Friday, April 27, 2012

EXPUESTO A LA POLITICA

Como había dicho antes, el Colegio al que yo asistía era un Colegio para adultos y yo era solo un chico, sólo un pequeño chico de dieciséis años cuando ingresé, y me tocó desenvolverme en un mundo de adultos, de adultos con todas las virtudes y defectos inherentes a su edad y al medio social en que desenvolvían sus vidas, pero gracias a Dios, casi todos eran gente honesta, trabajadora, responsable, que alargaban su dia para asistir al colegio en la noche, para continuar con su educación, después de haber cumplido una jornada completa de trabajo, todos ellos buscaban mejorar sus vidas a través de la educación, exactamente lo mismo que yo hacía. Todos ellos, yo incluido, pertenecíamos a la clase media baja, a esa clase social que tiene que hacer milagros para vivir decentemente, que no escatima esfuerzo alguno para procurar su salida de la pobreza y alcanzar un mejor nivel de vida. Todos éramos conscientes de que de alguna manera éramos capaces de transformar nuestras vidas por nuestro propio esfuerzo, con el sudor de nuestra frente y casi siempre sin la ayuda de nadie. En ese tiempo no había un estado benefactor, ni nosotros lo necesitábamos. Nos bastaba nuestro esfuerzo. Todo el mundo sabia que trabajar duro y estudiar era el único camino para mejorar nuestras vidas y nadie esperaba bonos de la pobreza ni subsidios de ninguna naturaleza. Muchos de estos estudiantes, incluido yo, éramos un objetivo permanente para la motivación política, éramos suelo muy fértil para los agitadores profesionales pertenecientes al Partido Comunista, que se llenaban la boca de expresiones estereotipadas como “la necesidad de una revolución que transforme el injusto sistema social del Ecuador, para llegar a una sociedad más justa y equitativa, donde todos los individuos serian tratados con justicia e igualdad”, una retorica que les sonaba como música a los oídos de muchos de mis compañeros estudiantes. Eran los tiempos en que la Revolución Cubana liderada por Fidel Castro y el Che Guevara había depuesto al corrupto dictador Fulgencio Batista con su guerrilla de la Sierra Maestra, y esa era una causa con la que casi todos simpatizábamos. Lo que no sabíamos la gran mayoría de los estudiantes, es que Castro no era más que un sirviente del imperio soviético, que poco después instalaría en esa bella isla del Caribe una desastrosa dictadura que acabó con todas las libertades individuales de los cubanos e instaló la más larga y desastrosa dictadura en la historia de las Américas, sumiendo a ese noble pueblo en el hambre, la pobreza, la desesperación y la miseria, y encerrándolo en una prisión tan extensa como toda la isla, sin esperanza de recuperar su libertad. Cuatro generaciones de cubanos han sufrido ya esta tragedia y sin embargo de las evidencias de su fracaso absoluto como sistema social y económico, aun persisten, increíblemente, algunos admiradores de esa barbaridad social. En aquellos días, Fidel Castro, un joven e inteligente abogado, que había abrazado una causa justa contra un dictador de pacotilla, y que por tanto gozaba de las simpatías en muchos segmentos de la sociedad de nuestros países latinoamericanos, era un peón ideal de los soviéticos para penetrar en nuestro continente, estableciendo una cabeza de playa en su guerra fría con los regímenes democráticos occidentales y especialmente con los Estados Unidos de América. Hasta entonces, los avances soviéticos en esta parte del mundo se limitaban al control de una pequeña elite de intelectuales, ociosos, soñadores teóricos del Marxismo Leninismo, que habían logrado penetrar solo en la superficie de la clase trabajadora, a través de unos pocos líderes generalmente a sueldo del imperio ruso. Fidel Castro y su revolución les cayeron a los soviéticos como anillo al dedo en su empeño de desestabilizar el continente, y a través de ellos, empezó a llegar a borbotones el financiamiento para los “revolucionarios latinoamericanos”. En mi colegio había algunos agentes soviéticos, miembros del Partido Comunista del Ecuador, que actuaban como estudiantes, y que se encargaban de reclutar jóvenes para su causa, ofreciéndoles becas para la Universidad Patricio Lumumba de Moscú (Patricio Lumumba fue un líder comunista africano que murió peleando con los belgas por la independencia de su país en los últimos años de la década de los cincuenta), fundada por los soviéticos a finales de la década del 50 con el especifico objetivo de formar nuevas generaciones de miembros del Partido Comunista en los países del Tercer Mundo, quienes se encargarían de esparcir las ideas comunistas en sus medios sociales y académicos. El objetivo principal de estos agentes reclutadores eran los estudiantes con buenas credenciales académicas, pero esa era casi una causa perdida, porque ninguno de ellos se interesaba por ir a Moscú o en hacerse un miembro del Partido Comunista, por lo tanto, sus estándares de reclutamiento iban bajando a medida que sus esfuerzos no daban resultados, y así, terminaban reclutando estudiantes mediocres, medio resentidos con la sociedad en que vivían, y que habían abandonado la idea de superarse por su cuenta para mejorar su condición socio económica en un medio que, aunque duro y difícil, seguía premiando a los que más se esforzaban. Algunos de mis compañeros de clase cayeron en la red tendida por los comunistas y se fueron a Moscú después de graduarse como bachilleres en mi colegio, y fue solo después de varios años, cuando esos estudiantes volvieron graduados en la Patricio Lumumba y no encontraban una plaza decente de trabajo, que se dieron cuenta de que habían sido usados y abusados por el Partido Comunista y por el Kremlin, pero para entonces ya no les quedó más remedio que seguir siendo agentes infiltrados del Parido y de los gobiernos cubano y soviético, en sus cátedras universitarias, en sus lugares de trabajo, o en las organizaciones obreras. En muchas ocasiones fui invitado personalmente por un estudiante de apellido Riofrío, un compañero de clase, a participar en reuniones del Partido Comunista, en lo que ellos llamaban reuniones de “la Juventud Comunista”. Frente a mi negativa, insistía en que asistir a las reuniones no significaba un compromiso de convertirme en miembro del partido, pero que él me aconsejaba asistir y escuchar las conferencias de líderes del partido, incluyendo legisladores, abogados, líderes sindicales e intelectuales de fuste, sobre eventos contemporáneos y estrategias de la política internacional. Siempre me rehusé de la manera más firme pero cordial a asistir a estas conferencias, siempre encontré una buena excusa para no hacerlo. Mi más efectivo argumento era que tenía demasiado trabajo y demasiadas obligaciones derivadas del estudio y que eso no me permitía el privilegio de escuchar tan sabias conferencias. Confieso que por pura curiosidad, algunas veces estuve a punto de aceptar esas invitaciones, pero, igual que las invitaciones a fumar mariguana, siempre terminé rehusándolas y finalmente nunca asistí a ninguna. El año 1960 fue uno de enorme actividad política en el país, era un año de elecciones presidenciales en el mes de junio y el más conocido político de las tres últimas décadas era uno de los candidatos. Su nombre, Jose María Velasco Ibarra era sinónimo de luchas políticas, de periodos no concluidos de gobierno, de controversiales actuaciones, de muchos enemigos y muchos partidarios. El era como una marca registrada en las elecciones ecuatorianas, si no era candidato era presidente o viceversa. Había sido ya presidente de la republica por tres veces, la primera comenzando en 1937 y luego en 1944 y en 1952, habiendo concluido en el gobierno solo una de las tres veces, la ultima. En las otras dos ocasiones había sido depuesto del mando por las Fuerzas Armadas, cuando habiendo inflamado a las masas con su retórica política y llenado de esperanzas a un pueblo siempre en busca de un redentor, una vez en el poder, defraudaba a sus electores entregándose en los brazos de las oligarquías que solo buscaban expandir su poder político y económico sin tener en cuenta para nada al pueblo que los eligió. A pesar de lo enormes errores del pasado, Velasco Ibarra continuaba siendo un poderoso líder político, grandes segmentos de las masas populares le seguían siendo fieles. Tenía una gran capacidad de enardecer a las multitudes con una encendida oratoria y solía vanagloriarse de eso diciendo que a él solo le bastaba un balcón en cada pueblo para volver a ser presidente de la república. En sus discursos de barricada, ofrecía resolver casi todos los problemas que aquejaban al país, desde la falta de agua potable, hasta escuelas, hospitales, carrereas y puentes, incluyendo puentes allí donde no habían ríos que cruzar, y el pueblo le creía, sólo para fallar flagrantemente en el cumplimiento de sus promesas una vez que llegaba al poder. Esta vez era candidato nuevamente, ahora venía desde Buenos Aires, Argentina, donde se había auto exiliado la última vez que fue depuesto del poder, y venia en busca del balcón en cada pueblo para regresar a lo que en el fondo él creía que era el puesto que Dios le había asignado, la silla presidencial. En aquellos días no había televisión para transmitir sus discursos y eran las plazas de los pueblos y ciudades los escenarios desde donde, a través de la radio, este veterano político encendía las esperanzas populares que se traducían en votos en las urnas que a la postre le devolvían al poder. Jose María Velasco Ibarra regresaba esta vez a Guayaquil, una ciudad donde SU pueblo siempre lo esperaba, esta ciudad era su bastión electoral más importante y desde donde sus promotores y empresarios políticos de su candidatura le preparaban una masiva recepción al Líder, como le gustaba que lo llamen. Yo personalmente, estaba en contra de la candidatura de Velasco Ibarra a pesar de que para mi padre este hombre era su ídolo político, yo estaba en contra porque estaba convencido de que sus tres primeras administraciones habían sido un fracaso, una calamidad para el país. Junto con mi amigo y compañero Luis Abad Ycaza, habíamos planeado asistir a la manifestación de bienvenida a Velasco Ibarra en calidad de observadores pasivos, solo para tener un buen tema de conversación y debate político en nuestro pequeño grupo en el colegio, realmente para poder criticar el discurso y la recepción al candidato, a quien, pese a las evidencias históricas en contrario, esta vez no lo elegiría el pueblo como su nuevo presidente. Muy lejos de mi y de mi amigo estaba la idea de vitorear al candidato y aplaudir su demagogia, nosotros ya habíamos decidido que en junio votaríamos por otro candidato, que en nuestra opinión representaba mejor las aspiraciones del pueblo y de nosotros como estudiantes trabajadores. A los dieciocho años de edad, yo me consideraba ya un hombre hecho y derecho, consciente como el que más del proceso político que vivía nuestro país, y alerta al proceso político mundial, y estaba convencido que debía participar en el primero activamente, junto con mis compañeros de clase, que siendo mayores que yo, ya eran veteranos de campañas políticas pasadas. Esta sería la primera vez que daría mi voto a un candidato, y quería hacerlo con plena consciencia de mi responsabilidad. Mi padre, pese a ser un campesino con solo educación primaria, siempre fue un hombre atento al acontecer político nacional y mundial, eso influenció en mi formación como individuo, eso me llevó a no ser indiferente al acontecer político. Por eso quería ser un activo participante en este proceso de elecciones y por eso quise analizar cada alternativa antes de tomar una decisión sobre el candidato por quién votaría en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias. Fue con esa idea en mente que Lucho Abad y yo decidimos asistir a la recepción al candidato Velasco Ibarra aquel sábado de abril de 1960 En mi próximo capítulo: ATRAPADO POR LA POLITICA