar esa aspiración de toda la nación. Velasco se acababa de poner, políticamente hablando, en el bolsillo, a una enorme multitud que deliraba de emoción y de esperanza. El Protocolo de Rio, un mal llamado “Tratado de Paz, Amistad y Límites”, había sido impuesto a nuestro país en una reunión de cancilleres americanos en Rio de Janeiro, Brasil, en enero de 1942, logrando parar la invasión peruana a las provincias de Loja y El Oro, y evitando la invasión de Guayaquil, mientras el mundo era testigo de la Segunda Guerra Mundial en los campos de Europa y el Pacifico. Consciente estaba, por supuesto, el candidato Velasco Ibarra de que había tocado con su discurso un nervio muy delicado en el corazón de los ecuatorianos, consciente estaba, por supuesto, que nadie osaría contradecirle, pero debe haber estado también consciente de que su propuesta era jurídicamente impracticable, porque los congresos de ambos países habían, en su momento, ratificado el malhadado tratado. Pero eso no importaba en este momento. Ahora había que ganar las elecciones, después se vería como se salía de este enredo jurídico internacional. Pero eso no era importante para él en ese momento, lo importante era asegurar el voto de la mayoría de los ecuatorianos en las próximas elecciones presidenciales, y eso, por supuesto que lo estaba haciendo ahora al comienzo mismo del proceso electoral, pero además, y como subproducto de su objetivo principal, este candidato estaba “devolviendo a los ecuatorianos el orgullo de que su país era un país amazónico y que con su ayuda recuperaríamos el territorio robado a nuestra patria por los peruanos”, a quienes se nos enseñaba desde mediados de la década de los cuarenta, dia a dia en las escuelas, que debíamos odiar”. Bingo!, estaba matando varios pájaros de un tiro, pero lo más importante , lo inmediato, era que estaba asegurando su triunfo en las elecciones presidenciales de junio. Mi amigo Luis Abad y yo, habíamos empezado a “escuchar” lo que el candidato decía, primero con una actitud preparada para la crítica, luego con mayor atención, para finalmente, a la altura de la mitad de su discurso, con actitud francamente aprobatoria, aplaudir el encendido discurso del candidato. Velasco Ibarra era como una combinación de mago y alquimista. El sabia como combinar sus ideas en medio del discurso encendido, para hipnotizar a la gente y convencerla de que sus ideas eran las correctas. En las elecciones de junio, el ganó con una suma de votos que era mayor a la suma de todos los votos de sus contrincantes juntos, fue una victoria arrolladora!. Fue sólo treinta y seis años y dos guerras después, que el Ecuador pudo firmar un tratado de paz con el Perú, terminando este asunto, como era de esperarse, sin que nuestro país recuperara ni una fracción del territorio que Velasco prometió recuperar en este dia. En las elecciones presidenciales de ese año cometí el más grande error político de mi vida voté por Velasco Ibarra, me deje arrastrar por su demagogia, tal como se dejó arrastrar la gran mayoría del pueblo ecuatoriano. Era la primera vez que yo votaba como ciudadano y desperdicie mi voto. Velasco Ibarra llegó a la presidencia de la Republica e hizo un gobierno como todos los demás. La banda de empresarios electorales que le rodeaba, se aprovechó como siempre del poder que les otorgaba el estar cerca del “líder”. Ellos se enriquecieron a costa del pueblo, que a cambio solo recibió más promesas incumplidas, pobreza, falta de educación, de salud y de salubridad. Ah!, pero aprendí una lección que nunca olvidaría, aprendí a votar, no con mi corazón sino con mi cabeza. Nunca más voté por un demagogo y de allí en adelante siempre voté basado en un frio análisis de los méritos y las falencias de los candidatos, sin importarme su afiliación partidaria. Entretanto, el permanente cortejo de parte de mis compañeros comunistas continuó, sin éxito por un año más y entonces me pusieron el membrete de “reaccionario”, por lo que decidieron que ya no valía la pena continuar tratando de conquistarme para su partido. En los dos últimos años de colegio en el Cesar Borja Lavayen, retorné a mis anteriores altos estándares de rendimiento académico, llegue a la excelencia en matemáticas, en física; me gustaba mucho y por tanto era bueno para historia y literatura. La biología y la química orgánica no eran mis materias preferidas, pero tuve calificaciones muy buenas. Mi promedio del quinto año del colegio era de dieciocho sobre veinte. Termine el año muy cerca del tope de la clase. En algún momento del año 1960, la estructura de apoyo financiero que le dábamos a mi madre dejó de funcionar como era necesario, por un lado, y, por otro, mi madre deseaba regresar a Pallatanga porque su intuición le decía que su matrimonio estaba en riesgo al haberse quedado mi padre solo mientras el resto de la familia vivía en Guayaquil. Para colmo de males, mis dos hermanos mayores se casaron y, sin una base financiera solida, cada uno tuvo que buscar la forma de resolver su problema. Me quede solo en Guayaquil, tuve que arrendar un cuarto y comer en un restaurant, mientras mi hermano Guido, el mas pequeño, recibía albergue de parte de mi hermana Flor. Tomé entonces bajo mi responsabilidad el pago de las pensiones del colegio de mi hermano Guido a quien habíamos matriculado en el Colegio Mercantil, un prestigioso colegio de educación contable, del cual, al graduarse, sus estudiantes salían con el título de “peritos contadores”, y podían aspirar a encontrar un trabajo de oficina, como ayudantes de contabilidad. Todo parecía marchar al compas de una vida tolerable, yo seguía trabajando y estudiando, vivía solo pero dentro de un ambiente sano donde había respeto para mí y yo respetaba a la familia donde me alojaba. En agosto de 1960, sintiéndome responsable de lo que mi hermano chico hiciera, decidí averiguar cómo iba Guido en sus estudios e hice una visita a la secretaría del colegio Mercantil. Cuando averigüé por sus calificaciones del primer trimestre, me encontré con la sorpresa de que hacía dos meses que él había dejado de asistir al colegio, y que por tanto, ya lo habían dado de baja de su clase, su año lectivo estaba perdido. Nunca pudimos saber que hacia mi pequeño hermano en el tiempo que estuvo ausente del colegio, porque el salía todos los días de la casa a las siete de la mañana con su talega de libros y cuadernos, y regresaba a las dos de la tarde como si hubiese tenido una jornada completa de clases. Solo Dios debe saber que es lo que Guido hacia fuera del colegio y fuera de la casa en esas largas horas y en esos tres largos meses. Me hacía falta la vida con mi madre, extrañaba la vida de familia, pero las circunstancias eran tales que no me permitieron seguir juntos. Para entonces yo había madurado lo suficiente para sentirme un adulto y desenvolverme sin problemas en la vida. A estas alturas yo ya había planeado convertirme en un profesional; sabía que tenía la capacidad para hacerlo, y tenía también la firme convicción de que quería y podría hacerlo. Sabía que iba a ser una carrera con muchos obstáculos, pero estaba decidido a seguir hasta llegar a la meta. En Mayo de 1962, cuando ya tenía casi 20 años, visite a mi madre en Pallatanga, y en una de esas conversaciones muy especiales que ella y yo teníamos, le prometí que estudiaría mucho hasta convertirme en un profesional de éxito: le dije que yo no me resignaría nunca a estar atrás de nadie, y que cuando cumpliera mi meta, la llevaría a ella a vivir conmigo, cómodamente, y que entonces ella podría descansar de su vida tan dura, le prometí que conmigo ella podría ver los frutos de su gran esfuerzo de toda una vida. No sabía entonces que solo unos pocos años después, y cuando ya casi había llegado yo a la meta deseada y prometida, súbitamente, ella nos dejaría para siempre, víctima de su alta presión arterial y de su debilitado corazón. En mi próximo capítulo: LLEGO A LA UNIVERSIDAD