Mi primer año en AA&CO. (“La Firma”), fue un absoluto éxito. Mi trabajo era altamente apreciado por mis superiores Jerry Windham y Pepe García. Era la política de La Firma que al final de cada trabajo en un cliente, el personal fuese evaluado por sus superiores. Mis evaluaciones siempre fueron excelentes. También, como parte de las políticas de La Firma, cuando la evaluación de un individuo en un trabajo excedía las expectativas de sus superiores, o estaba muy por debajo de ellas, había que elaborar una hoja especial llamada Green Sheet u “Hoja Verde”, en la cual, el supervisor explicaba en detalle las razones por las que el individuo en particular había merecido dicha Hoja Verde, sea esta por excelentes méritos, o por severas deficiencias. Dicha hoja era luego discutida en máximo detalle por el supervisor con el individuo a quien se le había hecho esta evaluación especial y pasaba a formar parte (luego de ser examinada por el socio a cargo de La Firma), del archivo personal de la persona evaluada y una copia era enviada a las oficinas centrales de ARTHUR ANDERSEN & CO. En Chicago, Estados Unidos.
Durante mi primer año en La Firma, me hicieron tres Green Sheets, un caso raro en La Firma Internacional, único caso en La Firma en el Ecuador, y un indicador del alto grado de aprecio que mi trabajo tenía de parte de mis superiores. Para el fin del primer año de mi trabajo, fui promovido a la categoría A-3 (asistente 3 de auditoría). Mi segundo año con La Firma, fue igualmente exitoso. Continúe absorbiendo conocimientos casi como una esponja, a un ritmo que nunca antes me hubiera siquiera imaginado. Era un proceso en el cual, durante cada trabajo que se me asignaba, encontraba nuevas cosas que aprender y nuevas situaciones donde podía aplicar mi experiencia previa, lo que me permitía seguir agregando conocimientos y experiencia. Al terminar mi segundo año con La Firma (abril de 1971, Pepe García, nuestro Gran Jefe me llamó un día a su oficina y después de elogiar mi desempeño durante el año anterior, me hizo saber mi nueva categoría (A-5), o lo que solíamos llamar “un semi-senior” (o casi un senior), al mismo tiempo que me preguntaba si yo estaría dispuesto a ser transferido de la División de Auditoría, a la División de Impuestos, donde mis responsabilidades principales estarían en la revisión de los impuestos sobre la renta de nuestros clientes corporativos. Al final de esta muy agradable y positiva reunión, Pepe me anunció que debía viajar a Río de Janeiro en dos semanas, a una reunión de Gerentes y Socios de toda Latinoamérica, de la División de Impuestos de La Firma. Yo no conocía Río, así que salí de la reunión con una sonrisa de oreja a oreja, feliz de pertenecer a Arthur Andersen y a la nueva División de La Firma.
Esta División de servicios de la Firma aún no había sido abierta en el Ecuador, y a mi me estaba siendo ofrecido el honor de ser el primer encargado de ella. Según palabras de Pepe García, esta idea le había surgido al revisar mis papeles de trabajo de un cliente grande, a quien, por mi propia iniciativa (mi supervisor, un senior extranjero, no tenía experiencia en impuestos del Ecuador) le había hecho una revisión de impuestos, habiendo encontrado una deficiencia importante en la reserva para el pago de los impuestos del año 1970. En efecto, esta era un área en la que yo estaba especialmente preparado, dado mi paso por el Departamento de Impuestos del Ministerio de Finanzas entre los años 1965 y 1966. Extendí la mano a Pepe García diciéndole “de acuerdo Pepe, gracias por tu oferta, acepto el desafío”. Desde entonces, mi trabajo consistía en revisar los impuestos de todos nuestros clientes, aparte de continuar haciendo trabajos de auditoría para hacer más eficiente la utilización de mi tiempo.
En Febrero de 1971, apenas dos años después de haber comenzado a trabajar para La Firma, y mientras estaba desempeñándome como el jefe de un grupo de tres asistentes de auditoría en la compañía PINTEC (el fabricante local de las pinturas Glidden, una subsidiaria de la compañía Glidden que tenía su matriz en Cleveland, en el estado de Ohio, Estados Unidos de América), recibí una tentadora propuesta de trabajo (la primera de muchas que recibí después).
Don Carlos Vallarino, el gerente general de la compañía (el tercer más gran fabricante de pinturas en los Estados Unidos, cuya matriz había sido fundada en 1875) me llamó un día a su oficina en un día viernes en la tarde, justo antes de que saliéramos de la oficina por el día y la semana. Don Carlos estaba acompañado de Julio Coppa, Contralor de la compañía, un ciudadano cubano-americano.
“Siéntese Rafael” me dijo don Carlos cuando yo entré a su oficina, y después de ofrecerme un café, entró inmediatamente en materia.
“Rafael”, me dijo, mirando a Julio quien estaba sentado junto a mi y a un costado de don Carlos, “quiero informarle que Julio, nuestro Contralor, quién ha hecho un magnífico trabajo durante los últimos tres años, termina su asignación en Ecuador en Mayo de este año, y él debe regresar a nuestra casa matriz en Cleveland. “Ellos (se refería a su casa matriz), nos han autorizado a buscar localmente un remplazo para Julio y en eso estamos ahora, y por eso mismo es que le hemos pedido a usted venir a hablar con nosotros”. Y, continuando con su exposición, Don Carlos agregó: “Julio mismo, quien ha visto su desempeño en el trabajo de auditoría que ustedes nos están haciendo, me ha sugerido que hablemos con usted para proponerle que acepte remplazarlo”, para luego agregar; “Julio está convencido, y yo estoy de acuerdo, que usted tiene los conocimientos y la experiencia para tomar a su cargo, con éxito, el trabajo de Contralor de esta empresa”, agregando, “en pocas palabras, Rafael, le propongo que se venga a trabajar con nosotros a partir del mes de marzo, que asista a un entrenamiento de dos meses en nuestras oficinas centrales en Cleveland y que a partir del mes de junio venga a Guayaquil y se haga cargo de las responsabilidades asignadas a nuestro Contralor. La remuneración que me ofrecían equivalía a mas de cuatro veces el valor del sueldo que en ese momento yo ganaba.
La propuesta me tomó completamente “fuera de base”. Una combinación de sorpresa, orgullo, felicidad, miedo y halago personal me invadió por completo, tanto así que lo único que pude decir, apelando a mis reservas de capacidad para disimular, fue que les agradecía mucho por haberme considerado para la alta posición que se estaba abriendo; que su propuesta la consideraba como un gran halago para mi desempeño en el trabajo de auditoría que estaba dirigiendo, y que les pedía disculpas por no poder darles una respuesta inmediata. Agregué que “me permitieran pensarlo con calma y que mi respuesta (que sabía que debía darse pronto) la tendrían en una semana. Tanto Don Carlos como Julio sonrieron satisfechos y me dijeron que me tomara el tiempo necesario para darles mi respuesta.
Por primera vez en mi vida estaba enfrentando una situación en la que me invitaban a cruzar un puente que siempre quise cruzar, pero que no estaba seguro que fuera el tiempo apropiado para hacerlo. La tentación estaba allí, pero sentía temor de no estar a la altura de lo que de mi se esperaba. Era tiempo de tener alguien que me diera el consejo adecuado. En esos momentos recordé con absoluta claridad mi conversación con tres compañeros en La Firma, que comenzaron su trabajo en ARTHUR ANDERSEN el mismo día que yo lo hice, un poco más de dos años atrás. En aquella ocasión les había dicho que yo quería hacer una carrera en La Firma. Les dije entonces que por lo menos en aquellos momentos, yo no necesitaba más de lo estaba ganando, que el dinero no era mi prioridad, sino la escuela, los conocimientos y la experiencia que La Firma me iba a dar. Había llegado el momento de ser o no ser, de hacer o no hacer honor a mis palabras.
Necesitaba ayuda urgente, una ayuda que viniera de alguien mas maduro, mas experimentado, con un horizonte más amplio y una visión más analítica que la que yo tenía. Pensé entonces en Pepe García, mi jefe, mi mentor, mi supervisor, y si, también mi amigo. Aun cuando pensé que de alguna manera Pepe en este asunto iba a ser juez y parte, nunca dudé que dada su alta calidad humana, su juicio iba a ser objetivo y maduro, y no dudé que el tendría primordialmente en cuenta mi interés personal, aunque este pudiera no correr paralelo con el de La Firma a la que él representaba. Me decidí ir a ver a Pepe y pedirle su consejo.
Pedí a Pepe que me permitiera hablar con él sobre “un asunto personal” y Pepe me recibió inmediatamente. Su consejo fue directo: “Se muy bien, Rafael, que tu debes sentirte muy halagado por esta propuesta. “De yo haber estado en tus zapatos, me sentiría igualmente tentado y halagado”, y agregó; “sin embargo, creo que te conozco mejor de lo que tu crees. Sé muy bien que viniste a nuestra Firma con una meta clara en tu mente, una meta de largo plazo, una meta que aún no haz alcanzado, pero además, yo sé y tú también lo sabes muy bien, que en nuestra firma te está yendo extremadamente bien”, y continuó; si tu sigues adelante al ritmo que vienes, no está lejos el día que alcances el nivel de remuneración que esta gente te ofrece, por eso, agregó; la remuneración por tu trabajo no debería ser la motivación principal en este asunto”. Para concluir, dijo Pepe; “cualquiera que sea tu decisión, es un asunto absolutamente personal, yo sé que será una decisión suficientemente meditada, y por tanto sabia, y que tomará en cuenta lo que sea mejor para ti”; y concluyó; “Rafael, espero que tu decisión sea quedarte con nosotros”. Ese fue el consejo que recibí, el consejo sabio y maduro que necesitaba y que recibí de mi gran amigo, de mi gran mentor, mi jefe y amigo Pepe García.
En menos de una hora llamé a don Carlos Vallarino, y después de agradecerle por su propuesta, le dije que declinaba el honor de aceptar la posición que me habían ofrecido él y Julio Coppa. La actitud de ambos durante el resto de mi trabajo en Pintec nunca cambió hacia mí. Eso confirmaba mi percepción de que ellos eran dos caballeros y dos ejecutivos de alto nivel.
Muchos años después, en 1987, cuando comencé a jugar golf en el Guayaquil Country Club, un día sábado me encontré con Don Carlos Vallarino, quien era entonces uno de los jugadores más buenos y conocidos del club y me acerqué a saludarle. Fue un encuentro casual muy agradable y entonces recordamos nuestra reunión de 1971 y ponderamos lo que hubiera ocurrido si yo hubiera aceptado su propuesta. Por mi parte, muy para mis adentros pensé que hice lo correcto, y si tuviera que volver a vivir la misma situación, mi decisión habría sido la misma.
En mi próximo capitulo: UN CAPITULO TRISTE, PERO LA VIDA SIGUE SU CURSO
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