A la vez que trabajaba a tiempo complete en la panadería, yo asistía al tercer año de la sección nocturna de la secundaria en el Colegio Eloy Alfaro. Yo comenzaba las clases a las siete de la noche y terminaba a las once. Para llegar al colegio, que quedaba en la calle Eloy Alfaro en la intersección con Letamendi, yo tomaba el bus de la línea 1, que me dejaba a solo una cuadra del colegio, y al regreso, como a esa hora ya no habían buses, tomaba el colectivo de la misma línea y me quedaba en la esquina de la casa de mi hermana Lilita, que es donde yo vivía. Llegaba a la casa a las once y media de la noche, cansado, muy cansado y dormía unas cuatro horas hasta que escuchaba la conocida pero no esperada voz de Lolo; Rafico, YA! Y me levantaba inmediatamente para comenzar el trabajo diario. Después de mediodía, sin embargo, tenía tiempo para almorzar y hacer una siesta de dos horas que reparaba mi cuerpo y mi mente y me permitía hacer mis deberes y estudiar mis lecciones.
Mi desempeño en el Colegio fué sobre promedio, tanto que al final de año, y a pesar de haber entrado a las clases casi con un trimestre de retraso, estuve en la lista de alumnos mas destacados.
Fue a mediados de 1958, mientras era el encargado de las entregas de pan a las tiendas del lado sur de la ciudad, que sentí por primera vez el cosquilleo de lo que yo pensé que era el amor a una chica.
No ocurrió de repente. Lenta pero consistentemente empecé a sentir una necesidad especial de estar cerca de esa linda chica de dieciocho años, de pelo y ojos negros de aproximadamente 1:55 de estatura de cara hermosa , dientes blanquísimos y tés trigueña con quien yo tenía que trabajar en la panadería porque ella era la cajera y yo debía entregarle diariamente el dinero de las entregas del pan. Su nombre era Rosita y era hija de mi cuñado Lolo, producto de una relación pre matrimonial, cuando el, joven y apuesto, se había bien ganado en Pallatanga la reputación de gigoló del pueblo; antes de que se casara con mi hermana Lilita, quien aparentemente logró frenar sus ímpetus de Don Juan.
Conocía a Rosita desde que éramos niños muy pequeños en Pallatanga y solíamos participar en juegos infantiles, ella era dos años y medio mayor que yo, pero vivíamos en el mismo barrio. Los años pasaron, y ella, de pronto empezó a mostrar su cara y su figura de señorita, y yo empecé a crecer y a convertirme en un adolescente; comencé a notar que mis sentimientos hacia ella ya no eran simplemente los de la amistad de siempre, sino que había una atracción especial, comenzó a sentir que estar a su lado, mirarla, y más que mirarla, contemplarla, me hacia feliz, me transportaba a un mundo hasta entonces desconocido para mi, una especie de sonambulismo despierto en el que veía a ella convertirse en mi enamorada.
Empecé a pensar en ella a cada instante. En la mañana, en la noche, en el dia, mientras manejaba la bicicleta de reparto y mientras estaba en el colegio. Pero tenía un temor terrible de decírselo a ella, era el temor del debutante, el temor del novato, el temor de no saber encontrar las palabras adecuadas en el momento adecuado, pero sobre todo, era el temor a ser rechazado.
Sentía un impulso irresistible de acercarme a ella, de abrazarle, de besarle y hablarle sobre mis sentimientos internos, todo resumido, sentía el deseo de decirle que estaba enamorado de ella, que soñaba dormido y despierto en ella y que quería que me aceptara como su enamorado. Mi terrible problema es que no encontraba ni las palabras, ni el momento, ni el coraje para hacerlo y siempre me frenaba en el último segundo. Debe haber sido patético, porque muchas veces creía que había reunido las fuerzas interiores, el momento propicio, el coraje, la decisión, el valor para hacerlo, pero de repente, en el último momento me echaba para atrás y le empezaba a hablar de cosas sin importancia, como desvariando, como queriendo salir de un túnel que no me conducía a ninguna parte. Debo haber lucido como un verdadero tonto, y en mi interior yo mismo sabía que era un gran cobarde y pensaba para mis adentros “porque no lo hiciste, flojo, ella debe haber estado esperando que se lo digas y tu fallaste…gran pendejo, no has tenido las agallas para hacerlo, has vuelto a fallar, te has vuelto a quedar en la puerta del horno, y se te va a quemar el pan…
Deben haber pasado al menos tres meses de ese constante batallar entre mis sentimientos interiores y mi falta de coraje para sacarlos afuera, hasta que un buen dia decidí que no podía seguir siendo tan cobarde, que suficiente es suficiente y que lo haría de una vez por todas, mi mente se sentía como un globo al que le han inflado hasta que está a punto de reventar y dije “es hoy o nunca”. Fue un dia en que ella y yo estábamos en la panadería solos, no había clientes a la vista, yo acababa de entregarle el dinero de las ventas del dia anterior y estaba cerca, muy cerca de ella, tan cerca que podía oler su delicado perfume. Ella estaba entonces reconciliando las cifras de la caja de la mañana con su depósito al banco mientras yo la miraba extasiado y estaba juntando la fuerza que necesitaba para hablarle. Debo haber estado casi tan pálido como el papel, mis piernas me temblaban, mientras mis manos casi derramaban, como goteando, el frio sudor que de ellas brotaba. Mis nervios estaban a punto de estallar; pero decidí entonces tomar su mano derecha y apretándola medio torpemente y mirándole a sus ojos, saqué cada palabra de mi boca como si fueran pesadas piedras, para decirle: “Rosita, quiero que sepa que me he enamorado de usted, que estoy locamente enamorado y quiero pedirle que me corresponda”. Debo haber lucido para ella como un mendigo pidiendo limosna a la puerta de una iglesia, con la esperanza de que una mano caritativa le extienda una moneda que le permitirá comer. Ella me miró directamente a los ojos y con la calma de un profesional, con la lógica de una maestra dando una lección a sus minios de la escuela, me dijo:”Rafico, debe haber un error, nosotros somos amigos desde muy pequeños, no es así?”, y agregó, “ Siento mucho decirle, pero debe haber una terrible confusión de su parte, lo que usted siente por mí no debe ser amor, simplemente no puede ser, por favor piénselo y finalmente estaría de acuerdo conmigo”. Y continuó con la misma calma y con la misma lógica; No puedo aceptar a usted como mi enamorado, nosotros hemos sido siempre y quiero que sigamos siendo amigos y eso no puede cambiar de un momento a otro, comprende Rafico?”, y siguió diciendo;” Yo soy mucho mayor que usted, Rafico, usted es todavía casi un niño y yo ya tengo dieciocho años, ya soy casi una mujer”.
Me quería morir, mi decepción era tan grande que me sentía abrumado, derrotado, hundido en la obscuridad y sin luz al final del túnel. Quería desaparecer; la mujer en quien soñaba y a quien pensaba y amaba como Don Quijote a Dulcinea, me acababa de rechazar y peor aún, me había dado un golpe fatal al decirme que yo solo era un niño, cuando en la vida real yo ya era un hombre hecho y derecho, un hombre que trabajaba a tiempo completo y se sostenía solo en la vida mientras luchaba por ser mejor. Me sentía abrumado y frente a una muralla que me bloqueaba conseguir lo que yo creía lo que era mi mayor ilusión, mi sueño juvenil...
No obstante que fue muy delicada en su respuesta, ella no dejo ninguna duda de que era firme, no dejó ningún espacio para dudas ni esperanzas, fue muy clara, no había razón para pensar que ella tuviera alguna pisca de amor por mí. Fue duro, muy duro tener que aceptarlo. Muchas noches perdí el sueño pensando en lo que tendría que hacer para desechar mis sentimientos hacia ella, me parecía imposible. Solía pensar en ella como el único amor de mi vida, como el amor para una vida entera. Intenté insistir unos días después, pero su respuesta fue tan firme y a la vez delicada como la primera vez. Una cosa estaba bien clara para mi, ella sabia como decir no y mantenerse firme en ello cuantas veces fuera necesario. Me tomo varias semanas, quizás meses el poder sacarme de adentro la idea de conseguir que ella fuera mi enamorada, pero al fin lo conseguí, hasta que al final pensé; “lo que no se puede, no se puede, punto”. Aprendí a reconocer que en la vida no siempre puedes conseguir lo que deseas...
Mi vida siguió sin grandes cambios en los meses siguientes, por lo menos sin nada que amerite recordarlo ahora. Continué teniendo de vez en cuando intermitentes, pero cada vez mas distanciados flashes de ganas de intentarlo nuevamente con Rosita, pero al fin y al cabo, fueron mi trabajo y mi intenso bregar con los estudios los que lograron que me olvidara de la idea y terminara con esa terrible ansiedad, con ese sentimiento de frustración y de derrota que me llevó a pensar que la vida no valía la pena vivirla sin amor…
He visto a Rosita solo unas pocas veces desde que deje de trabajar en la panadería. La última vez que la vi, unos veinte años atrás, ella no era la sombra de la chica que yo recordaba, ella se había casado, había tenido tres hijos y se había convertido en abuela de varios nietos. Su piel arrugada, su mirada triste, la falta de algunos dientes, sus deficiencias de oído y de la vista y su pelo totalmente gris denotaban un prematuro envejecimiento. No era ni la sombra de la linda chica de sonrisa amplia y de dientes blancos como la nieve de quien me enamore cuando yo apenas tenía quince años y ella me consideraba solo un niño, mientras yo creía que ya era un hombre. Sentí mucha pena por ella y no pude evitar pensar en lo diferentes que nuestras vidas se habían tornado
Mantuve mi trabajo como el muchacho de la entrega de pan en la Panadería La Delicia por aproximadamente un año y medio, un dia, sin embargo el hombre que había desempeñado ese trabajo antes que yo, el hombre a quien yo reemplacé, quien estaba casado y era padre de cuatro hijos regresó a la panadería y pidió a Lolo que le permitiera retomar su trabajo. Jorge Rivera, un hombre de pequeña estatura y más conocido desde sus tiempos de la escuela primaria en Pallatanga como “el Mono” Rivera, necesitaba con urgencia su trabajo. MI cuñado consulto conmigo sobre el tema, y yo no tuve ningún problema, porque por la misma fecha yo había solicitado un trabajo en la Editorial española González Porto que estaba a punto de abrir sus oficinas en Guayaquil, y su jefe de oficina, Hernan Daza, un gran amigo de mi hermana Letty, le había ofrecido a ella que yo sería asignado el trabajo de cobrador. Me sentí feliz tanto por El Mono, quien era unos seis años mayor que yo y a quien yo había conocido bien desde mi niñez en Pallatanga, como por mí mismo porque estaba a punto de subir un escalón en la larga escalera del progreso personal que me había propuesto…
Mucho más tarde, con el correr de los años, El Mono, se hizo fotógrafo social, era un hombre muy inteligente a quien la vida no le fue muy generosa. Años después, cuando yo era el director gerente de Molinos del Ecuador, pedí que le contrataran para que fuera el fotógrafo de eventos sociales del molino, con ese motivo lo vi algunas veces. Siempre cariñoso, siempre alegre, siempre emelecista de alma y corazón Hace pocos años, aquejado por un terrible cáncer al estomago, Jorge Rivera, mi amigo y compañero de trabajo “El Mono: Rivera, había muerto en una cama del Hospital Luis Vernaza, acompañado solo por su esposa y sus hijos. Este es otro de mis amigos que se ha ido para no volver. Que descanse en paz!.
En mi próximo capítulo: UN POCO DE PODER PERSONAL E INDEPENDENCIA
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