Me sentí destrozado. Comencé a llorar de rabia y de frustración, busqué ayuda a mi alrededor, o por lo menos algo de simpatía y solidaridad y empecé a preguntarles si habían visto a alguien llevarse mi bicicleta. Nadie respondía afirmativamente, todos ponían una cara de inocentes y de “yo no fui”, no me daban ninguna importancia y seguían ocupados (o simulando estarlo) en sus conversaciones reales o simuladas. Eran gente del mundo del contrabando, ellos tenían sus puestos de ventas de artículos ilegalmente introducidos desde los barcos que acoderaban en el Rio Guayas, vendedores de whisky y cigarrillos Chesterfield, Lucky Strike y Kool. Sentí una enorme sensación de abandono, de indiferencia del mundo a mi alrededor y una mezcla de impotencia, furia, y ganas de gritar e insultar al mundo por darme la espalda cuando necesitaba de su ayuda.
Me tomo algún tiempo recuperarme del shock de haber perdido mi bicicleta, mi único activo, mi vehículo de trabajo, el que me había dado la independencia y me ayudó en la eficiencia y en la eficacia en mi trabajo, y por lo tanto me ayudó a mejorar mis ingresos.
Muchos minutos después, cuando empecé a recuperarme del golpe, me di cuenta que seguir buscando la bicicleta, yo solo, era como buscar una aguja en un pajar, y decidí regresar a mi oficina e informar a mi jefe sobre lo que me había pasado. Debo haber llorado al hacerlo, no lo recuerdo bien, lo cierto es que debo haber tocado un nervio especial que le impulsó a comprarme una nueva bicicleta el mismo dia. “no se preocupe Rafico”, me dijo Hernan, “le vamos a comprar una bicicleta y así no tendrá que volver a caminar en su trabajo”. Al dia siguiente yo ya estaba manejando una nueva bicicleta y el mundo para mí ya no era tan oscuro como el dia anterior, había vuelto a ser como antes, volví a sonreír, volví a ver la vida con optimismo. Continué pagando mi deuda de la bicicleta perdida, nunca me atrasé en los pagos de las doce letras que firmé con la garantía de mi hermana Letty. Fue entonces cuando aprendí, con el dolor del alma y el impacto en mi bolsillo, a cumplir con mis deudas, a nunca atrasar ningún pago, a cuidar mi crédito como si fuese el más valioso de mis activos, y esa ha sido la norma que he seguido a través de mi vida.
Fue por esa época que me asignaron para la cobranza los documentos por cobrar al entonces Alcalde de Guayaquil, el Lcdo. Luis Robles Plaza. Robles era un caballero en toda su extensión. Había sido elegido por una enorme mayoría, en elecciones populares cuando era el candidato por una entonces formidable fuerza política en Guayaquil, la Concentración de Fuerzas Populares (CFP). Cuando fui a visitarlo por primera vez en la alcaldía, los encargados de la entrada no me permitieron entrar a su oficina ubicada en el segundo piso del hermoso edificio de la Municipalidad. construido a principios del siglo XX, con arquitectura del siglo XIX. Ellos no creían que un menor de edad podía ser admitido en esas importantes oficinas. Después de todo, la Alcaldía era la oficina más importante de la ciudad, y según ellos, un niño no tenía nada que hacer allí. No me di por vencido y un dia decidí que yo esperaría al alcalde fuera del edificio de la Municipalidad hasta que yo lo viera acercarse a la puerta de entrada, antes de que tomara el ascensor para dirigirse a su oficina en el segundo piso.
“Señor Alcalde” le dije, mientras sigilosamente me acerque a él en medio de varias personas que lo acompañaban. “Mi nombre es Rafael Romero” y agregué inmediatamente, sin dar tiempo de que me interrumpieran, “soy a persona encargada de la cobranza de una letra por sus compras de libros a la Editorial González Porto”, y seguí; “me permite subir a su oficina con usted?”. Su respuesta fue rápida y positiva, “claro que si, muchacho, con mucho gusto” me dijo y agregó; “acompáñame a mi oficina, vamos, ven conmigo”, mientras me sobaba la cabeza con su mano izquierda. “Puedes venir a mi oficina hoy, y lo puedes hacer cuando necesites hacerlo”, hablaba mientras entrabamos al ascensor y sus acompañantes y el ascensorista le escuchaban. “Muchas gracias señor Alcalde”, le dije y al hacerlo me sentía tan importante, que tuve el valor para agregar; “con el mayor respeto, señor alcalde, podría usted, por favor, decirle al guardia de la entrada a su oficina que me permita visitarle cuando lo necesite hacer?”. La reacción del alcalde fue instantánea y tornándose hacia los guardias y hacia el encargado del ascensor, les dijo así: “escúchenme bien todos ustedes, de hoy en adelante, ustedes deben permitir la entrada al edificio y a mi oficina a este niño, cuando quiera que él venga a visitarme, me han entendido bien?” “si señor alcalde”, se escuchó un coro de voces de todos los aludidos, “así será”, al tiempo que miraban hacia abajo, hacia mí, con una mezcla de admiración y respeto, que mantuvieron invariablemente por los dos años siguientes. Desde entonces, las puertas de la alcaldía de Guayaquil siempre estaban abiertas para mí, y yo entraba en esa oficina como Pedro en su casa, siempre con respeto hacia todo el personal de la alcaldía.
El alcalde Robles debe haber sido un funcionario muy honrado, porque algunas veces fui a visitarlo en su oficina para cobrarle el documento mensual, y me pedía disculpas por no poder pagarme los 150 sucres que era el valor de su letra. En esos casos, se llevaba su mano al bolsillo y me regalaba un billete azul de diez sucres, diciéndome; “lo siento muchacho, pero hoy no te puedo pagar la letra, no tengo suficiente dinero; por favor, ven el próximo miércoles y te la pagaré”. Esto ocurría aproximadamente cada dos meses, y era bueno para mí, porque yo sabía que a más de la comisión que me ganaría cuando me pagara la letra, yo me ganaba los diez sucres extras de la propina
Me beneficié mucho en el manejo de las cobranzas al alcalde Robles, aparte del dinero que hice con sus propinas y mis comisiones, gane un gran amigo, pero lo que es más importante y fue una lección para toda mi vida, aprendí que una posición importante no debe cambiar al individuo, y que no importa cuán alto uno pueda llegar en la vida, el respeto y la consideración a los más chicos debe ser una norma de conducta invariable. Aprendí también que no importa cuán pequeña pueda ser una persona, ésta nunca debe tener temor de hablar para pedir el respeto a sus derechos, haciéndolo siempre de una manera firme pero respetuosa.
Muchos años más tarde, en 1986, cuando el Lcdo. Luis Robles Plaza desempeñaba la función de Ministro de Gobierno en el gobierno del presidente Febres Cordero, volví a ver y a hablar con él por asuntos relativos a la compañía que yo representaba. Le recordé nuestra primera relación, y, aun cuando le costó recordar detalles, finalmente se acordó de mí, mientras me abrazaba y me felicitaba por haber llegado a una posición tan alta como la que entonces yo tenía. Yo era el vicepresidente ejecutivo del Grupo Industrial Molinos del Ecuador y de hecho, la persona encargada de conducir todos los negocios de esa organización.
Muchos de mis clientes eran como un reloj suizo a la hora de pagar sus deudas, uno de ellos por ejemplo, el entonces joven abogado Alejandro Ponce Henríquez, a quien veinte años mas tarde volví a ver, convertido en un respetabilísimo personaje, un gran golfista y miembro de la Junta Calificadora, en el club social y deportivo al que yo ingresé en el año 1984, el Guayaquil Country Club. Al doctor Ponce, a quien sus amigos llaman “coco” nunca he dejado de llamarle con mucho respeto “doctor Ponce. Recuerdo también al doctor Leopoldo Carrera Calvo quien desempeñaba el cargo de Juez Tercero de la Corte de Justicia Provincial del Guayas (y padre de quien muchos años después fuera mi profesor en la Universidad, el Eco. Danilo Carrera Druet), un hombre que el dia que yo llegaba a cobrar su documento, ya tenía listo el cheque para su pago; también recuerdo con admiración y gratitud, al Ing. Raul Baca Carbo, quien era un joven profesional con oficinas en la esquina suroccidental de las calles Pichincha y Diez de Agosto, diagonal al edificio de la Municipalidad de Guayaquil. Este hombre llego a ser Presidente del Congreso Nacional por varias ocasiones, Ministro de Gobierno primero, y de Recursos Naturales después. Y, así conocí muchas otras personas que honraban su crédito como se honra a lo más preciado, y que me enseñaron una lección que nunca he olvidado.
Pero también había de los otros, de aquellos que desconocían la noción del cumplimiento de sus obligaciones, que trataban a su crédito como si fuese papel desechable y al encargado de cobrarles, como a un ser inferior no digno de su consideración.
Quiero aquí contarles un caso en particular, es el de un conocidísimo abogado criminalista de Guayaquil, reputado como uno de los mejores (y más caros) del país, un hombre que ocupó algunas de las funciones más importantes del país, que llegó a ser vicepresidente de la republica y como tal, presidente del Congreso Nacional; un hombre que en algunas ocasiones pretendió legar a ser el presidente de la Corte Suprema de Justicia, un hombre en cuyos discursos en las barricadas políticas y en sus clases de Derecho Penal en la Universidad de Guayaquil hablaba de la integridad, de la honradez, de la moral, de la ética profesional, del respeto a los demás, de los grandes principios que deben orientar la conducta del individuo y de la sociedad, y , sin embargo, en la vida real nunca me pago una sola letra de las treinta y seis que había firmado para la compra de una Enciclopedia del Derecho. Nunca honró su crédito!
Este hombre no solamente era extremadamente deshonesto al no pagar sus deudas, sino que además no tenía ninguna consideración por la persona encargada de hacerle los cobros. Este hombre me hizo ir a su oficina cada miércoles a las tres de la tarde durante treinta y seis meses sin haberme pagado ni una sola letra y sin disculparse por ello. La frase con que me recibía cada miércoles era un estereotipo; “lo siento muchacho, hoy no tengo dinero, regresa el próximo miércoles a las tres de la tarde”. Este hombre es un ejemplo del irrespeto flagrante a los derechos de los demás, y es también un ejemplar perfecto del hipócrita consumado, que predica una cosa y practica otra. También aprendí de este hombre algo sumamente importante, aprendí como NO debe ser la conducta de un hombre frente a los demás, y aprendí también de él como NO debe manejarse el crédito personal. Los malos ejemplos también pueden ser útiles en la vida, y este definitivamente me ha sido muy útil.
En aquellos días, yo me preguntaba cómo era posible que un hombre llegara tan alto siendo tan deshonesto. Luego, la vida me fue enseñando y confirmando con muchísimos otros ejemplos, algunos muy cercanos, que esa era la típica personalidad de los políticos en el Ecuador. Me enseñó que ser deshonesto, mentiroso y desconsiderado con los demás es casi un prerrequisito para entrar, y muchas veces triunfar, en la política y para ocupar altas funciones de gobierno.
En mi próximo capítulo: ENTRANDO AL MUNDO DE LOS JOVENES ADULTOS
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