Sunday, January 9, 2011

MI HERMANA LILITA, MI PROFESORA

Mi hermana Lilita nació el 12 de octubre de 1927, tenía una estatura de aproximadamente 1,55M, era muy blanca, algo pecosa, de pelo castaño claro, de maravillosos ojos verdes, nariz ligeramente aguileña, con una alma de ángel y un corazón inmenso, que unidos a una sonrisa diáfana, transparente y contagiosa, formaban una unidad indivisible. Excepto por su color y su estatura, ella era un retrato físico de mi madre (quien era bastante más alta y ligeramente menos blanca). A los veintidós años de edad ella era la única de las tres hermanas Romero Montiel que se había quedado a vivir con nosotros en Pallatanga. Era la compañera y la ayudante de mi madre y la que nos cuidaba, tanto como ella, a mi padre y a nosotros los chicos de la casa. Cuando cumplió 12 años asistió durante unos tres años a un colegio secundario en Guayaquil, pero la situación económica de la familia no permitió que siguiera sus estudios, de modo que tuvo que regresar a Pallatanga. Más tarde, en su nunca abandonado afán de mejorar, consiguió participar en seminarios de preparación para profesores auxiliares de escuelas primarias, y con eso pudo conseguir un empleo como profesora en nuestra escuela de niños varones en Pallatanga.
Cuando cumplí nueve años y yo estaba en el tercer grado de la escuela fiscal de varones “La Condamine”, tuve la suerte de que mi profesora fuera mi hermana Lilita. Su bondad infinita era sólo comparable a su dedicación a la tarea de enseñar. Consciente de su limitada formación académica, ella estudiaba las noches, a la luz de una vela o un candil, preparando las clases que dictaría al día siguiente. Nunca he tenido una maestra tan eficaz en conseguir su cometido. Con ella aprendí a amar el estudio, a ver más allá de las letras y los números, y también aprendí a amar a mi pueblo.
Como parte del plan de estudios, ella nos enseñaba sobre nuestro “Lugar Natal”, nos enseñó a orientarnos, dondequiera que estuviésemos; aprendimos que el sol siempre sale por el oriente, y si te paras con tu frente al sol, siempre tendrás el norte a tu izquierda, el sur a tu derecha y el oeste a tu espalda. Su clase de “orientación” es quizás la que más recuerdo en mi vida, y me la dio ella, en la plaza de nuestro pueblo, frente a la escuela. Fue una mañana se sol esplendoroso, nos habló en la clase brevemente sobre la orientación geográfica y luego nos condujo fuera de la escuela, nos hizo parar a todos sus alumnos mirando hacia donde el sol brillaba, nos hizo mirar el sol y nos dijo: “atención niños que la clase va a empezar: miren allá, donde brilla el sol esta mañana, sólo hace un par de horas que ha salido a alumbrar a nuestro pueblo, y recuerden que siempre saldrá por allí, ese es el ORIENTE, por favor, nunca lo olviden” “el Oriente es el lado por donde siempre sale el sol”. Nunca se me olvidó esa lección. Muchos años después pregunté a un sobrino que se había graduado de bachiller, con honores, en uno de los más prestigiosos colegios de Guayaquil, si sabía cómo orientarse, y para mi sorpresa, no lo sabía y creo que hasta ahora no lo sabe, como no lo sabe el 90% de la gente de nuestro país. Tal es la diferencia abismal que existe entre una clase práctica y una clase puramente teórica. Hoy se pone más énfasis en el título académico del profesor o profesora, estos se empeñan en enseñar a los alumnos que hay que llamarlos por su título académico, el doctor fulano, la licenciada mengana, el ingeniero tal, el titulado cual, etc. Ya no se puede llamar más al profesor como en nuestro tiempo: el señor tal, o la señorita cual. Se ha abandonado totalmente la sustancia para reemplazarla por la forma, aunque los “titulados” de hoy enseñen a sus discípulos principalmente los principios básicos y avanzados de cómo tirar piedras y cómo quemar llantas para protestar en las calles de los pueblos y ciudades del Ecuador. Esa es la más importante falla del sistema educativo de nuestra patria, la falta de profesores con vocación, con amor a la enseñanza y con entrega total a su tarea de enseñar, como la que tenía mi hermana Lilita.
Con Lilita consolidé mis conocimientos de lectura y escritura, aprendí a razonar, a formar oraciones con sentido, a usar los verbos con propiedad. Aprendí los elementos básicos de la aritmética y la lógica implícita en ella, aprendí también el sistema métrico decimal y el concepto de las distancias. Fue en ese año cuando me empezaron a gustar los exámenes orales, porque me permitían mostrar al examinador (y al público presente) cuanto sabía, y me sentía orgulloso de que lo había aprendido de mi hermana. El amor de Lilita por su trabajo y por los niños a su cargo era proverbial, todos los estudiantes la queríamos tanto que ella se convirtió en nuestra segunda madre. Ella era dulce, de dulzura espontánea, de esa dulzura que se encuentra hasta en la casual reprimenda por una tarea escolar no cumplida. “mijito, mañana vas a mejorar tu escritura porque esta tarde vas a practicarla con tu mamá”, esa era la forma que tenía de dirigirse a sus alumnos. Ella era la expresión más pura de la dulzura en la enseñanza y en el trato con sus alumnos, jamás usó los métodos antiguos de “reprender físicamente” para lograr mejores resultados de sus alumnos. Ni el latigazo ni el jalón de orejas eran parte de sus sus herramientas de enseñanza. Ella, que nunca tuvo la oportunidad de asistir y aprender a enseñar en un buen colegio o en la universidad, se había adelantado, sin saberlo, por lo menos en medio siglo, a los métodos modernos usados en la educación.
Es por eso que casi al final del año escolar, cuando ella se escapo de la casa y se fue de Pallatanga para siempre, para casarse con Lolo, el amor de su vida, mi desolación fue sólo comparable a la de nuestra madre, que lloró y sufrió tanto por su partida, que sus lágrimas las siento hoy como las sentí entonces, cuando todos lloramos con ella, junto a ella y por ella.
Lilita les dio a sus estudiantes lo que más tarde les dio a sus hijos y a cuanta persona necesitaba de su ayuda. Lilita llevaba en el alma el amor al prójimo, era parte de su ser, era espontaneo, le brotaba del alma como brota el agua de la fuente natural, así de cristalino, así para calmar la sed, así para calmar el dolor de los enfermos o el deseo de aprender, de enseñarles o de aprender de, o de enseñar, a los niños de su clase.
Un día del invierno después de terminado ese año lectivo, Lilita les hizo saber a nuestros padres que debía asistir en Riobamba a un curso de capacitación para profesores fiscales y partió hacia allá con su bendición y buenos deseos. Dos días después llegó un telegrama dirigido a mi madre, en el que escuetamente le comunicaba que en realidad había viajado a Riobamba a casarse con su amado Lolo, que se encontraba en casa de su madrina Lidita Robayo, una persona de la mas absoluta confianza de mi madre , que el matrimonio civil ya se había efectuado y el eclesiástico se celebraría esa misma noche y le pedía su bendición antes de ir al altar. Pedía perdón a mis padres por la forma en que había hecho las cosas pero les reafirmaba su respeto y su amor. Lilita nunca volvió a ser nuestra profesora. Después de su matrimonio se fue con su esposo a vivir en una hacienda cerca de Santa Lucía, en Cabuyal, a la orilla de un pequeño río tributario del Daule donde acompañó a su esposo mientras este trabajaba para su hermano en la siembra de arroz. Ella y su esposo tuvieron cinco hijos, cuatro varones y una nena quienes le dieron muchos nietos y bisnietos.
Mi hermana Lilita dedicó el resto de su vida a cuidar con pasión a sus hijos, pero nunca dejó de ser lo que siempre fue, la hija, la hermana, la tía y la abuela amorosa. Cuidó a mi padre los últimos días de su vida con la dedicación que sólo una madre puede tener con sus hijos, y, simultáneamente se dedicó a cuidar a los enfermos como voluntaria hospitalaria en ASVOLH. Ella murió octubre de 2002, en un día igual al que la vio nacer.
Lilita reemplazó a mi madre en la tarea de terminar de formarme. Ella “me adoptó” cuando el 24 de julio de 1969, mi madre se fue al cielo. Lilita era el retrato físico y de carácter de mi madre, ellas se parecían en su personalidad como una gota de agua a otra. Siempre dando sin esperar recibir, siempre ayudando al que lo necesitaba, por eso yo se que ella está hoy junto a mi madre, en el cielo…y aún velando por todos nosotros
En mi próximo capítulo: SIGUE LLEGANDO EL PROGRESO A PALLATANAGA