Sunday, May 27, 2012

LAS COSAS EMPIEZAN A MEJORAR

El año escolar 1964-1965 en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Guayaquil empezó a mediados del mes de mayo y yo aun no tenía un trabajo fijo. Yo estaba dispuesto a trabajar en cualquier cosa para conseguir la estabilidad e independencia financiera que me permitiera continuar estudiando. A mediados del mes de junio, el gobierno del Ecuador hizo un llamado a los estudiantes universitarios con preparación contable, para entrar al servicio público en la Direccion General de Rentas del Ministerio de Finanzas. Los estudiantes que cumplieran con los prerrequisitos podían solicitar su inscripción, adjuntando sus datos personales, y esperar ser calificados para empezar un programa de entrenamiento que conduciría a los que lo aprobaran, a obtener un nombramiento como Fiscalizadores de Rentas, es decir, como funcionarios del Ministerio de Finanzas.

Para “calificar” y poder ser admitido a este concurso, había que tener un titulo secundario de “Perito Contador”, cosa que yo no tenía, pero que muchos de mis compañeros si lo tenían. Cesar Sacotto Guzmán, quien había ya aprobado el cuarto año de la facultad, fue calificado para entrar en este programa del Ministerio de Finanzas y me propuso que yo tomara a mi cargo su trabajo como profesor de Contabilidad en el Colegio Jose Enrique Rodó, por lo menos durante el tiempo que durara el programa de entrenamiento al que había sido admitido. Si Cesar aprobaba el curso, su actual trabajo podía ser mío de manera permanente. Bingo!. Ya tenía trabajo. El único problema con este asunto era que yo solo sabia la contabilidad que había aprendido para mi examen de ingreso a la Universidad. Estaba entre la espada y la pared. Si no aceptaba esta oferta, seguía sin empleo, y si la aceptaba, me encontraba con que yo no estaba preparado para mi nuevo trabajo. Pequeño gran problema!: un profesor que no sabía la materia que enseñaba, y yo que había criticado siempre a aquellos profesores que solo tomaban su cátedra como una fácil forma de ganarse la vida!. Ironías de la vida! Pero eso no me iba a detener.

Acepte la Oferta de Cesar Sacotto y decidí que aprendería la materia que yo tenía que enseñar a estudiantes de cuarto, quinto y sexto año del colegio, sin importar si tuviera que aprender clase por clase solo unas horas antes de tener que dictarla, y así lo tuve que hacer. Para esto me ayudaron muchísimo los apuntes y los libros de texto que el propio Cesar me prestó. Aprendiendo clase por clase el dia antes de que debiera dictarla es como llegue a saber contabilidad en el detalle que solo los profesores de esta materia lo sabían. Hice un buen papel como profesor ese año, tanto así que el rector del plantel me felicito al final del año escolar y me pidió que siguiera en la cátedra el año siguiente. Todo resulto más bien de lo que yo me hubiera imaginado. Mientras enseñaba contabilidad en el colegio, yo reforzaba lo que estaba aprendiendo en la universidad. Era mejor de lo que yo hubiera podido imaginar!

Termine mi primer año en la Facultad de Ciencias Económicas con un promedio de 9.9 sobre 10. Casi una calificación perfecta, mientras me ganaba la reputación como un excelente estudiante entre mis compañeros y también entre mis profesores. Otra vez me gané el premio al mejor estudiante del primer año de la Facultad de Ciencias Económicas, concedido por la Asociación de Estudiantes de la Facultad.

En el mes de abril de 1965, el gobierno del Ecuador, asesorado por el gobierno de los Estados Unidos, organizó nuevamente un concurso para reclutar asesores tributarios que le ayudaran a difundir la recientemente aprobada Ley de Impuesto a la Renta. Para el efecto, igual que en el año anterior, se convocaba a estudiantes universitarios de las escuelas de Economía y Administración para participar en programas de entrenamiento, que al ser aprobados, permitirían a sus participantes ingresar al servicio público como “Asesores Tributarios”. Esta vez sin embargo ya no existía la restricción de que los participantes fueran “peritos contadores” y se abría la oportunidad a bachilleres de otras especialidades. Esta vez yo podía participar también!. Ingresé mis papeles y logré que me inscribieran en el nuevo programa de capacitación.

El proceso de selección estaba muy bien estructurado, y era supervisado por un asesor del departamento de impuestos de los Estados Unidos (IRS), el señor Brown. Un total de 900 estudiantes inscritos fuimos sometidos a una evaluación de cociente intelectual,(IQ test), al final del cual solo la mitad de los participantes logramos el puntaje mínimo necesario para pasar a la segunda fase del programa de selección. Los 450 preseleccionados empezamos entonces un programa de entrenamiento de ocho semanas, al final de cada una de las cuales se eliminaba a los participantes que no llegaran al mínimo del 70 % en el examen semanal de evaluación. Ocho semanas después, sólo 19 participantes quedamos y fuimos calificados para entrar al Servicio Civil como “Asesores Tributarios”. En este severo proceso de selección me cupo también el honor de ser el participante con las máximas calificaciones, cuestión que me calificaba para tener la calidad de “supervisor” del programa. Una semana después nos llegaron los nombramientos, nuestro sueldo seria de 2.500 sucres mensuales. No me llegó el nombramiento de supervisor, sino sólo de asesor tributario, igual que mis otros 18 compañeros. Como supervisor nuestro vino, caído de alguna parte y con la consabida “palanca”, un señor Fajardo, quien ni siquiera había participado en el programa de preparación. Así funcionaban las cosas en la administración pública del Ecuador en aquellos días, a pesar del esfuerzo que el asesoramiento estadounidense hacia por modernizarla. Pocas semanas después, nos enteramos que el señor Fajardo era cuñado del Jefe de Asesores legales del la Dirección General de Rentas del Ministerio de Finanzas en Quito. Allí estaba la explicación de su nombramiento como Supervisor. Su sueldo era de 4.500 sucres mensuales. Yo estaba feliz, no cabía mi felicidad en mi cuerpo!. Ya tenía un trabajo fijo y razonablemente bien remunerado, un trabajo que me lo había ganado sin palancas, y sólo gracias a mi capacidad, reforzada por mi esfuerzo y mi dedicación. Todo empezaba a lucir brillante, pero especialmente mi futuro!.

La idea del Programa de Reforma Tributaria era ayudar a crear una actitud positiva de la gente hacia la nueva Ley de Impuesto a la Renta y a la idea de tener que tributar. Esto no sería fácil en un país donde después del futbol, el deporte más popular era la evasión trinitaria; donde pagar impuestos era no solamente considerado tonto, sino la cosa más tonta que uno podía hacer. Con raíces en la época colonial española, la evasión de impuestos era una cosa de lo más normal, estaba en el alma y en el corazón de la gente. Mientras más evadía los impuestos, el evasor era considerado más “vivo” y jamás perdía el estatus de “gran hombre de negocios”. Algunos de estos celebres evasores fueron inclusive nombrados directores de aduanas, ministros de estado, gobernadores, alcaldes, etc. Evasor de impuestos, poco menos que era una de las profesiones más respetables y respetadas en la sociedad civil del Ecuador. Fue bajo esta atmósfera que nació, como una luz al final del túnel, nuestro programa de Difusión Tributaria, que, en poco tiempo se ganó una gran reputación por su sencillez y su profundo contenido ético.

El trabajo resultó más interesante de lo que parecía. El país atravesaba por una etapa de su vida en la que parecía que el gobierno hacia un esfuerzo (que al final resultó no muy exitoso), por mejorar las condiciones de vida de la población. Se ponía énfasis en la educación y en la salud, en la salubridad de los más pobres. Se emprendió en un plan de Reforma Agraria que pretendía eliminar las desigualdades en la propiedad de la tierra, sobre todo en la Sierra, donde unos pocos terratenientes, entre ellos la Iglesia, mantenían un régimen de propiedad heredado de la época de colonia. Haciendas de miles de hectáreas de extensión eran de propiedad de una sola familia, tierras sub utilizadas y que, en la parte utilizada, lo hacían con métodos arcaicos donde el factor más importante de la producción eran los indios a quienes se mantenía casi como esclavos. El programa de Reforma Agraria se quedó muy corto en alcanzar las metas perseguidas. Sólo avanzó a retacear la tierra, entregando pequeñas parcelas a los indios, poco menos que diciéndoles, “aquí está tu tierra, cómetela”.

En el campo tributario, sin embargo, el gobierno hacia esfuerzos por reducir el impacto de la baja tributación, que era el resultado de la combinación de la ancestral aversión de los ecuatorianos a pagar sus impuestos, con la corrupción de las autoridades encargadas del control de la tributación, y la inexistencia de leyes claras y sencillas que precisaran las fuentes, los sujetos y los controles de la tributación. Era eso lo que el programa tributario del que ahora éramos parte quería corregir. Nuestro trabajo consistió al principio en “educar a la población económicamente activa, en el contenido de la nueva Ley del Impuesto a la Renta”, mediante conferencias en colegios, empresas grandes, sindicatos, escuelas, asociaciones profesionales, etc. Eso nos dio la oportunidad de conocer a mucha gente y a desempeñarnos bien en la exposición de las razones de la ley y de sus esperados beneficios. Todo esto pasaba mientras estudiaba el segundo curso de la facultad de Ciencias Económicas, donde ahora me sentía como Juan en su casa, y seguía desempeñándome al tope de la clase. Demás esta decir que al principio del año lectivo 1965-1966, tuve que renunciar a mi trabajo como profesor de Contabilidad en el Colegio Jose Enrique Rodó, trabajo en que aprendí mas de lo que enseñé, pero nunca defraudé a mis estudiantes, ni a mis superiores, ni al amigo que me permitió reemplazarle en su puesto el año anterior.

La lección más importante que aprendí en el año que me desempeñé como profesor de contabilidad, y que jamás olvidaré, es que: muchas veces puede no gustarte lo que haces, pero si lo TIENES que hacer, LO DEBES hacer BIEN, y tratar de disfrutarlo, porque de lo contrario, podrías terminar en el desierto, con frio y con hambre.

En Julio de 1965 conocí a Anita, una pequeña y muy linda chica de 1.5 mts. de diecinueve años, nacida en Junín, provincia de Manabí, de piel muy blanca, de ojos verdes grandes y pestañas rizadas, pelo rubio, que tenía una sonrisa cautivadora y una voz de ángel. Ella era una de las tres secretarias del departamento de asearía tributaria donde yo era un “Agente Fiscal”. Anita y yo nos conocíamos y habíamos hablado varias veces en la oficina, pero no fue sino hasta una noche que fuimos invitados a una fiesta para gente de nuestra oficina, que tuve la oportunidad de bailar y estar más cerca de ella. Fue en esta fiesta que nos sentimos mutuamente atraídos y poco después ella aceptó salir conmigo y convertirse en mi enamorada.

Nuestra relación evolucionó en algo que tanto ella como yo empezamos a pensar que sería una cosa muy seria, pero en poco tiempo su padre, un manabita de cepa, quien trabajaba en la oficina de personal del Ministerio de Finanzas, llegó a descubrir que yo era un hombre divorciado e inmediatamente comenzó una agresiva campaña para hacer que su hija dejara de salir conmigo. Como suele suceder casi siempre, esto sólo logró que tanto ella como yo nos uniéramos mas haciendo vanos los esfuerzos de su padre por separarnos. Su padre tampoco estaba para darse por vencido, y, para mediados del año siguiente, le había preparado a Anita un viaje a los Estados Unidos para forzar la ruptura. En un par de meses, Anita tuvo que viajar a New Jersey, a vivir con una hermana mayor. La separación sólo logró intensificar nuestros sentimientos y entonces empezamos a escribirnos tres y hasta cuatro veces por semana. Comunicaciones por teléfono eran escasas y muy caras, así que esto estaba fuera de nuestro alcance.


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En mi próximo capítulo: OTRA VEZ SIN TRABAJO