Este blog es el vehiculo para contar mis recuerdos a mis hijos, a mis nietos, a mis familiares y mis amigos, para que ellos puedan unirse a mi mientras repito el viaje que por setenta años hice en la "montaña rusa" pasando por los valles profundos de la mas grande probreza, hasta las alturas de la realización personal, pasando por por las suaves praderas de la felicidad de tener una familia maravillosa, unos nietos adorables y amigos entrañables. Bienvenidos a este viaje
Saturday, November 20, 2010
MÁS SOBRE GALLOS Y GALLEROS
LA CASA DE LUIS GARCIA, DETRAS DE
LA CUAL ESTABA EL "COLISEO" DE GALLOS
Así eran las peleas de gallos, el espectáculo más importante del pueblo, el que todos los hombres adultos esperaban casi con ansiedad para dar rienda suelta a sus emociones. Después de treinta minutos de terminada una pelea y de haberse saldado las cuentas resultantes, el espectáculo se repetía, con la misma emoción, con el mismo griterío, con los mismos espectadores, pero con diferentes gallos, y esto duraba entre tres y cuatro horas, durante las cuales había un mínimo de cinco y un máximo de seis peleas. Esto se repetía, infaltablemente, como la salida del sol todas las mañanas, cada domingo a la una de la tarde. Era el espectáculo más esperado del pueblo, era como el circo romano en Pallatanga…
Un gallo ganador era sometido a un proceso cuidadoso de “recuperación” que duraba no menos de dos meses. Un gallo que ganaba más de tres peleas era convertido en un “gallo reproductor”, y a menudo era vendido a un alto precio a los galleros de Riobamba, de Bucay o de Milagro. Un gallo perdedor, nunca repetía su presencia en la gallera, en la gran mayoría de los casos, solo tenía el honor de ir a la olla a cambiar de sexo y convertirse en caldo o en seco de gallina, era causa de vergüenza para su criador…Así era el Pallatanga en que nací y en el que yo viví hasta los once años de edad!
En Pallatanga había hombres que se dedicaban exclusivamente a criar gallos, uno de ellos era nuestro vecino, que vivía unos cien metros más abajo de nuestra casa, en dirección al centro del pueblo y muy cerca de la plaza. Jaime Muñoz, un hombre de casi dos metros de altura, blanco, de nariz aguileña, pelo gris y unas orejas desproporcionadamente grandes. Jaime era un tipo “pintón”, tenía la apariencia de un gringo de esos que habían llegado al Ecuador para la construcción del ferrocarril o para operarlo, un par de los cuales se habían quedado en Pallatanga a disfrutar de su maravilloso clima, formaron una familia y se hicieron agricultores.
LOS GALLEROS DEDICABAN GRAN PARTE DE
SU VIDA AL CUIDADO DE SUS GALLOS DE PELEA
Jaime criaba gallos como una forma de vida y dedicaba su vida a ellos. Lo hacía con dedicación casi fanática, dedicaba todo su tiempo a los gallos. Era tanta su dedicación a los gallos y tan grande su deseo de criar gallos ganadores, que de repente comenzó a pensar en que el podría "crear" una especie de “súper gallo”, un gallo de una raza completamente nueva y desconocida, al que sería imposible ganarle una pelea, y a eso dedico mucho de su tiempo. Después de cierto grado de análisis, Jaime llego a la conclusión de que la única forma de llegar a su objetivo sería modificando genéticamente al ave de pelea, y por eso, un día se le ocurrió que haría un cruce entre una gallina “fina” y un gallinazo, para obtener como resultado un gallo que fuera tan fuerte y tan sanguinario como el gallinazo, y tan fino y hermoso como un gallo “normal”.
JAIME MUNOZ QUISO "CREAR" UNA NUEVA
RAZA DE GALLOS DE PELEA CRUZANDO UN
GALLINAZO CON UNA GALLINA
Comenzó su experimento, y con bombos y platillos anuncio hasta el dia en que empezaría a criar un polluelo de gallinazo que de alguna manera lo consiguió, tomando al polluelo gallinazo del nido de su madre. El polluelo era tan tierno que aun no tenía plumas, y solo mostraba la pelusa blanca característica de los polluelos de cualquier especie de ave en sus primeros días de vida. Empezó a criar al gallinazo frente a su casa, lo sacaba al sol, le daba alimento para gallos, cuidadosamente le daba el agua requerida para los gallos finos y así el gallinazo fue creciendo. Al llegar esta ave a su estado adulto y aparecer tan feo como todos sus congéneres, Jaime esperaba hacer el “cruce” con la gallina que paralelamente había venido preparando para su “experimento”. Finalmente llego el día D, el día en que el gallinazo debía “montar” a la gallina y puso a las dos aves una junto al otro. Jaime se paso el dia mirando a las dos aves, primero con curiosidad, luego con impaciencia, y finalmente con frustración. Fue un gran desengaño para Jaime, el gallinazo nunca se acerco siquiera a la gallina, peor aún intento “aparearse” con ella. En un arranque de ira incontenida, Jaime agarro al gallinazo, le soltó de las amarras con que lo había tenido siempre en su casa y maldiciendo a Satanás y todos sus diablos lo levanto por el aire y lo dejo ir, maldiciendo también su suerte que según él era tan mala, que había criado un gallinazo maricón.
Su afición por los gallos sin embargo no disminuyó ni un milímetro después de su fracasado experimento genético. Un domingo, claro está, día de peleas de gallos, había sacado a su mejor gallo de la semana y lo mostraba a sus amigos mucho antes de la hora de las peleas, alardeando que este era “el gallo” que iba a ser la sensación de la semana, era un gallo pinto grande, con unas espuelas impresionantes, que además habían sido debidamente “afiladas” para que fueran más letales. De repente paso por su lado un campesino que había llegado a Pallatanga desde el norte del país y cuya forma de hablar era un poco amanerada y, después de saludar muy atentamente a Jaime "Muy buenosh diash tenga ushte sheñor Munozh", le preguntó a Jaime sobre su hermoso gallo, oportunidad que Jaime aprovecho para ponderar las cualidades de esta ave y asegurar al campesino transeúnte que hoy ganaría mucho dinero con este gallo. Pasaron unas horas y cuando eran cerca de las cinco de la tarde del mismo día, a la hora en que ya se habían acabado todas las peleas de gallos, el mismo campesino vuelve a encontrarse con Jaime Muñoz y le pregunta muy educadamente con su acento semi-pastuso: Don Jaimito, su gallo ya peleó? (poniendo mucho énfasis en la o final), y Jaime, a quien todavía no le pasaba la frustración y la ira porque su gallo no había ganado, le contesto al pobre hombre curioso, “si, ya peleó y ya perdeó también… y no preguntes mas, pedazo de pendejo!”
Jaime murió unos años después de que yo me fui de Pallatanga y su viuda, doña Carlita Muñoz de Muñoz (una cañareja que era un dechado de paciencia y de dedicación a su marido) se mudo a Riobamba donde terminó de criar a sus dos hijos: Marco y Susana. Mucho tiempo después supe que Marco, quien físicamente se parecía mucho a su padre, se hizo un hombre de casi dos metros de altura y de doscientas ochenta libras de peso, se había dedicado a la misma actividad de su padre, se hizo un gallero a morir, y también se hizo uno de los galleros más conocidos en toda la provincia del Chimborazo. Nunca he vuelto a ver a ninguno de ellos, pero siempre han permanecido en mi memoria como símbolos del Pallatanga en que nací y en el que viví los primeros años de vida.
LOS GALLOS DE PELEA SON
AVES MUY HERMOSAS
Mi tío Antonio, un tipo con alma y corazón de niño pero de un temperamento fuerte, con una risa contagiosa, a quien su mujer y sus hijos amaban con la misma intensidad con que le temían, estaba dotado de una capacidad inagotable para contar sus travesuras juveniles, matizadas con fantasías y mentirillas que adornaban la historia de sus aventuras, al punto de convertirse en el protagonista de nuestras historias favoritas, que le pedíamos repetir cada vez que nos visitaba, pero Antuco (como le llamábamos) siempre nos contaba una nueva.
Antuco también era un criador de gallos, menos fanático que Jaime Muñoz pero igualmente dedicado a criar gallos para la pelea. Su énfasis, sin embargo no era prepararlos para las peleas en Pallatanga donde, según nos decía en su manera muy graciosa, “solo peleaban los gallos cholos”, sino para venderlos en Riobamba, donde requerían solo de gallos “verdaderamente finos” y tenía un “cliente fijo”, un hombre rico de apellido Gallegos, que creía firmemente en su habilidad para criar “gallos ganadores”. No conocí otra actividad económica medianamente rentable que ejerciera mi tío Antonio, por tanto, asumo que sus gallos le daban los recursos que necesitaba para mantener muy modestamente una familia de ocho hijos, para fumarse de una a dos cajetillas de “dorado” al día y para pegarse un par de canelazos diarios mientras jugaba el “cuarenta” con sus amigos, de quienes siempre se burlaba en una forma caricaturesca pero no ofensiva.
CRIAR GALLOS DE PELEA ES UNA
PASION PARA UN "BUEN GALLERO"
A Antonio le conocía todo el mundo en el pueblo como “el very well”, un mote que se lo había ganado mucho tiempo atrás, cuando después de trabajar en el ferrocarril como brequero, aprendió de los gringos unas pocas palabras en inglés, entre ellas a decir “very well” cuando algo le parecía bien, y lo empezó a decir con tanta frecuencia que pronto en todo el pueblo lo empezaron a llamar con ese nombre. Antonio era un tipo extremadamente simpático, gracioso, dicharachero, Tenía una risa contagiosa, de gruesas carcajadas, era un hombre que le caía bien a todo el mundo y que yo sepa, no tenía enemigos. Debe haber medido un metro setenta y seis centímetros y era de piel trigueña, pelo negro, nariz aguileña y ojos cafés. Antuco se llevaba muy bien con todo el mundo; con viejos, jóvenes y niños, hombres y mujeres por igual. Era un tipo extraordinario por su nobleza, era valiente, nunca utilizo a nadie con propósitos egoístas y amaba a su hermano y a sus sobrinos tanto como a sí mismo. Yo aprendí de él su nobleza de carácter, su falta de egoísmo, su admirable generosidad aun en la pobreza y su inquebrantable solidaridad con sus seres queridos.
En mi próximo capítulo: LOS GRINGOS DE PALLATANGA
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