Este blog es el vehiculo para contar mis recuerdos a mis hijos, a mis nietos, a mis familiares y mis amigos, para que ellos puedan unirse a mi mientras repito el viaje que por setenta años hice en la "montaña rusa" pasando por los valles profundos de la mas grande probreza, hasta las alturas de la realización personal, pasando por por las suaves praderas de la felicidad de tener una familia maravillosa, unos nietos adorables y amigos entrañables. Bienvenidos a este viaje
Monday, May 21, 2012
LAS COSAS CAMBIAN DRASTICAMENTE
La preparación para el examen de ingreso parecía un campamento de trabajo forzado. Mis amigos y yo decidimos que, como no teníamos suficiente tiempo, íbamos a estudiar en grupo dia y noche, por lo menos 16 horas diarias, y eso fue exactamente lo que hicimos. Boris Pinchevski, Luis Abad, Luis Naranjo, Wilson Vivas y yo, contratamos como nuestro profesor de Contabilidad al economista y profesor de la Universidad, Pepe Flores, para que nos preparara para el gran dia del examen escrito, el que mas temíamos, porque el único de los cinco que tenia conocimientos contables era Lucho Naranjo, quien se había graduado en el bien conocido Colegio Mercantil. Los otros cuatro éramos bachilleres en Humanidades Modernas. Pepe Flores, quien luego se hizo nuestro gran amigo y consejero, resultó ser un excelente maestro de Contabilidad, y , como prueba de ello, al final de las seis semanas de preparación para el examen de ingreso, los cinco teníamos un muy buen conocimiento de lo que eran débitos, créditos, Balances Generales, Estados de Pérdidas y Ganancias, Balances de Comprobación, Estados de Cuentas por Cobrar, etc. El Estado de Cuentas por Pagar lo aprendimos tan bien, que el dinero que le debíamos a Pepe, solo se lo pagamos bastante más tarde, una vez que habíamos aprobado el examen de ingreso! Nuestro profesor de Contabilidad hizo tan buen trabajo, que pasamos con excelentes calificaciones cuatro de los cinco aspirantes. Sólo Wilson Vivas, que venía de colegio Vicente Rocafuerte no aprobó el examen. Lucho Abad y yo nos encargamos de las clases de matemáticas, para lo cual éramos buenos en el colegio, mientras que la preparación en las otras materias era un asunto que lo tomamos como equipo, leyendo y discutiendo cada uno de los capítulos de los libros y ensayos que tuvimos que usar en nuestro esfuerzo por ingresar.
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Matemáticas y Contabilidad, como dije antes, eran las materias para el examen escrito. Mi calificación en ambos exámenes fue de 10 sobre 10 y eso me calificó para ser uno de los ciento cincuenta estudiantes que pasaron a la segunda fase del examen de ingreso, el examen oral, que debía tomarse ante un tribunal compuesto por tres profesores de la Facultad de Ciencias Económicas y debía versar sobre Historia Económica del Ecuador, Geografía Económica Universal y Economía Política. Como los estudiantes eran llamados en el orden de sus apellidos, yo tuve que esperar más de cuatro horas hasta que me llamaran. Hasta ese momento, seis de cada diez estudiantes estaban siendo reprobados en el examen. El grado de nerviosismo en la sala era elevado, sin embargo, yo estaba tranquilo esperando ser llamado. Me sentía muy bien preparado para este examen, estaba como un caballo de carreras a punto de salir a la competencia, esperando la campana para salir a mostrar lo que había aprendido. Estaba totalmente seguro de que pasaría este examen
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Cada uno de los miembros de tribunal debía hacer diez preguntas en su materia. Las treinta preguntas vinieron una tras otra y mis respuestas no se hacían esperar. Después de aproximadamente veinte minutos, el presidente del tribunal, el Economista Juan Cevallos Chevazco se levantó de su asiento y anuncio en voz alta, para que toda la audiencia en la sala lo escuchara, que el estudiante Rafael Romero Montiel había sido aprobado en su examen de ingreso, POR ACLAMACION del tribunal, y pidió un aplauso para mí. Este fue un acto de reconocimiento sin precedentes de parte del tribunal examinador, para un estudiante que había respondido todas y cada una de las preguntas del tribunal en tiempo record. Me emocioné hasta las lagrimas! Y estreché las manos agradeciendo a cada uno de los miembros del tribunal, Me di la vuelta para abandonar la mesa del tribunal y pude ver a mis cuatro compañeros, que ya habían aprobado su respectivo examen, esperándome emocionados para felicitarme con un gran abrazo. Eso fue realmente una demostración de amistad y de solidaridad que nunca he olvidado.
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Al dia siguiente volví a Pallatanga porque estaba pendiente la solución del asunto de mi estado civil. Tenía que explicar a mis padres respecto de mi improvisado matrimonio. Hablar y obtener la aprobación de ellos, o por lo menos su aceptación no iba a ser fácil, pero era algo que debía hacer y hacerlo pronto. Les dije a mis viejos que todo este asunto había sido un tonto error de ambos lados, una locura de jóvenes imprudentes que no nos iba a conducir a ninguna parte, pero que viéndolo desde mi perspectiva no tenía otra solución que el divorcio y cuanto antes mejor. Les hice ver el futuro promisorio que tenía por delante una vez aprobado con tanto éxito el examen de ingreso en la universidad, futuro que no sería posible si estaba casado y tenía que dedicar mis energías a mantener un hogar al que no me sentía inclinado a mantener. Ya mi madre le había tomado cariño a Nancy, y ésta había hecho lo posible por ganarse su buena voluntad, eso hizo más difícil convencer a mi madre, pero al fin terminó aceptando mi posición. Mi padre fue más fácil de convencer y me apoyo casi desde el principio, no sin antes expresar su pena por la chica, a quien también le había tomado cariño en las pocas semanas que vivió con ellos. Ambos concluyeron que en definitiva, yo era el que debía ser el responsable de mi destino y que las decisiones importantes en mi vida, como esta, debían ser tomadas por mi y solo por mí, así como que debía también afrontar sus consecuencias. Me pidieron de manera especial que tratara el asunto con Nancy con el mayor respeto y la consideración que ella merecía y de modo que le causara el menor daño posible. Teníamos un acuerdo.
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El primero y más importante obstáculo había sido superado. Ahora me tocaba hablar y convencer a Nancy. Me tomo un par de días para prepararme mental y emocionalmente para poder hablar de este tema con quien en esos momentos era legalmente mi esposa, y cuando lo hice, lo hice en la forma más simple y sincera.
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Me senté con ella y calmadamente le dije que íbamos a tratar un asunto muy importante que afectaría el resto de nuestras vidas. Le dije que solo me tomó unos pocos días darme cuenta de que los dos habíamos cometido un gran error, que debido nuestra juventud habíamos caído en una trampa de atracción física sin trasfondo de seriedad y de amor duradero, por un lado; por otro, le dije que mi situación económica era muy precaria, que yo no podía mantener un hogar de forma responsable; que vivir juntos nos llevaría a una situación de fracaso y hasta de desprecio del uno para el otro. Le dije que lo que yo más quería era terminar nuestra relación de una manera respetuosa y evitando al máximo herir nuestros sentimientos, le dije que tenía un gran respeto por ella y que si nos separábamos divorciándonos, ambos éramos suficientemente jóvenes y tendríamos la oportunidad de re direccionar nuestras vidas. Hablé con ella sobre mis metas y la imposibilidad de conseguirlas si seguía casado. Mientras yo hablaba, ella empezó a llorar y eso me hacía más difícil llegar a convencerla con mis razonamientos. Me tomé un largo tiempo para calmarla y poder razonar. Finalmente le dije mientras sostenía sus manos en las mías: “Nancy”, “prefiero que me odies por lo que estoy haciendo y por lo que soy ahora, antes que te equivoques y me ames y quieras vivir conmigo por lo que no soy y no puedo hacer”.
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Ella lloró casi inconsolablemente de manera intermitente, en los intermedios hablaba para decirme que no quería que nos divorciáramos, que pudiéramos separarnos, que ella me esperaría pacientemente, pero al fin entendió cada una de mis palabras, las que habían salido de lo más profundo de mi corazón. Después de casi dos horas de dialogo acordamos que ella se iría a vivir con sus padres y que en unos seis meses yo regresaría con la demanda de divorcio, y que entonces ella decidiría si firmarla o no. Así lo hicimos y ella firmó su aceptación a la demanda de divorcio “por mutuo acuerdo”. Fue muy noble de su parte, y gracias a Dios no tuvimos hijos. No he vuelto a ver ni a saber nada de Nancy desde entonces, pero realmente espero que ella haya encontrado a la persona que realmente la haya amado y que la haya hecho feliz.
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Este es un capitulo sobre el cual nunca había hablado con nadie, ni con mi esposa ni con mis hijos. Ellos no habían sabido nada de esta parte de mi vida. Por todos estos años siempre pensé que nunca tendría que hablar de esto con mi familia, pero, dado que me comprometí con mis hijos a escribir MIS MEMORIAS, y porque en estas debo ser fiel a la verdad, decidí que tendría que hablar con ellos sobre este tema, antes que mantenerlo escondido en una esquina de la memoria donde se guardan las cosas que uno no quiere recordar. Por eso, antes de escribir este capítulo hable con ellos, después de cuarenta y ocho años de los hechos, tuve que encontrar el momento y el lugar apropiados para hacerlo. Gracias a Dios, todos ellos entendieron lo que hice y me respaldaron. Gracias a lo que hice en el mes de mayo de 1964, ahora tengo una familia ejemplar, una familia unida en la que todos somos solo uno.
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Cuando me senté a hablar de este asunto con mi esposa Fanny y mi hija Angie hace poco tiempo, les dije que el haberme casado en aquella ocasión fue uno de los peores errores de mi vida, pero al mismo tiempo les dije que gracias a que enmendé mi error a tiempo, pude luego de pocos años, encontrar a Fanny la linda mujer que ha sido la compañera de mi vida y la que me ha dado los tres mejores hijos del mundo, a los que amo con todo el corazón y por los que me siento orgulloso a cada instante. Les dije que si volviera a pasar por esta etapa de mi vida, probablemente haría lo mismo que hice entonces, porque la vida no es la historia de las lamentaciones, sino la crónica de las caídas que dejaron lecciones aprendidas y la forma que escogimos para levantarnos y seguir adelante aplicando lo que aprendimos al caernos y luego levantarnos.
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En Mayo de 1964, la Asociación de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Guayaquil, me entregó una carta de felicitación y un diploma que leía así: A RAFAEL ROMERO MONTIEL, EL ESTUDIANTE CON LAS MAS ALTAS CALIFICACIONES EN LOS EXAMENES DE INGRESO A NUESTRA FACULTAD. Firmaba la carta y el diploma el estudiante de cuarto año de la facultad, Alfredo Mancero Samán, el presidente de la asociación, quien luego sería uno de mis mejores amigos de la facultad.
Ese fue realmente el inicio de una carrera en la Universidad en la que nunca fui segundo de nadie y al finalizarla, obtuve el máximo premio que la Universidad otorga a sus mejores estudiantes en el momento de graduarse. El Premio Contenta al mejor graduado de mi promoción. Empezaba así a cumplir la promesa que le hice a mi madre!
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Mi próximo reto era encontrar un trabajo que me permitiera trabajar el dia y estudiar en la noche, algo para lo cual yo ya era un experto pues lo había hecho durante los últimos cuatro años de la secundaria, desde que tenía catorce años.
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En mi próximo capítulo: LAS COSAS EMPIEZAN A MEJORAR
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