CAPITULO VI
LA DESPEDIDA
Julio 21 de 2014
Llegamos de regreso a casa esa noche a las ocho de la noche, era el domingo 20 de julio de 2014 y los niños, acompañados de su abuelita debían viajar en la madrugada del día siguiente al encuentro de sus padres que los esperarían en Paris. Les explicamos que debían dormir temprano porque había que madrugar a las cuatro de la mañana para llegar al aeropuerto a las cinco, pues su avión saldría a las siete en punto. Carlito, el mayor de los dos entendió perfectamente el mensaje y aceptó acostarse a las nueve y media, y así lo hizo, no sin antes aceptar de muy buen agrado darme un fuerte y largo abrazo de compadrito durante el cual le recordé que éramos “los mejores amigos del mundo para siempre” y con una sonrisa y un beso me dijo al oído “así es aleuito”. Entre tanto, Matteo, el menor, y más inquieto de los dos, no aceptaba que debía acostarse más temprano, y decidió (y me lo dijo bien claro), que no lo haría hasta que su abuelita lo hiciera, entretanto, él se dedicó a jugar con mi tableta iPad. La abuelita aún tenía cosas que hacer en preparación para el viaje y no se acostó sino hasta pasadas las once de la noche. Matteo cumplió con su deseo y recién entonces aceptó acostarse.
A la hora convenida, despertar a Carlito no fue muy difícil; luego de un par de minutos de tiernas caricias de parte de aleuita y aleuito, se levantó y fue conmigo directamente al baño a cepillarse los dientes, mientras que aleuita luchaba con Matteo que se negaba rotundamente a levantarse. Después de media hora de “lucha”, finalmente se despertó y aceptó tomar una ducha durante la cual seguía medio dormido.
A las cuatro y cuarenta y cinco de la mañana salimos rumbo al aeropuerto, nos acompañaba Simona, nuestra querida Simona, que siente a nuestros nietos como si fueran suyos y quería despedirse de ellos “en el aeropuerto”.
Después del chequeo formal en la aerolínea, pasamos a una mesa del restaurant del terminal, los adultos tomamos agua mientras Carlito quiso comerse un hot dog, uno de sus platos favoritos. Matteo sólo tomó agua. Al terminar su hot dog, Carlito dijo que no había sido tan bueno como los que le preparaba su aleuito, siendo este el más grande elogio que he recibido en mi larga vida como chef. Los minutos pasaban aceleradamente y llegó la hora de despedirnos, primero Carlito y luego los dos, con gran ternura me abrazaron y me besaron largamente. “aleuito, te quiero mucho”, me dijo Carlito al oído y besó mi mejilla tiernamente. Matteo esperó que Carlito terminara de abrazarme e hizo lo mismo que su hermano.
Nos paramos para dirigirnos hacia la puerta que les conduciría al área de salida y allí, los dos niños volvieron a abrazarme tiernamente mientras yo hacía un gran esfuerzo para contener mis lágrimas al sentir que la visita de mis nietos que me había dado tanta alegría de los últimos cuarenta días llegaba a su fin con su partida.
Con sus manitas seguían despidiéndose de mí mientras se alejaban dirigiéndose, junto a Fanny al área de partida…
Mientras en silencio Simona y yo regresábamos a la casa, me imaginé a esta, vacía, silenciosa, triste como estaba yo, llena de recuerdos pero con la esperanza de que quizás el próximo año mis nietos vuelvan a llenarla de alegría acompañados de su hermana Lunita María. Era una buena razón para esperar, para pedirle a Dios que me prolongue la vida y me permita seguir disfrutando del amor y la compañía de mis nietos…
EPILOGO
Los niños llegaron a Paris al día siguiente, sus padres los esperaban ansiosos y llenos de amor para seguir por una semana más sus vacaciones en Europa. Luego viajaron a Beirut, a visitar a sus abuelitos paternos, quienes, igual que nosotros, estaban esperándolos para disfrutar de la compañía de sus nietos, para hacer lo mismo que nosotros, darles toda su atención, para transmitirles también un poquito de su cultura, de su idioma de sus costumbres y de su amor…
Nunca conocí a alguno de mis abuelos, pues todos habían muerto antes de que yo naciera, no tengo por tanto ningún recuerdo de haber compartido algo de mi tiempo con ellos, porque nunca conocí su cariño, pero como compensación, Mi Dios me ha dado la dicha de disfrutar de mis propios nietos, de su amor, de sus sonrisas, de sus juegos, y eso es, ciertamente, una de las más bellas cosas de las que he disfrutado en mi vida…
Por eso, cuando recuerdo el tiempo compartido con mis nietos, le pido a Mi Dios, que me dé más nietos, y que me de salud y vida para disfrutarlos, para poder seguir sus pasos, para verlos nacer y crecer; para verlos desarrollarse; para verlos grandes y triunfadores como sus padres y como yo hubiera querido ser…
Guayaquil, Agosto 18 de 2014
Unos pocos pensamientos de autores desconocidos:
“Nunca prives a alguien de la esperanza. Podría ser lo único que le queda”
“Sé honesto. Gánate el respeto de los demás por ello”
Este blog es el vehiculo para contar mis recuerdos a mis hijos, a mis nietos, a mis familiares y mis amigos, para que ellos puedan unirse a mi mientras repito el viaje que por setenta años hice en la "montaña rusa" pasando por los valles profundos de la mas grande probreza, hasta las alturas de la realización personal, pasando por por las suaves praderas de la felicidad de tener una familia maravillosa, unos nietos adorables y amigos entrañables. Bienvenidos a este viaje
Friday, October 3, 2014
Monday, September 15, 2014
UNA VISITA IMPORTANTE-CAPITULO V
CAPITULO V
EL TREN DE LOS RECUERDOS
El Ecuador es muy lindo, y no hay que ir muy lejos de Guayaquil para admirar las bellezas con que la madre naturaleza ha dotado a nuestro país. Habíamos escuchado de amigos y visto en la TV muchos comentarios sobre el viaje en tren a Bucay y los paseos alrededor de ese pueblo, que incluyen excursiones a las montañas cercanas, donde existe una serie de cascadas de aguas frías y cristalinas, formadas por los ríos que bajan desde las alturas hacia el llano de la costa e invitan a quienes los visitan a bañarse en sus aguas y a disfrutar de su bello entorno
PREPARANDO EL VIAJE
Con suerte pudimos hacer reservaciones para el viaje en el recientemente rehabilitado tren a Bucay para el domingo 20 de julio, sólo un día antes del viaje de los niños de regreso a Paris.
Para mí, este viaje cumplía un doble propósito; primero y más importante que todo, llevar a mis nietos a conocer un poco del Ecuador más profundo, del Ecuador que está más allá de las grandes ciudades; del Ecuador del campo, del Ecuador que yo conozco desde niño y que por eso lo amo entrañablemente, porque nací y crecí en él, lejos del mundanal ruido; y, segundo, porque, este viaje me traería hermosos recuerdos de mi infancia, de los tiempos en que Bucay era el punto intermedio para llegar desde mi amado pueblo, Pallatanga, hasta Guayaquil, la gran ciudad que me deslumbraba por el bullicio callejero, porque estaba llena gente caminando apresuradamente por sus calles anchas y sus portales frescos; con sus calles bien alumbradas por la noche; con grandes y coloridos letreros con luces de neón; con muchos carros que circulaban veloces y cuyos pitos me sonaban a una sinfonía; de calles pavimentadas con vendedores ambulantes gritando para ofrecer sus productos a transeúntes y vecinos; de enormes edificios; la ciudad con esporádicos ruidos de aviones y de barcos; la ciudad que estaba a la orilla de un rio tan grande que me parecía un mar. Era la ciudad de doscientos mil habitantes, la más grande y más moderna del Ecuador de mitad del siglo XX. Ir de Pallatanga a Guayaquil, para mí era como un viaje de un sólo día desde la edad media hasta la edad moderna.
En este viaje a Bucay, iba a recordar con nostalgia que allí, a ese pueblo llegábamos con mi madre y mi padre cabalgando por ocho horas desde nuestro pueblo de trescientos habitantes, donde nunca había llegado un carro ni se conocían los vehículos de cuatro ruedas; donde no había electricidad ni radio; donde en las noches nos alumbrábamos con candiles, con linternas de kerosene de lánguidas luces anaranjadas y con velas de cera, donde estudiar o hacer los deberes escolares en la noche era casi imposible por la falta de luz.
Una vez en Bucay, teníamos sólo una hora para bañarnos, almorzar y estar a tiempo para poder abordar a la una y media de la tarde el tren mixto que venía de Riobamba con dirección a Guayaquil, a donde llegábamos a las siete de la noche. Todo este viaje tomaba 15 horas. Más largo que un viaje transcontinental de hoy en día.
Bucay era para mí como el punto de encuentro entre dos civilizaciones, siendo el tren el vehículo que nos llevaba al mundo moderno de Guayaquil desde la edad media de Pallatanga. Por eso, este viaje con mis nietos tenía para mí, un especialísimo interés. Cuando ellos tengan la edad apropiada, les podré explicar todo esto y les hablaré un poco más de mi propia infancia y de mis raices que también son suyas, allá en ese hermoso y siempre verde valle en las estribaciones de la cordillera de los Andes, en mi Pallatanga querido.
La aleuita y yo madrugamos a las cinco y cuarenta y cinco de la mañana, y a las seis y quince despertamos a los niños para bañarles y prepararles para el viaje. Debíamos estar en la estación del tren en Durán a las siete y media y llegamos muy puntuales. Debimos esperar en la estación por media hora, y a las ocho de la mañana partimos, pero antes nos habían clasificado para que hiciéramos el viaje de ida en bus, y regresáramos de Bucay en tren. Paramos en una finca cacaotera de Naranjito (una pequeña ciudad conocida por su excelente producción agrícola) e hicimos una rápida visita a la finca, con guías que nos explicaban el proceso de cultivo y cosecha del cacao.
CONOCIENDO EL CACAO EN NARANJITO
Allí los niños pudieron ver el cacao dentro de una mazorca madura de color morado, que cuelga del tallo del árbol y que cortada por la mitad por el guía dejaba al descubierto a ambos lados de la mazorca el fruto fresco de cacao, cubierto de una dulce blanca y algodonada membrana. Nos ofrecieron este fruto envuelto en su membrana, que tiene un aroma y un sabor dulce muy agradable y les gustó mucho a nuestros nietos. En esta finca nos sirvieron un “desayuno” campesino consistente en un vaso de chocolate con tortillas de verde. Tanto Carlito como Matteo, y, por supuesto Fanny y yo nos servimos nuestro desayuno sentados en una pequeña mesa a la sombra de un árbol de cacao.
MATTEO "EL CIENTIFICO" CONOCIENDO EL CACAO EN SU ORIGEN
Nuestra siguiente parada fue en Bucay, donde al pie de la vieja pero remodelada estación del ferrocarril, jóvenes y hermosas chicas del lugar, vestidas con ropas de color blanco verde y amarillo, (los colores de la bandera de su ciudad), nos recibieron con una comparsa al son de música nacional. Carlito y Matteo miraban con entusiasmada curiosidad todo lo que pasaba a su alrededor, y disfrutaban del espectáculo que para ellos era totalmente nuevo y fascinante.
RECEPCION EN BUCAY
Inmediatamente después de la comparsa, nos unimos al grupo de turistas que, como nosotros, había escogido tomar el paseo hacia la cascada más alta, situada a unos veinticinco kilómetros en dirección nor-oeste, viajando montaña arriba, en un camino de tierra muy sinuoso, en dirección a la provincia de Bolívar. El vehículo en que viajábamos era una vieja buseta con capacidad para veinte pasajeros muy apretados, los asientos no tenían cinturones de seguridad, y el chofer, a juzgar por los saltos que como canguil en la olla dábamos los pasajeros en nuestros asientos, no parecía preocuparse de lo rugoso del camino, pero evidentemente conocía muy bien la zigzagueante ruta que permitía un rápido ascenso desde los 300 metros sobre el nivel del mar donde está Bucay, hasta unos 2,000 metros en solo unos cuarenta y cinco minutos. Dos veces nos encontramos con curvas tan cerradas y camino tan empinado, que tuvimos que bajarnos del vehículo para permitir que chofer pudiera maniobrar con menos riesgo para que pudiéramos llegar a nuestro destino.
Finalmente, después de unos cuarenta minutos de camino culebrero, al medio día, y cuando parecía que íbamos llegando hasta la nubes que perezosamente se desplazaban hacia el noreste, llegamos a un punto desde el cual había que caminar unos diez minutos por un estrecho sendero de montaña, hasta llegar a la cascada, pero súbitamente, el tiempo, el dinero y los sustos que invertimos para llegar, quedaron olvidados ante la espectacular vista de la gran cascada, que estaba frente a nosotros.
LA META DE NUESTRO VIAJE
LO LOGRAMOS!
Era la naturaleza en su máxima expresión abierta a nuestros ojos, dejándonos mirarla y admirarla; eran las aguas límpidamente blancas descolgándose de la montaña como formando un largo y delgado velo de novia que caía en picada por noventa metros, hasta llegar a una pequeña laguna que recibía las frías y espumosas aguas, que luego seguían su curso montaña abajo, más lentamente, formando un riachuelo que las conducía en su imparable ruta hacia el llano, a desembocar en el caudaloso Río Chimbo que las llevaría hasta el rio Babahoyo y este hasta el Gran Guayas que finalmente las conduciría hasta el inmenso mar Pacífico.
Sólo tuvimos unos diez minutos para ver y admirar este bello espectáculo, pero fue suficiente para que los niños y nosotros pudiéramos disfrutarlo. Matteo y Carlito se animaron a meter conmigo a las aguas de la pequeña laguna y allí la aleuita nos tomó algunas fotos que nos han dejado el recuerdo de esta bella aventura en la montaña.
Al regresar otra vez caminando hasta donde estaba nuestro vehículo, y mientras caminábamos por el mismo sendero que ya habíamos recorrido y volvimos a ver las nubes a la distancia, siguiendo su propio viaje casi a la misma altura del camino que recorríamos, les dije a los niños que corrieran para alcanzarlas, ellos, entusiasmados emprendieron la carrera…
CORRIENDO HACIA LAS NUBES!
Abordamos el bus para el regreso a Bucay y al tren de retorno a Guayaquil, pero en el camino nos esperaban más aventuras que contar. A mitad del camino del descenso, y aun en plena montaña, a unos 1500 metros de altura, paramos en una cabaña donde nos esperaban para la comida. El tiempo nos quedaba estrecho porque debíamos llegar antes de las dos de la tarde a Bucay, pues a esa hora parte el tren de regreso a Guayaquil.
Bajamos del bus y un guía nos condujo por un estrecho sendero en medio de un cañaveral, a un trapiche, donde se muele la caña y con su jugo se fabrican panelas para el mercado. Un trapiche muy rustico que me recordó el que en los primeros años de la década de 1950 mi padre alquilaba para moler la caña que había cultivado en la hacienda “el Ingenio” muy cerca de Pallatanga.
TOMANDO GUARAPO FRESCO EN EL TRAPICHE
El trapiche consiste de dos masas de acero corrugado circular colocadas verticalmente, que al moverse (impulsadas por una palanca horizontal muy grande que es halada por bueyes o por mulas) una contra la otra se convierte en un molino que extrae el jugo a la caña, jugo que toma el nombre de guarapo. Este es un jugo dulce y de aroma muy agradable que, mezclado con un poco de jugo de limón, resulta una bebida deliciosa y refrescante. Pues bien, a falta de bueyes y de mulas, el operador de este pequeño trapiche pide a los visitantes que impulsen la palanca para mover el molino, y en una demostración práctica, físicamente muele unas cañas previamente cortadas en el cañaveral que esta junto al trapiche, para inmediatamente ofrecer a los visitantes el guarapo que resulte de esta “molienda”. Fanny fue una de las personas que impulsó la palanca que movió el molino, e inmediatamente Carlito, Matteo y yo nos juntamos a todos los demás visitantes que esperaban beber el guarapo. Los niños lo disfrutaron tanto que llegaron a pedir una segunda y una tercera porción del delicioso guarapo.
DANDO ENERGIA AL TRAPICHE
Inmediatamente fuimos invitados a abordar el bus para servirnos el “almuerzo” mientras viajábamos de regreso a Bucay. Teníamos dos opciones “seco de gallina” o “fritada con llapingachos y mote”. Ordenamos para nosotros cuatro la fritada con mote y llapingachos. Nos sirvieron el “almuerzo” en un plato de plumafón que contenía una generosa porción de lo ordenado. Fanny, Carlito y yo, comimos nuestro delicioso almuerzo mientras viajábamos nuevamente saltando como el canguil en la olla, en la ruta de regreso a Bucay. Matteo, más conservador en sus hábitos gastronómicos, probó un poquito y prefirió no comer. No le exigimos que lo haga. Para los niños el viaje en la olla “canguilera” resultó una de las cosas más atractivas del viaje, no obstante que resultaba ciertamente incómodo y no muy seguro, viajar en esas condiciones. Fanny y yo estábamos, por supuesto, atentos para evitar que los niños se golpearan en cualquier momento por los “saltos” del bus.
Llegamos a Bucay cuando el tren empezaba a pitar anunciando su partida hacia Guayaquil y lo abordamos inmediatamente.
A BORDO DEL TREN DE BUCAY
Matteo y su abuelita se sentaron en un cómodo asiento para dos mientras que Carlito y yo nos sentamos en el asiento justo al frente de ellos, separado por una mesa de madera. A los pocos minutos, la locomotora pitó ruidosamente, de la misma forma como pitaba hace sesenta y cinco años con el mismo sonoro pito que yo tanto amaba cuando tenía sólo siete años, y el tren partió con destino a Guayaquil. Eran las dos y quince de la tarde. La ruta del tren era la misma que recorríamos cuando yo era un niño que fascinado por el ruido de la locomotora y por el rítmico traquetear de las ruedas de acero del tren al deslizarse sobre los rieles de la vía, no prestaba más atención que al raudo pasar de los postes del telégrafo, que parecían viajar velozmente en sentido contrario y soñaba despierto en el momento que llegaríamos a la grande y bella Guayaquil.
QUE LINDO VIAJE
Hoy viajaba con mis nietos, Carlito y Matteo, que han recorrido el mundo tantas veces, viajeros aéreos tan experimentados que ya no les llama la atención abordar y descender de aviones en vuelos transcontinentales; pero viajar en el tren de Bucay les tenía fascinados. Miraban a un lado y al otro de la vía y sonreían, les fascinaba el traquetear de las ruedas del tren, me miraban sonrientes y alzaban sus manos en señal de “dame cinco” a cada instante, era tan divertido el viaje para ellos, que no me los imagino disfrutando más en un parque de diversiones. BINGO! Pensé para mis adentros, “esto sí que fue un gran acierto”, los nietos divirtiéndose tanto como su abuelito, que por momentos había regresado sentimentalemnte a su infancia. Y así, con las caras alegres durante las tres horas y media que duró el viaje, llegamos a Durán. Ellos disfrutaron tanto de este viaje como yo disfrutaba mis viajes en tren con mi mamá cuando tenía la misma edad de ellos, sesenta y cinco años atrás. Al llegar a Durán los niños al unísono inmediatamente pidieron ir a cenar en el restaurant de Pollo Gus en el patio de comidas del mall de esa ciudad. Adoran el Pollo Gus, casi tanto como yo…
EL TREN DE LOS RECUERDOS
El Ecuador es muy lindo, y no hay que ir muy lejos de Guayaquil para admirar las bellezas con que la madre naturaleza ha dotado a nuestro país. Habíamos escuchado de amigos y visto en la TV muchos comentarios sobre el viaje en tren a Bucay y los paseos alrededor de ese pueblo, que incluyen excursiones a las montañas cercanas, donde existe una serie de cascadas de aguas frías y cristalinas, formadas por los ríos que bajan desde las alturas hacia el llano de la costa e invitan a quienes los visitan a bañarse en sus aguas y a disfrutar de su bello entorno
PREPARANDO EL VIAJE
Con suerte pudimos hacer reservaciones para el viaje en el recientemente rehabilitado tren a Bucay para el domingo 20 de julio, sólo un día antes del viaje de los niños de regreso a Paris.
Para mí, este viaje cumplía un doble propósito; primero y más importante que todo, llevar a mis nietos a conocer un poco del Ecuador más profundo, del Ecuador que está más allá de las grandes ciudades; del Ecuador del campo, del Ecuador que yo conozco desde niño y que por eso lo amo entrañablemente, porque nací y crecí en él, lejos del mundanal ruido; y, segundo, porque, este viaje me traería hermosos recuerdos de mi infancia, de los tiempos en que Bucay era el punto intermedio para llegar desde mi amado pueblo, Pallatanga, hasta Guayaquil, la gran ciudad que me deslumbraba por el bullicio callejero, porque estaba llena gente caminando apresuradamente por sus calles anchas y sus portales frescos; con sus calles bien alumbradas por la noche; con grandes y coloridos letreros con luces de neón; con muchos carros que circulaban veloces y cuyos pitos me sonaban a una sinfonía; de calles pavimentadas con vendedores ambulantes gritando para ofrecer sus productos a transeúntes y vecinos; de enormes edificios; la ciudad con esporádicos ruidos de aviones y de barcos; la ciudad que estaba a la orilla de un rio tan grande que me parecía un mar. Era la ciudad de doscientos mil habitantes, la más grande y más moderna del Ecuador de mitad del siglo XX. Ir de Pallatanga a Guayaquil, para mí era como un viaje de un sólo día desde la edad media hasta la edad moderna.
En este viaje a Bucay, iba a recordar con nostalgia que allí, a ese pueblo llegábamos con mi madre y mi padre cabalgando por ocho horas desde nuestro pueblo de trescientos habitantes, donde nunca había llegado un carro ni se conocían los vehículos de cuatro ruedas; donde no había electricidad ni radio; donde en las noches nos alumbrábamos con candiles, con linternas de kerosene de lánguidas luces anaranjadas y con velas de cera, donde estudiar o hacer los deberes escolares en la noche era casi imposible por la falta de luz.
Una vez en Bucay, teníamos sólo una hora para bañarnos, almorzar y estar a tiempo para poder abordar a la una y media de la tarde el tren mixto que venía de Riobamba con dirección a Guayaquil, a donde llegábamos a las siete de la noche. Todo este viaje tomaba 15 horas. Más largo que un viaje transcontinental de hoy en día.
Bucay era para mí como el punto de encuentro entre dos civilizaciones, siendo el tren el vehículo que nos llevaba al mundo moderno de Guayaquil desde la edad media de Pallatanga. Por eso, este viaje con mis nietos tenía para mí, un especialísimo interés. Cuando ellos tengan la edad apropiada, les podré explicar todo esto y les hablaré un poco más de mi propia infancia y de mis raices que también son suyas, allá en ese hermoso y siempre verde valle en las estribaciones de la cordillera de los Andes, en mi Pallatanga querido.
La aleuita y yo madrugamos a las cinco y cuarenta y cinco de la mañana, y a las seis y quince despertamos a los niños para bañarles y prepararles para el viaje. Debíamos estar en la estación del tren en Durán a las siete y media y llegamos muy puntuales. Debimos esperar en la estación por media hora, y a las ocho de la mañana partimos, pero antes nos habían clasificado para que hiciéramos el viaje de ida en bus, y regresáramos de Bucay en tren. Paramos en una finca cacaotera de Naranjito (una pequeña ciudad conocida por su excelente producción agrícola) e hicimos una rápida visita a la finca, con guías que nos explicaban el proceso de cultivo y cosecha del cacao.
CONOCIENDO EL CACAO EN NARANJITO
Allí los niños pudieron ver el cacao dentro de una mazorca madura de color morado, que cuelga del tallo del árbol y que cortada por la mitad por el guía dejaba al descubierto a ambos lados de la mazorca el fruto fresco de cacao, cubierto de una dulce blanca y algodonada membrana. Nos ofrecieron este fruto envuelto en su membrana, que tiene un aroma y un sabor dulce muy agradable y les gustó mucho a nuestros nietos. En esta finca nos sirvieron un “desayuno” campesino consistente en un vaso de chocolate con tortillas de verde. Tanto Carlito como Matteo, y, por supuesto Fanny y yo nos servimos nuestro desayuno sentados en una pequeña mesa a la sombra de un árbol de cacao.
MATTEO "EL CIENTIFICO" CONOCIENDO EL CACAO EN SU ORIGEN
Nuestra siguiente parada fue en Bucay, donde al pie de la vieja pero remodelada estación del ferrocarril, jóvenes y hermosas chicas del lugar, vestidas con ropas de color blanco verde y amarillo, (los colores de la bandera de su ciudad), nos recibieron con una comparsa al son de música nacional. Carlito y Matteo miraban con entusiasmada curiosidad todo lo que pasaba a su alrededor, y disfrutaban del espectáculo que para ellos era totalmente nuevo y fascinante.
RECEPCION EN BUCAY
Inmediatamente después de la comparsa, nos unimos al grupo de turistas que, como nosotros, había escogido tomar el paseo hacia la cascada más alta, situada a unos veinticinco kilómetros en dirección nor-oeste, viajando montaña arriba, en un camino de tierra muy sinuoso, en dirección a la provincia de Bolívar. El vehículo en que viajábamos era una vieja buseta con capacidad para veinte pasajeros muy apretados, los asientos no tenían cinturones de seguridad, y el chofer, a juzgar por los saltos que como canguil en la olla dábamos los pasajeros en nuestros asientos, no parecía preocuparse de lo rugoso del camino, pero evidentemente conocía muy bien la zigzagueante ruta que permitía un rápido ascenso desde los 300 metros sobre el nivel del mar donde está Bucay, hasta unos 2,000 metros en solo unos cuarenta y cinco minutos. Dos veces nos encontramos con curvas tan cerradas y camino tan empinado, que tuvimos que bajarnos del vehículo para permitir que chofer pudiera maniobrar con menos riesgo para que pudiéramos llegar a nuestro destino.
Finalmente, después de unos cuarenta minutos de camino culebrero, al medio día, y cuando parecía que íbamos llegando hasta la nubes que perezosamente se desplazaban hacia el noreste, llegamos a un punto desde el cual había que caminar unos diez minutos por un estrecho sendero de montaña, hasta llegar a la cascada, pero súbitamente, el tiempo, el dinero y los sustos que invertimos para llegar, quedaron olvidados ante la espectacular vista de la gran cascada, que estaba frente a nosotros.
LA META DE NUESTRO VIAJE
LO LOGRAMOS!
Era la naturaleza en su máxima expresión abierta a nuestros ojos, dejándonos mirarla y admirarla; eran las aguas límpidamente blancas descolgándose de la montaña como formando un largo y delgado velo de novia que caía en picada por noventa metros, hasta llegar a una pequeña laguna que recibía las frías y espumosas aguas, que luego seguían su curso montaña abajo, más lentamente, formando un riachuelo que las conducía en su imparable ruta hacia el llano, a desembocar en el caudaloso Río Chimbo que las llevaría hasta el rio Babahoyo y este hasta el Gran Guayas que finalmente las conduciría hasta el inmenso mar Pacífico.
Sólo tuvimos unos diez minutos para ver y admirar este bello espectáculo, pero fue suficiente para que los niños y nosotros pudiéramos disfrutarlo. Matteo y Carlito se animaron a meter conmigo a las aguas de la pequeña laguna y allí la aleuita nos tomó algunas fotos que nos han dejado el recuerdo de esta bella aventura en la montaña.
Al regresar otra vez caminando hasta donde estaba nuestro vehículo, y mientras caminábamos por el mismo sendero que ya habíamos recorrido y volvimos a ver las nubes a la distancia, siguiendo su propio viaje casi a la misma altura del camino que recorríamos, les dije a los niños que corrieran para alcanzarlas, ellos, entusiasmados emprendieron la carrera…
CORRIENDO HACIA LAS NUBES!
Abordamos el bus para el regreso a Bucay y al tren de retorno a Guayaquil, pero en el camino nos esperaban más aventuras que contar. A mitad del camino del descenso, y aun en plena montaña, a unos 1500 metros de altura, paramos en una cabaña donde nos esperaban para la comida. El tiempo nos quedaba estrecho porque debíamos llegar antes de las dos de la tarde a Bucay, pues a esa hora parte el tren de regreso a Guayaquil.
Bajamos del bus y un guía nos condujo por un estrecho sendero en medio de un cañaveral, a un trapiche, donde se muele la caña y con su jugo se fabrican panelas para el mercado. Un trapiche muy rustico que me recordó el que en los primeros años de la década de 1950 mi padre alquilaba para moler la caña que había cultivado en la hacienda “el Ingenio” muy cerca de Pallatanga.
TOMANDO GUARAPO FRESCO EN EL TRAPICHE
El trapiche consiste de dos masas de acero corrugado circular colocadas verticalmente, que al moverse (impulsadas por una palanca horizontal muy grande que es halada por bueyes o por mulas) una contra la otra se convierte en un molino que extrae el jugo a la caña, jugo que toma el nombre de guarapo. Este es un jugo dulce y de aroma muy agradable que, mezclado con un poco de jugo de limón, resulta una bebida deliciosa y refrescante. Pues bien, a falta de bueyes y de mulas, el operador de este pequeño trapiche pide a los visitantes que impulsen la palanca para mover el molino, y en una demostración práctica, físicamente muele unas cañas previamente cortadas en el cañaveral que esta junto al trapiche, para inmediatamente ofrecer a los visitantes el guarapo que resulte de esta “molienda”. Fanny fue una de las personas que impulsó la palanca que movió el molino, e inmediatamente Carlito, Matteo y yo nos juntamos a todos los demás visitantes que esperaban beber el guarapo. Los niños lo disfrutaron tanto que llegaron a pedir una segunda y una tercera porción del delicioso guarapo.
DANDO ENERGIA AL TRAPICHE
Inmediatamente fuimos invitados a abordar el bus para servirnos el “almuerzo” mientras viajábamos de regreso a Bucay. Teníamos dos opciones “seco de gallina” o “fritada con llapingachos y mote”. Ordenamos para nosotros cuatro la fritada con mote y llapingachos. Nos sirvieron el “almuerzo” en un plato de plumafón que contenía una generosa porción de lo ordenado. Fanny, Carlito y yo, comimos nuestro delicioso almuerzo mientras viajábamos nuevamente saltando como el canguil en la olla, en la ruta de regreso a Bucay. Matteo, más conservador en sus hábitos gastronómicos, probó un poquito y prefirió no comer. No le exigimos que lo haga. Para los niños el viaje en la olla “canguilera” resultó una de las cosas más atractivas del viaje, no obstante que resultaba ciertamente incómodo y no muy seguro, viajar en esas condiciones. Fanny y yo estábamos, por supuesto, atentos para evitar que los niños se golpearan en cualquier momento por los “saltos” del bus.
Llegamos a Bucay cuando el tren empezaba a pitar anunciando su partida hacia Guayaquil y lo abordamos inmediatamente.
A BORDO DEL TREN DE BUCAY
Matteo y su abuelita se sentaron en un cómodo asiento para dos mientras que Carlito y yo nos sentamos en el asiento justo al frente de ellos, separado por una mesa de madera. A los pocos minutos, la locomotora pitó ruidosamente, de la misma forma como pitaba hace sesenta y cinco años con el mismo sonoro pito que yo tanto amaba cuando tenía sólo siete años, y el tren partió con destino a Guayaquil. Eran las dos y quince de la tarde. La ruta del tren era la misma que recorríamos cuando yo era un niño que fascinado por el ruido de la locomotora y por el rítmico traquetear de las ruedas de acero del tren al deslizarse sobre los rieles de la vía, no prestaba más atención que al raudo pasar de los postes del telégrafo, que parecían viajar velozmente en sentido contrario y soñaba despierto en el momento que llegaríamos a la grande y bella Guayaquil.
QUE LINDO VIAJE
Hoy viajaba con mis nietos, Carlito y Matteo, que han recorrido el mundo tantas veces, viajeros aéreos tan experimentados que ya no les llama la atención abordar y descender de aviones en vuelos transcontinentales; pero viajar en el tren de Bucay les tenía fascinados. Miraban a un lado y al otro de la vía y sonreían, les fascinaba el traquetear de las ruedas del tren, me miraban sonrientes y alzaban sus manos en señal de “dame cinco” a cada instante, era tan divertido el viaje para ellos, que no me los imagino disfrutando más en un parque de diversiones. BINGO! Pensé para mis adentros, “esto sí que fue un gran acierto”, los nietos divirtiéndose tanto como su abuelito, que por momentos había regresado sentimentalemnte a su infancia. Y así, con las caras alegres durante las tres horas y media que duró el viaje, llegamos a Durán. Ellos disfrutaron tanto de este viaje como yo disfrutaba mis viajes en tren con mi mamá cuando tenía la misma edad de ellos, sesenta y cinco años atrás. Al llegar a Durán los niños al unísono inmediatamente pidieron ir a cenar en el restaurant de Pollo Gus en el patio de comidas del mall de esa ciudad. Adoran el Pollo Gus, casi tanto como yo…
Wednesday, September 3, 2014
En el capítulo anterior ya hemos visto como Carlito y Matteo se graduaron de hinchas del futbol. Disfrutaron la copa del mundo de principio a fin, sintieron la alegría de la victoria de sus equipos, pero también sintieron la tristeza de la derrota y como corolario, vieron, junto a sus aleuitos, la gran final entre Alemania y Argentina, sentados cómodamente en una sala de cine, con pantalla gigante.
CAPITULO IV
LA FINAL DE LA COPA DEL MUNDO
Y bueno, así llegamos a la final de la Copa del Mundo, enfrentando a Alemania con Argentina, Carlito y Matteo le fueron a Alemania, se vistieron con el uniforme alemán e hicieron barra en el cine por el equipo de sus simpatías, cuando faltando unos ocho minutos para terminar el parido en su segundo tiempo de alargue, Alemania hizo el gol que finalmente le dio el triunfo y la copa de campeón, Carlito y Matteo saltaron de alegría, celebraron la victoria con el máximo entusiasmo, y nos dejaron a los que le íbamos a Argentina casi con la misma tristeza conque Messi y sus compañeros recibieron las medallas de vice campeones mundiales. Su alegría por el triunfo de Alemania les duró por varios días y disfrutaban viendo sus fotos con el uniforme alemán, una de las cuales conservo en la pantalla de mi computador grande, en la que aparecen mis dos nietos frente a la puerta de entrada a nuestra casa en Puerto Azul; Carlito con su sonrisa de triunfo y su pinta de artista de cine, y Matteo con sus gafas de galán matador! Creo que mis dos nietos no van a olvidar por mucho tiempo sus emociones en la Copa del Mundo de Brasil 2014, y yo tampoco…
CAMPEONES DE TENIS
Pero, la Copa del Mundo no fue la única cosa que ocupó la atención de mis dos nietos y de sus abuelitos chochos. Tenían sus clases de tenis con el profesor Wimper, un excelente instructor en el Guayaquil Country Club que les dedicó su tiempo y su esfuerzo con cariño y dedicación. Cuando llegaron esta vez al Club, Matteo y Carlito ya eran dos viejos conocidos alumnos de Wimper, su reencuentro, después de un año, fue muy emotivo, ambos saludaron, dieron la mano y abrazaron a su maestro con los modales y la cortesía de dos versados caballeros y como si su ausencia hubiese sido de tan solo un par de meses.
Durante los viajes al Country Club, yo manejaba el vehículo así como los controles del concurso de matemáticas que diariamente teníamos. Sentados en los asientos posteriores y bien asegurados con sus cinturones de seguridad comenzaba el concurso que tanto Carlito como Matteo disfrutaban sin parar y con él aprendieron mucho la lógica siempre presente en las matemáticas. Intenté, con bastante éxito, utilizar este concurso para ayudarles a aprender nuestro idioma, al principio bajo la protesta de Matteo que quería que este fuera en inglés, sin embargo, poco a poco fueron acostumbrándose a hablar en español, cosa que la hacían sin que dejaran notar ningún acento que no sea de guayaquileños legítimos. Cuando se cansaban de las matemáticas iniciábamos el proceso de aprender canciones en español, cosa en la que tuvimos mucho éxito, pues, para la fecha de su partida, ellos sabían cantar varias canciones y decir frases largas en un perfecto español.
Las clases de tenis comenzaron inmediatamente y continuaron por seis semanas seguidas por seis días a la semana, al ritmo de una hora diaria que se distribuía en tres sesiones de 15 minutos para Carlito, con descansos de cinco minutos, y dos sesiones de diez minutos para Matteo. Carlito comenzó recordando un poco las clases del año anterior, en las que Wimper le ponía énfasis en que doble las rodillas y se prepare bien para recibir y devolver la bola.
Con Matteo las clases eran más suaves y se concentraban en lograr que el devuelva las bolas lanzadas suavemente y con la mano por su entrenador con su forehand y su backhand. Dicho sea de paso, Matteo tiene un elegantísimo movimiento en su backhand, de tal modo que cuando le toquen las clases en serio, probablemente ese va a ser su punto más fuerte en el juego.
En las primeras semanas Carlito luchó para asimilar el método de trabajo de su profesor, que lo puso a trabajar un poco en el concepto del servicio, el mismo que ya entendía bastante bien. A partir de la tercera semana, y hasta la sexta, Carlito se convirtió en un jugador que exigía jugar “match” (un partido de por lo menos dos sets) con su profesor en cada clase, y este le daba gusto. En estos partidos Carlito me recordaba mucho a mi mismo cuando jugaba tenis, pues corría con decisión para retornar todas las bolas, tanto con su forehand como con su backhand (este último con las dos manos, tal como lo hacen los más grandes jugadores de la actualidad), y disfrutaba muchísimo cuando lograba lanzar un winner (tiro ganador, con fuerza) que el profesor no alcanzaba a retornar. Cada vez que pegaba la bola para devolverla al adversario, Carlito lanzaba un grito de aaajo, aaajo, tal como lo hacen algunas de las estrellas del tenis en los torneos internacionales, cosa que asumo le da impulso psicológico para seguir peleando cada punto.
En estos partidos con el profesor, algunas veces Carlito ganaba, y allí su clase terminaba, se acercaba a la mesa agitado y sudoroso donde yo estaba de espectador y lo recibía con un abrazo de compadrito y un beso, entonces él pedía la toalla y agua para beber; se sentaba junto a mí y sonreía con satisfacción. En los intermedios de un minuto durante el partido yo le daba agua y una banana para hidratarle y restituirle el potasio. Sus actitudes eran las de un verdadero jugador profesional.
Cuando el profesor le ganaba en los partidos, Carlito se ponía triste, pero luego de que yo le hablaba y le levantaba el ánimo, volvía a ser el mismo de siempre y me pedía que completemos la mañana con un partido de futbol en la cancha del club.
El último día de las clases de Tenis, cuando ya los niños se alistaban para regresar donde sus padres, Carlito jugó un partido “a muerte” con su profesor. El premio para el ganador era una medalla de oro. El día y la noche anteriores a este partido, Carlito estaba sumamente preocupado, porque quería ganar esa medalla y para eso tenía que ganarle al profesor, quien hacía solo dos días le había ganado un partido de dos sets 6-4 y 7-5.
La noche anterior al partido más importante, después de la cena pidió que le diéramos un guineo, y antes de acostarse a dormir, después de darme el abrazo de compadrito y el beso de costumbre, me dijo al oído “aleuito, yo tengo que ganar ese partido”. Esa noche se mostró preocupado y creo que hasta soñó con el partido.
El viernes 18 de julio, se levantó pensando en el partido y pidió un desayuno con un “hot dog del aleuito”. Le preparé su perro caliente tal y como al él le gusta (con cebolla perla, salsa de tomate y mostaza) y se lo comió con gusto, pero pidió además un guineo. Durante el partido, que duró dos sets que él ganó 6-4 y 6-3, me pidió que le tuviera listo Gatorade, y cada dos games venía a la mesa, sudoroso y agitado donde yo estaba, para tomarlo. Terminado el partido con su triunfo, Carlito dio una vuelta olímpica alrededor de la cancha con los brazos en alto y finalmente vino a la mesa, donde su amigo Max le esperaba para colocarle la medalla de oro que orgullosamente la exhibió para las fotos. Cabe destacar que durante este partido, Carlito contó con una numerosa barra que desde las tribunas le alentaban cada vez que colocaba un “winner” o devolvía bien una bola muy fuerte de su adversario.
Matteo recibió la medalla de plata y Max la de bronce. Matteo, igual que Messi en la copa de Brasil, no se mostró muy feliz con su medalla de plata, él quería la de oro y berreó un poco por ello, pero cambiar eso hubiera sido equivalente a una guerra civil. Después de mis esfuerzos diplomáticos que duraron un par de minutos, Matteo aceptó la medalla de plata y las cosas volvieron a su lugar, y así pudimos ir a jugar futbol, que era lo que el amigo Max quería desde el primero momento.
Max quería que su equipo estuviera formado por él y “tío” Rafico, y al otro equipo fueran Carlito y Matteo. Tuve que usar diplomacia de alto calibre para que los chicos se pusieran de acuerdo y finalmente Max y Matteo fueron a un equipo, mientras que Carlito y yo fuimos al otro. Después de treinta minutos de juego intenso, el partido terminó empatado a diez goles por bando, y todo el mundo terminó contento. Después de esto, todos estábamos con hambre y fuimos al “Chonta” a servirnos el almuerzo. Fue una mañana de intenso bregar deportivo que dejó a los chicos felices y a mi igual, pero muerto de cansancio.
ALEUITO, TU ERES NINJA?
El comportamiento de nuestros nietos en las reuniones sociales que teníamos con adultos fue siempre ejemplar, ellos llevaban sus “tabletas” a las reuniones y se entretenían solos, sin que se notara su presencia en lo absoluto, hasta que se quedaban dormidos. Esto era objeto de admiración por parte de nuestros amigos acostumbrados a que sus niños empiecen a hacerse “notar” de alguna manera para obligar a los adultos a acortar su presencia en sus reuniones sociales. En nuestro caso, gracias al buen comportamiento de nuestros nietos, nunca tuvimos que hacer eso.
El día que nuestra querida amiga Silvita de Santacruz celebraba sus 60, ella pidió a sus invitados que vistiéramos al estilo de los años 60. Fanny, la aleuita, se las arregló para lucir muy bien con su elegante y apropiada vestimenta, pero yo no tenía que ropa ponerme para “ubicarme” en esa década, así que Fanny me sugirió y yo acepté de buen agrado que me amarraría una cinta de color rojo en la cabeza, con una pequeña cola que colgaba hacia un lado. Carlito y Matteo, que a la hora de nuestra salida a la fiesta se quedaban en casa bajo el cuidado de Simona, estaban cómodamente acostados en mi cama mirando en la TV uno de sus programas favoritos, e indiferentes a nuestros ajetreos para lucir de los 60´s. Cuando nos acercamos a ellos para despedirnos con un beso, Matteo, con una cara de enorme sorpresa me miró y me dijo en voz muy alta “aleuito, tu eres ninja?”. Fanny y yo nos soltamos a reír mientras yo abrazaba y besaba a Matteo por su oportunísima ocurrencia, que ciertamente tenía su plena justificación. Al mirarme luego en el espejo me di cuenta, que ciertamente tenía la pinta de un NINJA.
UNA FIESTA SOLO PARA NIÑOS
Los días de la estadía de Carlito y Matteo con sus abuelitos en Guayaquil se acortaban y aun no habíamos hecho una reunión con sus primos y amigos pequeñitos. El sábado 12 de julio les armamos una fiestita a los pequeñines. Asistieron los primitos, por supuesto, pero también niños hijos de nuestros amigos. El atractivo principal de la fiesta era la asistencia de Spiderman, el personaje de la TV que tanto gusta a los niños, quien les armó un concurso de baile para niños y otro para niñas, con eliminaciones progresivas hasta que quedaba un solo bailarín en el tablado en cada categoría. Hubo un premio especial para las niñas y uno para los niños. Hubo pizza para todos los pequeñitos y sánduches de chancho para sus acompañantes adultos, al final, no quedaron ni las migas para las pobres hormigas que aguardaban el fin de la fiesta para comenzar la suya!
Tuesday, August 26, 2014
CAPITULO III
SOLTANDO LA LENGUA
CARLITO CON SU ALEUITA FANNY
El día de mi cumpleaños, el 30 de junio, Fanny había estado organizando una pequeña reunión con nuestros más íntimos amigos, sin que yo lo supiera, porque quería darme la sorpresa. Para el efecto había estado haciendo arreglos en la casa, que a Carlito le habían parecido inusuales y por tanto le había preguntado a su abuelita a que se debían. Fanny le había contestado que era porque iban a venir en la noche unas personas a saludar a su abuelito. Cuando eran las siete de la noche y Carlito Matteo y yo jugábamos futbol con pelota suave en mi oficina, Carlito me preguntó si esa noche, cuando viniera la gente a nuestra casa, él podría entrar a conversar con las visitas, mi contestación (a la par que me enteraba parcialmente de lo que estaba preparándose), fue que “claro, por supuesto Carlito, esta es tu casa, y en ella, tu puedes hablar con cualquier persona, a cualquier hora y en cualquier lugar”, la respuesta de Carlito en ingles fue; “exactly “ y Matteo, que se encontraba junto a nosotros, con voz firme y convincente agregó en un castellano perfecto; “exactamente Carlito”.
LA FAMILIA ROMERO VERA COMPLETA, DESPUES DE DIEZ AÑOS
Lo hizo en un español clarísimo como si fuera un auténtico y versado guayaquileño, no podía creerlo, era Matteo, mi nieto de cuatro años, cuya primera lengua es el inglés, quien usando el tono y el acento apropiado, había captado la idea tan perfectamente que no cabían dudas de ninguna clase.
Abracé a mis dos nietos con la emoción que uno tiene al descubrir que tus hijos están en el camino de aprender el significado de palabras o expresiones que no son comunes y que ellos por primera vez las usan apropiadamente. Fue uno de los momentos más felices que viví junto a mis nietos. Después de esto, cada vez que tenía oportunidad de usar la palabrita, Matteo la usaba, con la seriedad y el aplomo de un adulto versado en la lengua de Cervantes.
A partir de la segunda semana de su visita, mis nietos empezaron a sentirse más cómodos hablando español, por ejemplo, cada vez que iban conmigo al Country Club, ellos iban en los asientos traseros y yo manejaba. Matteo no dejó nunca de recordarme que debía ajustarme el cinturón de seguridad con una firme exhortación en perfecto castellano diciéndome “cinturón señor!”
CARLITO Y MATTEO CON SU AMIGO MAXI
SIGUE LA COPA DEL MUNDO
El mundial seguía su curso y Carlito estaba más metido que nunca en los detalles del mismo. Se venía el partido Brasil vs Colombia (el 4 de julio) y todos los adultos de la casa le íbamos a Colombia, que hasta entonces había hecho un excelente papel y brillaba con estrella propia su jugador James Rodríguez, quien le había hecho un espectacular gol nada menos que a Uruguay, para ganarle 2-0, y pasar a cuartos de final; partido en el que Carlito (no podía ser de otra manera) le fue a Colombia y se regocijó con el triunfo cafetero, principalmente porque eliminaron al Uruguay del odiado doggie Suarez.
Pero, se vinieron los cuartos de final, y en ellos debían enfrentarse Brasil y Colombia, para que el ganador pasara a las semifinales, allí sí, Carlito (y por tanto Matteo), mantuvo firme su lealtad hacia Brasil, a pesar de que todos los demás le íbamos a Colombia, nuestro país vecino, que además jugaba con una camiseta parecida a la de Ecuador.
CARLITO Y MATTEO, HINCHAS DE BRASIL CON SU BANDERA
Para este partido los niños se vistieron, cómo no?, con el uniforme de Brasil
El partido fue muy disputado, y casi al final, el árbitro anuló un legítimo gol de Colombia, con lo cual Brasil, el anfitrión, pasaba a semifinales, donde, oh impredecible futbol! a Brasil le esperaba una dolorosa crucifixión.
DISFRUTANDO LA COPA HASTA EL FINAL
Carlito gozó del triunfo con la alegría y la euforia de un legítimo brasileño (y cómo no?, acolitado por Matteo), y, claro, siguiendo nuestro protocolo, les abracé y besé felicitándoles por el triunfo de su equipo, felicitaciones que ellos recibieron con gran alegría y orgullo por el triunfo de “su equipo”.
Visitábamos el sábado 5 de julio a nuestros amigos Julio y Rocío en su bella casa de playa cerca de Olón, y ese día se enfrentaban, a las dos de la tarde Costa Rica y Holanda por cuartos de final. Muy por la mañana, los niños y yo nos bañamos en la piscina y después, decidimos caminar por la orilla del mar. Antes de bajar a la playa, Carlito me pidió que buscara una funda plástica porque quería hacer algo que no entendí muy bien durante nuestro paseo. Carlito salió conmigo y, oh sorpresa, lo que quería era recoger los desechos plásticos que estaban botados en la playa, junto al mar, porque “quería ayudar a que el agua del mar no se contamine y por tanto no se mueran las aves y los animalitos que en ella vivían”… Terminamos recogiendo tanta basura que llenamos la funda plástica que habíamos llevado y regresamos a bañarnos en la piscina. Me sentí una vez más orgulloso de mi nieto y de su tempranísima concepción de un mundo limpio y amigable con la naturaleza.
Entretanto, Matteo, fiel a su costumbre de curioso “investigador”, acompañado por Janet, una chica del lugar que nos ayudó a cuidar a los niños los dos días de ese fin de semana, continuó caminando por la playa, observando y examinando las conchitas, disfrutando del vuelo de las aves y sobretodo correteando a los cangrejitos que se le escondían en sus diminutas guaridas. Su curiosidad era tal, que se pasó en la playa en su tarea “científica” por más de una hora después de que Carlito y yo nos habíamos retirado y no dejó de hablar de su experiencia con los animalitos de la playa hasta después de algunos días.
Ah!, pero a las dos de esa tarde había un partido que a Carlito le interesaba mucho, igual que al resto de las visitas (todos adultos) que estábamos en la Casa de Julio y Rocío. Era el partido entre Holanda y Costa Rica por cuartos de final de la copa del mundo. Carlito se instaló en la sala, frente al televisor, y junto a él estaba su hermano Matteo, los dos habían declarado a los cuatro vientos su simpatía por Holanda, mientras que todos los demás (unas catorce personas), se inclinaban por Costa Rica. Yo, a pesar de que mi corazón estaba con Costa Rica, decidí obedecer a mi cerebro y me mantuve neutral y por tanto no alentar a Costa Rica, para no dejar totalmente solos a Carlito y Matteo.
Uno de los adultos asistentes era Quino Gómez, un amigo español andaluz que guardaba en su corazón el deseo de venganza con Holanda por su goleada de 5-1 a España (para todos los demás, menos para Quino, eso era ya sólo un lejano recuerdo), y decidió que con intermitentes contrapuntos mostraría a Carlito su antipatía por Holanda más que su simpatía por Costa Rica
CARLITO Y SU TIO RAFAEL HABLANDO DE FUTBOL
El partido se hizo mucho más complicado que lo que todos esperábamos, y el Goliat europeo no pudo con el David latinoamericano en los noventa minutos de tiempo normal, y tampoco pudo en los treinta minutos de tiempo suplementario, así que se fueron a los penales para definir el ganador. Quino se acercaba con frecuencia a Carlito para insinuarle que se declarara vencido, pero este se mantenía firme aunque sufriendo por que los contendores no se daban tregua. Finalmente, en la tanda de los penales, Holanda se impuso a Costa Rica y Quino salió de la sala con el rabo entre las piernas, mientras Carlito, exuberante me abrazaba y mostraba su impresionante emoción de ganador. Unos minutos después, me preguntó, “alehuito, y ahora que le digo al señor que me molestaba tanto en el partido?” , “anda, ve y dile que Holanda se merecía ganar, que es un buen ganador pero que Costa Rica jugó muy bien”, pero me imagino que Carlito no quería refregarle limón sobre la herida a Quino, y sólo se le acercó y le dio la mano, como diciéndole "Quino, lo siento por ti, pero valió la pena el sufrimiento"
Los partidos de semifinales los decidimos ver en pantalla gigante, en el cine, donde en una sala con asientos muy cómodos, y mientras degustábamos los infaltables nachos y el canguil, vimos a los cuatro mejores equipos del mundo, enfrentarse a muerte con la esperanza de llegar a la cima. Esos equipos fueron; Brasil, el anfitrión, que llegó hasta aquí sin convencer a nadie; Alemania, que excepto por un contundente 4-0 a Portugal, tampoco se veía como el claro e innegable ganador; Argentina que había llegado de la mano de su estrella Messi, pero tampoco lucía como un claro candidato al máximo título, y la impredecible Holanda, que después de crucificar a España (5-1), tuvo que sudar la gota gorda para ganar a Costa Rica en la tanda de penales. En esas condiciones, cualquiera podía ganar y por tanto cada partido nos llenaba de emoción. Después de cada partido en el cine, a los niños los llevábamos a comer yogurt y pan de yuca, una delicia gastronómica típica de Guayaquil, que Matteo y Carlito disfrutaban cada vez más.
MATTEO CON SU MAMA MARIUXI
La mayor sorpresa de las semifinales fue, sin duda, la inmisericorde goleada de Alemania, que mostrando un futbol contundentemente agresivo y coordinado, masacró a Brasil por 7-1, una goleada que no solo electrocutó a Brasil que hasta entonces se consideraba a sí mismo como el más firme candidato a la corona de campeón, sino que provocó un mar de lágrimas en todo el país. Carlito, que le había ido a Brasil en este partido, no pudo evitar unirse a los brasileños en el llanto, que sólo se calmó cuando su aleuita y yo le dimos un fuerte abrazo, diciéndole que lo sentíamos mucho y que había que seguir adelante disfrutando del mundial.
Fue una píldora muy amarga la que tuvieron que tomar Carlito, lealmente acompañado por Matteo que invariablemente estaba con su hermano en sus simpatías futboleras, tanto en el triunfo como en la derrota.
En el partido Argentina-Holanda el día siguiente, nosotros le íbamos a Argentina y Carlito a Holanda, ganó Argentina en los penales, con una actuación maravillosa de su arquero el “chiquito Romero”. El dolor de Carlito ya no fue tan fuerte, ahora ya sabía quiénes eran los finalistas, e inmediatamente se alineó con Alemania.
El nombre de “chiquito Romero” sin embargo, se impregnó en las memorias de Carlito y Matteo, y de allí en adelante, en cada partido que jugábamos en nuestro patio o en la piscina, uno de los dos adoptaba el nombre del arquero Argentino cuando les tocaba ir al arco a parar los disparos del equipo contrario en el que yo era arquero, defensa, mediocampista y delantero, todo en uno.
LA TIA ANGIE, MARIUXI Y MATTEO
En mi próximo capítulo hablaré sobre como mis nietos disfrutaron de los últimos tramos de la copa del mundo pero especialmente de la final, cuando vestidos con el uniforme del equipo alemán y mirando en pantalla gigante vieron al equipo de su preferencia ganar y coronarse campeón. No dejen de leerlo
SOLTANDO LA LENGUA
CARLITO CON SU ALEUITA FANNY
El día de mi cumpleaños, el 30 de junio, Fanny había estado organizando una pequeña reunión con nuestros más íntimos amigos, sin que yo lo supiera, porque quería darme la sorpresa. Para el efecto había estado haciendo arreglos en la casa, que a Carlito le habían parecido inusuales y por tanto le había preguntado a su abuelita a que se debían. Fanny le había contestado que era porque iban a venir en la noche unas personas a saludar a su abuelito. Cuando eran las siete de la noche y Carlito Matteo y yo jugábamos futbol con pelota suave en mi oficina, Carlito me preguntó si esa noche, cuando viniera la gente a nuestra casa, él podría entrar a conversar con las visitas, mi contestación (a la par que me enteraba parcialmente de lo que estaba preparándose), fue que “claro, por supuesto Carlito, esta es tu casa, y en ella, tu puedes hablar con cualquier persona, a cualquier hora y en cualquier lugar”, la respuesta de Carlito en ingles fue; “exactly “ y Matteo, que se encontraba junto a nosotros, con voz firme y convincente agregó en un castellano perfecto; “exactamente Carlito”.
LA FAMILIA ROMERO VERA COMPLETA, DESPUES DE DIEZ AÑOS
Lo hizo en un español clarísimo como si fuera un auténtico y versado guayaquileño, no podía creerlo, era Matteo, mi nieto de cuatro años, cuya primera lengua es el inglés, quien usando el tono y el acento apropiado, había captado la idea tan perfectamente que no cabían dudas de ninguna clase.
Abracé a mis dos nietos con la emoción que uno tiene al descubrir que tus hijos están en el camino de aprender el significado de palabras o expresiones que no son comunes y que ellos por primera vez las usan apropiadamente. Fue uno de los momentos más felices que viví junto a mis nietos. Después de esto, cada vez que tenía oportunidad de usar la palabrita, Matteo la usaba, con la seriedad y el aplomo de un adulto versado en la lengua de Cervantes.
A partir de la segunda semana de su visita, mis nietos empezaron a sentirse más cómodos hablando español, por ejemplo, cada vez que iban conmigo al Country Club, ellos iban en los asientos traseros y yo manejaba. Matteo no dejó nunca de recordarme que debía ajustarme el cinturón de seguridad con una firme exhortación en perfecto castellano diciéndome “cinturón señor!”
CARLITO Y MATTEO CON SU AMIGO MAXI
SIGUE LA COPA DEL MUNDO
El mundial seguía su curso y Carlito estaba más metido que nunca en los detalles del mismo. Se venía el partido Brasil vs Colombia (el 4 de julio) y todos los adultos de la casa le íbamos a Colombia, que hasta entonces había hecho un excelente papel y brillaba con estrella propia su jugador James Rodríguez, quien le había hecho un espectacular gol nada menos que a Uruguay, para ganarle 2-0, y pasar a cuartos de final; partido en el que Carlito (no podía ser de otra manera) le fue a Colombia y se regocijó con el triunfo cafetero, principalmente porque eliminaron al Uruguay del odiado doggie Suarez.
Pero, se vinieron los cuartos de final, y en ellos debían enfrentarse Brasil y Colombia, para que el ganador pasara a las semifinales, allí sí, Carlito (y por tanto Matteo), mantuvo firme su lealtad hacia Brasil, a pesar de que todos los demás le íbamos a Colombia, nuestro país vecino, que además jugaba con una camiseta parecida a la de Ecuador.
CARLITO Y MATTEO, HINCHAS DE BRASIL CON SU BANDERA
Para este partido los niños se vistieron, cómo no?, con el uniforme de Brasil
El partido fue muy disputado, y casi al final, el árbitro anuló un legítimo gol de Colombia, con lo cual Brasil, el anfitrión, pasaba a semifinales, donde, oh impredecible futbol! a Brasil le esperaba una dolorosa crucifixión.
DISFRUTANDO LA COPA HASTA EL FINAL
Carlito gozó del triunfo con la alegría y la euforia de un legítimo brasileño (y cómo no?, acolitado por Matteo), y, claro, siguiendo nuestro protocolo, les abracé y besé felicitándoles por el triunfo de su equipo, felicitaciones que ellos recibieron con gran alegría y orgullo por el triunfo de “su equipo”.
Visitábamos el sábado 5 de julio a nuestros amigos Julio y Rocío en su bella casa de playa cerca de Olón, y ese día se enfrentaban, a las dos de la tarde Costa Rica y Holanda por cuartos de final. Muy por la mañana, los niños y yo nos bañamos en la piscina y después, decidimos caminar por la orilla del mar. Antes de bajar a la playa, Carlito me pidió que buscara una funda plástica porque quería hacer algo que no entendí muy bien durante nuestro paseo. Carlito salió conmigo y, oh sorpresa, lo que quería era recoger los desechos plásticos que estaban botados en la playa, junto al mar, porque “quería ayudar a que el agua del mar no se contamine y por tanto no se mueran las aves y los animalitos que en ella vivían”… Terminamos recogiendo tanta basura que llenamos la funda plástica que habíamos llevado y regresamos a bañarnos en la piscina. Me sentí una vez más orgulloso de mi nieto y de su tempranísima concepción de un mundo limpio y amigable con la naturaleza.
Entretanto, Matteo, fiel a su costumbre de curioso “investigador”, acompañado por Janet, una chica del lugar que nos ayudó a cuidar a los niños los dos días de ese fin de semana, continuó caminando por la playa, observando y examinando las conchitas, disfrutando del vuelo de las aves y sobretodo correteando a los cangrejitos que se le escondían en sus diminutas guaridas. Su curiosidad era tal, que se pasó en la playa en su tarea “científica” por más de una hora después de que Carlito y yo nos habíamos retirado y no dejó de hablar de su experiencia con los animalitos de la playa hasta después de algunos días.
Ah!, pero a las dos de esa tarde había un partido que a Carlito le interesaba mucho, igual que al resto de las visitas (todos adultos) que estábamos en la Casa de Julio y Rocío. Era el partido entre Holanda y Costa Rica por cuartos de final de la copa del mundo. Carlito se instaló en la sala, frente al televisor, y junto a él estaba su hermano Matteo, los dos habían declarado a los cuatro vientos su simpatía por Holanda, mientras que todos los demás (unas catorce personas), se inclinaban por Costa Rica. Yo, a pesar de que mi corazón estaba con Costa Rica, decidí obedecer a mi cerebro y me mantuve neutral y por tanto no alentar a Costa Rica, para no dejar totalmente solos a Carlito y Matteo.
Uno de los adultos asistentes era Quino Gómez, un amigo español andaluz que guardaba en su corazón el deseo de venganza con Holanda por su goleada de 5-1 a España (para todos los demás, menos para Quino, eso era ya sólo un lejano recuerdo), y decidió que con intermitentes contrapuntos mostraría a Carlito su antipatía por Holanda más que su simpatía por Costa Rica
CARLITO Y SU TIO RAFAEL HABLANDO DE FUTBOL
El partido se hizo mucho más complicado que lo que todos esperábamos, y el Goliat europeo no pudo con el David latinoamericano en los noventa minutos de tiempo normal, y tampoco pudo en los treinta minutos de tiempo suplementario, así que se fueron a los penales para definir el ganador. Quino se acercaba con frecuencia a Carlito para insinuarle que se declarara vencido, pero este se mantenía firme aunque sufriendo por que los contendores no se daban tregua. Finalmente, en la tanda de los penales, Holanda se impuso a Costa Rica y Quino salió de la sala con el rabo entre las piernas, mientras Carlito, exuberante me abrazaba y mostraba su impresionante emoción de ganador. Unos minutos después, me preguntó, “alehuito, y ahora que le digo al señor que me molestaba tanto en el partido?” , “anda, ve y dile que Holanda se merecía ganar, que es un buen ganador pero que Costa Rica jugó muy bien”, pero me imagino que Carlito no quería refregarle limón sobre la herida a Quino, y sólo se le acercó y le dio la mano, como diciéndole "Quino, lo siento por ti, pero valió la pena el sufrimiento"
Los partidos de semifinales los decidimos ver en pantalla gigante, en el cine, donde en una sala con asientos muy cómodos, y mientras degustábamos los infaltables nachos y el canguil, vimos a los cuatro mejores equipos del mundo, enfrentarse a muerte con la esperanza de llegar a la cima. Esos equipos fueron; Brasil, el anfitrión, que llegó hasta aquí sin convencer a nadie; Alemania, que excepto por un contundente 4-0 a Portugal, tampoco se veía como el claro e innegable ganador; Argentina que había llegado de la mano de su estrella Messi, pero tampoco lucía como un claro candidato al máximo título, y la impredecible Holanda, que después de crucificar a España (5-1), tuvo que sudar la gota gorda para ganar a Costa Rica en la tanda de penales. En esas condiciones, cualquiera podía ganar y por tanto cada partido nos llenaba de emoción. Después de cada partido en el cine, a los niños los llevábamos a comer yogurt y pan de yuca, una delicia gastronómica típica de Guayaquil, que Matteo y Carlito disfrutaban cada vez más.
MATTEO CON SU MAMA MARIUXI
La mayor sorpresa de las semifinales fue, sin duda, la inmisericorde goleada de Alemania, que mostrando un futbol contundentemente agresivo y coordinado, masacró a Brasil por 7-1, una goleada que no solo electrocutó a Brasil que hasta entonces se consideraba a sí mismo como el más firme candidato a la corona de campeón, sino que provocó un mar de lágrimas en todo el país. Carlito, que le había ido a Brasil en este partido, no pudo evitar unirse a los brasileños en el llanto, que sólo se calmó cuando su aleuita y yo le dimos un fuerte abrazo, diciéndole que lo sentíamos mucho y que había que seguir adelante disfrutando del mundial.
Fue una píldora muy amarga la que tuvieron que tomar Carlito, lealmente acompañado por Matteo que invariablemente estaba con su hermano en sus simpatías futboleras, tanto en el triunfo como en la derrota.
En el partido Argentina-Holanda el día siguiente, nosotros le íbamos a Argentina y Carlito a Holanda, ganó Argentina en los penales, con una actuación maravillosa de su arquero el “chiquito Romero”. El dolor de Carlito ya no fue tan fuerte, ahora ya sabía quiénes eran los finalistas, e inmediatamente se alineó con Alemania.
El nombre de “chiquito Romero” sin embargo, se impregnó en las memorias de Carlito y Matteo, y de allí en adelante, en cada partido que jugábamos en nuestro patio o en la piscina, uno de los dos adoptaba el nombre del arquero Argentino cuando les tocaba ir al arco a parar los disparos del equipo contrario en el que yo era arquero, defensa, mediocampista y delantero, todo en uno.
LA TIA ANGIE, MARIUXI Y MATTEO
En mi próximo capítulo hablaré sobre como mis nietos disfrutaron de los últimos tramos de la copa del mundo pero especialmente de la final, cuando vestidos con el uniforme del equipo alemán y mirando en pantalla gigante vieron al equipo de su preferencia ganar y coronarse campeón. No dejen de leerlo
Wednesday, August 20, 2014
CAPITULO II
LA COPA DEL MUNDO
Pero lo más grande y mejor estaba por venir. Carlito es, desde hace por lo menos tres años, un fanático de los deportes, pero en especial del futbol, su equipo favorito es el Manchester United, uno de los más destacados equipos de la Liga Inglesa cuyos partidos los sigue invariablemente por la TV internacional.
Carlito llegó al Ecuador nada menos que el primer día de la mayor fiesta del futbol del mundo que sólo se da cada cuatro años. Nada que ellos hayan visto u oído en materia de deportes se iguala a lo que pudieron ver y palpar durante los 31 días que duró el Campeonato Mundial de Futbol. Carlito traía desde la tierra de sus abuelos paternos, Líbano, las calcomanías de los jugadores de todos los países participantes en el torneo. Aquí muy pronto entendió la planificación y los horarios de los partidos, y siguió a través de la TV, con la atención, devoción y comprensión de un hincha adulto, todos los partidos del mundial.
FESTEJANDO UN GOL
Matteo seguía con atención los partidos que le cautivan a su hermano y le hace barra al mismo equipo que Carlito, pero el nivel de su atención disminuye lentamente a medida que transcurren los noventa minutos de la competencia. Si no hubiera sido por su lealtad a Carlito, a él más le hubiera gustado disfrutar de los programas del canal de Disney. Su lealtad al equipo que escogió, sin embargo, se mantenía inalterable.
En cada partido Carlito, y por tanto su hermano Matteo (que siempre preguntaba a Carlito cuál era su equipo, para adherirse al mismo con un sencillo “me too”), seguían la competencia hasta en el más mínimo detalle. Al principio sus expresiones de admiración por una buena jugada, o, de reproche por una mala, eran en inglés, (“wow, what a great goal”; “what a miss”; “what a fool”, “how can he miss that”); pero a medida que avanzaba el campeonato y aprendían nuestras expresiones en español, empezaron a desarrollar su lenguaje criollo para el futbol, con expresiones como “que golazo!”, “que bestia!”, “se lo comió” (ese gol), o “arquero mantequilla” “se la pasaron por las anchetas”, etc., etc., expresiones típicamente guayaquileñas que nos oyeron decir a su tío Rafael o a mí durante los partidos. Poco a poco su inglés fue dando paso a un español muy guayaquileño, con el acento y la entonación propia de nuestro medio. Al oír hablar en español a Matteo, nadie podría suponer que su primera lengua es el inglés, que él lo usa con una propiedad y una sintaxis propia de un niño de cuarto grado.
CARLITO Y EL ABUELO REVISANDO EL CALENDARIO DEL MUNDIAL
Nuestro día se distribuía muy estrictamente tomando como eje el horario de los partidos del Mundial, así, se levantaban a las siete y media de la mañana, se bañaban y bajaban a desayunar (cada uno ordenaba a Simona el desayuno de su preferencia), después de lo cual, Mónica les bañaba y vestía para inmediatamente dirigirnos a la clase de tenis en el Guayaquil Country Club, donde su entrenador, Wimper, los esperaba para la clase de 9:30 a 10:30, para luego de un descanso de 30 minutos pasar a una pequeña sala que el club nos tenía preparada, con TV de pantalla gigante.
Mientras esperábamos el primer tiempo del partido, Panchito, el jefe de los meseros del Country nos invitaba al canguil y los chifles que Carlito comía con la deliciosa salsa de ají del club; Matteo acababa el tazón de chifles en un abrir y cerrar de ojos y pedía más. Luego venía el plato principal que era generalmente un espagueti a la boloñesa para Carlito mientras que Matteo se comía una corvina a la plancha con brócoli.
Siempre respetuosos de las reglas que su mamá les ha enseñado sobre bebidas, ellos siempre bebieron sólo agua. Terminado el primer partido, a la una de la tarde salíamos del club y nos dirigíamos a la casa, para ver el segundo partido, que comenzaba a las dos. No siempre coincidíamos en el equipo de nuestras preferencias, pero cuando terminaba el parido, y cualquiera que haya ganado, nos abrazábamos para felicitar a los hinchas del equipo ganador.
El tío Rafael construyó con los niños una relación muy especial y en esto el futbol y la Copa del Mundo eran los elementos que permitían el mayor contacto. Los niños lo buscaban siempre para discutir de futbol, de los equipos, de posibles clasificados, de ganadores o perdedores. Ellos tenían sus equipos favoritos y su tío los suyos. Casi nunca coincidían en sus preferencias y eso era el elemento que los separaba, pero que a su vez fortalecía su relación porque permitía la discusión. Era un ejemplo de que en el futbol como en la vida, los adultos, tanto como los niños pueden discrepar y seguir siendo buenos amigos. Rafael casi siempre le iba al que él llamaba el “underdog”, o al equipo con menores opciones de ganar en cada partido, casi como en una apuesta , apuntándole a la suerte más que a la lógica, mientras que los niños sabían a qué equipo le iban y porqué, sin cambiar sus preferencias por nada del mundo. El resultado de cada partido, gane quien gane, era motivo para fortalecer la relación, porque habíamos decidido que el perdedor debía siempre felicitar al ganador con un “fue un buen partido” y un fuerte abrazo al ganador.
Después del segundo partido de la ronda de clasificación, los días que no tenían clase de natación, Carlito y Matteo salían a nuestro patio trasero a jugar su propio partido de futbol con su tío Rafael, en quien encontraron un duro contendor siempre dispuesto a competir con ellos. Llegaron a tener una vibrante y estrecha relación, aprendiendo a respetarle su tiempo de trabajo pero exigiéndole su compañía cuando lo veían desocupado.
Cuando Rafael, por razones de trabajo tuvo que viajar, los primeros días de su ausencia ellos iban al cuarto de su tío a buscarle para invitarle a sus partidos de futbol, pero tristemente regresaban sin encontrarle, esperando que pronto regresara. En ausencia de su tío Rafael, eran Alfonsito o su aleuito los contendores de turno. Todos los días había futbol en la “cancha” de la casa
COMO PECES EN EL AGUA
Tres veces por semana, a las seis de la tarde Carlito y Matteo tenían clase de natación con Nicole, una linda chica amiga de la prima Gaby Muñoz, que venía desde Samborondon para esta clase, y en los días en que no tenían clase con ella, igual, los niños y yo nos metíamos a la piscina, a jugar futbol acuático y cada uno de nosotros tomaba el nombre de un famoso futbolista. En las dos últimas semanas de su estancia en Guayaquil, Matteo, a quien le gustaba hacer de arquero, se tomó el nombre de “chiquito Romero”, el gran arquero de Argentina. Nuestros partidos casi siempre terminaban empatados, con lo que el próximo partido siempre tenía la emoción del desempate. A las siete de la noche nos juntábamos a la mesa con aleuita, tío Rafael, los niños y yo, a discutir los partidos del día y hacer los pronósticos para los del día siguiente y tomar partido por un equipo en cada uno. Era además la hora para que ellos vieran un poco de TV, y su canal favorito era el 116, el canal de Disney, donde aparte de divertirse con las aventuras de Dora la Exploradora, aprendían mucho el español, nuestra bella lengua
FINALMENTE TODOS JUNTOS
Nuestra familia es muy grande, tuve muchos hermanos y por eso tengo muchos sobrinos que a su vez tienen muchos hijos y algunos de sus hijos ya tienen también sus propios hijos (lo que me hace a mí un tío bisabuelo). Juntos, hacemos una tribu de más de setenta personas distribuidas por el mundo y tenemos pocas oportunidades de juntarnos, pero cuando hay una, como la llegada de nuestras hijas Mariuxi y Angie (quien hizo un alto de cinco días a sus altas responsabilidades en Los Angeles para estar con nosotros ese día), no dejamos pasar la oportunidad y la aprovechamos para juntos celebrar la familia y la vida.
LOS TRES HERMANOS, AL FIN JUNTOS
Hacía más de diez años (desde el matrimonio de Mariuxi en 2004), los cinco miembros de nuestra familia, mi mujer, Mariuxi, Rafael, Angie y yo no habíamos podido estar juntos. Esta vez, se hizo el milagro porque las grandes ausentes, Mariuxi y Angie estaban con nosotros. BINGO! Esta es la oportunidad entonces. Hasta con señales de humo llamamos a la tribu y esta respondió. Cierto es que la tribu no estuvo completa, pero el 18 de junio en mi casa faltaron muy pocos por razones muy entendibles; algunos por estar muy lejos en alguna parte del mundo y otros por razones de trabajo o de salud, pero tuvimos un amplio quorum y unánimemente la tribu votó por divertirnos y pasarla bien. Por razones de experiencia (no de edad, por si acaso), yo era el jefe de la tribu, e hice un brindis por nuestros antepasados, por toda nuestra extensa familia, por nuestros hijos, por nuestros nietos, y por la VIDA!. La pasamos muy lindo, pertenecemos a una tribu maravillosa y la permanencia de la familia y de nuestra sangre está ampliamente asegurada.
EL TIO FAYEL Y SUS DOS SOBRINOS
Y SIGUE LA COPA DEL MUNDO
Excepto por su invariable apoyo a Brasil, aun después de su trágico 1-7 frente a Alemania, el amargamente imborrable 8 de julio, Carlito y Matteo siempre estaban del lado de los equipos europeos, no obstante que nosotros, los adultos, siempre les íbamos a los equipos de América Latina. Cuando le preguntábamos a Carlito porqué su apoyo a los europeos, aun sabiendo que su mamá y nosotros le íbamos a los equipos latinos, su invariable respuesta era; “por mi papá”
Carlito escogió que dormiría conmigo en la cama King size, tres cuartos de la cual él ocupaba, revoloteándose en ella toda la noche mientras que yo me acomodaba en lo que quedaba de mi normalmente amplia cama. Muy frecuentemente antes de dormirse, nos abrazábamos fuertemente dándonos palmaditas en la espalda (un “abrazo de compadritos”) para desearnos una buena noche y él me daba un beso, que yo devolvía con muchos más.
Fue en una de esas noches, pocos días antes de irse, cuando él sabía que su viaje de regreso estaba cerca, cuando me abrazó fuertemente antes de acostarse, y mientras me daba mi abrazo de compadrito me dijo al oído en su español incipiente; “tu es mi mejor amigo del mundo”, bellas palabras que nunca olvidaré y que se las recordé cuando con otro abrazo de compadrito nos despedimos en el terminal aéreo, poco antes de que pasaran al área de inmigración y luego a la sala de espera antes de abordar el avión que los llevaba de regreso a sus padres que los esperaban en Paris.
Mariuxi nos pidió que por las noches leyéramos historias infantiles con Carlito que está aprendiendo a leer, y así lo hicimos. Luego de la lectura hacíamos una sesión de comprensión en la que Carlito era sobresaliente.
Confieso que no fuimos muy estrictos con el horario de dormir ( es imposible ser estrictos con los nietos, no es así abuelitos?), les permitíamos ver TV o jugar con sus “tabletas” o la mía, hasta que mostraban síntomas de tener sueño, lo cual ocurría alrededor de las diez de la noche. Yo me levantaba algunos días a nadar a las siete de la mañana y Carlito se quedaba en la cama durmiendo. Poco después aparecía Carlito en la piscina y se lanzaba con un salto al agua y entonces empezábamos a jugar hasta las ocho, hora de desayunar y prepararse para la clase de tenis.
El Mundial transcurría con muchas emociones y con muchos goles, pero sin grandes sorpresas excepto las iniciales, como la goleada de Holanda a España (5-1) o el avance incontenible de una desconocida Costa Rica sobreponiéndose a tres ex campeones mundiales (Italia, Inglaterra y Uruguay). El partido de Italia con Uruguay fue especialmente importante para Carlito, que como buen fanático del Manchester United, y por tanto enemigo del Liverpool, donde jugaba Suarez, bautizó a éste como “doggie Suarez” (perrito Suarez), después del mordiscón que este le dio al jugador italiano en los octavos de final, que Carlito llamaba “the round of sixteen”, porque no entendía el término “octavos de final”.
En el capitulo III, que publicaré en pocos días, describo el proceso de enseñanza y aprendizaje de nuestro idioma a mis nietos, no se lo pierdan...
Monday, August 18, 2014
HISTORIA DE UNA VISITA IMPORTANTE
“Esto es lo mejor que me ha pasado en mi vida”
“This is the best thing that has ever happened in my life”
Matteo Tachdjian (4), Guayaquil, Junio 26, 2014
PROLOGO
Esas palabras, dichas en voz alta y con su contagiosa y pícara sonrisa por mi nieto Matteo, de cuatro años de edad, el día que por primera vez se metió con su hermano Carlito en el Jacuzzi de nuestro dormitorio, resumen a perfección la experiencia que acabo de pasar, teniendo a nuestros nietos de visita en Guayaquil.
Mil Gracias a Carl y Mariuxi, los padres de mis nietos, por las maravillosas semanas que hemos pasado junto a Carlito y Matteo, disfrutando de sus alegrías, de sus sonrisas, de sus juegos, de su compañía y aprendiendo tanto de ellos, de su innata sabiduría e inteligencia, a la par que haciéndoles conocer nuestro país, nuestra ciudad, nuestro idioma y nuestras costumbres.
Se fueron con su “aleuita” Fanny de regreso a Paris, pero me han dejado su recuerdo, y en él me regocijo y vuelvo mentalmente a vivir su presencia, y por eso escribo estas líneas, para contar a mi familia y a mis amigos lo muy felices que hemos sido con ellos, porque, parafraseando a mi nieto Matteo, “esto es lo mejor que me ha pasado en mi vida”.
Al despedirme de mis nietos en el aeropuerto, sentí un enorme nudo en mi garganta, sobre todo cuando primero Carlito y luego los dos me abrazaban tiernamente sabiendo que se iban y que yo me quedaba. A Carlito le dije en el oído que recuerde que yo soy “su mejor amigo del mundo”, el título honorífico más importante que he recibido en mi vida, y que él mismo me lo dio una noche mientras me abrazaba tiernamente antes de acostarse
Me temía que mi casa vacía y silenciosa iba a hacerme llorar por la ausencia de mis nietos, en realidad no ha tenido ese efecto, por lo menos no hasta ahora, porque pienso continuar disfrutando de los recuerdos de su visita, y por eso escribo estas líneas.
CAPITULO I
LA LLEGADA A GUAYAQUIL
Junio 12 2014
Son las siete de la noche y vamos al Aeropuerto Internacional José Joaquín de Olmedo a recibir a Mariuxi y sus hijitos, nuestros nietos que llegan en el vuelo 927 de American Airlines desde Paris, vía Miami, en un largo viaje de 18 horas. Ellos vienen desde Riad, la capital de Arabia Saudita donde viven con sus padres, que son ejecutivos de empresas multinacionales desde septiembre del 2013. Los niños han estado viajando por tres días consecutivos, haciendo escalas en Beirut, Líbano, Paris, Francia y Miami, antes de tocar tierra en Ecuador.
Carl, el padre de los niños es un brillante y joven profesional libanés de ascendencia armenia a quien mi hija Mariuxi, ecuatoriana por nacimiento, conoció en la Universidad, cuando ambos hacían sus estudios de pos grado en la Thunderbird School of Global Management, en Phoenix, Arizona, donde se graduaron en el año 2002. Sus hijos, nuestros nietos, por tanto, desde muy pequeños están destinados a asimilar, través de sus padres, y de nosotros, sus abuelos paternos y maternos, las culturas ancestrales de la sangre que corre por sus venas. He allí la importancia que para nosotros, tanto como para sus padres, tiene la visita de nuestros nietos a Ecuador. Esta es la oportunidad que tenemos sus abuelos maternos, para transmitir a estos niños que vienen de un mundo tan diferente, nuestra cultura, nuestra música, nuestros orígenes, nuestros valles, nuestras montañas, nuestros ríos, y, por supuesto, nuestro idioma. Fanny y yo estamos plenamente conscientes de la importancia que para los niños, para sus padres y para nosotros tiene la llegada de nuestros nietos a nuestra patria y a nuestro hogar.
La espera parece interminable, el avión había llegado a la terminal aérea de Guayaquil a las siete y media de la noche, pero ya eran casi las nueve y ellos no salían al área de pasajeros especiales en que los estábamos esperando.
Sentía una mezcla de angustia por la demora y felicidad porque ya estaban muy cerca y podría abrazarles, besarles y sentirles junto a mí. Caminaba de un lado al otro dentro de la sala de espera, inquieto me paseaba mirando hacia la puerta de acceso de los pasajeros, esperando que se abriera para dejar pasar a nuestra hija y a nuestros nietos. Soy un abuelo chocho, sin la menor duda, y no tengo ningún problema en confesarlo, es más, me siento orgulloso y feliz por serlo y por admitirlo. Podría decirlo a voz en cuello para que lo sepa todo el mundo.
COMIENZA LA FIESTA
Doce meses han pasado desde la última vez que los vi partir con su abuela rumbo a Dubai, y eso es un tiempo muy largo para mí (y para ellos una buena parte de sus vidas), y mi temor era que al llegar no me reconocieran, especialmente Matteo el más pequeño de los dos. Mi ansiedad y mis temores se acabaron súbitamente pocos minutos después, para transformarse en una explosión de felicidad, cuando Mariuxi, con su barriguita ya mostrando que espera a su tercer bebé (una niña que se llamará Luna María), con sus dos hijitos agarrados de su mano, aparecieron en la puerta de acceso al área donde los esperábamos y los tres al unísono mostraron sus amplias sonrisas de felicidad y me abrazaron y abrazaron a su “aleuita” Fanny.
Los tres viajeros estaban muy cansados por el largo viaje, pero vibraban de emoción por haber llegado y esa emoción la trasladaban a sus sonrientes rostros y a sus inquietos brazos y, por supuesto a nosotros, sus abuelos que los esperábamos con ansiedad. Alehuiiiiito!, gritaron casi al unísono Carlito y Matteo cuando me vieron parado junto a la puerta de acceso con mis brazos tan abiertos como era posible para abrazar a los tres viajeros al mismo tiempo. A partir de ese momento empecé a vivir mi propia versión de lo que Matteo, con su innata y chispeante inteligencia llamó después “lo mejor que me ha pasado en mi vida”.
Así comenzó lo que yo tanto había estado esperado, la “fiesta ecuatoriana” para mis nietos. Esas vacaciones que son casi el único espacio de tiempo y de contacto entre abuelos viviendo en Ecuador y nuestro nietos, viviendo con sus padres muy lejos de nosotros, tan lejos que físicamente sólo los podemos ver una vez por año, cuando ellos están de vacaciones. Es el espacio de tiempo que tanto esperamos los abuelos, para fortalecer el poderoso vínculo de la sangre y de los genes que nos unen y permitirles encontrar y disfrutar de lo mejor de sus raices maternas. Es el espacio de tiempo que necesitamos para establecer los vínculos que nos permitirán vivir nuestras vidas, separados por la distancia pero unidos por nuestro profundo e indisoluble amor de abuelos a nietos y de nietos a abuelos.
Contrario a mis temores por el tiempo transcurrido desde la última vez que nos vimos, tanto Matteo como, con mayor razón, Carlito, entraron a la “fiesta” de sus vacaciones con la misma emoción que yo. Reconocieron nuestra casa como si fuese ayer cuando se fueron. Se sintieron como “patitos en el agua“ y yo, como niño con juguete nuevo, dispuesto a darles todo el tiempo que necesiten para que sus vacaciones ecuatorianas sean tan llenas de emoción y las recuerden tanto, que en los próximos años puedan pedir a sus padres volver siempre al Ecuador a visitar a sus abuelitos y pasar sus vacaciones.
Muy temprano al día siguiente de su llegada hicieron un “reconocimiento del terreno”. Volvieron a ver y les encantó nuestro patio trasero, lleno de flores, que como esperándolos, aparecían por todas partes, caminaron en el verde y mullido césped donde el año pasado tuvimos repetidos y emocionantes partidos de futbol, reconocieron la pelotita de futbol ya medio desinflada con la que jugamos nuestros “clásicos” en el 2013, encontraron también la nueva pelota de futbol que su tío Rafael les había comprado, con el diseño de las pelotas con que se jugaría el campeonato mundial en Brasil, y se emocionaron aún más (adoran el futbol); miraron la piscina en forma de riñón con su contorno de rocas y rodeada de maceteros con flores de múltiples colores, y recordaron que allí también tuvieron momentos muy gratos el año anterior; salieron al frente de la casa y encontraron el aro de basquetbol que usamos el año pasado para nuestros grandes partidos.
Reconocieron y saludaron a Simona, Mónica y Alfonsito, nuestros empleados cómplices y encubridores de sus travesuras. Estaban ya listos para comenzar sus “vacaciones ecuatorianas”. Lo primero que hicimos esa mañana después del desayuno fue jugar un partido de basquetbol. Carlito es un especial encestador, y por tanto, me ganó el partido que habíamos pactado a veinte puntos. Matteo hacía de árbitro y su neutralidad se mantenía sólo hasta cuando Carlito reclamaba una falta (que a veces no existía) y que el “árbitro” sin dudar, se la concedía. A mí me amenazó un par de veces con una “yellow card” (tarjeta amarilla) for faltas que en su opinión yo había cometido.
Thursday, June 19, 2014
MI VISITA A CALIFORNIA/ABRIL 2014
SEGUNDA PARTE-VISITANDO A LOS PRIMOS IZURIETA
Nuestros primos Pancho y Mechita Izurieta son dos empresarios exitosos en la grande y bella California. Los dos son dueños y manejan cada uno su negocio de una Óptica. Mechita en Los Angeles y Pancho en Palm Springs. Esto es el fruto de su trabajo incesante y abnegado, ellos se lo han ganado a base de su esfuerzo, de su incansable trabajo consistente e invariable y admirable. Ese es el premio que han conseguido por su lucha tenaz y permanente.
El viaje para el siguiente día había sido preparado con mucha anticipación y coordinamos con Mechita que con Angie llegaríamos a su casa a las ocho de la mañana. Angie se regresaría a Los Angeles y de allí en adelante seguiríamos hasta Palm Springs con Mechita de piloto.
Llegamos tal cual lo habíamos planeado y Gustavo Andrade, el esposo de Mechita nos recibió muy cariñoso y nos invitó a pasar. Su residencia está en una ciudadela que tiene al fondo las grises montañas del sur der California, es de color beige con techo de tejas, tiene dos pisos y un amplio jardín lleno de flores y con árboles de naranja y limoneros. En el primer piso está la sala principal, una sala de estar, el comedor y la cocina mientras que en el segundo piso están los dormitorios. Gustavo nos invitó a desayunar con jugo de naranja, huevos revueltos pan y mantequilla. La hospitalidad de Gustavo, a pesar de ser esta solo la segunda vez en la vida que nos hemos visto, es excepcional y estamos muy agradecidos por ello.
A las nueve Mechita salimos con dirección a Palm Springs. Gustavo se queda en casa y Angie se regresa a Los Angeles. Con Mechita al volante, pronto entramos a la autopista número 15 y después de unos minutos volvemos a la autopista I-10, para enfilar hacia Palm Springs. La ruta a Palm Springs atraviesa un extenso desierto donde hay montañas grises de lado y lado y entre ellas una gran cantidad de grupos de molinos de viento que son generadores de energía eólica. A las diez en punto de la mañana llegamos donde Lucha, su mamá, nuestra querida Lucha, madre de mis primos, quien nos espera con su siempre amplia y contagiosa sonrisa y el afecto invariable que le sale a borbotones.
MOLINOS DE VIENTO GENERADORES DE ENERGIA EOLICA
EN LA RUTA A PALM SPRINGS
En su casa estaba ya su hermana Gloria, la Glorita que yo conocí cuando yo tenía dieciséis años y a quien solo había vuelto a ver una sola vez en los últimos cincuenta y cinco. Las dos nos dieron una bienvenida muy cariñosa. Lucha a través de su siempre esplendida hospitalidad, haciéndome sentir inmediatamente como si estuviera en mi propia casa.
En el camino hablamos con Mechita de su infancia y adolescencia en Guayaquil, de lo que recuerda de su padre (mi primo Raúl Izurieta), de la vida con sus abuelitos, y de su viaje a Los Angeles, donde los esperaba su madre que había quedado viuda cuando sus hijos apenas tenían 15 y 13 años: también hablamos de su vida nueva en Los Angeles y de su difícil pero rápida adaptación a su nueva vida, a su nuevo colegio, a sus nuevos amigos y compañeros, bajo la protección y cuidado de su madre viuda, que para entonces solo tenía unos pocos meses viviendo en Los Angeles. “fue muy duro adaptarme a la nueva vida”, dijo Mechita, “pero lo logré en un tiempo relativamente corto y sin traumas que afectaran mi vida futura”, agregó. Hablamos también de su feliz matrimonio, y de sus hijos muy queridos, en general hicimos en una hora un vistazo a su vida, de la cual se encuentra muy satisfecha, pero agregó, “siempre añoro mi patria, Ecuador”.
LUCHA BARRAGAN, LA MADRE DE MIS PRIMOS MECHE Y PANCHO IZURIETA
El departamento de Lucha en Palm Springs está en el piso bajo de un edificio de varios departamentos, con jardines, piscina y amplia área de parqueo. Tiene dos dormitorios; el master, de unos veinte metros cuadrados, es muy cómodo, con una cama King size en el centro, que ella bondadosamente y a pesar de mis protestas, me asignó para las dos noches que estaré visitándola; completan el espacio de este dormitorio una cómoda, un escritorio un sofá y un televisor grandes. Este dormitorio se comunica por un lado al jardín y por el otro, pasando frente a un closet grande, con el baño. Un segundo dormitorio, muy cerca de la sala, es el dormitorio de las visitas, pero esta vez Lucha insiste que ella lo va a usar para que su visitante (yo) pueda estar más cómodo.
En el comedor, que está junto a la sala y frente a la cocina, hay una mesa cuidadosamente arreglada con blanco mantel y servilletas bordadas, con platos, cubiertos, tasas y copas como para recibir al propio presidente Obama, y en el centro de la mesa, dos arreglos florales de un exquisito gusto, hechos por Lucha mismo, con rojas buganvillas tomadas de su jardín. Sobre la mesa, que está cerca de un gran espejo que va de pared a pared, haciendo que el espacio luzca muy grande, ya estaba servido el jugo. En su cocina, que está junto al comedor, Lucha se apresuraba a darle los toques finales al brunch que nos iba a servir. Nos tomamos fotos para tener un recuerdo más fiel de este momento tan especial y en pocos momentos estábamos sentados a la mesa y degustando las delicias que Lucha con tanto esmero y cariño había preparado.
Volvemos a hablar ahora en la mesa, sobre la familia, sobre el Ecuador, sobre Guayaquil, de recuerdos del pasado y mucho más en medio de expresiones de cariño y consideración, y mientras tomábamos una botella de vino tinto, el tiempo se va volando. Ya casi es hora de ir a la casa de Panchito, donde él ha preparado un almuerzo para algunos amigos y todos nosotros estamos invitados.
Panchito tiene las facciones típicas de un Izurieta, con nariz grande, piel color canela, de más o menos un metro setenta y cuatro de estatura; pelo color de sal y pimienta y ojos cafés, usa lentes de aumento y tiene carácter tranquilo muy parecido al de su tío Cesar quien es recordado por todos nosotros por la proverbial calma con que habla y actúa bajo cualquier circunstancia. Panchito, tanto como su tío Cesar parece ser un hombre proverbialmente tranquilo, casi inmune a las alteraciones de temperamento, por lo menos así es como yo lo conozco y le he visto comportarse con su familia.
Su esposa Verónica es una señora muy guapa, muy blanca, de familia anglosajona muy cristiana y es profesora en la universidad en Palm Springs. Con ella han procreado tres hijas y un varón, Bryce, el último, el conchito, el mimado de su padre y con quien ha fundado el “club de los chicos”, que es una alianza entre padre e hijo que no admite interferencia de las mujeres de la casa. Es muy grato ver la calurosa y estrecha relación padre –hijo que existe entre Panchito y Bryce.
Panchito había invitado a varios amigos; un joven amigo mexicano, su esposa y sus dos tiernos hijos, un amigo argentino, su esposa y su hija, a ellos nos unimos los miembros del círculo familiar de Pancho, entre ellos su mamá, su tía Gloria, su hermana Mechita y yo.
Era domingo de pascua, y los niños encontraron en la búsqueda de los huevitos coloreados en el amplio patio de la casa, y en sus juegos en la piscina, la mejor forma de divertirse, mientras que los adultos nos divertíamos también, mirando a los niños rebuscar todos los rincones en su búsqueda de los huevitos de pascua.
Mi nombre (Rafael) ha estado en nuestras familias por varias generaciones. Nuestro bisabuelo, (Rafael María Izurieta) así como su padre, o sea nuestro común tatarabuelo, tenían este mismo nombre, y desde entonces (y tal vez desde mucho antes) este nombre se ha repetido constantemente en nuestras familias. Quizás sea mi nombre (y por supuesto nuestra sangre), un elemento que contribuye a que Panchito y toda su familia me acojan siempre con tanto cariño y simpatía; un sentimiento que ha sido siempre igualmente retribuido. Esta reunión informal, pronto se tornó en una tertulia en la que aquellos que hablábamos español, sin proponernos, desplazamos a los que solo hablaban inglés, y entonces, entre copa y copa de vino, o entre botella y botella de cerveza, hablamos casi de todo; del Ecuador, de México, de Argentina, del pasado, del presente, del porvenir, de vino, de música, de deportes, de política, de economía, de chistes gallegos y de los otros y de cuanto tema se traía a la mesa. Fue una tertulia en la que cada uno exponía su idea con mucho respeto a las ideas de los demás, sin que nadie pretendiera ser el dueño de la verdad. Fue una inolvidable y enriquecedora reunión. Gracias Panchito por juntarnos en tu casa.
Lo que al comienzo de la reunión parecía un exceso de comida para el número de personas que allí estábamos, terminó siendo lo justo, porque a las nueve de la noche, cuando nos retirábamos, solo quedaban los escombros de lo que fuera la cuidadosamente arreglada mesa en la que había abundancia de todo; desde empanadas argentinas, pasando por deliciosas salchichas tipo alemán, costillas al bbq, frutas, ensaladas de fruta y de legumbres y cuanta comida cabía en la extensa y bien adornada mesa que Verónica se había esmerado en arreglar. No cabe duda que Panchito y su esposa son maravillosos anfitriones. Mi respeto y admiración por su organización, y mi enorme gratitud por su cariño.
A las nueve de la noche es hora de regresar a casa; Mechita, su mamá, su tía Gloria y yo volvemos juntos, estamos cansados pero felices, el día ha sido largo pero muy divertido, y a poco de llegar ya estamos durmiendo, ha sido un día maravilloso, lleno de bondad y de cariño, más que solo de afecto, de muchos recuerdos, de añoranzas y de esperanzas; han habido en este día tantas cosas para guardar con letras de oro en el libro de nuestras vidas… Así, la vida es muy linda!. Esa misma noche Mechita se regresó a su casa, en Fontana.
Al día siguiente, a las nueve de la mañana, Panchito vino a recogerme y a desayunar con su mamá, su tía, y conmigo. Glorita se despidió entonces de nosotros porque debía regresar a su casa en Glendale, cerca de Los Angeles. Nos despedimos con un abrazo muy cariñoso y ella me pidió darle a mi hija Angie su dirección y su teléfono, ya que su casa no está lejos de la de Angie. Con Panchito luego fuimos a abrir su almacén de óptica, situado en el área comercial de Palm Springs.
Tan pronto como Pancho abrió su tienda, empezaron a entrar sus clientes a quienes atiende con mucho profesionalismo, ayudado por su hermano menor quien respira y trasluce mucha energía. Entretanto, yo me dedico a leer la revista de Palm Springs que tiene artículos interesantes de las actividades artísticas, deportivas y sociales de la ciudad. En la tienda hay mucha actividad, evidentemente el negocio de Panchito tiene prestigio y es muy apreciado por su clientes, algunos de ellos llegan en lujosos carros, pero también hay otros que llegan en vehículos más modestos, y todos demuestran el aprecio que tienen por la atención profesional que reciben, lo que parece ser el secreto del éxito de Panchito en su negocio. El aplica en su trabajo la misma calma, la misma tranquilidad, y la misma cortesía que aplica con su familia y con sus amigos. Esto no debería ser un secreto para nadie, pero no hay mucha gente que aplique en los negocios este básico principio en la vida real.
Al medio día pasamos a ver a su mamá que debía ver a su médico por ciertas molestias estomacales, luego de lo cual fuimos los tres a almorzar en un club de golf cerca del almacén de Pancho. Después del almuerzo, llevamos a Lucha a su casa y pasamos a recoger de la escuela a Bryce, quien ya nos estaba esperando para que lo lleváramos a casa.
De allí en adelante, y sin advertirme lo que tenía en mente, Panchito enfiló su carro por el centro de Palm Springs en dirección sur-este, pasando por el área de las tiendas de mayor fama (y precios más altos) de la ciudad, hasta que tomó la carretera 111 y seguimos por ella encontrando en el camino varias pequeñas ciudades, entre las que recuerdo Cathedral City, Palm Desert e Indian Wells, todas ellas llenas de grandes árboles, palmeras, jardines llenos de flores y campos de golf a ambos lados de la carretera, con canchas que parecen hechas con verdes alfombras persas, todas construidas al pie de las desérticas montañas, donde parecería a simple vista que no hay agua ni para calmar las sed de las aves que sobrevuelan esos campos.
HERMOSOS JARDINES LLENOS DE ARBOLES Y FLORES
EN PALM SPRINGS, CALIFORNIS
Esa es la magia que surge del esfuerzo humano por buscar su bienestar, por construir la belleza donde no la hay, por demostrar que nada es imposible cuando existe la determinación de vivir mejor, sin importar el costo.
HERMOSA CANCHA DE GOLF EN PALM SPRINGS, CALIFORNIA
Paramos en el Indian Wells Country Club, uno de los muchos clubs campestres que hay en la ruta que hemos recorrido y que después de más de cuarenta minutos de recorrer, ya hemos empezado a regresar. Panchito decidió parar aquí para tomar un trago en la terraza del bar de los golfistas, terraza que tenía una vista excepcional al campo de golf donde en épocas no muy lejanas se jugaba el torneo Bob Hope Classic, y donde han jugado en el pasado estrellas de cine y de la canción como Frank Sinatra y el mismo Bob Hope. Nos deleitamos viendo la caída del sol sobre los verdes y bien cuidados campos, con sus lagunas artificiales iluminadas con faroles de estilo clásico y luz anaranjada. Muy en mis adentros me hacia la ilusión de que algún día jugaré golf en este campo. Así somos los golfistas, siempre vivimos soñando con los verdes campos…
OTRA CANCHA DE GOLF EN PALM SPRINGS, CALIFORNIA
De regreso a casa, pasamos por las nuevas instalaciones del Indian Wells Tennis Garden, sede del Indian Wells Classic, uno de los torneos más famosos del tour internacional de Tennis, y donde se enfrentan cada año durante dos semanas en el mes de marzo, los mejores tenistas del mundo para disputar un premio de más de un millón de dólares.
Todo esto fue maravilloso, Panchito se había lucido como chaperón de su primo Rafico, pero faltaba la cereza sobre el pastel…
Esta llegó mientras regresábamos por carretera 111, la misma vía que habíamos tomado antes, pero ahora en dirección nor-occidente, regresando hacia Palm Springs. Panchito de repente se salió de la ruta, entró a un centro comercial y se dirigió a un pequeño restaurant de comida mexicana cuyo nombre no recuerdo. “Vamos a comer algo muy sabroso, y que tú no has comido nunca antes”, me dijo mientras entrabamos. Siete mesas para cuatro personas cada una era todo lo que tenía el restaurant, a la hora que llegamos, solo había unas cuatro personas en una mesa y parecían ser de la casa, porque fue una de ellas la señora que se levantó a atendernos.
La mesera nos entregó la carta con el menú de la casa, al tiempo que nos servía una canasta de chips con la infaltable salsa mexicana medio picante para que nos sirva de aperitivo, y para la cual me confieso ser un adicto, pero Panchito dijo que no necesitábamos ver la carta porque sabía lo que íbamos a comer, e inmediatamente ordenó el plato que más conocía, Baroja de Mariscos. Pancho ordenó también una bebida cuyo nombre no recuerdo, que tenía muy poco alcohol, era ligeramente dulce, muy refrescante y tenía algo de sabor y olor a un margarita, servido en una copa de vidrio muy, muy pesada con sal en el filo de la copa, tal como si fuese un margarita clásico. Con ella acompañamos nuestra comida. Comimos tanto y con tanto gusto, que un segundo plato (unos burritos especiales) que había ordenado Pancho, ni siquiera los tocamos y él se lo llevó a su casa.
El plato principal fue una combinación de camarones, almejas, pulpo, calamares y pescado en una salsa de guacamole con olor y sabor de jalapeño, y a la que no le faltaba el pico de gallo, las cebollas blanca y colorada, limón, perejil y ajo. Era una mezcla que a la vista resultaba muy atractiva y que al paladar resultó irresistiblemente deliciosa. Fue la comida mexicana más sabrosa que yo había comido en mucho tiempo, era la cereza que le faltaba al pastel de este inolvidable paseo y mi despedida de Palm Springs.
Al día siguiente Pancho me recogió en la casa de su mamá a las nueve de la mañana. Le agradecí y me despedí de Lucha, la abracé con mucha gratitud por su hospitalidad y por su invariable cariño. Le dije que la esperaríamos en Guayaquil para tratar de retribuirle su hospitalidad. Salimos con Panchito a su tienda, para abrirla, dejar a su hermano menor encargado de las ventas, y a eso de las once de la mañana salir para Los Angeles. Así lo hicimos y a las once enfilamos por la autopista Interestatal 10, en dirección al nor-oeste, y llegamos a Los Angeles a la una de la tarde. Mientras manejaba, conversamos sobre su infancia, su adolescencia y su juventud, las dos primeras en Guayaquil, con su mamá y sus abuelitos, y su juventud en Los Angeles.
A los doce años de edad, Panchito dice que comenzó su carrera de “empresario”, organizando fiestas para sus amigos del barrio, siempre buscando y encontrando algo para venderles y hacer una ganancia. “Todo era lo más natural”, dice Panchito, nadie me daba las ideas, “yo las creaba y las implementaba por mi cuenta”. “Más tarde, cuando ya tenía quince años”, continuó su relato, “seguí organizando fiestas, consiguiendo disc-jokers y buena música bailable y cobrando la entrada a los asistentes, siempre haciendo control de calidad y manteniendo contentos a mis clientes, por lo cual estos siempre regresaran a la próxima fiesta”. Y siguió; “así mantenía mi negocio en marcha y hacia buenas ganancias”. En esencia, Panchito usaba a los quince años de edad la misma técnica que hoy utiliza para tener clientes recurrentes y mantener su negocio en marcha y prosperando. Él es un empresario de pura sangre!
Ya en Los Angeles, a los dieciséis años siguió con su natural afición a los negocios, y en todo lo que hacía ganaba algún dinero, comprando y vendiendo cosas a sus compañeros, siempre haciendo una ganancia, con ese dinero ayudaba a su madre y a sus hermanos. Ya como adulto, trabajó en una óptica y aprendió el negocio, le gustó mucho y al pasar de los años pudo adquirir uno propio; eso es lo que le ha dado para prosperar y vivir cómodamente hasta ahora.
Nuestro viaje a Los Angeles se me hizo muy corto por la amena conversación con Panchito, me dijo que pasaríamos cerca del barrio donde estaba la escuela secundaria a la que asistió cuando vino del Ecuador, está muy cerca del centro administrativo de Los Angeles, y no muy lejos de la Placita de Olvera. Pancho me dijo que me llevaría a un lugar donde solía comer en sus años mozos. Era un lugar muy pequeño ubicado en una esquina, pequeño, de alrededor de ocho metros de largo por dos de ancho, con unos diez asientos unipersonales en fila frente al mostrador, era muy modesto, como si sus dueños lo hubiesen abandonado a su suerte hace muchos años, un lugar de esos donde el tiempo parece haberse detenido y donde quienes lo atendían eran personajes taciturnos, casi indiferentes y medio misteriosos, como los de una película en blanco y negro de Alfred Hitchcock.
Cuando entramos, había solo tres personas, un cliente que ordenó una gaseosa al tiempo que pagaba por su hamburguesa y salía del lugar; una mujer asiática de unos sesenta años, con cara muy arrugada y actitud indiferente, pelo negro encanecido y parcialmente cubierto por una vieja y casi incolora gorra estilo Mao. Su pelo parecía no haber sido peinado hace mucho tiempo, y sus ropas parecían no recordar la última vez que fueron a la lavandería. Ella nunca esbozó una sonrisa, solo contestaba nuestras preguntas en monosílabos y tomaba las órdenes con una actitud inexpresiva. El corto menú de la casa, medio borroso, estaba escrito con tiza, a mano, en una vieja pizarra negra colgada de la pared, y las opciones que allí se ofrecían eran pocas; arroz frito con huevos y costillas al bbq; arroz frito con carne a la plancha con huevo frito, y hamburguesas a la plancha.
Panchito ordenó las costillas con arroz y huevos fritos, y yo ordene la carne a la plancha con arroz y huevos fritos. La mujer asiática, siempre inmutable, preparaba la comida, atendiendo simultáneamente la negra y envejecida cacerola donde preparaba el arroz frito al que le daba vueltas en el aire cada tres o cuatro minutos, y la plancha donde asaba las costillas y la carne y freía los huevos. Un hombre de unos cuarenta años, de piel color marrón, con aspecto de inmigrante mejicano, con ropas evidentemente muy modestas y no muy limpias, preparaba los ingredientes y nunca le escuchamos pronunciar una sola palabra. Era como si él y la mujer asiática hubieran hecho un pacto del silencio. Transcurrieron unos quince minutos hasta que la comida nos fue servida, esta fue abundante, como casi todos los platos orientales, con sabor y olor a salsa china, y nos dejó lleno el estómago.
Ni Pancho ni yo comentamos mucho sobre el lugar, pero creo que él, inconscientemente me llevó a ese lugar para que yo pudiera apreciar el gran salto que había logrado dar a su vida, desde que era un adolescente que asistía a la escuela secundaria y comía en este modesto lugar y en este barrio, hace más de cuarenta años, y los lugares a los que habíamos ido en los dos últimos días, comenzando por su hermosa casa, los clubs de golf donde comimos y bebimos un par de tragos. Ese salto Pancho solo se lo debe a sí mismo, a su gran esfuerzo y a su perseverancia. Por eso, y por ser un buen hijo y un buen hermano, Nuestro Creador ha premiado y seguirá premiando a este querido primo, y lo hará también con su mujer y sus hijos.
En unos minutos más, tomamos la Avenida Melrose para dirigirnos al departamento de mi hija Angie, guiados por el GPS de mi teléfono. A las dos y media de la tarde nos despedimos con Panchito, con un abrazo muy fuerte y sincero; le agradecí por su hospitalidad y por dejarme conocer un poco de su fascinante viaje por la vida. Pancho es un ejemplo más del cumplimiento del sueño americano, que casi siempre lo consiguen aquellos que se establecen una meta y luego la persiguen con persistente, con indeclinable esfuerzo, cayéndose solo para levantarse y seguir adelante, siempre hacia adelante, sin que los obstáculos del camino los detengan.
Era el día de mi regreso a Orlando, mi vuelo debe salir a las 9:55 de la noche y debo estar en el aeropuerto unas dos horas antes. Angie me había dado las llaves de su departamento y allí la esperé hasta que llegara de su trabajo. Ya habíamos planeado que vendría a las cuatro y así lo hizo, así es ella, siempre puntual. En mi corazón y en mi mente había alegría y tristeza al mismo tiempo. Alegría porque por unas cuatro horas volvería a ver a mi princesita Angie para compartir el poco tiempo que me restaba en Los Angeles, y tristeza porque nuevamente la tengo que dejar, y debo volver a casa, a mi casa vacía, donde nadie me estaría esperando, porque Fanny, mi mujer, la que me ha cuidado y aguantado por cuarenta y un años, la que con el andar del tiempo se ha convertido en la mejor mitad de mi mismo, no estaría esta vez en casa, pues se ha ido a visitar a nuestros nietos en Arabia Saudita y no regresará a casa hasta después de tres semanas.
Llegó Angie a las cuatro de la tarde, mi corazón late de alegría al verla, ya tengo mi maleta lista. El plan es que comeremos juntos la cena en un restaurant japonés, ya desde antes habíamos decidido que comeríamos sashimi y sushi, una combinación gastronómica que nos gusta mucho a los dos. Pero antes, Angie quiere comprarle en el Farmers Market, que queda a solo unos cinco minutos de su departamento, un regalo a su mamá, por el día de las madres.
EL TRANVIA TURISTICO EN EL FARMERS' MARKET,
LOS ANGELES, CALIFORNIA
Al llegar al Farmers Market, nos subimos al segundo piso del elegante y verde tranvía que recorre solo un corto trecho, y que está hecho para que los turistas puedan disfrutar, en poco tiempo de este pequeño pero encantador lugar. Angie compró el regalo para su mami en Nordstrom y salimos de allí directo al restaurant japonés.
La Vita e Bella (la vida es bella), es el nombre de una película italiana ganadora del Oscar de la Academia hace unos quince años, y no encuentro una mejor descripción de mi vida que el nombre de esa película cuando estoy cerca de mi hija, me encanta saber que ella ha establecido sus metas, que ha diseñado la hoja de ruta para llegar a ellas, y que está avanzando con seguridad en el camino para llegar a esas mentas, es dulce y delicada pero firme, es pequeñita pero físicamente fuerte y espiritualmente aún más fuerte, es sencilla pero tiene estilo; pero por sobre todas las cosas es cariñosa con su padre. Ella es Angie, la niña de mis ojos, la que me hace soñar despierto y despertar soñando, contento.
Cierto que me da pena dejarla, pero me fortalece escucharla decir que todo estará bien. Está muy enamorada, y ella sabe que por un par de años va a tener que estar lejos de su amado, hasta que el termine sus estudios superiores; pero sabe también que tiene la fuerza de carácter para resistirlo y lo hará muy bien. No me cabe la menor duda. Hablamos de eso y de muchas otras cosas durante nuestra cena y mientras íbamos hacia el aeropuerto.
Una vez mas, el travieso tiempo se hace corto cuando estoy con ella, han pasado cuatro horas desde que nos volvimos a juntar, pero se han ido sin sentir, cada minuto vale oro. Angie es una experta en el complicado tráfico de Los Angeles y ya estamos en el aeropuerto; la despedida tiene que ser rápida porque estoy con el tiempo apretado. Ella desciende de su coche y nos damos un abrazo fuerte, fuerte, muy fuerte, me besa en la mejilla y me desea buen viaje, “te quiero mucho papito” me dice y yo ya casi no puedo hablar pero puedo articular solo unas pocas palabras ; “te quiebro mucho mijita, cuídate y que Diosito te bendiga”; no puedo decir más porque estoy a punto de llorar, y no lo hago porque ella y yo tenemos un pacto de -no llorar al despedirnos- que lo hemos mantenido ya por algunos años.
Cuando terminé de ubicarme frente al mostrador externo de la aerolínea para registrar mi equipaje y miré hacia donde había dejado a mi hija, ella iba ya saliendo de su espacio de parqueo y se dirigía hacia el carril de circulación; entonces solo pude agitar suavemente mi mano extendida y con mis ojos medio nublados por mis contenidas lágrimas la vi partir manejando su auto y pronto se perdió en el intenso tráfico de la bella y agitada ciudad de Los Angeles…
PENSAMIENTO
"Mientras haya fuego en tu alma y vida en tus sueños, no te rindas, no cedas aunque el frío queme y el miedo muerda; aunque el sol se ponga y se calle el viento, porque estás viviendo la hora y el mejor momento de tu vida".
Jorge Luis Borges
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